16 junio 2023

El nombre de un gran lago

He ido llegando a la edad de las concesiones, sin casi darme cuenta me he vuelto menos intransigente y más tolerante. Como consecuencia, esta se me ha ido convirtiendo en “la edad de las confesiones” (nótese el parecido fonético); quizá lo último sea consecuencia de lo primero. Confesarse requiere de una cuota de humildad; de un cierto reconocimiento de culpa, si no de arrepentimiento. A mis años ya no se me hace problema el hacer un mea culpa de ciertas viejas escondidas obsesiones, pruritos y defectos. Hay en ello tal vez una suerte de catarsis…

 

Encuentro, por ejemplo, que, en la mayoría de los casos, los nombres –de personas, lugares o cosas– obedecen a una razón; ellos casi siempre responden a un motivo. Me intereso, por lo mismo, en saber el porqué para el apelativo de un lugar, para el nombre de regiones, montes o ríos. Tan pronto como un nombre me parece diferente, pregunto si hubo una razón o motivo para que se lo haya escogido y aplicado. Sí, tal parece que ese es uno de mis nuevos temas o, como ya lo explico, viejas obsesiones que hoy no tengo ningún empacho en darles partida de identidad. Eso es quizá parte o rezago de mi otra vieja pulsión, la de averiguar y explorar el embozado o elusivo porqué.

 

¿Por qué hemos bautizado así los quiteños a Cruzloma o Cruz Loma, nuestro cerro tutelar, por ejemplo? ¿Hay en esa construcción algo de la usanza indígena? ¿Por qué tantos nombres usan el sufijo “loma” si esta no es una voz kichua (o quichua)? Otro híbrido para el efecto (en el sentido de la acción para juntar dos idiomas distintos) pudiera ser Chaupicruz que querría decir “pequeña cruz”; aquí no queda claro si existiría un intencional mestizaje semántico o una concesión mutua; o si se trata más bien de una expresión de conquista y vasallaje. No sucede lo mismo con un nombre como Kununyacu (agua o río caliente) por ejemplo, cuya condición ancestral resulta evidente…

 

Pienso en este (“mi”) tema, al hacer un seguimiento de la ruta que viene cumpliendo por casi dos meses mi inquieto como esforzado primo Jorge, quien está por concluir un largo periplo por tierra que lo llevó a la región más austral del continente. Él ya se encuentra en Puno, en el lado peruano u occidental del más alto y emblemático de los lagos suramericanos, ubicado entre Bolivia y Perú, el gran Titicaca, que, para propósitos de identificación o localización, cuenta para los nativos como si constituirían dos cuerpos de agua distintos: el Lago Chico (Huiñaymarca o Wiñay Marca); y el Lago Mayor (o Grande) conocido en Bolivia como Chucuito (deformación de Chuquvito).

 

Si se pone un poco de atención al mapa de este pequeño mar de agua dulce, se notará que se trata de un solo cuerpo de agua orientado en sentido noroeste-sudeste, ubicándose la parte conocida como Wiñai Marca en la parte suroriental. Hay, asimismo, una ensenada –en forma de herradura– en el lado occidental (junto a Puno) conocida como Paucarcolla. Pero Titicaca no es solo una importante referencia o accidente geográfico, el lago constituyó para los primeros aborígenes una referencia esencial para su linaje; los incas estaban convencidos de que en las aguas frías del lago estaba la razón misma del origen de su dinastía. Sus aguas representaban un hito legendario y religioso, inseparable de su mitología, de su orgullo étnico y de su indisputable identidad.

 

Pero… ¿qué quiere decir Titicaca, qué significa el curioso nombre? No está claro siquiera si ese pudo haber sido el nombre original en tiempos inmemoriales. El vocablo es probablemente quechua pero no se descarta que pudiese ser aymará, lengua en la que titi significaría puma o plomo (el metal) y kaka cabeza canosa, fisura o peine de pájaro, todo lo cual no hace mucho sentido; aun así hay quien sugiere que en este idioma pudiera significar “puma plomizo o descolorido”, posiblemente en referencia a una roca sagrada localizada en la isla del Sol, en el lado boliviano. En quechua, la lengua de los Incas, vendría de titi (plomo) y kaka (roca o peñasco) en alusión a un lugar sagrado ubicado en la misma Isla del Sol, mítica cuna de su civilización. Sin embargo, se prefiere creer que Titicaca pudiera ser una corrupción de thakhsi cala, el nombre precolombino de ese venerado lugar de proverbial significado ancestral.

 

El Titicaca tiene una altitud de 3800 metros (está mil metros por encima del nivel de la ciudad de Quito), esto hace –por su cercanía con el sol– que tenga un alto índice de evaporación. De hecho, ha sufrido una pérdida importante de caudal en los últimos tiempos (casi un metro en su nivel). Actualmente, un incipiente exceso de agua fluye en forma permanente a través del río Desaguadero que transporta ese caudal desde Huiñaymarca hasta otro cuerpo de agua dulce ubicado hacia el sur de Oruro; se trata del lago Poopó. Hace tan solo una década el Fondo Mundial para la Naturaleza (GNF por sus siglas en inglés) habría reconocido que el Titicaca ha empezado a sufrir una creciente amenaza para su biodiversidad y frágil ecosistema. Hoy se implementan iniciativas para cuidarlo y protegerlo.


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