21 febrero 2023

Unos frutos exóticos

Tiene algo de exótico eso de saborear la vida en otras latitudes o, como fue mi caso, en otras “longitudes”. Hay muchas diferencias en las culturas asiáticas: tienen otras costumbres y valores. Hay en Asia Oriental una forma de pensar distinta; sospecho que su gente no ha estado sujeta a ciertos prejuicios. Hay actitudes hacia el sexo que han determinado otras formas distintas de comportamiento. Hay otros paradigmas que los hacen más sabios y tolerantes; quizá ello aporte a que allí exista un más acendrado espíritu de comunidad, a que se disfrute en forma más natural lo que nos regala con casualidad la vida, sin tener que acudir al disimulo gazmoño. No es que sean “más modernos”: su desarrollo cultural es la respuesta a las enseñanzas de un tiempo milenario. 

Otro asunto fascinante es el disfrute de otros sabores. Hay otras especias y frutos distintos; incluso, maneras de servirse que son diferentes. En Corea y Japón, sorprende el disfrute de los frutos marinos (aunque es más “picante” la cocina peninsular). Más hacia el sur, en el Sudeste Asiático, se exacerban las diferencias en la sazón y surge un disfrute adicional: la sorpresiva variedad de frutas tropicales, muchas desconocidas (o no tan disfrutadas) en nuestros países. Tal vez no haya en el mundo mangos más grandes y sabrosos que los que produce Pakistán.

 

Existen frutas como el durian, el lichi, el longan o el rambután que, aunque han empezado a cultivarse en América, allá se exhiben en forma regular, si no preponderante. Hay productos presentados con otra apariencia o servidos en forma distinta. Abunda la fruta estrella, la del dragón (pitajaya), la de la pasión (maracuyá), todas preparadas en formas que excitan los sentidos y hacen de su disfrute una actividad sencilla y agradable. Esta vez quiero compartir una interesante información relacionada con la pasionaria o fruta de la pasión, que me ha llegado en la página de Ricardo Soca, dedicada al curioso origen que suelen tener algunas palabras:

 

“La pasionaria es una flor americana, conocida en el Cono Sur por su nombre indígena de mburucuyá o, en Brasil, por el de maracujá. Una leyenda indígena cuenta que Mburucuyá era una joven blanca, que llegó con su padre —un capitán español— al Virreinato del Río de la Plata, donde se enamoró perdidamente de un muchacho guaraní. Mburucuyá no era, por supuesto, su nombre español, sino el apodo que le daba tiernamente su amado. El capitán no aprobó la pasión de su hija y asesinó al joven indio. Desesperada, Mburucuyá tomó una de las flechas de su enamorado muerto y se la clavó en el corazón. A medida que se escapaba la vida de su cuerpo, la pluma de la flecha se iba convirtiendo en la primera flor de mburucuyá, que dio origen y nombre a esa especie botánica.”

 

“Hasta aquí la leyenda, pero lo cierto es que al llegar los jesuitas a América, observaron que la flor de mburucuyá tenía tres estambres —que identificaron con los clavos de Cristo—, cinco pistilos —en los que vieron sus cinco heridas— y una corona de filamentos —que hicieron corresponder con la corona de espinas—. Por esa razón, la llamaron en latín Flor passionis y en español, pasionaria, nombre por el cual son conocidas fuera del Cono Sur tanto la planta como la flor del mburucuyá. El nombre español del mburucuyá es, pues, de origen religioso y no tiene ninguna relación con la trágica pasión del romance de la joven blanca y su amante guaraní. En inglés, la flor es conocida como passion flower, y el fruto, como passion fruit.”

 

Yo era todavía un niño cuando Gonzalo Ruales (esposo de mi tía Lucila) dejaba en casa unos canastos tejidos de mimbre, repletos de frutos del Oriente. Allí se daban en forma generosa y silvestre. Destacaban los limones y palmitos y, ante todo, el maracuyá, una fruta que, cuando llevaba a la escuela, despertaba la curiosidad de mis compañeros y aun de mis maestros. Se decía que era originaria del Brasil; se hace inevitable apreciar su parecido con la granadilla (son “primos”): crecen en una vid o enredadera similar, sus flores y frutos se parecen; se distinguen por su tamaño y color. La granadilla es más dulce, aunque sin ese sabor ácido y astringente del maracuyá.

 

El maracuyá es fruto de la passiflora edulis, planta trepadora americana; es una vaya de color amarillo y recibe una variedad de nombres: mburucuyá, pasiflora, chinola o parchita; su nombre procede del tupí brasileño. La granadilla es de color anaranjado, tiene semillas comestibles y una pulpa más dulce; la planta se conoce como passiflora ligularis y a la flor como “la de las cinco llagas”. Ambos son ricos en vitaminas A y C; son antioxidantes que fortalecen el sistema inmune, reducen la inflamación y estimulan la producción de colágeno para la piel; tienen un alto contenido de fibra, lo cual ayuda a regular el sistema tracto digestivo. Este es un tema realmente “apassionante”.


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