Jacob
no es uno de los principales patriarcas que hay en el Génesis, el primer libro de la Biblia; mas, sin embargo, es uno
de los personajes más relevantes, no está a la altura de Noé, Abraham o Moisés,
pero su historia es por manera interesante. Perteneció a un linaje favorecido por “el
Señor”, como prefiere llamar a Yahveh la Biblia católica. Jacob era hijo de
Isaac y de Rebeca, pero también nieto de Abraham; fue parte de una pareja de
mellizos y, desde su nacimiento, fue el hijo preferido de su madre. Para su
padre, sin embargo, Esaú fue desde siempre el preferido por haber nacido primero.
Rebeca
no podía tener hijos aunque Dios atendió sus súplicas; ella concibió mellizos pero
sintió que peleaban desde cuando estuvieron en su vientre. Cuando nacieron, el
primero en salir fue pelirrojo y tenía el cuerpo cubierto de vello, por eso lo
llamaron Esaú (Seir en hebreo tiene un sonido parecido y quiere decir vello).
El segundo salió colgado del talón de Esaú, como a rebajo, y decidieron
llamarlo Jacob (un nombre con un sentido parecido a talón pero similar a otra
palabra que significa “hacer trampa”). Cuando crecieron, Esaú se convirtió en
hombre de campo y en buen cazador, pero a Jacob le gustaba cocinar y quedarse
en casa.
Un
día Esaú regresó muy hambriento y vio que Jacob preparaba un guiso de lentejas
(a Esaú también se lo conoce como Edom que suena como rojo). El mayor pidió a su
hermano un poco de ese potaje pero Jacob se lo ofreció a cambio de su progenitura.
Esaú subestimó la implicación y aceptó el canje bajo juramento. Isaac ya estaba
viejo y se estaba quedando ciego; un día llamó a Esaú, le pidió que se fuera de
caza, trajera una presa y preparara un sabroso guiso, para así darle su bendición.
Rebeca escuchó el diálogo y pidió a Jacob que fuera por una piel de cordero y
se cubriera los brazos para así engañar a Isaac; al tiempo, preparó un delicioso
guiso y pidió a Jacob que se lo presentara a su padre para que fuera él quien
recibiera la bendición paterna.
Llegó
Esaú y comprendió lo sucedido, su padre ya no quiso duplicar la bendición; a
partir del episodio, Esaú repudió a su hermano quien, para evitar su cólera, se
fue a vivir en otra tierra. Allí conoció a dos hermanas, una llamada Lea que
tenía lindos ojos; y una segunda, Raquel, que era una mujer muy guapa “de pies a
cabeza”. Jacob se prendó de Raquel y propuso a Labán, pariente de su abuelo y
padre de las hermanas, que trabajaría para él por siete años a cambio de
desposarla. Labán era avaricioso y astuto, accedió a la propuesta pero
en la noche de bodas embriagó a Jacob y le entregó su primogénita. Al darse
cuenta del ardid, Jacob propuso a Labán que trabajaría otros siete años si
también le permitiría casarse con Raquel.
Jacob
cumplió con el plazo estipulado y aún trabajó otros seis años adicionales,
procurando ahorrar y hacerse de su propio peculio; su ambición era ahora regresar
a su tierra y procurar el perdón de Esaú. Pero el suegro volvió a hacerle
trampa; habían acordado que Jacob se quedaría con las ovejas y los corderos
negros y los que estuvieran rayados o manchados, pero durante la noche Labán
tomó el ganado oscuro y se lo llevó a un lugar donde lo cuidaran, a tres días
de camino. Ante esto, Jacob empezó a alimentar mejor a las crías que nacieran
negras o manchadas; de este modo fue haciéndose rico y dueño del mejor ganado…
Lea, que se sentía desdeñada, pidió a Dios que le ayudara a concebir un
hijo. Así nació Rubén (que quiere decir “Dios ha visto mi
tristeza”). Lea ya tenía cuatro hijos cuando Raquel, que no podía tenerlos,
entregó a Jacob su esclava Bilha para que fuera su concubina y pudiera darle más descendientess. Pero Lea actuó en forma parecida: entregó a Jacob su esclava Zilpa con
la que engendró otros dos niños. El cuarto hijo de Lea fue Judá, palabra que en
hebreo es similar a “alabar” (de ella viene el vocablo Judea, que identifica al pueblo judío). Finalmente, Raquel pudo también concebir sus
propios hijos: José y Benoni (“Hijo de mi tristeza”), al que Jacob prefirió
llamar Benjamín que significa “hijo de mi mano derecha”, este sería el último
de sus hijos. Jacob lucharía durante toda una noche con un ángel, quien le dijo
que en adelante se llamaría Israel (que quiere decir “el que lucha con Dios”); de ahí que a su descendencia se la reconozca como la de “las doce tribus de Israel”.
Jacob
decidió dejar Padan-aram y retornar a su tierra. Lo hizo sin avisar a su suegro
quien optó por perseguirlo: se había llevado a sus hijas y nietos, pero también
a sus ídolos (Raquel los había escondido). No obstante, Labán le dio su
bendición y permitió que continuara con su viaje; Jacob hizo adelantar a sus
mensajeros con ricos presentes para intentar dulcificar a su hermano. Para su
sorpresa, Esaú lo recibió con afecto y no quiso aceptar los presentes, dijo que
ya tenía suficiente, que no le guardaba rencor y que estaba muy feliz con su
regreso... Colorín, colorado; fueron felices, comieron perdices y siguieron sembrando raíces...
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