02 agosto 2025

La Plaza de Iñaquito *

  * Título original: La demolición de la memoria.  Escrito por: Mauricio Riofrío Cuadrado

En Quito, ciudad de conventos, campanas y contradicciones, la modernidad ha decidido pasar la retroexcavadora por la historia, se ha confirmado lo que muchos temían y otros esperaban con ese fanatismo posmoderno que confunde civilización con demolición: la Monumental Plaza de Toros de Iñaquito, inaugurada en 1960, será destruida. No renovada, no reinterpretada, no resignificada, será simplemente, reducida a polvo, como se borran los recuerdos incómodos o los abuelos que ya no combinan con el sofá minimalista de la casa.

 

El progresismo mal entendido, el animalismo de pancarta, el desarrollismo inmobiliario y la estética anodina del shopping, han hecho causa común para sepultar uno de los espacios culturales más significativos de la hispanidad en los Andes. No se demuele una plaza, se demuele una época; y ellos lo hacen con la sonrisa de satisfacción de quienes creen que demoler una tradición es el acto más sublime del progreso. Lo hacen luego de que se llenaron los bolsillos y elevaron su ego cuando adquirieron un status que nunca merecieron, son tan pobres que solo tienen dinero…

 

¿Pero quién necesita una plaza de toros cuando se puede tener un centro comercial con nombres en inglés, cafés veganos y toros de peluche ecológico? ¿Quién va a llorar por un coso taurino si tenemos influencers que defienden la biodiversidad mientras se toman selfies con sus bulldogs franceses en la Mitad del Mundo? El Quito de hoy, ya no tolera la contradicción, la tensión, el rito, solo acepta lo deslactosado, lo plano, lo repetible.

 

En 1960, cuando se inauguró la plaza, Ecuador apenas aprendía a soñar con la modernidad, la obra fue una afirmación de identidad, de continuidad cultural de una tradición hispanoamericana viva, donde lo trágico y lo bello se fundían en la arena. En América, la tauromaquia fue siempre mucho más que sangre y capotes: fue símbolo, honor, ritual, arte, duelo entre lo humano y lo animal, lo cual nunca supieron distinguir, ni valorar, aquellos adoradores del becerro de oro, mercaderes arrogantes por fuera y simplones sin fondo por dentro.

 

Por la Monumental Plaza de Quito pasaron artistas, poetas, pintores, políticos, toreros de leyenda, cronistas de alcurnia, pero sobre todo pasó el pueblo, con su proverbial sal quiteña, su bondad y su inteligente agudeza para diferenciar entre el espectáculo y el ritual, se divertía con lo primero y se emocionaba con lo segundo.

 

¿Y ahora qué? ¿Vamos a destruir todo espacio que no se acomode a los requisitos morales del momento? ¿Borramos también la mitad del Centro Histórico porque no está habitado? o el convento de San Francisco porque no tiene rampa para bicicletas eléctricas?

 

El rumano Emil Cioran entre sus disquisiciones sobre el desencanto del porvenir escribió: “El futuro es ese lugar vulgar donde todo lo sublime muere.” Y tenía razón. La Plaza de Toros no murió por la fuerza del tiempo, sino por la vulgaridad del presente, la de una clase política que fungía de revolucionaria cuyos líderes ahora están prófugos, presos y procesados por corruptos y ahora hasta por violadores sexuales. Destruyeron lo que no comprendían.

 

A los promotores de esta demolición les vendría bien leer a Octavio Paz: “La modernidad no es un hecho, es una idea. Y como idea, se pervierte cuando se vuelve dogma.” Hemos hecho de lo nuevo un ídolo y como todo los ídolo, exige sacrificios. Hoy le toca a la Plaza de Toros, mañana será el turno de otro símbolo que no encaje con el edulcorado paisaje de esta ciudad que, en nombre de no molestar, ya no conmueve a nadie porque simplemente eligió el olvido...

 

¡Aplausos para la retroexcavadora! Es el emblema, sin alma, de la nueva Escuela Quiteña.

 

Si hubieran vivido en aquella época, Pabel y los hermanos Dalton, hubiesen fulminado a Miguel de Santiago, Manuel Chili “Caspicara” y Bernardo de Legarda…


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31 julio 2025

Semántica de 'atorrante'

Resulta fascinante el significado que tienen las palabras. Más fascinante aún, la evolución que sus sentidos tienen, siempre en acuerdo con la época y el lugar donde aquello va ocurriendo.

 

Hablábamos el otro día del reciente Mundial de Clubes y coincidíamos en su aparente éxito, a pesar del arbitrario sistema de selección, del calor reinante (aunque poco se puede hacer con relación al clima, que no sea escoger mejores horarios o estadios más adecuados). En cuanto a lo primero, hubo una cierta disparidad en el nivel de algunos equipos, incluyendo uno cuya participación pudo estar motivada por factores que giraban alrededor de la imagen que genera un solo jugador o el propósito de promocionar mejor el fútbol (soccer) en los Estados Unidos.

 

Fue inevitable argumentar que el criterio de dicha selección no debió ser afectado por el impacto financiero de un determinado jugador, sino por la voluntad de propender a un nivel más competitivo y equilibrado, que propenda no solo a satisfacer la calidad de la competición sino a asegurar el prestigio del certamen. Al mencionar a ese jugador utilicé el sustantivo “atorrante”, pues me parecía cargante que se le siga dando tanta relevancia a pesar de su evidente declive. Lo dije con el sentido de pesado o cansino, nunca con el de vago o dormilón, o con el del sinvergüenza que va de aquí para allá, aprovechándose de los demás, a cuenta de su pretendida fama.  

 

Pude darme cuenta ipso facto –al recibir un comentario discrepante– no solo que el término goza de una plétora de significados distintos, y hasta opuestos, sino que muchas personas, basándose en una aparente cercanía fonética confunden atorrante con arrogante… En efecto, el argumento que se me esgrimió era que el interfecto o aludido era, más bien, bastante humilde. Estoy seguro que si conducimos una encuesta y consultamos por el sentido que corresponde al vocablo ‘atorrante’, y proporcionamos diversas alternativas (como vago, arrogante, pesado, sinvergüenza, aprovechado e insufrible) habremos de recolectar un sorpresivo caleidoscopio de opiniones (pruébelo usted mismo, pero le recomiendo admitir una sola respuesta).

 

Me permito aquí una digresión adicional: pudiera haber una leve variación en el sentido de la voz, dependiendo de si se la usa como adjetivo o sustantivo. Asimismo, sería importante no confundir lo particular con lo universal, pues todo arrogante es un pesado, pero: no por el solo hecho de ser pesado, todo pesado es necesaria y definitivamente un arrogante… He de coincidir con la mayoría en que hay palabras que al ser escuchadas, no nos queda más (y mejor) alternativa que atinar a preguntar con oportunidad con qué sentido se las utiliza…

 

Es probable que sea la zona del río de la Plata donde más se usa el vocablo en referencia. Para un diccionario del lunfardo argentino que he consultado, ‘atorrante’ es un vocablo que significa “holgazán, sinvergüenza, vago que anda de un lado a otro, sin oficio”. Dice también que el verbo “atorrantear” es “vagar sin oficio, ociosamente”; y define “atorrar” como dormir; y “atorro” como sueño. Bien habría dicho Enrique Santos Discépolo que “Lo que muchos llaman lunfardo es el brillo de la imagen popular, una nueva forma de metáfora; es el lenguaje propio de la canción”, epígrafe que encuentro en el Diccionario etimológico del lunfardo de Oscar Conde.

 

El diccionario de la Real Academia parece más bien refrendar el sentido que se da al término en el sur del continente; dice que viene del dialectal atorrar ‘haraganear’ y que significa vago u holgazán; o desfachatado y desvergonzado. Habremos de coincidir en que, aun en el caso de que ese significado sea el correcto, su definición estaría incompleta: existen muchos otros usos en los distintos países para dar un significado a esa misma palabra. De acuerdo con la Wikipedia, si bien en algunos países atorrante es un individuo sin domicilio fijo, un vagabundo o un mendigo; en otros, en cambio, se usa para describir a alguien pesado, necio o molesto. Se trataría de una persona cargante, fastidiosa e inoportuna: un pelma (apócope de pelmazo).

 

No descarto tampoco que el vocablo pudiera tener origen en el latín (torrare quiere decir asar o tostar). A pesar de su incierta etimología, parece ser una voz utilizada en varias regiones del norte de España con carácter coloquial (en euskera, ‘atorra’ significa camisa)… Tostón (de tostar) sería el paradigma de lo aburrido y bien pudo haber dado lugar a voces como ‘tórrido’ (pesado, agobiante, insufrible, insoportable) o, incluso, torrente (corriente impetuosa).



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28 julio 2025

Explorando El Quijote

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres (cuartas) partes de su hacienda”. Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

 

Asistí a un sepelio hace pocos días. Y, mientras un familiar efectuaba al elogio fúnebre, mencionó algo que pronto relacioné con mis lecturas de El Quijote. Se refirió él a una pócima de los tiempos de las novelas de caballería: el famoso “bálsamo de Fierabrás”. De inmediato me prometí que, una vez llegado a casa, revisaría la naturaleza de esa poción o brebaje y quién mismo habría sido tan conspicuo personaje. Una vez en casa y puesto a cumplir con mi tarea, caí en cuenta que ubicar aquello en las varias ediciones que poseo, hubiese constituido no solo una ímproba faena, sino que era más fácil “bajar” el texto digital y utilizar la herramienta requerida…

 

Así fue como di con la expresión en el Cap. X de la Primera parte en la que don Quijote confiesa a Sancho la existencia de ese raro bálsamo y le confía que conoce la fórmula para elaborarlo. En el Cap. XVII Alonso Quijano pide que le preparen el mágico mejunje; más tarde, Cervantes relata los contradictorios efectos que el nauseabundo potingue (vino, aceite, romero y sal) produjo, tanto en el disparatado caballero como en su fiel escudero: aquél padece de vómitos y sudores; este, de efectos laxantes y siente la cercanía de la muerte… El bálsamo resulta así un falso remedio, una suerte de placebo, una fraudulenta panacea sin resultado confiable.

 

En el Medioevo habrían abundado los remedios preparados en botica (bálsamos, ungüentos, emplastos, aceites reparadores); estos eran de uso tópico o de ingestión oral, que se fabricaban con diversas substancias y estaban destinados a curar heridas y más enfermedades. Para el caso del bálsamo de Fierabrás, era necesario usar romero, hierba a la que se han atribuido múltiples propiedades, siendo un conocido colerético, diurético y espasmolítico. En Italia (siglo XVI), habría existido también un producto similar: lo llamaban bálsamo de Fioravanti, habría estado compuesto por trementina, incienso, mirra, resina, clavo, jengibre, canela y laurel. Le atribuyeron propiedades portentosas. Quién sabe, quizá inspiró el nombre de nuestra gaseosa vernácula…

 

Fierabrás, por su parte –del francés Fier-à-bras–, significaría tener «brazo bravo», «fanfarrón, o bravucón». Sería, en versión castellana, un personaje legendario –y por tanto ficticio– que ya figuró en los cantares de gesta del ciclo carolingio y en las hazañas de los doce Pares de Francia. Hijo de un rey de Alejandría, lo describen como un guerrero sarraceno de enorme estatura, incalculable fuerza y bondadoso corazón; muy diestro en el manejo de las armas.

 

Pero no ha sido sino hace unas pocas semanas que escuché en un programa político, que un facultativo, propietario de una importante clínica guayaquileña, utilizaba una conocida frase que yo había leído que NO pertenecía a Don Quijote de la Mancha y, tampoco, por lo tanto, a Miguel de Cervantes. Era aquella que con frecuencia se le atribuye: “Los perros ladran, Sancho. Señal es de que avanzamos”. Del igual manera, tomé los textos de las dos partes (en la versión de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos del Ayuntamiento de Toledo - 1859) y me di al cometido de intentar esa búsqueda con la misma frase u otras parecidas, y aun probar con palabras como perro y algunos modos de los verbos ladrar, avanzar y cabalgar: ¡pero nada!

 

Del mismo modo que con la primera referencia (la relacionada con Fierabrás), que la encontré en la página de theconversation.com, esta otra, la referente a los supuestos perros ‘ladrones’ la obtuve del blog de la escritora Sandra Flores. Allí corroboré que tal autoría –la de Cervantes– era realmente un mito. Tal parece que hacia 1808, fue Johann Wolfgang von Goethe quien publicó un poema que tituló “Labrador”, cuya letra dice: “Cabalgamos por el mundo / En busca de fortuna y placeres / Mas siempre atrás nos ladran / Ladran con fuerza… / Quisieran los perros del potrero / Por siempre acompañarnos / Pero sus estridentes ladridos / Solo son señal de que cabalgamos.

 

En 1916, Rubén Darío habría usado la misma frase (quizá en uno de sus impulsos creativos): “Deja que los perros ladren Sancho, es señal de que avanzamos”. Habría sido ese, su modo de responder a quienes lo denostaban por su origen mestizo. En ese blog se dice que la fuente de la frase, más bien pudiera estar en un antiguo proverbio turco o, aun, en una sentencia de origen griego…



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25 julio 2025

El arte de la digresión

Era inglés. Quiso la casualidad que naciera en el sur de una isla que antes se llamó Reino de Irlanda. Lo bautizaron de Laurence (no Lawrence ni Lorenz) y su apellido era Sterne. Vino al mundo bajo el signo de Sagitario, hacia el final de noviembre de 1713. Nacía cien años después de que un lisiado de su mano izquierda publicara la segunda parte de su Ingenioso Hidalgo. Nadie se imaginaría que tendría una vida bastante corta: murió a los 54 años.

A los 24 fue ordenado de diácono; a los 25 ya era sacerdote anglicano. Cometió matrimonio a los 28 y cuentan que tuvo una serie de aventuras extramaritales que le otorgaron fama de libertino. Fue escritor y humorista; autor de una novela –curiosamente desconocida por muchos– que lleva por título La vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero. Fue pobre gran parte de su vida; prolífico escritor de sermones y panfletos políticos, dominó la sátira con el ejemplo de Rabelais (Voltaire diría que lo superó) e incursionó en la novela inspirándose en Cervantes. Influyó en el estilo de un gran número de importantes escritores que vendrían luego. Representaría la resurgencia del “lúcido cultivado”. Goethe lo elogió como “el más soberbio espíritu que jamás haya vivido”…

 

Llegué a Sterne gracias a Javier Marías. Él tradujo el Tristram Shandy; Marías comentaba que para Nietzsche esa era la novela "más libre" de todos los tiempos. Un día, buscando una lista de las mejores novelas jamás escritas, di con una selección de Arthur Schopenhauer: la incluía entre las cuatro mejores… Ingenioso y erudito, Sterne utiliza el humor, la digresión y las insinuaciones (innuendos, en inglés) para entretener y cautivar a quien sigue sus hilarantes historias. Tristram Shandy es realmente un cuento largo, un cuento interminable, una historia que no parece terminar nunca. Sterne es uno de los precursores de la literatura experimental, entendida como aquella que desafía a los cánones y se interroga a sí misma; que reta las convenciones y prueba nuevas técnicas y artificios.

 

Nada hay que caracterice mejor su estilo que sus frecuentes digresiones. Son interrupciones que cortan la estructura linear del relato, que no siguen un orden temporal. No bien Sterne empieza a contar una historia o trata de reiniciarla, cuando de pronto la suspende con la promesa de volverla a retomar (¿no nos pasa lo mismo cuando contamos una anécdota, o conversamos?). O, como él mismo lo expresa: “Ningún autor… presumiría de saberlo todo: el verdadero respeto que se puede dar a la comprensión del lector, es proporcionar solo parte de algunos asuntos (…) y dejarle a él algo para imaginar por sí mismo”. Esa habría sido su divisa, según explica Marías: "I progress as I digress", escribió; o lo que es lo mismo: "Progreso con las digresiones": avanzo el relato a través de ellas.

 

Se ha dicho de Sterne que fue uno de esos autores que se contentó con escribir una sola gran obra (un ‘One-hit wonder’), al estilo de el Arcipreste de Hita en el XIV (El libro del buen amor); o, Emily Brönte (Cumbres borrascosas); o, J.D. Salinger (El guardián entre el centeno); o, un Boris Pasternak (Doctor Zhivago), autor este cuyo solitario esfuerzo le valdría ese premio Nobel que nunca aceptó. Pero no seamos injustos: tiene para muchos otra obra que quizá sea mejor reconocida: se llama Viaje sentimental por Francia e Italia. Así y todo, Tristram Shandy es su libro más buscado; hoy el título ha entrado en el vocabulario popular inglés para describir a los individuos de sorprendente imaginación e ideas geniales e inusitadas.

 

Javier Marías también reconoció que: “Tristram Shandy puede ser considerada la novela más cervantina posterior al Quijote y que es el precedente más claro y directo del Ulises de Joyce: tanto por la complejidad de su estructura, como por su excéntrica ambición; por su carácter innovador e irrespetuoso, y por la dificultad de su lenguaje; por sus endiablados juegos de palabras y su disparatada erudición; así como por sus atrevimientos sintácticos, tipográficos o su peculiar puntuación; por su incesante humor… para muchos intraducible. No puedo dejar de recordar que Sterne fue un precursor del flujo de conciencia (el monólogo interior).

 

Nota: hay párrafos que pudieran prescindirse en la novela (los sermones, por ejemplo). Son pasajes que si no invitan al tedio, solo aportan a hacer más extensa la obra. Renunciar a ellos (no suprimirlos) pudiera hacer la lectura más ágil, y permitirnos disfrutar más de la narrativa. Tampoco debería disociarse la obra de su contexto histórico (la novela se escribió hace casi 300 años…). Yorkshire, lugar donde se desarrolla la trama, significa condado de York. No debe decirse por tanto ‘condado de Yorkshire’ (‘shire’ ya significa condado).


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22 julio 2025

Declaraciones y monólogos *

 * Escrito por Álex Grijelmo para la revista Babelia. Título original: Sin preguntas no hay rueda (de prensa).

Vi y oí con estupor que en multitud de medios se denominaba “rueda de prensa” al monólogo (mejor llamarlo así) ofrecido el 5 de junio por Leire Díez, entonces ya ex militante del Partido Socialista Obrero Español, PSOE, protagonista de una de esas grotescas comedias políticas de gran impacto que enseguida nos hacen olvidar a la anterior y que a su vez quedan relegadas por la siguiente.

 

La falta de respeto en el periodismo de hoy hacia el idioma está alcanzando cotas que reflejan la degradación general del oficio. Porque todo va junto. Las construcciones sintácticas deficientes, las repeticiones de vocablos, la ausencia de voluntad de estilo, la pobreza léxica, el abuso de anglicismos innecesarios y a menudo incomprensibles incluso para quienes saben inglés… forman una combinación de defectos que conduce a la falta de rigor semántico y a la consecuente manipulación de las palabras.

 

“Rueda de prensa” se define con claridad en el Diccionario de las academias: “Reunión de periodistas en torno a una figura pública para escuchar sus declaraciones y dirigirle preguntas”. Por tanto, no se puede hablar de “rueda de prensa” si se ha prohibido a los informadores interpelar a la persona convocante.

 

Esta locución se basa en dos sustantivos muy transparentes: “rueda” y “prensa”. “Rueda” se vincula aquí con la séptima acepción del vocablo, relativa a “turno, vez, orden sucesivo”, y que evoca por tanto una serie de preguntas planteadas en orden siguiendo un turno; en concurrencia con su segunda acepción: “círculo o corro de personas o cosas”; en este caso de periodistas. O sea, de prensa. Todo clarísimo.

 

Por tanto, no se puede tratar como “rueda de prensa” la farsa montada por Leire Díez, ni tampoco las situaciones similares protagonizadas por otros políticos o personajes públicos que no admiten preguntas. Algunos periodistas combinaron esa expresión inadecuada con otra también sospechosa: “comparecencia”. El significado tradicional de esta palabra (desde el primer diccionario académico, en 1729) requería la convocatoria de un juez o de un superior jerárquico. En 1956 se extendió a citaciones como las de una autoridad en general o un Parlamento. Y en 1992 se empieza a notar la influencia del periodismo, porque ya desaparece de la definición incluso el matiz de que para comparecer hace falta ser convocado.

 

Con los años, el uso de los medios ha desvirtuado el contenido histórico de esta palabra (su significado), pero ha mantenido la carcasa de prestigio (su significante) de cuando “comparecer” implicaba cumplir una orden. Sin embargo, los personajes ya no comparecen porque los convoque una autoridad sino que convocan ellos a quien les da la gana, y además ponen condiciones: por ejemplo, la ausencia de preguntas, la duración del acto o el lugar; y la altura del convocante respecto de los demás asistentes: en un plano superior, y no al revés como sucedía en las comparecencias judiciales o ante una autoridad. El compareciente de ahora manda, el de antaño obedecía.

 

Las degradaciones de “comparecencia” y “rueda de prensa” van paralelas, pues, a la degradación de la política y, con ella, a la del periodismo, cada vez más supeditado en su léxico a las conveniencias de otros, cada vez menos rebelde ante el vocabulario ajeno. Ciertos periodistas han olvidado que quien no reflexiona sobre el lenguaje del poder queda indefenso ante él; y acaban pasando por alto que hablar de una rueda de prensa sin preguntas viene a ser algo así como imaginar una rueda cuadrada.


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18 julio 2025

Una cultura de estacionamiento

No, no te vayas, más bien dame crédito cortésmente por un poquito más de sabiduría de la que exhibe mi apariencia —y mientras seguimos, o ríete conmigo o de mi, o en suma haz cualquier cosa— solo conserva tu buen talante Laurence Sterne. Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy. 

La señal de ‘No Estacionar’ no solo es uno de los símbolos más reconocibles que existen: es un elemento que aporta a la seguridad vial, al respeto de la propiedad privada y a la adecuada convivencia en sociedad. Se me ocurre que es tan precaria nuestra cultura de correcto estacionamiento vehicular que no solo que su exigencia debería fortalecerse, sino que amerita la creación de un símbolo que recuerde la obligación de estacionar correctamente.

Así como se puede medir el grado de desarrollo de una sociedad por la condición de sus aceras, así también pudiéramos calificar su grado de cultura por la forma disciplinada, ordenada y respetuosa con que la gente sepa ubicar en forma adecuada sus vehículos en los espacios disponibles. La realidad, por desgracia, es que somos una sociedad de conductores que ni siquiera sabe estacionar. ¡Qué digo! No es que no lo sabemos: no nos importa. Nos vale un soberano rábano estacionar de manera correcta. Parece que no nos interesa hacerlo bien.

 

Hace poco comentaba la incredulidad que siento cuando voy por las mañanas a la panadería y puedo observar el ánimo díscolo de la gente que utiliza los estacionamientos asignados: casi nadie ubica su vehículo dentro del espacio que está marcado; unos se montan en medio de dos espacios; otros estacionan en forma oblicua y no faltan quienes incluso se ubican en forma transversal con el pretexto –imagino yo– de que “ya mismo se van”… Con ello, se crea todo un relajo porque todos paran como les da la gana. Sí, “paran” (no se estacionan) pues a nadie se le ocurre estacionarse en forma racional y exacta, sin ese ánimo mezquino de no dar importancia al perjuicio ajeno (¿no es este un asunto de nobleza?), de preocuparse por considerar la comodidad de los demás.

 

Tampoco a los propietarios de los negocios parecería importarles, es como si esa costumbre indócil y rebelde no afectaría a su propio beneficio, como si ese orden no fuera parte del mismo, como que no les va ni les viene, como si más bien, el desorden tolerado es solo evidencia de que “hay buen negocio”, muestra de que la gente compra; de que a ellos sí les va bien… A nadie se le ocurre ni pintar ni delimitar esos espacios ni poner un anuncio para urgir a los usuarios que estacionen correctamente, que lo hagan bien. Sospecho que, en el fondo, recelan de que para qué han de ponerlo si pudiera ser un esfuerzo inútil, si los díscolos y reacios tampoco lo habrían de respetar.

 

Ni qué pedirles que lo hagan en reversa, por su propio beneficio, por su propia seguridad. Si bien lo pienso, muchos no estacionan en reversa no solo porque no sepan hacerlo sino porque al reducir la velocidad para estacionarse, temen tener que lidiar con la impaciencia, ansiedad y actitud hostil de quien viene por detrás. La mayoría actúa como si nunca necesitaría hacer lo mismo, como si aquel prurito, el de estacionar en forma correcta, sería una forma abusiva, una forma incivilizada de ignorar la comodidad del atolondrado que viene atrás… Vivimos apresurados y ansiosos; solo nos interesa asegurar nuestra prioridad; no nos preocupa ni el tiempo ni la comodidad ajena. A nadie se le ha ocurrido iniciar una sencilla campaña, en pro de la consideración, el sentido comunitario y la civilizada convivencia; una cruzada que nos estimule a vivir en armonía y sosiego, disfrutando de una mejor calidad de vida.

 

Sin embargo, para conseguirlo, debemos respetar a los otros y tratarlos con gentileza. Solo así recibiremos, como contrapartida, un trato civilizado, respetuoso y cordial. Sí… aunque, por lástima, parece más bien una utopía, pero qué bonito sería… Seríamos un país de gente más tranquila y solidaria; un pueblo habitado por gente convencida de que solo el respeto mutuo nos hará merecedores de nuestros derechos, con el compartido y recíproco disfrute de todos aquellos privilegios que nos otorga nuestra libertad. Por ello, propongo crear un sencillo símbolo; consistiría en un rectángulo con un vehículo superpuesto inclinado hacia cualquier lado, con una línea cruzada diagonal para dar a entender que se encarece estacionar con la debida prolijidad.


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15 julio 2025

Irán, la tierra de los arios

Conversábamos en la sobremesa el otro día y alguien se refirió –en forma si no ligera, algo irreflexiva– a los tres mil o más años de cultura e islamismo en Irán (?)… Recordando yo que los actuales habitantes de este país son herederos de los persas, aunque su actual religión no puede ser anterior al tránsito de Mahoma por este valle de lágrimas (fines del siglo VI hasta principios del VII), creí oportuno hacer la aclaración pertinente y exponer que el tipo de islamismo que hoy se practica en esa república, no puede tener más de catorce siglos... De hecho, Mahoma vivió entre el 570 y el 632 de la Era Común. Los persas, por su parte, alguna vez fueron llamados también “medos” (por eso que las guerras entre estos y los griegos fueron llamadas “médicas”).

Mi experiencia con los países musulmanes empieza con mis vuelos en el A340 de Singapur Airlines. Quizá mis primeros vuelos entonces fueron a Emiratos Árabes y Egipto (el “shuttle” Dubai-Cairo), así como algún vuelo ocasional a Pakistán (Karachi y Lahore); sin desconocer que Singapur está también en medio de varios países islámicos (Malasia, Indonesia, Brunei). Bastante más tarde, durante los tres últimos años que ejercí como piloto (en breve contrato con Air Atlanta Icelandic, sirviendo rutas para Saudía, la línea de Arabia Saudita), estuve expuesto en forma cotidiana a volar a diferentes países islámicos: Turquía, Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Irán, Pakistán, Afganistán, Bangladés, Etiopía… sin excluir, claro, al país en el que estuve basado: el reino de la casa de Saúd.

 

Mi vida durante esos tres años estuvo expuesta no solo a un ambiente bastante religioso, sino que por fuerza ocurrió entre cláusulas de oración y minaretes… Pero de lo que hoy quiero hablarles es de los distintos viajes que tuve oportunidad de realizar a Irán, en razón de mi oficio peregrinante (nunca mejor dicho). Mis destinos más frecuentes fueron las ciudades más pobladas: Teherán, Mashad, Isfahan, Shiraz y Tabriz (tienen entre 2.5 y 8 M de habitantes). Las mujeres visten túnicas; los varones, por lo general, utilizan una vestimenta similar a la occidental.

 

Debido al propósito de sus viajes, los pasajeros salían desde su lugar de origen en peregrinaje a los sitios sagrados ubicados en Arabia. En su mayoría, eran varones. Durante el vuelo, cambiaban su atuendo por un par de trozos de lienzo con los que se cubrían la cadera y la parte superior de las piernas, así como también los hombros y parte del torso. Estos periplos se hacían para cumplir con uno de los preceptos de su religión: visitar La Meca al menos una vez en la vida. Al respecto, existen dos tipos de peregrinación: una (la regular) que dura alrededor de una semana y es la más completa, se llama “hajj” (se pronuncia jash); otra, la más corta, se denomina umrah. Ambas visitan los principales lugares sagrados: la Kaaba en La Meca, Medina y las fuentes de Shamsham.

 

El iraní, a diferencia de los pasajeros de sus países vecinos, es algo distinto: no utiliza el avión como si estuviera en un bus en viaje terrestre ni arroja los desperdicios en el piso... tampoco desdeña el uso del cinturón de seguridad (¿para qué hacerlo si se está “en manos de Alá?, como piensan los otros). Algo que para todos es característico, es su costumbre de transportar, de regreso a casa, un bidón de cinco galones con agua bendita, para repartir a sus familias… Para nosotros, pilotos “infieles”, era importante asegurarse de que se había añadido ese peso adicional de 20 kgs por pasajero (se volaba con más de 600 peregrinos), y no olvidarse de hacer un anuncio al momento de aproximarnos al área sagrada de La Meca o de pasar a la cuadra de ese santo lugar...

 

Irán es un país enorme, tiene cerca de 1,7 millones de km cuadrados, siete veces el tamaño del Ecuador); tiene también casi 100 millones de habitantes, de los cuales un 85 % son musulmanes shiítas. Los iraníes fueron sunitas (de sunna, tradición) hasta mediados del SS XVI, cuando se convirtieron en chiitas (que significa 'partidario'). Los shiítas son seguidores de Alí, el primo y yerno de Mahoma. Persia viene de las voces Fars o Pars que significan “tierra de los arios”, un pueblo indoeuropeo. Hay allí relativa libertad religiosa aunque los musulmanes enfrentan la pena de muerte en caso de apostasía. La diferencia entre sunitas y chiíes es que estos sólo reconocen como líderes legítimos a los descendientes directos de Mahoma, y se refieren a ellos como “imanes”.


Irán es una república teocrática desde 1979: un consejo religioso califica a quienes se postulan para dirigir el gobierno. Se lo conoció como Persia desde el primer milenio a. C.; está en Medio Oriente, pero sus pobladores no son árabes; fue conquistado por los musulmanes, a mediados del SS VII.  Es también un país muy rico en petróleo y dispone de grandes reservas minerales. En los últimos años ha desarrollado una gran capacidad nuclear. Casi un 70 % de su territorio es montañoso; he tenido oportunidad de admirar muchas veces los montes Zagros, el macizo montañoso (conjuntos de cordilleras) más extenso que hubiese sobrevolado jamás en mi vida.


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11 julio 2025

Anatomía del esperpento

Ramón María del Valle Inclán había sido un destacado novelista, dramaturgo y poeta español. Nacido en Galicia, vivió a caballo entre los siglos XIX y XX y murió temprano (tenía 69 años). Su nombre de bautismo fue realmente Ramón José Simón Valle Peña, pero lo fue alterando de a poco, para que estuviera a tono con sus manías bohemias o, quién sabe, si para elaborarse un más atractivo heterónimo. Para ello, suprimió el José Simón y eliminó el segundo apellido; adoptó el María y los apellidos de un ilustre antepasado… Algo de estrafalario había en sus modales, facha y vestimenta: se parecían al vocablo que parece que él mismo inventó: ‘esperpento’.

Vestido siempre de negro luctuoso, exhibiendo una silueta enjuta, y una larga y perenne barba, parecía presto a contradecir cualquier asunto y a renegar de cualquier tema. Ya maduro, tenía entonces treinta y tres, tuvo una riña con un colega, se lastimó un brazo que luego se gangrenó y hubo que amputárselo. Su atuendo y empaque siempre fueron característicos: sombrero, chalina o capa, polainas blancas y, sobre todo, esas sus luengas e hirsutas barbas, “las de un chivo”, como las habría calificado el genio de Rubén Darío. Si uno escruta la enciclopedia y da con su propia firma a mano –su rúbrica ológrafa– advierte que esta también luce como el epítome mismo del esperpento, en el que la ‘I’ de Inclán parece una lombriz que intenta taladrar la tierra…

 

Si consultamos el significado de esperpento en el diccionario de la RAE, encontraremos el siguiente contenido: “Concepción literaria creada por Ramón M.ª del Valle-Inclán hacia 1920, en la que se deforma la realidad acentuando sus grotescos rasgos”. Ahí se define el vocablo como “Persona o situación grotesca o estrafalaria”. Esta modalidad, el esperpento, consistiría en ‘tratar de encontrar el lado cómico en las cosas trágicas que ocurren en la vida’; por tanto, y si nos remitimos a sus correspondientes sinónimos, hemos de hallar vocablos como adefesio, ridículo, disparate, espantajo, fantoche o mamarracho. Lo suyo era pues algo «fantocheril»…

 

Al revisar estos términos, me viene, sin querer, un aire tibio de la infancia; este me recuerda el indiscriminado uso en casa de palabras añejas como fantoche o cacaseno. Este manido y abusado término, el de fantoche, equivale a “persona grotesca y desdeñable”, según el mismo DLE, cuyas voces correspondientes son idénticas: adefesio, esperpento, espantajo, mamarracho… Un fantoche es también aquel “sujeto neciamente presumido o presuntuoso (el fanfarrón, fatuo, jactancioso, farolero o alabancioso)”. Es decir, aquel personaje de vestir estrafalario; y, aun también, el muñeco convertido en títere o marioneta (el monigote movido por hilos)…

 

He meditado en estos términos al comprobar cómo, poco a poco, la política (aquí y en todas partes) se ha ido llenando de fantoches y mamarrachos (inútil sería nombrar a todos esos “personajes”: verdaderos payasos estrafalarios que se han ido “distinguiendo” por su atuendo o por su estrambótica actitud)… Y lo propio me sucede con palabras como ‘escrache’ o  ‘escrachar’: “manifestación popular de protesta contra alguien, generalmente en el ámbito de la política, que se realiza frente a su domicilio o en algún otro lugar”. Este último, es un verbo utilizado en forma preferente en países como Argentina y Uruguay; su etimología reza así: (viene) “del italiano schiacciare 'aplastar, presionar, oprimir'; del genovés scracâ 'escupir'; o del inglés to scratch 'arañar, marcar, rayar, dañar’”. Además, significa en el sur del continente: romper, destruir, aplastar (acosar); o, fotografiar indiscretamente a alguien.

 

Scratch, por su parte, se refiere en inglés a esos pequeños golpes o raspones que hallamos en los automóviles y demás vehículos; significa también esas lastimaduras o rasguños que nos hacemos en la piel y que nos dejan una temporal o definitiva cicatriz. To scratch significa rayar o rascar; pero también algo que en el juego del golf es como obtener todo un doctorado: tener cero hándicap o ninguno; es ser todo un profesional. 

 

Pero hay otro ‘Scratch’: es el apodo de la selección de fútbol del Brasil, único país que ha estado presente en todos los mundiales que se han organizado. Así se la empezó a llamar luego de su triunfo en el Mundial de Suecia en el 58; fue el equipo inolvidable de Pelé, Vavá, Garrincha, Zagallo, Moacir y Djalma Santos… Antes la llamaban verdeamarelha (por los colores de la bandera) o canarinha (cuando cambiaron el blanco por el amarillo en 1954). La llamaron Scratch du Oro (Rayón de Oro), en referencia a una técnica que utilizan los ‘Disk Jockey’s (DJ’s) para mezclar las canciones: un movimiento de arriba hacia abajo (como si se rayara al disco) llamado scratch. Aludiría a la acción de mover el balón de similar manera, de lado a lado, con el elegante objeto de practicar el peculiar ‘jogo bonito’


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08 julio 2025

Casuística investigativa

Todos fuimos aviadores (‘avionistas’, como con humor dice uno de ellos). Nos hicimos pilotos y aprendimos a volar en diferentes instituciones o academias. Luego hicimos nuestras “horas” y, más tarde, coincidimos y trabajamos para la misma aerolínea. Ahí compartimos una misma “escuela”, que es como una forma de ejercitar la actitud que demanda el oficio. Una vez retirados, más allá de las personales afinidades, continuamos intercambiando recuerdos, celebraciones y experiencias. Seguimos en contacto y hemos creado un chat. En él, es inevitable no compartir comentarios, participar episodios y criterios. Nuestra actividad no consistió solamente en “ir y volver”; a veces enfrentamos “situaciones anormales”, episodios críticos y hasta emergencias…

Pero algo ocurre cuando suceden los accidentes. Ahí es inexorable cursar noticias o compartir información. Lo hacemos anteponiendo un sano propósito profesional, en forma respetuosa y discreta, internamente y sin tremendismo; considerando el dolor de los allegados a las eventuales víctimas, evitando el vano chismorreo o la especulación. Analizamos las probables causas y los iniciales hallazgos. Unos, apoyados en su preparación académica; otros, en su valiosa experiencia. Algunos respaldados en estudios de factores humanos o investigación.

 

Hay voces respetables, sin embargo, de gente que se opone a hacer o aceptar comentarios de-lo-que-pudo-haber-sucedido, o de las razones y motivos, que pudieran existir para que hubiese sucedido un determinado siniestro… Son voces que no solo reclaman respeto a las víctimas y a sus familiares (en lo que les sobra razón), sino que se oponen, con base a ese mismo respeto, a que se adelanten teorías o prematuros veredictos hasta que no se hagan públicos los análisis oficiales de las respectivas juntas de investigación, juntas que han sido creadas para estudiar las evidencias y emitir una conclusión respecto a esas trágicas ocurrencias.

 

No obstante, reconocemos que nos devora la curiosidad... En un mundo que vimos crecer y desarrollarse en forma tan vertiginosa, queremos saber qué es lo que pudo haber ocurrido, o de qué manera pudo ser evitado por el operador de turno; o cómo proceder, cara al futuro, para que quienes siguen heredando nuestro oficio no tengan que enfrentar las mismas fallas o sorpresas; o, por último, para que no vayan a repetir el mismo error… Eso, y nada más, es lo que hacemos en esos grupos y foros profesionales (que siempre son discretos y privados). En ellos compartimos y aportamos criterios, respecto a lo que es oficial, pues ya es público y se conoce (y tiene respaldo serio y contrastado); o, respecto a lo que hicieron o pudieron haber hecho nuestros colegas. Cotejamos tales situaciones con cómo nosotros hubiéramos reaccionado, basados en nuestra aptitud o inutilidad... Aportamos criterios siempre objetivos y mesurados. Aunque para ello, echamos mano de una cierta intuición no exenta de “sexto sentido” (“insight”)…

 

Ahora bien, si lo hacemos en forma seria y responsable, ¿interferimos o entorpecemos las investigaciones?... Creemos que no, definitivamente que no. Tan solo tratamos de cruzar ideas –entre nosotros– y compartir puntos de vista, animados no por el “qué sucedió”, sino por el “por qué fue que eso pasó”: cómo pudo haber pasado lo que por lástima aconteció. En cierto sentido, solo hacemos lo mismo que, a su modo, están haciendo también los investigadores: nos reunimos en privado para, basados en lo que ya conocemos y en lo que pudo haber ocurrido, analizar el motivo, el porqué de lo que pasó. La diferencia es que no disponemos aún de toda la información requerida; sobre todo, parte de aquello que se reconoce como oficial.

 

No descartamos tampoco, y por lo mismo, que pueden haber ocasiones en que, finalizados ya los estudios y análisis respectivos, podremos a veces no estar de acuerdo o, al menos, no completamente, con lo resuelto por las juntas investigadoras. Hay ocasiones, en efecto, en que no necesariamente terminamos coincidiendo con la apreciación de las causas y motivos, o con la conclusión final, sin desmerecer el saber y especialización de quienes conforman esos entes interdisciplinarios de peritaje a los que ellos aportan con su sabiduría, experticia o intuición.

 

El reciente accidente de Air India en Ahmedabad puede ser un claro ejemplo. No hemos estado a la caza de información actualizada para elaborar apresuradas teorías. Sin embargo, y debido a los inusuales aspectos de lo ocurrido, hemos tratado de analizarlo objetivamente, preguntándonos cómo hubiésemos reaccionado nosotros mismos frente a una situación de  similares características; y, visto ya en retrospectiva, qué pudieron haber hecho mejor esos desafortunados –y hoy ausentes– colegas, para así poder seguir aprendiendo…


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04 julio 2025

En la despedida de Pablo Córdova

Horacio Walpole, literato y aristócrata inglés que vivió en el SS XVIII, habría escrito una frase que siempre me ha dado que pensar: “La vida no es más que una comedia para los que piensan; pero es una tragedia para los que sienten”. A Walpole se le atribuye haber inventado el término ‘serendipity’, voz inglesa cuyo sentido en nuestro idioma equivale, más o menos, al vocablo ‘casualidad’. Serendipity es cuando nos ocurre un feliz hallazgo cuando buscábamos algo distinto. Cristóbal Colón llegando a América cuando quería llegar a Asia pudiera ser un buen ejemplo… Walpole se habría basado en un cuento persa, el de Las tres princesas de Serendip.

Pero, yo tengo mis reservas… un día, mientras volaba la línea de pasajeros para la Singapore Airlines, me llamaron a casa a preguntarme si podía hacer un vuelo carguero a Colombo, la capital de Srí Lanka (qué casualidad: Colón y Colombo son voces parecidas)… Como muchos saben, Sri Lanka es una isla en forma de perla que antes era conocida como Ceylán. Pero, algo que pocos saben es que, esa isla, antes fue conocida con una infinidad de nombres… Hay quienes la conocían por Taprobana (Trapobana es como la llamó Cervantes en el Quijote); y, otros, la apellidaron de Serendip… un vocablo del sánscrito: quizá “La isla de la casualidad”.

 

He repetido esta última palabra con intención, pues hace un par de años Pablo me llamó un día a su casa para pasarme el borrador de un cuento que había escrito… El título se refería a una ciudad de Medio Oriente, y hablaba de episodios que ocurrían simultáneamente. Me dijo que quería dedicárselo a una de sus nietas. El cuento empezaba con un epígrafe; en él se repetía la definición del vocablo ‘coincidencia’, del modo que lo hace la Real Academia… No estoy seguro si quizá lo malentendí, pero recuerdo haberle hecho un par de observaciones. “Tal vez deberías elegir el significado de casualidad; no el de coincidencia”, le sugerí. “¡Pero si son lo mismo! ¿Cuál es la diferencia?”, con ese modo severo que él tenía, me respondió…

 

“No exactamente”, le repliqué. “Creo que en la coincidencia interviene la voluntad humana; no así en la casualidad. Esta, si no depende de la voluntad Divina, lo hace del capricho de una diosa que otros llaman Fortuna” (estamos hoy aquí reunidos por pura coincidencia; pero Pablo se ha ido ayer y no hace una semana, ni después de un mes, y por mera casualidad)…

 

Sea lo que sea, creo que allí surgió un breve desencuentro. Hoy, el recuerdo de ese episodio me lleva a una pequeña reflexión que la quiero compartir: a veces asignamos mucho tiempo y esfuerzo a nuestros conflictos y diferencias, a nuestros desencuentros; pero ello no vale la pena: ¡la vida es demasiado corta! Dicen que es como un relámpago o como un destello… Yo pienso que ni siquiera eso: tan solo es un suspiro entre dos eternidades; un concepto, este, que más de una vez hizo temblar los cimientos de mi propio Credo, los de mi propia Fe…

 

Pablo era un hombre pausado, era un hombre bueno. Era cordial, frugal y discreto… solía ir y volver de su trabajo, todos los días, sin utilizar transporte público. Era un hombre reflexivo, siempre iba a pié… Pero creo también que había algo en lo que nos parecíamos: quizá fuimos demasiado severos a la hora de juzgar a los demás… Antes de despedirme de Pablo, quisiera hacer un pequeño aunque reverente homenaje a una mujer extraordinaria: ella ha sido para nosotros un ejemplo de solidaridad y de paciencia, de perseverancia y resiliencia, de dulzura y de un amor que se avecinó a la santidad: ella es mi querida cuñada María Fernanda…

 

Pablo… estoy aquí para despedirme. A veces creo que pude haber sido un mejor amigo,  un mejor cuñado y un mejor vecino. Discúlpame si alguna vez te lastimé… Quisiera desearte un viaje tranquilo; como decimos los pilotos: que tengas buen cielo, buen viento y buena mar. Te agradezco por todo, querido amigo. Vete sosegado y tranquilo. Y que descanses en Paz…


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01 julio 2025

El aprendiz de brujo *

Escrito por Moisés Naím, para El País de España

Johann Wolfgang von Goethe, vivió entre 1749 y 1832, fue uno de los escritores alemanes más importantes. A los 48 años, publicó una balada, El aprendiz de brujo, que se convirtió en uno de sus textos más conocidos y cuya relevancia perdura hasta nuestros días. El protagonista es un aprendiz que aprovecha la ausencia de su maestro para experimentar con los sortilegios que le ha visto usar. Una de las tareas que más detesta es llenar un cubo con agua del pozo y llevarlo al taller, así que embruja a una escoba para que haga el trabajo por él. Craso error.

 

El suelo rápidamente se cubre de agua, y el aprendiz se da cuenta de que nada puede hacer la escoba porque no conoce toda la magia. Decide pararla cortándola en dos con un hacha, pero cada pedazo se convierte en otra escoba que continúa acarreando agua al taller, cada vez más rápido. La habitación comienza a inundarse aceleradamente. Cuando todo parece perdido, el viejo hechicero regresa y rompe el hechizo, recuperando la normalidad. La historia sirve de advertencia sobre los peligros de manejar el poder sin sabiduría. El aprendiz de brujo se ha convertido en una metáfora para ilustrar situaciones en las que actuar con la arrogancia de la ignorancia desata fuerzas inesperadas e incontrolables.

 

Donald Trump está viviendo esto directamente. No pasa semana sin que se vea obligado a ajustar o revertir algunas decisiones. Su política migratoria está generando un sinnúmero de consecuencias inesperadas. Lo mismo ocurre con sus intervenciones geopolíticas. “Voy a terminar con la guerra en Ucrania en 24 horas”, solía decir Trump. Así se refirió al conflicto entre Israel y Palestina y la guerra en Gaza. Lamentablemente, nada de aquello ha ocurrido.

 

También se ufanaba de su capacidad de negociar con ventaja con Xi Jinping o con Vladímir Putin. Pero hasta ahora ese presunto talento como negociador no le ha servido de mucho. “Xi Jinping es muy duro y es extremadamente difícil llegar a un acuerdo con él”, escribió en sus redes sociales. La supuesta amistad con Putin tampoco ha dado resultados, y Trump ha perdido la paciencia con el ruso: “Putin se volvió absolutamente loco”, escribió en Truth Social. Al igual que el aprendiz de brujo, está descubriendo que algunas decisiones que ha tomado adquieren vida propia y se arraigan. La inflación es buen ejemplo. “Voy a terminar con la inflación”, dijo; pero, sus decisiones han contribuido a exacerbar las expectativas.

 

La guerra comercial que desató Trump ejemplifica esta dinámica de aprendiz de brujo. Sus aranceles, supuestas herramientas mágicas para resolver complejos problemas comerciales, han generado consecuencias imprevistas que se multiplican como las escobas encantadas de Goethe. Cada nuevo arancel provoca represalias de otros países, creando una cascada de medidas que encarecen los productos para los consumidores estadounidenses. Como el aprendiz que cortó la escoba en dos solo para crear más escobas, Trump responde a estas represalias con más aranceles, alimentando así un caos en el comercio internacional. Los sectores agrícolas, manufactureros y de servicios experimentan disrupciones que van mucho más allá de lo que inicialmente anticipó cuando invocó estos “sortilegios” comerciales.

 

Pero nada ha resultado más frustrante para Trump que las actuaciones de jueces que han obstruido sus decisiones. Como el aprendiz que descubre que no conoce todos los hechizos, Trump tropieza repetidamente con un sistema judicial independiente que le impide actuar como él quisiera. Algunas órdenes ejecutivas sobre inmigración han sido obstaculizadas por tribunales federales, sus intento de alterar normas ambientales enfrenta decisiones adversas, y sus esfuerzos por concentrar el poder chocan con la separación de poderes. Cuando intenta “cortar la escoba” judicial con declaraciones airadas o amenazas, se encuentra con que el sistema legal responde con más impedimentos.

 

La metáfora del aprendiz de brujo recuerda una verdad fundamental sobre el poder: manejarlo sin experiencia, sin humildad y sin comprensión de sus complejidades, inevitablemente conduce a resultados dolorosos. Trump, como el personaje de Goethe, está descubriendo que en la política y en la economía no existen los atajos. La diferencia crucial es que, al contrario del cuento, no hay un maestro hechicero que espera para restaurar el orden cuando las crisis se salen de cauce. En la política real, las consecuencias de la inexperiencia y de la arrogancia pueden perdurar mucho más allá del mandato de quien las desató.


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