10 noviembre 2023

Cosas de nuestra memoria...

Hace poco hablábamos de esa característica nuestra que nos impulsa a utilizar palabras distintas como si fueran idénticas, convencidos de que ellas tienen equivalente significado cuando en realidad no quieran decir lo mismo. Ello sucede con Alzheimer y demencia, dos términos relacionados pero que no son análogos. Hablar de esa causa para la demencia que es el Alzheimer, solo viene de pocas décadas atrás. A veces se habla también de demencia senil, como si fuese la edad la que la produjera.

El Alzheimer es la principal causa de demencia, pero sufrir de demencia –que es un conjunto de síntomas producidos por una alteración cerebral, y que se caracterizan por variaciones en el estado de ánimo y la conducta–, no siempre requiere haber contraído previamente Alzheimer; de hecho, hay formas de demencia que se inician sin haberlo sufrido. La demencia implica un estado que restringe la autonomía de quienes la padecen, lo que les impide realizar actividades básicas que deben efectuar en forma cotidiana. Hoy se sabe que una de cada diez personas que pasan de 65 años desarrolla más tarde alguna forma de demencia (hay como diez formas distintas); pero, de ellas, solo un 70 por ciento sufre de Alzheimer.

 

Alois Alzheimer había sido un brillante neuropsiquiatra alemán que descubrió, a principios del siglo pasado, que ciertas proteínas formaban placas entre las células cerebrales y ovillos entre las neuronas afectando su adecuado funcionamiento. Alzheimer demostró que esas anomalías se presentaban en la edad mediana y solo se reflejaban más tarde con el deterioro físico de los pacientes. Uno de los motivos para que confundamos Alzheimer con demencia es que los síntomas de ambos son similares o difíciles de diferenciar. De alguna manera, ambos incorporan síntomas relacionados con similares manifestaciones: deterioro de la memoria, dificultades relativas al raciocinio y problemas para articular el pensamiento.

 

Nuestros olvidos no son necesariamente manifestaciones tempranas o síntomas de futuras formas de demencia. De acuerdo con varios autores, aquello de que reconozcamos nuestros ocasionales olvidos, es en sí mismo una garantía de que la enfermedad no ha de afectarnos hacia el final de nuestros días. Todos olvidamos algo alguna vez; esos son olvidos ‘normales’ que podemos evitarlos ejercitando nuestra memoria, utilizando un sinnúmero de estrategias o, simplemente, haciéndonos un poco más ordenados y sistemáticos. El orden nunca es perjudicial, hace de nuestra vida un trámite más fácil y nos permite disfrutarla mejor.

 

En el oficio que tuve la suerte de escoger, ser ordenado marcaba la diferencia entre el piloto mediocre y el buen piloto (o entre el bueno y el mejor dotado); no era cuestión de quien era más hábil, más estudioso o más arrojado. Uno era ordenado o no lo era, así de simple; no importaba si uno tenía una gran habilidad, esta de nada servía si se era desorganizado. Es más: un piloto que trabajaba con orden, que seguía sus flujos, procedimientos y listas de chequeo, podía no ser tan hábil –y ni siquiera ser experimentado–; pero pasaba por bueno si hacía su trabajo en forma metódica. Y lo era porque había cumplido su misión en forma eficiente y satisfactoria; porque siendo ordenado jamás olvidaba lo importante, ni se exponía a tener que corregir sus errores.

 

No creo que diga nada novedoso si comento que nadie es perfecto: todos nos olvidamos de algo alguna vez en la vida. Resulta paradojal que, aunque nuestros olvidos nos molesten y a veces nos metan en problemas, eso de decir “me olvidé” sea una de las excusas más abusadas que existen. Supongo que la gente la usa tanto, como pretexto, porque está convencida de que –como todos mismo olvidan– es un fácil subterfugio cuando tratamos de explicar nuestros descuidos o ineptitud. Nada más fácil que excusar nuestros errores con un “es que me olvidé”.

 

Hay algo que desafía nuestra memoria y son esas claves de seguridad que, con ese mismo propósito –nuestra seguridad–, se nos obliga en la actualidad a diversificar y recordar (o a mantener en lugar seguro). No hay nada que más nos incomode que descubrir que hemos olvidado de registrar una nueva contraseña o, lo que equivale a lo mismo: que no hemos tomado nota de esos cambios o modificaciones que las distintas instituciones hoy nos obligan a efectuar una y otra vez. En casos como este, es esencial ser metódico y ordenado. Podemos tener una memoria de elefante, pero esta será siempre selectiva: por lástima no siempre guarda como prioritario lo más importante sino tan solo lo más urgente… ¡Y es ahí donde fallamos una y otra vez!


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