24 noviembre 2023

Una insoportable liviandad

El pasado julio falleció en Paris Milan Kundera; era donde residía desde 1975, tenía 94 años. Con ello se esfumaría la posibilidad de que se le concediera el Premio Nobel de Literatura, ya que la distinción solo se otorga a escritores vivos. Esa pudo haber sido, por un tiempo, una esperanza exigua aunque la mejor oportunidad pudo haberse concretado hacia fines del siglo pasado, en especial cuando otro checo, Jaroslav Seifert, poeta que se hallaba enfermo y postrado, fuera galardonado en 1984. Se había rumoreado que la Academia Sueca habría consultado a la disidencia checa respecto al probable destinatario. Se dice que el grueso de sus integrantes así lo habría sugerido.

Kundera había nacido en Moravia. He vuelto a leer estos últimos días su obra más conocida, La insoportable levedad del ser; lo he hecho tal vez treinta años después. No digo “releer”, con intención, porque aunque tenía indicios de que ya lo había hecho, realmente no lo recordaba… Había revisado todos esos subrayados, notas y marcas que había puesto en los márgenes, y no podía terminar por convencerme que era una obra cuya lectura ya había registrado. Sé bien que nunca una nueva lectura es idéntica a la anterior; que quizá las experiencias que median entre dos lecturas pueden significar que una misma obra sea interpretada no solo como si fueran dos libros distintos, sino hasta como una lectura efectuada por dos lectores diferentes…

 

A ratos he tenido esa extraña impresión en base a esas marcas y apuntes; se me ha antojado similar a la sensación que pudiera producirnos un texto que, a pesar de que no lo hubiéramos leído, quisiéramos dar la engañosa impresión de que ya lo habríamos hecho… Han sido otras líneas –esta vez– las que he querido remarcar, y otros los episodios que he decidido resaltar. En treinta años nos pueden pasar tantas y tantas cosas… Algo en la forma de identificar mis libros (una marca con una antigua dirección de correo), me ha persuadido que ese y otros libros de Kundera ya habían recibido mi atención.

 

Estoy convencido de que las obras de Kundera merecen una mejor traducción. Siento que los tiempos del verbo podrían ir más de acuerdo con la naturaleza del relato; de otra manera se distorsiona el ritmo de la narración y ello nos produce la impresión de que la historia no tiene un relato lineal, que se trata de una yuxtaposición de anécdotas, reflexiones y episodios que le van dando una estructura artificial a la novela. La obra se convierte así en una historia de amor intercalada por apuntes filosóficos, acontecimientos históricos e, incluso, posturas y episodios políticos. El lector alimenta entonces la persuasión de que hay inserciones añadidas al azar, notas aisladas que pudieron integrarse en cualquier otro de los demás capítulos.

 

Esto quizá define el estilo literario de Kundera. Son justamente esas interpolaciones, con datos y reflexiones que dejan por momentos de lado la trama del relato, las que pasan a convertir sus novelas en propuestas más adecuadas tal vez para la disertación o el ensayo. Esas anotaciones reflejan las tendencias filosóficas del escritor, especialmente la influencia que le habrían marcado los filósofos alemanes, cuya senda fue seguida por Nietzsche, y que sembraron las inquietudes del pesimismo o del existencialismo. Esas notas exhiben, además, su notable erudición y esa elevada formación que él se había preocupado por adquirir.

 

No debe olvidarse, que hace tan solo treinta años existía en el mundo una gran dicotomía, había una realidad política diferente; se sentían en el campo internacional las olas y reflujos que producían las controvertidas expresiones de la guerra fría, sujetas ellas al predominio que generaban sus focos de influencia. Así, era inevitable que el autor expresase su compromiso nacional, si no ideológico; testimonio que estaría de acuerdo con el papel que muchos consideraban –en esos conflictivos años– que era el papel que le correspondía asumir a la literatura, siempre en defensa de los valores humanos y de la libertad de los pueblos.

 

Kundera había sido expulsado dos veces del Partido Comunista; por ello, quizá no se sentía cómodo identificándose como un “escritor político” obligado a transmitir un mensaje. Sus obsesiones se relacionaron con temas como la identidad, el eterno retorno o el exilio. En lo personal, y en cuanto a la obra referida, estimo que las secciones mejor logradas están incluidas en los primeros capítulos de la Sexta parte (La gran marcha). Pero, desde el punto de vista afectivo, es notable el tratamiento que dio el escritor, con empatía y sutil delicadeza, a aquella especial relación que a veces logramos mantener con nuestras propias mascotas, siempre disfrutando de su compañía y de su imponderable nobleza. Ese es el tema de la Séptima parte (La sonrisa de Karenin).


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario