18 octubre 2022

Un viaje a la nostalgia

No lograba encontrar el libro de Amín Maalouf que creía que ya había devuelto a su lugar en la biblioteca; de pronto me asaltó la duda de si la ausencia obedecía a un probable préstamo que había olvidado. Solo entonces caí en cuenta de que la lectura pude haber efectuado en un libro electrónico y no en formato físico. Para mayor confusión, no solo no recordaba el argumento sino que algo me sugería la posibilidad de que no lo habría terminado… Así, me intereso en “El viaje de Baldassare” mientras medito en el proyecto de un primo que ahora mismo se encuentra planificando un viaje a Sudamérica por vía terrestre, algo similar a lo efectuado por su padre hace quizá setenta y cinco años.

 

Medito en las circunstancias de un viaje de esas características, en las expectativas generadas, en las sorpresas a encontrarse, en los inevitables inconvenientes; en si yo mismo tendría la eventual disposición para intentar un periplo parecido. Él me habla de un circuito de tres meses, de una ruta ya esbozada, del número de parejas que participarían. No logro responderme si, contando con los factores necesarios, yo tendría el ímpetu y los arrestos para emprender iniciativa semejante. Hago auditoría de los imprevistos: los daños mecánicos; las indisposiciones o imprevisibles enfermedades; la condición de las vías; los caprichos del clima. Medito también en los inevitables desencuentros que suelen presentarse al convivir en forma cotidiana y continua: el escondido precio por tener que soportarse.

 

Imagino –de otra parte– los paisajes sorprendentes, aquella sensación exultante provocada por lo inesperado, por lo maravilloso nunca antes admirado; medito en los gestos indulgentes provocados por la comprometida solidaridad, en el ánimo contagiado y la ilusión compartida. Comparo esa lúdica intención con los trabajos de Ulises; cavilo en las intermitencias que suele tener el entusiasmo, en los peligros disimulados, en que todo viaje es siempre una forma de retorno, en el regreso al hogar, en la ansiosa espera de cada particular Penélope. Me distraigo especulando en los probables escollos (ah, claro, en los malhadados hechizos). Me ubico entre Escila y Caribdis; discurro en las argucias de Circe, en la seducción maliciosa de los ocasionales cantos de sirena.

 

“Hemos previsto separarnos hacia el final del viaje”, me confiesa. Algo me sugiere, en cuanto al propósito del viaje, el recuerdo de aquel otro paseo que –sin esconder su nostalgia– solía contarnos su padre; habría sido una gira pos–universitaria al sur del continente, la celebración del fin de estudios. Así, este nuevo viaje me hace pensar en el cumplimiento de una promesa, en la observancia de un postergado rito, en la entrega de una ofrenda, en una de esas calladas catarsis que suele regalar la nostalgia. Intuyo que hay algo íntimo y espiritual que trasciende lo puramente físico; algo preñado de intención. ¿No es ese el sentido de “metafísica”?: ¿algo que ve “más allá” de lo material?

 

Me comenta del esbozo de la ruta planeada, dibuja un boceto mental del plan de viaje; me habla de los lugares a visitar: los vestigios de Nazca, el desierto de Atacama, la isla de Chiloé, el glaciar Perito Moreno, los esteros australes del litoral chileno, las Torres del Paine, el canal de Beagle, el indescriptible espejo del salar de Uyuni… Todos lugares ignotos, fabulosos y sorprendentes. Aun así, no puedo dejar de pensar en las eventuales incomodidades, en el cansancio ocasional y en las dificultades, en la amistad y solidaridad puestas a prueba, en las intermitencias del entusiasmo (o de los renunciamientos), en la preocupación por la familia que quedó atrás, en los imprevistos que pudieran alterar el plan trazado… Ahí precisamente, cuando más arrecian los embates insidiosos de la nostalgia.

 

No quisiera –por lo escrito– dar la impresión de que me arredraría ante la aventura o de que no me animaría a efectuar un viaje parecido. Tuve el privilegio de ejercer una actividad que convirtió mi vida en trashumante itinerario (el signo del blog así lo expresa). Si de algo estoy convencido es de la magia incomparable que tuvo mi oficio; esto, por la especial oportunidad de viajar a disímiles lugares, de explorar parajes distintos, de conocer diversas razas y exóticas costumbres, de apreciar otras formas de sentir,  de vivir y de pensar. Un viaje es un libro abierto; en su rico y enigmático texto nos reconocemos y nos proponemos ser más humildes, respetuosos y tolerantes. En mi caso, y en atención al aspecto humano, reuniría a los acompañantes y les propondría efectuar un pequeño viaje de ensayo; ello nos ayudaría a conocernos y a entendernos mejor, antes de enfrentar el desafío de la prolongada jornada.


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