06 febrero 2024

Otro mandamiento más

Nunca estuve de acuerdo con los diez mandamientos. No es que yo hubiera demandado un poco más de libertad; era que cuestionaba que fueran preceptos negativos (no matarás, no robarás, no mentiras), no, no y no, como en aquella balada... Ya lo expresé alguna vez, en este mismo blog, ¡qué distinto sería el mundo, si en lugar de que las tablas de la ley fueran tan “negativas”, nos dijeran: ¡sé, trata, procura! Bien visto, el mismo concepto de la ley es también negativo. El Código Civil establece en su primer e inicial artículo: “La ley es una declaración de la voluntad soberana que, manifestada en la forma prescrita por la Constitución, manda, prohíbe o permite”. Nunca dice: “insta, inspira, provoca, insinúa, recomienda, sugiere”… Sí, creo que hace falta un nuevo precepto adicional…

Ya en mi primera visita a un muy importante puerto asiático que sería más tarde mi hogar por doce largos años, me di cuenta de esta curiosa –y harto mosaica– filosofía: no cruzar la vía en media calle; no mascar chicle, no estacionar con la parte posterior hacia la calzada, no botar las colillas en las veredas, no comer en el subte, no orinar en la vía pública. ¡No, no y no! Y… ¿funcionaba? Claro que sí, pero porque si no se hacía caso, si se actuaba de manera rebelde o díscola, venía un rígida y desproporcionada multa. Cualquier falta o infracción, por mínima que esta fuera, era penada con cien, doscientos, quinientos dólares. Pero, ¿eran las multas iguales para todos? Claro que sí, pero esa era precisamente una parte del problema: la multa no era equitativa: afectaba, castigaba más a los más pobres.

 

Pero lo último tampoco era lo más importante: la gente se había acostumbrado a que si la multa no era considerable, era entonces ‘pasable’ no hacer las cosas cómo se debe. En otras palabras, había una respuesta visceral, la gente se “comportaba bien” por temor al castigo. No se fue creando una cultura positiva: saber entender lo perjudicial del propio mal comportamiento y tomar la iniciativa para tratar de hacer siempre lo correcto, lo más eficiente y civilizado, lo más conveniente (no solo para uno mismo, sino para toda la comunidad). Nunca me extrañó, por lo mismo, que a mi ocasional ciudad huésped se la fuera conociendo urbe et orbi (en la ciudad y el mundo) con el remoquete de “The fine city”, lo cual no quería decir “la ciudad buena”, sino simplemente “la ciudad de las multas”, con el otro sentido que tiene la palabra fine.

 

Ya de vuelta al país, comprobé y corroboré que acá no había ni lo uno ni lo otro… No solo que no existían preceptos positivos, que no había recomendaciones o sugerencias, que no había frases inspiradoras, sino que tampoco había los preceptos negativos (no pintar grafitis, está prohibido estacionar junto a las aceras pintadas en amarillo, etc.); no, ni siquiera aparecían donde debían estar. Es más, curioso e insólito como pudiera sonar: se había impuesto una suerte de “ley de la selva”, la gente ya no hacía caso ni a las normas negativas, se había acostumbrado a incumplirlas y también se había acostumbrado a las recurrentes transgresiones de los demás.

 

Dejando a un lado, por ahora, nuestro comportamiento en lo personal (que también es importante) creo que en nada se expresa mejor nuestro actuar irrespetuoso y desordenado como en los trámites públicos y en nuestra actitud frente al tránsito vehicular; y, claro, es en esas mismas situaciones cuando mejor se refleja la ausencia de esos necesarios preceptos positivos. ¿Por qué no ceder el paso? (y no al que tiene derecho de vía, sino a quien vemos que parecería estar esperando). ¿Por qué no estar atentos al cambio del semáforo, tanto para desacelerar como para avanzar?, ¿por qué no utilizar con anticipación la luz direccional si nos proponemos virar? De nuevo, ¿por qué no aplicar preceptos positivos?, como: sé cordial, trata de ceder el paso, procura estacionar de reversa, haz un esfuerzo por no descargar en otros tus frustraciones, sé paciente, maneja tranquilo, ayuda a los otros a seguir en paz.

 

Aprovecho esta nota para hablar de algo a lo que se asigna muy poca atención: es el irregular cuidado con el que solemos estacionar. En efecto, con la rara excepción de utilizar la correcta maniobra –y el espacio provisto– ‘solo’ en centros comerciales, la gestión de estacionamiento deja mucho que desear. Usando un término bastante mal utilizado en estos días, diré que una gran mayoría de conductores estaciona en forma ‘desarticulada’, no solo que no centran el vehículo en el espacio asignado sino que no toman en cuenta el espacio de maniobra de sus vecinos. En cuanto a por qué estacionar de reversa... ¿han pensado en la posibilidad de un desastre? O, ¿qué tal, una batería descargada, si estacioné de frente y están ocupados los espacios laterales?


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