16 febrero 2024

Historia de un danzante

Hacia los últimos años del siglo pasado, mientras efectuaba uno de mis vuelos con el A-340 a Paris, había quedado con Juan Cueva, entonces embajador en Francia, en ir a disfrutar un magré de canard en un bistrot vecino al Arco del Triunfo. Aunque éramos concuñados, no me unía con Juan una coincidencia ideológica en lo político. No obstante, él era hermano político de mi esposa y primo hermano de quien fuera mi madre “política”... A último momento, se nos juntó Jorge Enrique Adoum, un conocido escritor ecuatoriano a quien yo no había conocido. Juan, cuya conversación estaba siempre adornada de anécdotas y leyendas, me lo presentó: “Jorge Enrique es escritor y poeta –me comentó– , fue secretario de Pablo Neruda y es uno de los compositores de la famosa Vasija de Barro”.

Jorge Enrique me llevaba con unos 25 años y, aunque hasta entonces no lo había tratado, estaba enterado que era padre de Rosa Ángela, una chica atractiva y muy preparada que ejerció una breve función como asesora del alcalde Jamil Mahuad. Pasadas casi dos décadas luego de ese almuerzo tripartito, di por casualidad con una nota escrita por el poeta ambateño en Facebook (no descarto que pudo tratarse de una reproducción, pues Adoum había fallecido en 2009). En ella relataba como, estando en casa de Oswaldo Guayasamín y en compañía de otros artistas y escritores, se había compuesto la que sería la letra improvisada del tan conocido danzante:

 

“Una tarde, fuimos con Jorge Carrera Andrade y Hugo Alemán a la casa de Oswaldo Guayasamín. Allí estaban Gonzalo Benítez y Luis Alberto Valencia (los “Potolos”, el dúo más célebre de la música ecuatoriana), Lilian Robinson (entonces cuñada de Rolf Blomberg, periodista y uno de los mejores fotógrafos del mundo, casado luego con Aracely Gilbert) y el pintor Jaime Valencia. En el suelo, apoyado contra la pared, había un cuadro reciente de Guayasamín titulado Origen. Carrera Andrade advirtió que, en esa ‘maternidad’, el feto aparecía en el vientre de la madre en la misma posición que los cuerpos en las esculturas precolombinas. En algún momento, Jorge tomó al azar, de la biblioteca de Oswaldo, un libro que resultó ser Por el camino de Swann de Marcel Proust, que tenía cuatro páginas de guarda al final; en una de ellas escribió una primera estrofa (“Yo quiero que a mí me entierren/ como a mis antepasados/ en el vientre oscuro y fresco/ de una vasija de barro”)…

 

…“El volumen comenzó a circular (Lilian Robinson se excusó) y Hugo Alemán escribió la segunda estrofa: (“Cuando la vida se pierda/ tras una cortina de años/ vivirán a flor de tiempo/ amores y desengaños”). Le tocó el turno a Jaime Valencia: (“Arcilla cocida y dura/ alma de verdes collados/ barro y sangre de mis hombres/ sol de mis antepasados”), y después a mí: (“De ti nací y a ti vuelvo/ arcilla, vaso de barro/ con mi muerte yazgo en ti/ en tu polvo enamorado”). Alguien leyó en voz alta el resultado final. A ninguno de nosotros se le ocurrió que ese texto podría transformarse en una canción, pero recuerdo que de golpe, el libro, abierto en sus últimas páginas, estaba frente a los Potolos como una partitura. Minutos más tarde, tras haber escrito algunas notas en un pentagrama, frente a la página del texto, estrenaban Vasija de Barro…” (sigue luego una explicación de cómo la canción fue haciéndose famosa).

 

Hace no mucho, revisando la biografía de J.E. Adoum, me topé asimismo con una referencia que me llevó a otra reseña, la infaltable de Vasija de barro. Al echar un vistazo a las propias referencias de este último tema, caí sin querer y por pura casualidad, en la página web de la revista Achiras (achiras.net.ec), en la que se contaba una historia muy parecida (difiere en que los ‘Potolos’ no habrían estado presentes –por lo menos inicialmente– y en que Blomberg, el padre de mi amiga Marcela, también hubiese integrado el grupo aquella tarde). En el relato se incluyen sendas biografías de los autores, así como del anfitrión, y propiciador y responsable del episodio referido.

 

En la nota de Facebook consta, asimismo, a manera de recuerdo y testimonio, una fotografía del manuscrito (con sus marcas y tachones incluidos) así como un pentagrama con su respectiva frase musical; todo borroneado en aquellas páginas finales del primer tomo de En busca del tiempo perdido, del escritor francés.

 

Nota 1: de acuerdo a lo consultado, el ‘danzante’ es un aire en compases de 6/8, cuya melodía va acompañada de acentos rítmicos por medio de acordes tonales y golpes de percusión en el primer y tercer tercio de cada tiempo. Nota 2: la ‘achira’ (¿la atzera?), es una planta de flores coloradas que vive en terrenos húmedos (de su raíz se obtiene un almidón que sirve para elaborar panecillos y bizcochos; su hoja es utilizada  para envolver los tamales).


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