28 noviembre 2023

Los Chillos, mirando al futuro (1)

Viajábamos ese día desde Quito a San Rafael, ubicado en el Valle de los Chillos, y digo que “viajábamos” porque como no había todavía la Vía Oriental, ni se pensaba siquiera en la futura construcción de la Autopista Gral. Rumiñahui, ir de Quito al Valle, o viceversa, era en realidad todo un largo y, a veces, tortuoso “viaje”; fue cuando mi ocasional acompañante comentó: “Pienso que con la expansión de la ciudad y la necesidad de movilizarse para vivir en los valles (Tumbaco y Los Chillos), los moradores del Norte de Quito se irán a vivir en Cumbayá; y los del Centro y Sur, se irán algún día al Valle de los Chillos”. Tal parece que el tiempo, que nunca deja de sorprendernos, ha terminado por darle la razón a mi profético compañero de viaje…

Los jóvenes no conocieron un tiempo en que, una vez pasada la Plaza de Santo Domingo, dirigiéndose hacia el sur para ir a Los Chillos, había que continuar por La Recoleta, seguir por la calle Maldonado, cruzar el Machángara con rumbo hacia “la Estación” del ferrocarril y tomar por la izquierda hacia el camal; luego, subir por una vía caracterizada por la presencia de los hornos de ladrillo y la pasteurizadora Quito; y, finalmente, cruzar una depresión que permitiría trasmontar la loma de Puengasí, a través de Luluncoto y Chaguarquingo. Una vez coronado el ascenso, la vía se convertía en un sinuoso y estrecho camino que rodeaba la loma por su lado oriental, con rumbo suroriente,  hasta llegar a un punto en que la gradiente permitía virar nuevamente hacia el norte con rumbo a Conocoto.

 

Conocoto era entonces un pueblito pintoresco, un lugar donde se expendían “cosas finas” (los típicos “hornados” y otros alimentos relacionados) durante los fines de semana. Desde ahí, y finalizada la última recta, la vía tomaba por derecha por algo así como un kilómetro y volvía a dirigirse hacia el norte, apuntando al Ilaló. Tres kilómetros más abajo, el camino cruzaba el río San Pedro y la ruta (que si se seguía recto conducía a El Tingo) tomaba una nueva bifurcación por derecha para continuar a otro pequeño aunque pintoresco poblado llamado San Rafael. Ahí, en esa esquina (la de ese último desvío) un joven aviador, fumigador y visionario, instaló alguna vez un pequeño restaurante. El sitio estaba ubicado frente a una hostería conocida tal vez como Mayflower (alguien me ha dicho que 'Holiday'). El aviador se llamaba Jaime Martínez y había bautizado su sin par negocio como “El triángulo”.

 

Pero no había ahí un “triángulo” propiamente dicho: había dos catetos, pero la hipotenusa estaba ausente. Lo bueno es que ahí los platos eran los mejores del Valle, y no se hable de sus cervezas, ¡siempre bien frías! Jaime era un tipo ameno, bien parecido y cordial; nunca supe qué se hizo de él. Lo conocían como “Gato Martínez”; siempre sospeché que el apodo le venía por el color de sus ojos, aunque nunca pude descartar si obedecía a alguna vieja travesura, a sus juveniles arrestos o a otras bien disimuladas habilidades… Ya pasado el tiempo, abrigo el convencimiento de que no son muchos los que saben que fue él el verdadero inventor de un nombre que sirvió para identificar al sector más bullente y popular, y –con probabilidad– el más comercial y visitado que existe en todo el Valle de los Chillos.

 

En estos días, pocos recuerdan el origen de aquel nombre y me parece que ni siquiera identifican la palabra “triángulo” con la forma de aquella vieja esquina; tal parece que cuando se menciona tal referencia geográfica, la gente piensa más bien en otra encrucijada, una ubicada un par de cuadras hacia el norte, y la confunde con el cruce de dos avenidas: la General Rumiñahui (que es la continuación de la autopista) y la Ilaló (que termina en El Tingo). Es el lugar donde se asientan negocios como Che Farina, Marathon Sports y un par de pequeños centros comerciales.

 

Hablando de mi recordado amigo y colega, me permito efectuar una muy breve digresión: siempre me llamó la atención que así como son mayoritarios los serranos en el contingente de quienes se forman y convierten más tarde en marinos; asimismo, son muy pocos los aviadores serranos que se dedican a las labores de fumigación agrícola. Su vocación y destino, para llamarlos de alguna manera, siempre fueron los de la aviación de transporte, las aerolíneas.

 

Ya que lo menciono, se me antoja pertinente hablar de la vía que llamamos Autopista General Rumiñahui. Yo ya estaba casado (luego de 1975) cuando se la empezó a planificar y a construir; o, más bien dicho, cuando poco más tarde se la trató de dar una nueva fisonomía y se decidió convertirla en “autopista”. Uso las comillas porque llamarla de ese modo suena un tanto pretencioso: primero, porque apenas se extiende por unos 14 kilómetros; y, segundo, porque no tiene ni el diseño ni las características requeridas para que se la identifique de esa manera. Una vía de siete carriles (4 de bajada y 3 de subida, en 3 andariveles) con desiguales peraltes y sin interconexión para satisfacer las salidas y cambios de dirección, puede constituir una avenida cerrada pero nunca cumplirá los requisitos para ser llamada una autopista… (continuará).


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