28 octubre 2025

El malquerer *

  * Escrito por Marta Peirano, para El País de España.

Tengo un truco para detectar a la gente que se odia a sí misma: son los que te tratan mal cuando tú los tratas bien.

 

Vivo rodeada de gente que lo consigue de forma frecuente y aparentemente sin esfuerzo, pero hacer amigos es para mí un acontecimiento extraordinario, prácticamente mágico, un hecho histórico y excepcional. Sufro importantes limitaciones. En un acto social, mi ancho de banda no supera las cinco personas, incluyendo las que ya conozco. Tampoco fui agraciada con el don de la promiscuidad. Quizá por eso, cuando la conexión sucede, para mí es como estar enamorada. Pienso en esta nueva persona cada día y me gusta escuchar sus audios de cuatro minutos por el simple placer de oírla reír o pensar. Quiero ver fotos de su familia, visitar la aldea de su infancia, descubrir lo antes posible cuántas canciones, películas y ciudades favoritas tenemos en común. Leo todo lo que escribe y escucho todo lo que dice. Hago regalos sin justificación. Soy instantáneamente cariñosa, violentamente protectora, y doy por hecho que esa persona siente lo mismo. Todo esto es muy problemático. Todos vemos el mundo como somos nosotros, y no como realmente es.

 

Hay personas que, cuando reciben amor, lo devuelven por triplicado. Cuando se cruzan conmigo, estalla un romance victoriano de escribirse mucho, intercambiar ropa, ir al cine los martes. Sincronizarse, contarse la infancia, leer los mismos libros a la vez. Cuando ese romance echa raíz, el mundo se expande porque podemos vivir en él con ligereza, equivocarnos en alto y arriesgar por encima de nuestras posibilidades. También porque uno entra en las sombras del otro y las protege y las hace suyas. El amor no nos hace perfectos pero sí más libres porque, irónicamente, amamos más en los defectos que en la virtud.

 

Luego hay personas que, cuando las quieres, te tratan mal. Mi tesis más generosa es que lo hacen porque no te creen. Sienten que no merecen ser queridas y desconfían de tus intenciones; o “saben” que dejarás de hacerlo en cuanto las conozcas de verdad. Entonces te ponen a prueba constantemente o mantienen las defensas puestas, o te castigan por querer convencerlos de algo que “saben” que no es cierto. Típica profecía auto-cumplida porque, el día que abandonas por agotamiento, confirmas su peor teoría sobre sí mismos.

 

La variante extrema es el cínico que ve tu generosidad y cariño como debilidades a explotar. Los que creen que toda relación es un juego en el que sólo existe dominar o ser dominado: o eres el que pimpea o te pimpean a ti. Tardamos en darnos cuenta que son grandes imitadores del amor. Lo simulan para elevar su estatus, conseguir contactos, atención y oportunidades. No creen en la reciprocidad. Hay nombres muy feos para esa clase de gente, porque la vergüenza del incauto es incompatible con la compasión. Pero tiene que ser triste que todos se arrepientan de haberte querido. Hasta las plantas más venenosas necesitan de la luz.

 

Amar es peligroso. Exige que abandones la máscara de normalidad y ofrezcas todo lo que hay dentro, esplendor y miseria, lo bello y lo terrible, todo sin editar. No trae garantía de supervivencia. Dice Alain de Botton que por eso hay quien se pasa la vida esquivándolo y llega a los 50 sereno y vacío. No saben que el propósito de la vida no es salir indemne sino ser derrotado por cosas cada vez mayores. Conquistar el espacio para poder estirarnos y crecer.

 

Nota del editor: “pimpear” es un anglicismo (penúltimo párrafo), significa explotar a alguien (o, aprovecharse de los demás). En la próxima entrada procuraremos ofrecer un comentario aclaratorio, respecto al aparente (o probable) sentido del último párrafo de este interesante artículo.


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24 octubre 2025

Seducido por Calipso...

Ya era tarde cuando me llamaron al hotel para anunciarme que retrasarían el vuelo de retorno. El avión que debíamos tomar en Fez, Marruecos, la madrugada del día siguiente no había salido todavía de Jeddah (Yeda, en español, una ciudad árabe avecinada al Mar Rojo) y tendríamos un retraso de 24 horas. Como una deferencia para la tripulación, el jefe de aeropuerto ofreció enviarnos una limusina de turismo, temprano en la mañana, por si quisiéramos ir a Tánger o a Ceuta, ciudades ubicadas en el norte del país (“del reino”, es lo que dijo). Notifiqué al primer oficial y me acosté a dormir, dejando cualquier decisión para resolver a la mañana siguiente.

Desayunamos temprano por causa del cambio de hora (Jeddah, mi base con Air Atlanta Icelandic, tenía dos horas de diferencia) y esperamos la llamada del conductor que vendría a buscarnos. Al parecer, nos habían mal informado con respecto al tiempo de viaje hasta Ceuta (el destino que habíamos escogido); solo cuando llegó el chofer (un bereber amigable que había perdido sus dientes delanteros) nos enteramos de que la ruta que debíamos tomar no constituía un camino directo: había que dirigirse hacia Rabat, luego seguir al norte hacia Tánger y dirigirse por un desvío a Ceuta. El viaje no nos tomaría las tres horas anticipadas sino algo más de cinco…

 

Fue una lástima. Desde siempre, Ceuta había sido un lugar que me producía curiosidad, y yo mismo me tenía ofrecido conocer ese enclave español situado junto al Mar de Alborán, en el septentrión de Marruecos, el país más noroccidental de África. Ceuta iba a quedar para después: era arriesgado enfrentar cualquier contingencia y no poder regresar a tiempo a Fez para descansar y estar listos para realizar el vuelo que se había suspendido. En el folleto turístico que nos había traído el bereber se apreciaba una casona de pocos pisos que parecía un hotel; no recuerdo si se llamaba Palacio o Edificio Trujillo (se parecía a nuestro hotel Majestic), estaba situado cerca de un peculiar monumento: este hacía referencia a otro hito geográfico: “Las columnas de Hércules”.

 

Pasado el tiempo, dos o tres años después, encontré en la prensa una curiosa noticia. En una plaza aledaña, enfrentada al Trujillo, se había erigido una enorme estatua de bronce –tenía casi seis metros de altura–, hacía honor a una divinidad griega conocida por haber seducido a Ulises, el héroe de la Odisea: la traviesa Calipso. La nota incluía una foto de la escultura; ahí estaba la diva con sus pechos enormes y turgentes; aquello parecía, más bien, un dolmen dedicado a la voluptuosidad. Nunca antes había encontrado nada que expresara mejor esa sensual y erótica palabra que aquella espléndida efigie. Aquello me haría meditar en que ya nada podía existir más lúbrico que esa lasciva palabra, con la sola excepción de esta mágica estatua dedicada a esa ninfa enamorada, la sugestiva Calipso.

 

Cuenta la Odisea que su héroe Ulises, que antes ya había permanecido con Circe –la hechicera–, por todo un año, habría luego sido seducido por esa ninfa, que lo tuvo secuestrado por otros siete años, cautivo de sus encantos. Ella lo había abducido con dos irresistibles promesas: la inmortalidad y la juventud eterna (¿quién querría eternidad si no pararía de envejecer?...) Con ella, Odiseo engendraría dos hijos: ellos son los mismos héroes que luego se convertirían en protectores de los navegantes… Ulises gastó todo ese tiempo, ocho de los diez años que le tomaría su viaje de retorno, antes de volver a Ítaca, donde lo esperaba su amada Penélope, acosada por sus pretendientes… Sería Atenea, quien intercedería ante Zeus para que la ninfa dejara partir al cautivo héroe.

 

Yo tendría unos diez años cuando descubrí, en el escritorio de uno de mis tíos, unos rollos de pegatinas, que se adherían al banano de exportación: proclamaban una marca cuyo nombre resaltaba en el conspicuo logotipo: Calipso, decían. Reviso en el internet por el sugestivo nombre, y esto es lo encuentro como resultado:

 

Calipso, en la mitología, fue la bella hija de Atlas que reinaba en la isla de Ogigia; fue también una Nereida (hija de Nereo). En astronomía, es el nombre de un satélite de Saturno; y, además, el de un asteroide. Calipso es también un color muy apreciado que combina el azul con el verde: el aguamarina o turquesa. Además (aunque con escritura ligeramente distinta), se conoce así a un ritmo africano que es muy popular en el Caribe y que está emparentado con el “Reggae”, como lo habría explicado el desaparecido músico jamaiquino Bob Marley. Calipso sería entonces, nada más que un acrónimo; significaría: “Canto Ancestral Lírico Interpretado (con) Pasión, Sentimiento y Orgullo”…


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21 octubre 2025

Información y “contenidos”

En nuestros días, y en especial en el ámbito del periodismo, se ha vuelto frecuente escuchar algo que parece haberse puesto de moda: es el vocablo ‘contenido’ (o su plural, contenidos). Como se lo escucha, tiene que ver con algo relacionado con los medios (preferentemente escritos). Los profanos podemos interpretar que ello se refiere a segmentos de información que nada tienen que ver con el editorial o los artículos de opinión, por ejemplo. Lejos estamos de saber qué mismo significa y a qué se refieren cuando mencionan el ahora ubicuo término.

Contenido, por su sentido natural, es el participio del verbo contener, por lo que implica concebir una cosa como incluida dentro de otra (acepción # 2 del DLE). O puede tratarse de una tabla de materias, a modo de índice (a. # 3); adicionalmente, como lo dice el mismo texto: el tema de una obra literaria, su asunto o argumento (a. # 4). Por último, ofrece otra opción: su uso como adjetivo, para quien “se conduce con moderación o templanza” (a. # 2), la misma que adquiere un tono elegante al escribir, como en: contenida emoción o contenido estupor.

 

Lo expuesto en el párrafo previo, sin embargo, no deja claro qué mismo quiere decir la gente relacionada con los medios, con esto de los inefables contenidos. He debido acudir a un buen amigo que sabe de todo esto y lo que he obtenido es que el periodismo, a diferencia de otros medios, privilegia la investigación, la información veraz y la visión equilibrada de los hechos; también es más formal y fidedigno; procura concentrarse en la información y educación del público. Pero posee algo más: aplica una deontología: respeta unas leyes y un código ético.

 

La redacción de unos y otros, tanto de contenidos como del periodismo, tiene objetivos y públicos distintos, aunque a veces pueden sobreponerse. Estas son las principales diferencias:

 

Objetivo

El objetivo del periodismo es informar al público sobre la actualidad, problemas y temas de interés. Se centra en la información veraz, la investigación y visión equilibrada de las noticias. Los ‘contenidos’, por su parte, se concentran en “generar tráfico” y conseguir clientes.

Estilo y tono

El periodismo exhibe un tono más formal y objetivo, procura dar prioridad a la precisión e imparcialidad. Su redacción suele seguir guías de estilo específicas, a semejanza de lo que suelen hacer las cadenas internacionales de noticias. El contenido, por otro lado, intenta ser más coloquial o conversacional, utiliza para ello elementos más persuasivos.

Investigación y fuentes

El método periodístico implica una investigación exhaustiva, la verificación de datos y cita de fuentes fidedignas. Se esfuerza en que los periodistas verifiquen la información y presenten diversos puntos de vista. En los contenidos, la investigación puede ser menos rigurosa y sus criterios son más subjetivos o promocionales; sus escritores siguen la tendencia de moda.

Formato

El periodismo presenta artículos de opinión e interés general; así como documentales, entrevistas y reportajes de investigación. Suele seguir estructuras y formatos específicos. El contenido incluye textos para sitios web, blogs, redes sociales. Su formato es más creativo.

Audiencia

El periodismo va dirigido al público en general o a comunidades específicas, concentrándose en informar y educar a los lectores sobre temas más amplios. El contenido va dirigido a sectores o grupos específicos, con un enfoque, más bien, en la discusión y el diálogo.

 

En resumen, si bien ambos constituyen formas importantes de comunicación, difieren en sus objetivos, estilos y métodos de investigación; en sus formatos y tipo de público como objetivo.

 

A veces lo producido por periodistas también puede ser considerado un contenido. Si bien estos son profesionales capacitados y certificados, los creadores de contenido no tienen por qué serlo, aunque ya existen capacitaciones y certificaciones para estas ocupaciones en los medios de comunicación. Un periodista puede crear contenidos; mientras que quien solo crea contenidos no tiene la preparación académica ni está autorizado para ejercer como periodista.


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17 octubre 2025

Celibato y castidad

Hay vocablos que no necesariamente comparten sinonimia; es el caso de abstinencia (sexual), castidad y celibato. A veces cuando conversamos, no siempre caemos en cuenta que no todos están conscientes de ciertas ausencias de analogía; y aquello, en algunos casos –a más de meternos en indeseados problemas– termina arrastrándonos hacia territorios que no habían sido previamente marcados, hacia lugares desconocidos que nadie antes había transitado…

Sucedió la otra tarde en una entretenida invitación. Hablábamos de un par de asuntos que ha descuidado la Iglesia y que, como va el mundo, ya merecen una expedita, si no urgente, revisión; temas como el ordenamiento sacerdotal para las mujeres o el celibato de los clérigos. Estuve a punto de intervenir, cuando de pronto recordé una entrevista que alguna vez hicieron a Woody Allen, cuando le preguntaron por su criterio respecto a la muerte. El actor no tardó en responder con genialidad: “No solo que estoy en desacuerdo, estoy completamente en contra”.

 

Recordando las largas temporadas que, por circunstancias de mi profesión, he tenido que manejarme muchas veces solo (Singapur, Shanghai), me animé a “meter cuchara” y estuve a punto de intervenir con una frase parecida a la utilizada por el cómico norteamericano; pero, luego de pensarlo dos veces, expresé: “no estoy de acuerdo con el celibato religioso; a pesar de que he caído en cuenta, cuando tengo que ejercer el mío, que no tengo ningún problema: estoy perfectamente acostumbrado”. Hubo risas disimuladas y alguien mirándome con un reprensivo reproche…

 

Celibato no quiere decir abstinencia, o represión sexual, como en forma casi automática se interpreta; celibato viene de célibe que significa soltero, vivir la condición de una circunstancial o permanente soltería. Expresarlo así –con desparpajo– podrá sonar hilarante y provocar risa, pero nada tiene de inaudito si solo nos anima una traviesa socarronería... Por su parte, algo similar sucede con la palabra castidad, que no necesariamente quiere decir rechazo a toda actividad sexual, ni debe confundirse con abstinencia de lo que se dio en llamar “placeres de la carne”, que tampoco–. Y nada tiene que ver con la renuncia a ese mismo alimento (la carne), como cuando confundíamos abstinencia con ayuno en tiempo de cuaresma...

 

Etimologías de Chile dice que: “celibato no significa abstención de relaciones sexuales, solo se refiere a un ‘estado de soltería’ en el que no se han asumido los vínculos jurídicos que tiene el matrimonio: no hace alusión a las prácticas sexuales. Resulta igual que el latín caelebs, que significa ‘soltero’, no que no practique el sexo. Lo que sucede es que cuando nos referimos al celibato eclesiástico –que se prescribe para los religiosos de ciertas religiones, como la católica– los sacerdotes, monjes y monjas tienen prohibido casarse, y se supone que no deberían tampoco practicar el sexo, dado que son representantes de una religión que lo prohíbe fuera del matrimonio”.

 

Al respecto, nos recordaba, hace pocos días, en uno de sus artículos la escritora Irene Vallejo, que palabras como castigo, castidad y castración comparten una misma raíz lingüística: “vendrían del latín castus que significa puro, decía; y, de ese vocablo latino también vendría 'casta', un grupo social cerrado con restricciones o privilegios”. Y continuaba: “Su origen está, tal vez, relacionado con el fuego –en griego pur– que purifica al precio de destruir la vida”. Su inquietud estaría justificada: así se ha venido insistiendo desde hace mucho tiempo, de acuerdo con diversas investigaciones, pero habría terminado como “una propuesta etimológica por completo desacreditada”. El origen de puro y purificar estaría más bien en otras lenguas antiguas.

 

La referencia sería válida, sin embargo, con respecto a las castas sociales, asunto de gran impacto en ciertos países asiáticos, ya que el discrimen en perjuicio de algunos grupos, allí conocidos como “intocables” desborda lo meramente étnico, como el color de la piel. Se trata, más bien, de un concepto religioso que el hinduismo relaciona con el karma y que genera una especie de resignada pasividad en esos estamentos: lo referente a la reencarnación.

 

Para concluir: puede haber castidad aun sin cumplir con aquella pre-condición del celibato (si, como se ha aclarado, este solo significa soltería). Se puede ser soltero, por otra parte, sin que ello obligue a abstenerse de mantener relaciones, pues ello depende ya de valores personales como la fidelidad o el compromiso. “Ser puro” puede ser también un concepto personal y subjetivo; tampoco es una obligación: obligar a ejercitar esa “pureza” sonaría antinatural. Ser “puro”, célibe o soltero es una opción, nadie debería estar obligado a ello. Como todo en la vida, lo que cuenta es practicar y mantener una ética responsable.


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14 octubre 2025

Tiempos de “bullshit” *

  * Escrito por Isabel Coixet, para El País de España. Condensado por espacio para Itinerario Náutico.

Hace 20 años, cuando Harry Frankfurt nos regaló su pequeña joya Sobre la mierda del toro —perdonen la traducción directa, pero es la única honesta—, el mundo parecía un lugar más predecible. Más ingenuo, tal vez. Creíamos que las mentiras tenían una forma reconocible, que verdad y falsedad eran territorios claramente delimitados, como esos mapas antiguos donde lo desconocido se marcaba como “aquí hay dragones”. Qué equivocados estábamos.

 

Frankfurt (que publicó en los 80), con esa precisión quirúrgica que caracteriza a los grandes pensadores, nos alertaba sobre algo más insidioso que la mentira: la indiferencia ante la verdad. El bullshitter, decía, no miente por su relación torturada con la realidad, sino porque esta le resulta irrelevante; forma de violencia epistemológica que ahora reconocemos en cada debate político, en cada conversación familiar que termina en portazo. Pienso en ello mientras camino por Manhattan una mañana cualquiera. Los altavoces vomitan un flujo de información que ya no aspira siquiera a lo verosímil. Solo a ser viral, memorable o rentable.

 

El asesinato de Charlie Kirk, bullshitter por antonomasia, llorado por bullshitters profesionales y elevado a la categoría de mártir, es una prueba más del triunfo de esa realidad paralela en que nos han obligando a vivir. Ver al director del FBI atribuirse el mérito de la captura del presunto culpable, cuando sin la denuncia del padre aquella no se hubiera producido, es un espectáculo que produce vergüenza ajena, aunque no tanta como la repugnante satisfacción con que los republicanos acusan del crimen a la “izquierda radical” (?) a las feministas, a los trans, a los emigrantes, a los comunistas y por qué no, a mi tía Rosario, ya puestos.

 

Todo menos admitir que la muerte de Kirk es consecuencia del bíblico y sarnoso culto a las armas, en un país que está viendo desaparecer su democracia en caída libre. El mentiroso, al menos, honra la verdad con su traición; sabe qué oculta o tergiversa. Hay algo casi romántico en esa relación conflictiva pero íntima con los hechos. El bullshitter, en cambio, habla desde un vacío moral donde las palabras son herramientas para conseguir un efecto, como un director de cine que solo se preocupa por el impacto visual sin importarle si la historia tiene sentido.

 

Y aquí estamos, lo vemos en los políticos que cambian de discurso según la audiencia, no porque hayan evolucionado en su pensamiento, sino porque han calculado qué palabras generarán más likes, más votos, o poder. Lo vemos en las redes sociales, donde la veracidad importa menos que su capacidad de confirmar nuestros prejuicios. Lo vemos, con una tristeza particular, en el periodismo que se ha rendido a los algoritmos y produce titulares diseñados para provocar indignación antes que comprensión. Pero Frankfurt no era un pesimista. Era algo más valioso: sabía diagnosticar. Y ello cobra urgencia en estos tiempos de polarización, cuando hemos perdido consenso sobre qué es verdad, por qué la verdad debería importarnos.

 

El bullshitter, advertía, es antidemocrático. La democracia requiere gente capaz de evaluar argumentos, de cambiar de opinión ante nuevas evidencias, mantener diálogos sobre temas complejos. Pero cuando el discurso se contamina por despreciar los hechos, y las palabras se vacían de significado, la democracia se convierte en teatro donde los actores han olvidado el guion e improvisan para arrancar aplausos. Me pregunto si Frankfurt intuía que viviríamos tiempos en los que un tweet influiría más en la opinión pública que años de investigación periodística. Que veríamos a líderes gobernar a golpe de eslogan, tratando los hechos como material maleable, como arcilla que se puede moldear según las necesidades del momento.

 

La genialidad del autor fue identificar que el problema no estaba solo en la proliferación de mentiras, sino en la erosión de la idea de que la verdad importa. Y esa erosión, que parecía un fenómeno académico, hoy es una crisis civilizatoria. Es, en estos momentos de confusión, que esa lucidez resulta más necesaria. Su trabajo ofrece un léxico para nombrar lo que estamos viviendo, y nombrar es el primer paso para resistir. Nos recuerda que distinguir entre verdad y falsedad no es un lujo intelectual, sino una necesidad democrática. Veinte años después, On Bullshit no es solo un texto brillante; es un manual para sobrevivir en tiempos tóxicos. Una brújula moral para navegar un mundo donde las palabras han perdido su ancla con la realidad.

 

Y tal vez, solo tal vez, sea también una invitación a recuperar algo que hemos perdido por el camino: el respeto por la verdad como valor en sí, independientemente de si nos resulta cómoda o incómoda, rentable o costosa, popular o no. Porque al final, como nos enseñó Frankfurt, el bullshit no es solo ruido. Es silencio disfrazado de palabras. Es la ausencia de sentido pretendiendo ser discurso. Y contra eso, contra esa nada que se disfraza de todo, solo tenemos una herramienta: la insistencia obstinada, casi heroica, en que las palabras importan, en que la verdad importa, en que todavía es posible —y necesario— hablar en serio.


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10 octubre 2025

Que “ochenta años” no es nada

Es el “más joven” de mis hermanos mayores (acaba de cumplir 80 años); no lo parece, pues pudiera decirse que es unos diez años menor (bien pensado, su edad me hace recordar aquel adagio, el de que “quien va al anca no va atrás”). Siempre ha procurado vivir en forma frugal y sencilla. No sé si cree en eso que tantos llaman “felicidad” pero barrunto que solo persigue (y conserva) en la vida un sentido de tranquilidad; la enfrenta sin hacerse vanas ilusiones.

Su secreto es más bien simple: Alfonso es inteligente, tiene firmes principios y valores; habla en ocasiones para expresar lo que siente, pero su inteligencia le sugiere cuándo debe decirlo y, también, cuándo es preferible postergar lo que quiere decir o, incluso, callar… Creo que ha descubierto que no es buena fórmula aquello de buscar la felicidad con valores ajenos, ni decir a los otros cómo han de ser felices, si habrán de emplear los valores que él defiende.

 

Hace pocos días, los miembros de su familia inmediata organizaron un sentido homenaje; hubo un momento en que uno de sus vástagos –quien hacía de anfitrión– pidió a sus tíos, ubicados entre los ahí presentes, que dijeran unas pocas palabras, refiriéndose a recuerdos o episodios mutuamente compartidos con su padre, o su impresión respecto a la manera en que él había enfrentado sus vicisitudes o a su actitud ante la vida. Para entonces ya había yo caído en cuenta que la cualidad que la gente más admiraba en él era su sentido de la prudencia. Esa es una virtud natural en él, que surge espontánea, como si siempre hubiese leído a Séneca o a Baltasar Gracián, ese jesuita aragonés que fuera desafecto a los votos de obediencia.

 

Ochenta años se dice rápido. Mientras yo dirigía unas breves palabras de homenaje, pude advertir que así como en francés veinte (20) se dice vingt (se pronuncia vant), ochenta (80) se dice quatre-vingt (catre-vant), es decir cuatro veintes o, si se prefiere, cuatro veces veinte. Aún más curioso –comenté– resulta noventa (90), que se dice quatre-vingt-dix (catre vant diz) que literalmente significaría “cuatro veintes diez” o, realmente, cuatro veces veinte más diez… Pero esa misma y extraña casualidad no termina ahí: en inglés existe también una palabra que quiere decir marcador, o anotar (como en lograr un gol) e incluso partitura musical; es el sustantivo “score” que, curiosamente, también significa veinte, grupo de veinte o alrededor de veinte…

 

Consultando “cómo así” es que score ha tomado tal sentido, me he topado con una interesante explicación. Transcribo lo que he encontrado en mi testaruda indagación: El vocablo "score" significa veinte porque su origen está en un sistema de recuento antiguo, donde se hacía una muesca, o corte, en un tronco, por cada veinte artículos contados, como ovejas o bebidas. Esa palabra, que viene del nórdico antiguo "skor" (que significa marca, muesca o corte), pasó hace unos 700 años (siglo XIV) al inglés antiguo como "scoru", para también representar veinte. Con el tiempo, el significado de “score”, evolucionó de muesca a la cantidad de dos decenas –que representaba– y de ahí a otros significados, como un punto ejecutado, un recuento deportivo y hasta una composición musical. Así, score pasó a representar la base del sistema vigesimal.

 

Es comprensible que el uso se expandió para representar el acto de efectuar un conteo (como los alimentos en una taberna o los troncos cortados de madera); o para expresar la cantidad total de lo que se había contado, o incluso una partitura musical (líneas escritas de música); todo ello estaría derivado del concepto original de “hacer una marca o corte”. Ya en nuestros días, acostumbrados como estamos a usar sistemas con base 10, 12 o 60, esto puede resultar extraño, y hasta un tanto anticuado, pero era muy común y utilizado en esos días. Ese fue un sistema de computo celta que influenció en otros métodos como el irlandés y el galés. Y es la misma razón por la que la numeración ha mantenido palabras derivadas de veinte en el francés.

 

De mi propia experiencia, estoy persuadido de que score no es utilizado (o, si lo es, muy poco) en los Estados Unidos; tiene, más bien un uso británico (recién lo he encontrado con relativa frecuencia en una novela escrita hace más de doscientos años en Inglaterra). Score es una palabra que ha sido utilizada para representar veinte, cuarenta, sesenta, ochenta e, incluso, noventa: “…he has been dead and laid in his grave above fourscore and ten years…”. Pero también hay algo más: “score” es un verbo que se utiliza para significar “hacerse un levante” (una conquista)…


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07 octubre 2025

Raspando la paellera...

Caminábamos con Álvaro esa mañana, jugábamos al golf y estábamos por terminar el hoyo nueve. De pronto, se acercó a saludar un jugador de una cancha vecina; era algo rollizo, parecía acostumbrado a mandar, tenía modales refinados; me preguntó si yo era el padre de Felipe. Se identificó como Salomón y me dijo que desde hace tiempo había querido conocerme, que quería que supiera lo mucho que apreciaba todo el apoyo que un hijo suyo había recibido de mi hijo… Hoy ese chico (tiene ya más de 40) ha colgado en Facebook un mensaje colmado de gratitud; en él aparece una foto de los dos, en la que Felipe, hoy ya cerca del Creador, le ayuda a saborear los últimos rescoldos de una paella recalentada…

Sí… raudo ha pasado este año. Es doloroso recordar que hace ya un año, tuvimos uno de los días más confusos y tristes de nuestra familia; a pesar de nuestro dolor, ha sido reconfortante saber que Felipe había significado algo especial, no solo en nuestra vida familiar, y en la de sus tan queridos amigos, sino en la vida de mucha gente. ¡Felipe tenía muchos amigos, tenía amigos por todas partes!

 

En la tarde de sus responsos, unos pocos entre sus amigos, que habían bajado a acompañarnos a Guayaquil, contaron unas pocas anécdotas y recuerdos de sus vivencias con mi hijo. Es curioso: a veces una sonrisa en esos momentos, no se convierte en un gesto irreverente: sino en uno de gratitud. Resulta la forma más noble de rendir homenaje a quien se ha ido. Surge ahí un equilibrio entre el dolor y la ternura: la despedida encuentra así una cierta respetuosa dignidad…

 

Si trataría de resumir sus sentimientos, diría que estas fueron sus tres mejores virtudes:

Su alegría y sentido del humor (siempre estaba embromando a alguien);

Su avidez por disfrutar y compartir todo aquello que le regalaba la vida; y

Ese, su sentido innato de solidaridad social, siempre tratando de ponerse en la situación de quienes tenían menos que él o, incluso y simplemente, de quienes nada tenían.

 

Soy un poco el culpable de haber inculcado en él esa, su tan extraña pasión por los deportes. Era, él mismo un extraordinario futbolista. Quiso primero ser arquero y persistió a pesar de ser aquella una posición ingrata donde rara vez se cosecha el resultado de los méritos y se debe cargar con el injusto peso de las derrotas… Por eso, quizá, decidió jugar más bien como “quinto hombre”, defendiendo con pundonor, liderando con raro empeño su divisa…

 

Algo me dice que ese día tan triste –y tormentoso– para su mujer, Mariola; sus tiernos hijos; sus padres y sus hermanos; sus amigos cercanos; para todos nosotros… él había adelantado sus obligaciones para no perderse un partido de la Champions League: jugaba uno de sus equipos preferidos: el Atlético de Madrid (Felipe era barcelonista, pero también un incorregible e irredento “colchonero”). Quizá iba apurado… Pocos días atrás me había dicho: “No se preocupe, pa… Ando siempre en auto blindado y voy siempre con chofer”… La última vez que lo vi, almorzamos juntos y me prometió tomar en cuenta la impericia ajena y andar con precaución y prudencia...

 

Se fue porque quiso llegar a tiempo. Y no lo culpo: no lo puedo culpar. Eso es lo que vemos todos los día en nuestra sociedad; ¿acaso no es eso lo que todos perseguimos? Queremos llegar pronto, queremos ser y conseguir todo siempre rápido. No queremos desperdiciar ni un solo minuto…

 

Un día, siendo él todavía pequeño –tendría diez años– regresábamos de la playa con toda la familia. Los dos salimos algo más tarde y quizá tratábamos de alcanzar al otro vehículo… Llovía; al salir de una curva, vimos un poco tarde un animalito que se cruzó en el camino (era un pequeño perrito). No hubo nada que pudiéramos hacer. Un poco más adelante, paré el auto: ambos tratábamos de esconder nuestras lágrimas, comprendimos (él quizá por primera vez; y yo, por una vez más) que el amor es a veces tener que compartir una misma tristeza, tratar de reconocer el sufrimiento ajeno y saber responder con un gesto de ternura…

 

Se fue hace un año. Solo nos quedan esos lindos recuerdos. Es el único rescoldo que a veces nos queda en la vida, como esos restos que tratamos de aprovechar en esa ya vacía paellera...


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03 octubre 2025

La lectura como viaje *

  * Escrito por Sergio Ramírez para El País de España. Reeditado para Itinerario Náutico.

Toda lectura es un viaje; siempre estaremos encantados de escuchar lo que le ocurre a alguien que emprende el camino y empieza a encontrarse con obstáculos y aventuras imprevistas que rompen con la normalidad, o la monotonía, de ese viaje. 

 

Después de los 10 años que dura la guerra de Troya, Ulises se embarca de regreso a su patria. Quiere llegar lo más pronto posible a Ítaca, sin interrupciones, pero son las interrupciones las que hacen que aquel viaje lleno de aventuras dure otros 10 años. Sin esos obstáculos siempre inesperados, que se presentan a cada paso, no habría historia que contar, y no existiría la Odisea, cantada por Homero, un ciego andariego, y viajero también, que va por las islas de la Hélade contando las aventuras del viaje de Ulises. Fue él quien puso las reglas de la narración, útiles hasta para los folletines y los guiones de telenovela que viven de los obstáculos y las interrupciones de la felicidad.

 

Para que haya historia, y comiencen a presentarse los obstáculos, el viaje tiene que empezar. Cuenta Plutarco que los marineros de la armada de Pompeyo Magno no querían hacerse a la mar por la manera tempestuosa con que aquella se encrespaba; entonces los arengó para animarlos. Una de sus frases ha quedado para siempre: “Navegar es necesario, vivir no lo es” Ismael, el marinero, único sobreviviente del naufragio del Pequod nos cuenta la historia del viaje fatal en Moby Dick, la novela magistral de Herman Melville, explica desde el principio el porqué de sus ansias de navegar. Lo mueve la tristeza de hallarse demasiado en tierra firme: “Cada vez que me encuentro sin querer ante las tiendas de ataúdes… entonces, entiendo que es hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda”. Ya se ve que se puede empezar el viaje empujado por las ansias de aventura, o por la melancolía. O por la sed de venganza…

 

Cuando el capitán Ahab zarpa de Nantucket al mando del Pequod, no va en busca de su hogar añorado, como Ulises, sino de la venganza. Quiere llegar cuanto antes a encontrarse con Moby Dick, la ballena blanca, que destrozó años atrás otro barco suyo y le arrancó una pierna. Y la buscará a través de los mares hasta encontrarla de nuevo, lo que significa encontrarse con su perdición. Tras el naufragio del Pequod, atacado ferozmente por la ballena hasta echarlo a pique, Ismael, el que se detenía a contemplar los ataúdes al sentirse melancólico, se salvará agarrado a un ataúd que aparece flotando en el mar, fabricado por el carpintero de a bordo. Será el único sobreviviente. Si no salva su vida, no tendríamos quien nos contara la historia.

 

Los personajes más memorables de Balzac en La Comedia Humana son los que hacen el viaje desde la provincia a París. Son los arribistas típicos que buscan la fortuna a toda costa, como Eugène de Rastignac de Papa Goriot, o el perfumista de origen campesino de Grandeza y decadencia de César Birotteau, dueño de la mejor perfumería de la Place Vendôme, caído en la bancarrota. Joseph Conrad, emigrado a Inglaterra desde Polonia, fue él mismo un viajero buena parte de su vida como marino mercante, y no pocos de sus libros versan sobre la aventura del viaje. En El corazón de las tinieblas, Charles Marlow se interna en los meandros del río Congo, en tiempos de la brutal colonización belga en África, para cumplir el encargo de encontrar a Kurtz, el misterioso y diabólico personaje, jefe de estación en lo profundo del territorio, que ha enloquecido. Pero es a la vez un viaje a las insondables profundidades del alma humana donde campean la violencia, la explotación, la ambición de poder y de riqueza.

 

De los viajes en la literatura me he acordado al leer El verano de Cervantes, el espléndido libro de Antonio Muñoz Molina, donde nos cuenta el viaje de cada verano, en su adolescencia y por el resto de su vida, leyendo el Quijote, o los dos Quijotes, como bien lo aclara, el libro que cuenta el mejor y el más ameno de los viajes. Ulises no quisiera tener obstáculos porque quiere llegar cuanto antes. Don Quijote, al contrario, los quiere, pues son la razón de su viaje.

 

Un viaje reincidente y renovado, a pesar de las penurias, los descalabros y las derrotas. Las aventuras, convertidas en obstáculos, van eslabonando el camino, hijas de la invención y de la locura. Muñoz Molina emprende de nuevo el viaje cada vez que empieza una nueva lectura del Quijote, y evoca esas lecturas mediante una prosa memorable y llena de halagos para el lector. Un viaje que hace montado en la tercera cabalgadura por los caminos de La Mancha.


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30 septiembre 2025

Disfrutando a ‘full’…

Es ella una mujer dedicada, pudiera decirse que le ha empezado a sonreír un justo, aunque tardío, reconocimiento. Venía ella de uno de esos viajes breves y repentinos que hace; contaba que tuvo “full presentaciones”, que es cuando caí en cuenta que antes ya había dicho que había terminado “full ocupada”. Por coincidencia, en los últimos días, venía yo advirtiendo que esa misma palabra (ese full inglés, que significa lleno y, en ocasiones, bastante) parece haber dejado de ser feudo de la juventud para ubicarse también en el habla de los adultos...

Hasta que sucumbimos a la hegemonía del tabaco con filtro y, por lo mismo, a la del Marlboro, en el país se vendía principalmente Lucky Strike y Chester (Chesterfield). Aunque en menos escala, también se expendía King y un tabaco negro, algo menos elaborado, llamado Full Speed. Este era un cigarrillo más fuerte: estaba orientado a los sectores populares o, quién sabe, a los buenos y más redomados fumadores. Su nombre iba acompañado de un velero: proclamaba una marca que insinuaba un viaje realizado “a toda”, es decir (para esos tiempos) “a toda velocidad”. Sí, hubo también un “interinazgo”: el de los Kent y Camel, el de los Raleigh y Winston-Salem, o el de los Parliament y los Kool. Muchos, la mayoría, aprendieron ese nuevo verbo: el de “marlborear”. Yo prefería solo fumar Kool…

Pero no es que entonces full fuera una palabra extraña; ya muchos la utilizaban y, quienes no, por lo menos la entendían: decían “estoy full” si se llenaban o “a full” si estaban ocupados. No solo eso, full era una suerte en el juego de la baraja (el poker) que implicaba tener tres cartas de una misma denominación y una pareja distinta. Hoy, sin embargo, parece que el término ha resucitado. Y ha regresado como un vocablo ubicuo, que se lo usa por todas partes, e incluso sin ton ni son. Es, vaya, un estribillo: una muletilla; y, si a alguien le molesta: con el riesgo de convertirse pronto en una cantaleta… Para todo sirve, es un auténtico comodín (“te conviene full”).

 

En días pasados, mientras visitaba un café, me fue inevitable escuchar una conversación. Lo hice “sin querer”, pero pronto me interesé. Lideraba el coloquio un jovenzuelo que utilizaba o, más bien, sobre-utilizaba el empedernido y obcecado terminajo. Cada que lo usaba, yo presto intuía (o procuraba intuir) con qué sentido era que cada vez lo usaba o trataba de utilizar. Hablaba él de lo ocurrido en algún público espectáculo. Este es el resumen de los varios significados que yo, en forma disimulada, acuciosamente barrunté: lleno, completo, completamente, ocupado, en gran cantidad, bien (como en bien tonto) o bastante más. En fin, genuina habla juvenil…

 

En definitiva, y a manera de resumen: full es un anglicismo que ya no solo significa que algo está lleno o completo (su sentido en el inglés) sino que, entre otros propósitos, se lo utiliza también como intensificador: tiene full extras, está full acostumbrado. Así, usado como perífrasis de intensificación equivaldría a bien o a muy, como en full apurado o full caliente. Aunque, en este caso, suele respetar su origen inicial en el inglés: nadie diría full poco o full vacío. La palabra full, en inglés, vendría del antiguo germánico gol; y este, del latín plenas (nuestro “pleno”, en castellano) y del griego plērēs. También pudiera ser utilizada para reemplazar al adverbio muy: they knew full well; pero nadie diría algo como: I’m full busy, o: she is full nice

 

Por otra parte, y ya que estamos en ello: full en inglés quiere decir lleno pero nunca ocupado (mucho menos muy ocupado), que se diría: busy, packed o (coloquialmente) jam-packed. En resumidas cuentas: pudiera estarse empleando como locución adjetival: estoy a full (como en “estoy muy ocupado”); o como locución adverbial: hay que vivir a full  (vivir hasta el límite); o, como adjetivo si conserva su valor original: estoy full (lleno), el tanque está full.

 

De mi revisión del Diccionario de Americanismos, puedo colegir que estos no solo serían usos coloquiales de la región (Venezuela, Colombia o, incluso, Perú), sino de muchos otros países. E, incluso, de España, pues una fundación (Fondéu) recomendaba hace poco, emplear de preferencia las voces o locuciones equivalentes en castellano. Aquí van algunos ejemplos de la utilización de full en nuestros países: estoy trabajando full time (con dedicación exclusiva): siento full calor (en reemplazo de muy o mucho); o, hubo full gente o full cerveza (con el significado de abundante); o, disfruté full (con el de plenitud)… Como se darán cuenta, todo esto está de locos, expresión que, como las anteriores, también parece habernos llegado por influencia de la televisión o debido a esa rara manera de hablar, que hemos aprendido a escuchar en el habla de nuestros hijos. Está full de locos, tal vez dirían ellos…


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26 septiembre 2025

Toponimia de las Galápagos

Las islas Galápagos han tenido varios y muy sugestivos nombres. Al principio las llamaron “Islas de las Tortugas” o “encantadas”; sería el capitán Diego de Rivadeneira quien, en 1546, al parecerle que aparecían y desaparecían (es decir, “como que flotaban), les puso ese sobrenombre. Galápago quiere decir silla jineta (de montar) o cabalgadura: eso es lo que les parecían, a los exploradores de entonces, los quelonios gigantes. El mapa de Abraham Ortelius (1570) las llama en latín Insulae de los Galopegos. Hoy se las conoce también como Archipiélago de Colón.

Las islas fueron descubiertas en 1535 por fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá, quien las describió como un lugar árido y feo… Su primera carta náutica se debe al bucanero William Ambrose Cowley (1684); él las bautizó con nombres de piratas amigos y de nobles ingleses que apoyaban su causa. En 1831 José de Villamil envió una comisión exploradora al archipiélago; Ecuador las anexaría en 1832, bajo el gobierno de Juan José Flores. Hacia 1835 serían visitadas por Charles Darwin y en 1978 serían declaradas Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco.

 

Esta es una lista de las islas más grandes o principales, seguida por la historia y explicación de sus nombres: Isabela 4588 km² / Sta. Cruz 986 km² / Fernandina 642 km² / Santiago 585 km² / San Cristóbal 558 km² / Floreana 172 km² / Marchena 130 km² / Española 60 km² / Pinta 59 km²: 


1. Isabela (Albemarle). Llamada así en honor a la Reina Isabel I de Castilla que patrocinó el viaje de Colón. Su nombre inglés enaltece al Duque de Albemarle, George Monck (1608-1670), famoso soldado y político inglés. Es la mayor isla del archipiélago. Su forma se debe a la fusión progresiva de sus cinco grandes volcanes.

 

2. Santa Cruz (Indefatigable). Su primer nombre fue San Clemente; luego llamada Bolivia en honor a Simón Bolivar. Su nombre en inglés se debe al buque militar HMS Indefatigable. A veces la llamaron Isla Chávez. Ambrose Cowley la llamó Isla de Norfolk en 1684, en honor de Henry Howard, 6to. Duque de Norfolk, o de su hijo Henry, 7mo. Duque. Más tarde la conocieron por Indefatigable, en honor al buque que se distinguió en las guerras napoleónicas.

 

3. Fernandina (Narborough). en honor a Fernando el Católico, que patrocinó el viaje de Colón. El nombre inglés rinde homenaje a Sir John Narborough, almirante que comandó el escuadrón de la marina inglesa (es apelativo asignado por el pirata Cowley). Conocida inicialmente con el nombre de Isla de la Plata.

 

4. Santiago (James). Conocida al principio como San Salvador, en honor a la primera isla descubierta por Colón en su primer viaje. James (Jacob) es el nombre bíblico de Santiago de Zebedeo, o Santiago el Mayor (San Iago), en inglés. Santiago es el santo patrón de la Madre Patria.

 

5. San Cristobal (Chatam). En honor al mártir cristiano (su nombre inglés es en memoria del Conde de Chatham). San Cristóbal es el santo patrón de los marinos (y, por extensión, de los aviadores). El nombre en inglés proviene de William Pitt (Viejo), I conde de Chatham. Cuando Ecuador tomó posesión (1832) recibió el nombre de “Isla Mercedes” en honor a la esposa del presidente Juan José Flores y Aramburu: Mercedes Jijón de Vivanco.

 

6. Floreana (Charles). Se llama así en honor del presidente Juan José Flores, en cuya primera administración se tomó posesión del archipiélago (en inglés es el nombre del rey Carlos II de Inglaterra). La conocen también como Santa María en honor a una de las tres carabelas del primer viaje de Colón.

 

7. Marchena (Bindloe). En honor a fray Antonio de Marchena. Llamada Bindloe en el siglo XVII por piratas ingleses en honor a un miembro del consejo jamaicano, John Bindloe que condonó sus actividades, la isla fue rebautizada como Torres a finales del siglo XVIII por el navegante español Don Alonso de Torres, y finalmente como Marchena.

 

8. Española (Hood). Llamada así en homenaje al primer asentamiento americano fundado por Colón en lo que es hoy Santo Domingo (isla Española). Su nombre en inglés honra al vizconde Samuel Hood.

 

9. Pinta (Abingdon). Llamada así en honor a una de las carabelas de Colón –Pinta, Niña y Santa María–. Su nombre en inglés está dedicado al Conde de Abingdon. La isla fue hogar del nunca bien ponderado “Solitario George”.

 

10. Genovesa (Tower). También conocida como “Isla de los Pájaros”. Fue llamada Genovesa en honor a la ciudad de Génova (Italia), probable lugar de nacimiento del almirante Cristóbal Colón.

 

Pinzón (Duncan), en honor a los hermanos Pinzón, capitanes de las carabelas La Pinta y La Niña en la primera expedición de Cristóbal Colón (el nombre inglés recuerda al Vizconde de Duncan); Santa Fe (Barrington): por las Capitulaciones de Santa Fe, en las que Colón obtuvo los títulos de almirante de la Mar Océana, virrey y gobernador general de las tierras que descubriera (en inglés, por el almirante Samuel Barrington). Rábida (Jervis): por el monasterio donde Colón dejó a su hijo en el primer viaje (y por el almirante John Jervis). Bartolomé: por Sir Bartholomew Sullivan de la Marina Británica. Baltra: o Seymur por el almirante inglés lord Hugh Seymour.


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