29 abril 2025

De advocaciones y letanías

Siempre me pareció María un nombre especial… Tiene una rara fuerza fonética y posee una entonación tan sutil y delicada que promete una infrecuente bondad. Cuando en Éxodo, el faraón ordena ahogar a los varones nacidos de esclavos judíos, una madre toma una cesta de juncos, la calafatea, pone en ella a su hijo y lo deja en un carrizal del Nilo; tiene la esperanza de que alguien lo habrá de salvar… Más tarde, la hija del faraón baja a bañarse al río, descubre la canasta, deduce que contiene un recién nacido, se apiada y desafía las órdenes de su padre. Luego, didpone a una nodriza que se encargue de cuidarlo; esta es una esclava hebrea, se llama Miriam o María. La hija del faraón ha de escoger un nombre para el niño y lo llamará Moisés, que significa “de las aguas lo saqué”…

Siglos más tarde, otra Miriam concebirá y dará a luz a otro niño; también desafiará a la autoridad y protegerá al Salvador. Lucas la describe como “una virgen, desposada con un hombre llamado José”. Su nombre es Mariam, traducción griega del hebreo Miriam. En hebreo significa "luz sobre el mar"; pues deriva de combinar mir (luz) y yam (mar). Su escritura en las lenguas semíticas (que carecen de vocales) es “mrym”, lo que en hebreo, arameo y árabe, se puede pronunciar de varias maneras (Meriem, Miryam, Marium, Maryam, etc.). Se dice Maryam en griego (romanizado como Mariám); y es Mariam cómo aparece en el Tanaj (Antiguo Testamento). En el Éxodo se refiere así a la hermana de Moisés, la profetisa Mariam.

 

Tanto María como Miriam son hoy nombres extendidos por el mundo cristiano, por así llamarse la madre de Jesús. María («luz sobre el mar») es recogido por las letanías latinas como Stella Maris o «Estrella del Mar». Otras variantes incluyen: Mária (húngaro, eslovaco), María (griego, islandés, español, polaco), Máire y Muire (irlandés), Marya (transliterada del cirílico). Es Miren en el santoral vasco, con sus variantes: Maddi o Maren; esta última significa “relativo a María” y está asociada con la introspección, la reflexión y la sabiduría.

 

En Opiniones de un payaso del escritor alemán Heinrich Böll, encuentro continuas referencias a las letanías lauretanas: formas de súplica con que suele concluirse el rosario católico. Si bien estas ya existieron en los albores de la cristiandad, fueron oficializadas por Clemente VIII en 1600, basándose en un manuscrito del SS XII. Tales letanías estuvieron dedicadas a la Virgen de Loreto cuyo santuario está localizado en Italia, hacia el sur de Ancona. Este fue construido, de acuerdo con la tradición, por al temor –en tiempo de las Cruzadas– de que la vivienda que había pertenecido a la Virgen María en Tierra Santa, fuera destruida por los sarracenos. Parte de la casa sería trasladada, con sus enseres, a Europa para ser conservada para la posteridad. En nuestros días la Señora de Loreto es considerada Patrona de los pilotos aviadores.

 

La Virgen de Loreto es una más de las llamadas “advocaciones marianas”; estas solo se tratan de otros nombres (por devoción local) para llamar a la Virgen María. De este modo, Fátima, del Pilar, Lourdes, Almudena o Guadalupe son solo diferentes imágenes o denominaciones de los distintos santuarios, con la veneración correspondiente, lugares que están encargados a las entidades que se acogen a su protección o patrocinio, dependiendo de sus respectivos atributos. En Ecuador se destaca el santuario de Guápulo (versión quiteña del de Guadalupe en Extremadura) cuya escultura original se atribuye al español Diego de Robles (fines del siglo XVI), autor también de las estatuas de otras dos vírgenes vernáculas: la de El Cisne, en Loja, y la de El Quinche.

 

Es importante subrayar que aunque las letanías constituyen una forma de reverencia a María, nuestra abogada e intercesora, no son parte del rosario católico. En cuanto a las advocaciones, algunas no están relacionadas con un santuario específico; tienen que ver con acontecimientos de la vida de la Virgen. Así tenemos las de la Inmaculada, la Anunciación, la Asunción, la Concepción, etc.

 

Una mañana en Madrid, mientras volaba el 707 carguero, hicimos una aproximación un tanto irregular en Barajas que obligó a uno de quienes fungían de 'observadores' a sugerir al piloto que debía mantener una cierta altitud. Recuerdo que el hecho produjo un injustificado malestar en el citado compañero ('errar humano es'). Ya en el hotel, luego del descanso pertinente, los cinco tripulantes acordamos salir a tomar unas cañas en La cueva de Luis Candelas, cerca del Arco de Cuchilleros. Una vez allí, mientras departíamos alegremente, pudimos ver sentadas a una mesa vecina un grupo de chicas que parecían interesadas en participar de la celebración... Fue la primera vez que escuché aquello de las ‘advocaciones’. Eran guapas y también eran cinco; se llamaban Angustias, Milagros, Prodigios, Remedios y Sagrarios… Lo había anotado en una servilleta: hoy la encontré dentro de la novela de Böll que me proponía releer...


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25 abril 2025

Una auténtica filósofa *

  * Escrito por Bernat Castany Prado para El País de España. Reeditado.

A mediados del siglo XVIII se publicó en Francia la más inteligente y divertida de las novelas libertinas: Teresa filósofa. Pues, dejando a un lado que la Alicia de Carroll no penetre en la cuestión sexual, dicha novela podría haberse titulado Alicia filósofa, ya que su protagonista posee, como Teresa, algunas de las principales virtudes filosóficas, como son la curiosidad, el asombro, la valentía, o el instinto de libertad. De ahí que la obra de Lewis Carroll trascienda la más importante categoría de la literatura infantil (que él definió como aquella que también pueden leer los niños), para revelarse, o rebelarse, como una verdadera novela filosófica.

 

No importa si Alicia proviene del antiguo germánico, adalheidis, que significa ‘noble’, o del griego clásico, aletheia, que significa ‘verdad’. En griego moderno, aún se emplea la expresión “alicia ine” para decir “es verdad”. Lo que importa es que el nombre de Alice Liddell no podía significar sino “verdad”. Y, si me apuran, “verdad pequeña”. Su historia sería la de Aletheia en el País de las Maravillas. Esto es, la de la verdad sometida a todas las violencias, mentiras y falacias con las que los dogmáticos buscan deformarla. De ahí que Humpty Dumpty le diga, en A través del espejo: “Con ese nombre podrías tener cualquier forma!”. Pura pre-posverdad.

 

No hay mucha diferencia entre aquel viejo Sócrates, que se enfrentó a unos dogmáticos, los “alazones”, y la pequeña Alicia, quien se opondrá a una cohorte de dogmáticos, como la Oruga azul, la Duquesa, la Reina de Corazones o Humpty Dumpty. 20 años después de publicar Alicia, Carroll escribirá un manual de autodefensa intelectual, titulado El juego de la lógica, en cuyo prólogo promete otorgar al lector infantil: “El poder de detectar falacias y desmantelar los argumentos endebles e ilógicos que encontrarás continuamente en libros y otros documentos.” Y acaba con un nostálgico: “Pruébalo.”

 

Alicia representa la capacidad de resistirse a los sofismas de los dogmáticos que pueblan el mundo que le espera: “¡Qué manera de razonar tienen todas estas criaturas!”, dice en el capítulo sexto. “¡Es para volverse loco!”. Frente a su lógica abstracta (esto es, separada de la realidad), y especu­lativa (pues mezcla todas esas ideas separadas de la realidad), Alicia se atreve a decir, socráticamente: “No comprendo”, para dejar que sean ellos mismos quienes se enreden en sus propias contradicciones tratándoselo de explicar.

 

Pero Alicia no sólo posee la virtud crítica del escepticismo, sino la positiva de la philaletheia, o “amor por la verdad”, de la que habló Aristóteles. Me atrevería a decir, frente a los morbosos, que Carroll estaba alegóricamente enamorado de Alicia, porque representaba el amor (imposible) por la verdad. No es casual que ‘to wonder’ signifique tanto ‘maravillarse’ como ‘preguntarse’ o ‘sentir curiosidad’. De modo que nuestro resignado “País de las Maravillas” es el de la curiosidad asombrada, o thauma, que Aristóteles identificó con el origen de la filosofía. Aunque, en verdad, sea Alicia quien participa del wonder, y no todos esos personajes que se le enfrentan. Alicia es la única, la verdadera, la incuestionable wondergirl.

 

Alicia podría haberse llamado Areta, de areté, ‘virtud’, que valdría traducir como “potencia”. Porque, además de las potencias del escepticismo y la philaletheia, posee la ética del valor de abrirse al mundo, aunque éste se muestre como siniestro y peligroso. En Alicia, la curiosidad vence al miedo. A pesar de las tentaciones que siente, como cualquier otro héroe, desde Ulises hasta Bilbo Bolsón, siempre se anima a seguir explorando: “¡Casi desearía no haberme metido por la madriguera del Conejo…!”, suspira. “Y, a pesar de todo… ¡Vamos! ¡Hay que reconocer que esta forma de vivir es bastante curiosa…!”. Y es que la curiosidad no necesita encontrarle un sentido a la realidad. Simplemente se pregunta: ¿y, qué viene después?

 

Y es que Alicia también posee la potencia política de la parresía, de pan, ‘todo’ y rhesis, ‘decir’, que designa el valor de decir la verdad ante los demás, y más importante aún, ante el poder. Por eso dice: “No comprendo”, “¡Pues no me callo!”, “Ni me va, ni me viene…”. Y, por eso, cuando la Reina de Corazones ordena que le corten la cabeza, exclama: “¿Quién les va a hacer caso? ¡Si no son más que un mazo de cartas!”; que no es expresión de un escepticismo cínico o nihilista, sino de un instinto de libertad, que la lleva a plantarse ante las convenciones que reinan en la sociedad. La primera de las cuales es la de que otro mundo no es posible.

 

No extraña que, como pasó con Sócrates, Alicia acabe condenada por aquellos alazones, cuya agresividad prefigura las resistencias que encontrará en su entrada en el mundo de los adultos… Mientras tanto, su avatar literario sigue alimentando las eternas resistencias de los niños, y las irregulares lealtades de los adultos. Por todo ello, la Alicia de Lewis Carroll merece un puesto en las Vidas de los filósofos de Diógenes Laercio. ¡Alicia ine! ¡Es verdad!


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22 abril 2025

Manual de etiqueta y urbanidad

En una entrada anterior me referí a Santo Oficio de la Memoria, incomparable saga escrita por Mempo Giardinelli. Esta novela no es solo un himno al recuerdo, constituye una acertada y formidable recopilación histórica. El título hace referencia a la famosa Inquisición española (1478-1834) que fuera fundada por los Reyes Católicos, que se inspiraría en otras instituciones europeas que funcionaron desde los inicios del siglo XII y que fuera autorizada, con una bula, por el papa Sixto IV. En España no había entonces libertad de cultos; la entidad se creó para –entre otras cosas– combatir otras creencias (en especial las de moriscos y judaizantes) y persiguió también a los “falsos conversos”. Hoy se la recuerda como una triste expresión de ignorancia y fanatismo. Su trayectoria en la Historia es una aberración, un ejemplo de lo que puede ser una mal entendida Fe…

Comento la obra de nuevo, a riesgo de ser cansino. En la novela sobresale un personaje que representa al linaje de su familia y es quien narra parte de su historia: es la abuela, la Nona, quien puede ser tan astuta e ingeniosa como impronunciable es su apellido: Stracciattivaglini. Nacida en los Abruzzos, es todo un personaje, proclama que “lo que importa no es tanto saber recordar como saber no olvidar”… Ángela es la truculenta, contradictoria y malévola matrona del clan; es quien exhibe sus alardes culturales y sus lecturas de los genios de su patria nativa: Virgilio y el Dante Alighieri. La Nona tiene una memoria prodigiosa; la aman o la odian; Ángela es supersticiosa y maniática. Ha convertido en rencor el dolor de haber dejado atrás a sus tiernos hijos…

 

Lectora compulsiva, la Nona opina sobre cualquier cosa; es  autodidacta, política y feminista (y hasta defensora de la mafia). Algo bebedora, de espíritu libertario, enamorada de lo grandioso, es sentenciosa e intransigente. Ha memorizado una referencia didáctica: el Manual de Carreño. Un poco torpe y grosera en el decir, ella lo convierte en su arma preferida, con ella tortura a su descendencia. Cita en toda oportunidad ese recurso que tanto admira.

 

¿Quién no escuchó alguna vez hablar del “Carreño”?... Ahora sé que era un extenso manual (tiene más de 300 páginas); su título completo es Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos. Contiene normas de cortesía: habla de puntualidad; de maneras para comer y saludar, de cómo ser amable y honesto, de cómo prestar atención y no hablar mal de nadie; de saber ser respetuoso y de saber pedir permiso. Contiene lecciones y consejos sobre cómo comportarse en lugares públicos y privados: en el hogar, la familia, la escuela y el trabajo. Se divide en “Deberes morales del hombre” y “Urbanidad”. Cada capítulo contiene lecciones aplicables a distintas situaciones. Está escrito en realidad por un ilustre venezolano…

 

Manuel Antonio del Rosario Carreño y Muñoz (Caracas, 1812 - París, 1874), fue un reconocido pedagogo, músico, escritor y diplomático. Con 41 años, ya publicó su Manual (no solo para varones ni solo para sus coterráneos, pues tuvo alcance universal). El Manual es un compendio de varias obras morales y religiosas de su siglo, muchas todavía vigentes. Pudo haberse inspirado en los trabajos de Lord Chesterfield, publicados en Inglaterra. En su introducción menciona a Madame Celnart y a su obra sobre las reglas a observarse en la buena sociedad; al Código de Urbanidad de Manuel Diez de Bonilla; al conde D’Orsay, autor de un Tratado sobre la Etiqueta: “La nobleza no está en el nacimiento, ni en los modales, ni en la elegancia: sino en el alma”, dice.

 

Erasmo de Róterdam ya había escrito una obra sobre las buenas maneras o modales llamada De civilitate morum puerilium (1530), donde mencionaba desde el comportamiento y uso correcto de los utensilios en la mesa, hasta el tipo de conversación que debía procurarse, de acuerdo al menú servido. Pero el Manual del caraqueño constituye una guía imprescindible y es una referencia obligatoria  de cómo comportarse en sociedad. Su obra todavía cobra actualidad, y no ha dejado de ser recomendada por su inimitable redacción y por su valor pedagógico y didáctico. A pesar de los tiempos que corren, el Manual promueve las buenas costumbres sobre el valor práctico en el que se escuda la mediocridad embozada tras la excusa de “la modernidad”...

 

Pero lo que pocos conocen es que este singular erudito, que estuvo a cargo de los ministerios de Relaciones Exteriores y de Hacienda de la República de Venezuela, fue en la realidad sobrino del reconocido mentor y formador Simón Narciso Carreño Rodríguez, mejor conocido como Simón Rodríguez, quien fuera, a su vez, maestro del Libertador Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco (1783-1830), militar, estratega y político venezolano, verdadero héroe y artífice de la emancipación americana.


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18 abril 2025

Una madrugada incierta

Es la madrugada del 13 de abril, domingo de Ramos y, a su vez, día de elecciones, día del ‘balotaje’ (evento que definirá el ganador para la presidencia de la República). Me siento algo estropeado, pienso que pudiera ser la ronda de golf que jugué el día anterior, no he caído todavía en cuenta que el malestar pudiera ser consecuencia de un virus que he contraído por accidente… Pienso en el posible resultado electoral y advierto un extraño hermetismo; reparo, con vaga incertidumbre, en el mutismo del candidato-presidente y de su equipo de gobierno. Reflexiono en sus seguidores (algunos inoculados ya por la ceguera del fanatismo).

No sé por quién votar… Más bien dicho: sé por quién NO debo hacerlo; pero hay algo en mi interior, en mi cándida conciencia que me tienta, que me hace dudar, ella sabe que he estado a punto de coquetear con la posibilidad de votar en blanco. Me ha decepcionado el manejo de Noboa y los argumentos que ha aplicado para soslayar a su vicepresidente; percibo que sus asesores se apoyaron en sofismas amañados, sin fundamento jurídico: una lamentable chapucería… Y hay algo que todavía me desanima: es esa ausencia de un fervor que contagie, esa carencia que puede erosionar su gobierno con el paso del tiempo. Si gana, debería consolidar su apoyo legislativo; tendría una oportunidad única para efectuar las reformas que el país necesita.

 

Por eso… sería la mejor opción o, quizá, la única. Ellos (los correístas) vienen a emular a Proust (no solo en la búsqueda sino en el desquite por el tiempo perdido). Con el ejemplo de Maduro, se quedarían en el poder por un tiempo impredecible: “su” democracia es solo un pretexto. Desconocen que esa entelequia exige rendir cuentas, que no transige ante la corrupción, que tarde o temprano les perseguirá y les morderá el trasero. Me invade, a la vez, una preocupante desconfianza en el sistema electoral; lo percibo frágil, vulnerable, supeditado a las presiones y a los devaneos del poder. Existen demasiadas artimañas, demasiados trucos y manoseos…

 

Pero, no me he levantado todavía… Es cuando me incorporo y me pongo a revisar lo que dice la prensa internacional. Encuentro un artículo en El País de España (está escrito por Federico Rivas y Carolina Mella, de tendencia izquierdista), habla de que Ecuador está abocado a escoger entre dos modelos de país distintos –y quizá antagónicos–. Sugiere el escrito que todo se circunscribe a apostar ya sea por el poder económico o por el “poder social”. En su visión, esta última es el único derrotero. No han caído en cuenta que tal alternativa es tan solo una ficción, una que representaría (otra vez) el autoritarismo y la arbitrariedad, la intolerancia y la cooptación integral de los poderes, la corrupción y el retorno a un régimen de cinismo.

 

Mientras medito en que lo suyo sería para largo plazo (al menos 30 años, porque ya sabemos lo que pasará…), reflexiono en esa inédita inseguridad que se fue apoderando del país, y que ellos afirman que la van a arreglar “solo invirtiendo en educación, salud y bienestar”. Se me hace inevitable discrepar con los autores, a pesar de que sus fuentes sostienen que hemos pasado de ser “una isla de paz” a ser el país más violento de América Latina. En efecto, de acuerdo con la investigación de un experto académico, existen hoy 38 muertes violentas por cada 100.000 habitantes (pudieran subir a 48). Aunque, aun así, el correísmo propicia la vuelta de los militares a sus cuarteles; tan simplista es su visión que la solución es educación y nuevos subsidios.

 

En medio del momento, el presidente ha vuelto a decretar un nuevo “estado de excepción”. Hay una evidente incertidumbre en los resultados electorales; predomina un temor que va a influir en las preferencias de voto: es el riesgo, y miedo consecuente, de caer nuevamente en una inminente deriva autoritaria y la posibilidad de que terminemos como Venezuela. Pero, ¿es esa una real amenaza o es solo un temor infundado? Los resultados dirán si la advertencia prosperó… En tiempos así de convulsos la gente no sabe qué partido tomar; la insistencia en las proclamas hace temer que puedan no existir –en ambos lados– propósitos sinceros; se percibe que priman la codicia, la vanidad y el personalismo. En ese esquema, no prevalecen ni la razón ni la sabiduría: campean la ignorancia, el culto a la personalidad, la improvisación.

 

Miro con la perspectiva del tiempo: un triunfo de la otra opción significaría que habríamos perdido toda una generación para retomar la institucionalidad, obligaría a que pase otro cuarto de siglo para poder intentarlo de nuevo… No dejará de ser una ironía que, más tarde, la perdedora hablará del “fraude más grotesco de la historia”, cuando ha sido su partido el paradigma de actuar sin honestidad y de gobernar con el más impúdico autoritarismo.


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15 abril 2025

Limpiando asperezas

En días pasados, mientras revisaba la prensa, me topé con la noticia de la prematura muerte del actor Val Kilmer, conocido por sus roles en películas como Top Gun, The Doors y Batman Forever. Kilmer tenía un aura de “chico malo” (y quizá de perturbado) o, por lo menos, de ser algo quisquilloso o demasiado selectivo. Hace diez años estuvo afectado por un cáncer de garganta, cuyo tratamiento le habría afectado sus cuerdas vocales. Cuando volvió a los escenarios, lo hizo para actuar en la secuela de Top Gun, que se hizo luego de un lapso de más de 30 años. Pero no ha sido por cáncer que ha partido tan joven (tenía 65 años); ha padecido una mortal neumonía.

Alguna vez leí una crónica (quizá fue una entrevista) en que relataba que él pensaba que su mejor actuación habría sido una personificación del gran humorista y extraordinario escritor norteamericano Samuel Langhorne Clemens, mejor conocido por su seudónimo o nombre de pluma, Mark Twain (1835-1910), a quien William Faulkner llamó “padre de la literatura norteamericana”. Kilmer había sido un gran admirador del notable relator que haría famosas las Aventuras de Tom Sawyer y las Aventuras de Huckleberry Finn. Sería Ernest Hemingway quien opinaría que la verdadera literatura estadounidense recién habría empezado después de esta última novela.

 

Debo confesar que aunque no he leído todavía la última de las dos obras anotadas, he disfrutado de Capítulos de mi Autobiografía y de Roughing it, traducida a nuestro idioma como Pasando fatigas o Una vida dura. “Rough it” (se pronuncia ruff-it) es una expresión coloquial que se utiliza para referirse a una breve experiencia que se vive, sin las comodidades a que estamos acostumbrados (como cuando acampamos al aire libre); quizá lo más cercano sería algo así como “pasar apuros” o “aguantar las inclemencias”. Twain usó ese título para narrar las vicisitudes que tuvo que pasar en un viaje que efectuó con su hermano, desde San Luis a Nevada, y que debía tomarles tres meses pero que terminó costándoles tres años (fueron más de dos mil millas).


Sin embargo, “rough” en inglés también quiere decir áspero, por lo que ese título bien se podría interpretar como “vivir o experimentar algo rudo y primitivo”. En efecto, en el mundo de la construcción (y algo sé de eso) to rough quiere decir alisar, paletear o cubrir una cavidad o “cubrir las asperezas” con algún tipo de mezcla. Por lo mismo, no deja de ser curioso que cuando consulto a mi traductor, este menciona que roughing equivale a “desbaste”, la acción y efecto de desbastar, que quiere decir justamente eso: lijar, limar, pulir, enrasar (en suma “quitar lo basto, encogido o grosero”), pero que también quiere decir instruir, educar o ilustrar… Ojo, no confundir ese término con “devastar” que significa destruir un territorio o arrasar.

 

Aquí me permito una breve digresión: cuando corregimos un documento (vale para cualquier escrito) y utilizamos un “corrector de textos”, estamos convencidos de que, con su sola aplicación, estaremos exentos de cometer errores. Esto, por desgracia, no es exacto: el corrector solo revisa la ortografía pero no el sentido de las palabras –no de diga el de las frases–, por lo que debemos estar seguros de su significado. Doy, por tanto, un clásico ejemplo: no es lo mismo “pábulo” (alimento, sustento, comida) que esa otra palabra parecida aunque diferente, me refiero a “párvulo” (también voz esdrújula pero con uve) que se refiere al pequeño, al “inocente, cándido o sin malicia”, o al “niño que está en el primer estadio de enseñanza escolar” (como define el DLE). Así que cuidado… ¡Mucho cuidado!

 

Estoy persuadido de que, para quienes nos gusta la escritura, es muy importante aprender el real y auténtico significado de las palabras. Y nada aporta más a nuestra cultura que el entretenido hábito de la lectura; se hace imprescindible entonces usar los vocablos, con la conciencia y adecuado conocimiento de los varios sintagmas. Es riesgoso, por lo mismo, usar términos que no conocemos por el simple prurito de querer impresionar… Además, y a pesar de lo ya dicho en un párrafo previo, resulta útil contar con el beneficio de cualquier corrector de textos; así aprenderemos, por ejemplo, que términos como dio, crio o guion no requieren de tilde.

 

Anoche, mientras disfrutaba un partido de fútbol, vi a los jugadores observar un minuto de silencio. Era su manera convenida de protestar contra el racismo. Recordé entonces la sugerencia del etnólogo francés Lévi-Strauss respecto a evitar el uso de la palabra “raza” y preferir el empleo de “etnia” como alternativa. Con ese mismo criterio, recomendaría desterrar el vocablo racismo (la humanidad no puede tener razas) y emplear voces como discrimen, marginación o exclusión. La vida misma debe ser un continuo ejercicio para limpiar todo tipo de innecesaria aspereza.


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11 abril 2025

La memoria, una inquisición

Si uno revisa un libro de Historia de la Argentina, o cualquier enciclopedia, y analiza la lista de sus jefes de Estado, va a toparse con una curiosa preeminencia de nombres aristocráticos. Al hacerlo, no nos cabrá duda de que el poder, en su mayoría de veces, ha estado en manos de las clases dominantes. “Como en todos los demás países de América”, dirán ustedes con razón, pero es que ahí esto ha sucedido con un ingrediente adicional: sucede que a partir de fines del siglo XIX se advierte la incorporación en política de los “nuevos” inmigrantes. En efecto, un vigoroso contingente de italianos, polacos, judíos y gallegos pasan a incidir en la toma de decisiones; y esto sucede mientras, a la par, parece disminuir la influencia de los ciudadanos tradicionales.

Claro que allí, ha sido recurrente la participación de los militares en política –a pretexto de “mantener la democracia”–; resabio, cuya tendencia ha venido poco a poco a desaparecer. Hago esta reflexión mientras termino de leer uno de los libros más interesantes, y quizá mejor escritos, que hayan llegado a mis manos, Santo oficio de la memoria, del escritor argentino Mempo Giardinelli, él mismo descendiente de inmigrantes italianos. Creo que si algún día debo responder a una hipotética entrevista, no dudaría en mencionar ese sugestivo título si acaso me preguntaran que cuál pudiera haber sido el libro que alguna vez me hubiera gustado escribir…

 

Conocí Argentina antes de cumplir mis primeros 25, aunque debería ser más específico y reconocer que lo que había descubierto era esa ciudad porteña que solo parece vivir para hablar de fútbol y política (en ese orden) y para disfrutar del tango (“un sentimiento triste que se baila”, en la definición de Discépolo). Buenos Aires es quizá la ciudad más europea qué hay en América; allí, dos aspectos llaman la atención del viajero: el predominio de la ascendencia europea y la locuacidad de los locales (¿su cultura?); ahí se puede hablar de cualquier tema con solo subir a un taxi, o conversar con el mozo de un asador o el dependiente de un gran almacén.

 

Santo oficio narra la saga de una familia de inmigrantes italianos hasta su cuarta generación (aunque no es una novela autobiográfica); es la crónica de su asentamiento y adaptación en el barrio porteño de de Ramos Mejía, así como de su posterior, aunque parcial, desplazamiento hacia la provincia del Chaco, región que fuera poblada inicialmente –de acuerdo con el autor– por una mayoría de inmigrantes italianos. Por coincidencia, es también lugar de nacimiento del escritor; quien, asimismo, y al igual que Pedro, uno de los personajes principales, se ve forzado a refugiarse en México por circunstancias políticas, para –hacia al final de la novela– retornar a su lugar de origen: una versión moderna del Ulises de Homero, el gran poeta griego.

 

La novela tiene una estructura interesante: es una historia contada por narradores múltiples. Al estilo del Drácula de Bram Stoker, Cumbres borrascosas de Emily Brontë o Mientras agonizo (mi novela favorita de William Faulkner), en la que varios narradores cuentan la agonía y muerte de la abuela Addie Bundren y el viaje por tierra que realiza su familia (llegan incluso a cruzar a pié un río) para cumplir con su deseo de ser enterrada en su pueblo. En el Quijote, Cervantes emplea un método parecido y el mismo Faulkner utiliza similar técnica en su obra más celebrada, El sonido y la furia, donde cada uno de sus cinco capítulos recoge la impresión de igual número de personajes para comentar los mismos acontecimientos. Para el caso de la novela que reseño, una veintena de miembros entre los Domeniconelle se turna para relatar sus recuerdos, distintos y hasta contradictorios, de los sucesos más importantes de la familia.

 

Entre los relatores se turnan, y repiten, algunos personajes principales: el nieto Pedro (que en ocasiones utiliza un cuaderno de notas); la abuela Ángela, que es la columna vertebral de la historia –tanto por su avasalladora personalidad como por sus extravagantes ínfulas– ; el “tonto de la buena memoria” (un hijo con discapacidad, vergüenza que trata de ocultar la familia), cuyos recuerdos son la visión fidedigna de la historia y quien es considerado por todos como “peligroso”, ya que “cuenta cosas que nadie más debería llegar a saber”; y Franca, que como su nombre lo indica, ve e interpreta con sincera objetividad los acontecimientos.

 

Pero hay un callado personaje. Es quien hacia el final, resume con sensata filosofía la lección de aquellas experiencias, y quien rescata el valor del pasado y la memoria: es Aída, la mayor de las hermanas. Ella sintetiza el mensaje del autor en la mejor de esas 106 secuencias; ella se encarga de sublimar con sus reflexiones la presencia del pasado como fundamento del presente, y el valor de la memoria como parte de la historia colectiva. Piensa que no se puede vivir siempre en la ficción, y que lo único que importa es no empeñarse en negar la realidad.


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08 abril 2025

Un elefante en la cristalería *

 *Por Luis Ángel Mera. Tomado de Linkedin.

Título original: “Cinco pasos para arruinar la competitividad de los exportadores estadounidenses (y aumentar, al mismo tiempo, el déficit comercial). Las ‘genialidades’ de Trump…”. Reeditado.

 

Si el gobierno de los EEU hubiera querido escribir un manual de autodestrucción económica, no habría podido hacerlo mejor. Como un cirujano que opera con los ojos vendados, la nueva propuesta de la Oficina de la USTR es un bisturí sin filo que corta y desangra la competitividad de sus propios exportadores, dejándolos moribundos en el altar de una guerra comercial mal concebida.

 

1️  Cargar con una cruz de extra costos

 

Con la gracia de un verdugo medieval, el gobierno impone multas de hasta 1,5 millones de dólares por cada barco de fabricación china que ose tocar un puerto estadounidense. Para todos los operadores con más del 50% de su flota en construcción en China, la guillotina económica cae sin misericordia: un millón de dólares por cada entrada a puerto.

El mensaje es claro: el comercio internacional es un pecado y los exportadores americanos pagarán por él con sangre y dinero. Y si alguien duda del poderío chino en la industria naval, basta con ver los números: China construye más de la mitad de los barcos mercantes del mundo, con 1,794 grandes embarcaciones en proceso, comparado con las 734 de Corea del Sur y las 587 de Japón. EEUU, en cambio, tiene cinco.

 

2️  Obligar a los exportadores a una ruleta rusa de precios

 

Mientras los competidores europeos y asiáticos siguen avanzando con gracia, los empresarios gringos se ven obligados a vender más caro y perder clientes, como si estuvieran remando contra una corriente implacable que los arrastra hacia el olvido.

 

3️  Exigir milagros a una flota que no existe

 

La propuesta exige además que, en siete años, al menos el 15% de las exportaciones estadounidenses sean transportadas en barcos de bandera y operación estadounidense. Es como pedirle a un caballo cojo que gane el Derby de Kentucky. La flota estadounidense no tiene la capacidad, ni los barcos, ni la infraestructura para semejante mandato.

 

4️  Provocar una tormenta de represalias internacionales

 

El comercio es un campo de batalla sin balas, pero con aranceles. China, la Unión Europea y el resto del mundo no se quedarán de brazos cruzados mientras Estados Unidos decide dispararse en el pie.

 

5️  Agrandar el abismo del déficit comercial

 

El chiste cruel de esta historia es que la intención es reducir la dependencia de EEUU de China, pero creo que lo que logrará es exactamente lo contrario. Con exportadores menos competitivos y productos más caros, el volumen de exportaciones caerá como una hoja en otoño. 

 

Como un barco sin brújula, la economía estadounidense (y de paso la de todos los que comerciamos con ellos) se dirige a aguas turbulentas, impulsada por decisiones que parecen diseñadas para hundirla. El país que alguna vez construyó imperios comerciales con su ingenio y su audacia ahora se encierra en una jaula de reglas absurdas y costos autoimpuestos. Si este es el plan para ‘proteger’ a los exportadores americanos, que Dios nos agarre confesados. 

 

¿Será que me equivoco?


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04 abril 2025

Recuerdos de Londres…

Hasta entonces no había tenido oportunidad de conocer Londres. Sería que aún no me había llamado la atención y que, por eso, no la había incluido en mis planes de turismo. La conocí por asuntos referentes a mi oficio y sin que me lo hubiera propuesto… Sucedió algo tarde –ya tenía más de 50 años–; y fue que, estando al servicio de Singapore Airlines, fui transferido a una flota distinta (la del Boeing 747-400). Londres se habría de convertir, sin que nunca lo hubiera previsto, en uno de mis destinos favoritos. Hoy, pasado el tiempo, me trae gratas nostalgias su recuerdo.

Cierto que su clima no es muy amigable. Llovizna con frecuencia; una espesa neblina parece empeñarse en oscurecer más el sombrío paisaje. Quién sabe si también es motivo para que dé la engañosa impresión al viajero de que su gente es fría, introvertida y no muy afable. Londres es, sin embargo, una ciudad limpia y acogedora, una urbe donde uno jamás transige ante el tedio o el hastío; es fácil para movilizarse y se deja explorar y conocer. Repleta de museos, parques y rincones interesantes, allí la gente vive a su aire y, como en toda gran metrópoli, sabe tratar al viajero con cordialidad y tolerancia, y nunca duda en mostrarse servicial y gentil.

 

Londres no es la meca, en cuanto a gastronomía; pero si uno quiere probar algo ligero y acompañarlo con una cerveza, sus pubs son una aceptable alternativa y se los encuentra por doquier. Como en cualquier ciudad, ahí es básico saber ubicarse y aprender a movilizarse, especialmente en el tren subterráneo (le apodan de Tube ). Mucho ayuda estar familiarizado con las estaciones y con los nombres de los barrios y distritos. En mi caso personal, siempre tuve la suerte de alojarme –en forma invariable– en el Gloucester Hotel (vocablo de curiosa pronunciación: debe decirse Gloster), ubicado en el barrio de su nombre, un poco al norte de Chelsea y hacia el sur de Kensington y Hyde Park, algo al oriente de Earl’s Court. Cierto día, caminando por Cromwel Rd., di con una placa que rezaba: “Aquí vivió el guionista y director de cine Sir Alfred Hitchcock”.

 

El Gloucester no puede estar mejor ubicado. Una caminata de diez minutos sobre Cromwel Rd. lleva al Museo de Victoria y Alberto, a Harrods (visita imprescindible) o a nuestra embajada. Cuántas veces no fui a merodear por Chelsea y avancé hasta Stamford Bridge (estadio del tan popular equipo), o hasta Craven Cottage (el campo del Fulham que, al igual que la tienda referida, es propiedad de Mr. Mohamed Al-Fayed). Esa “cabaña de pollos” es una instalación deportiva avecinada a un meandro del Támesis, a este lo conocen como St. James-Brentford. Un buen día, recorriendo Notting Hill (cerca de Hyde Park), di con un rincón muy pintoresco: se llama Portobello Market (mitad mercado de pulgas, mitad enjambre de anticuarios); sitio ideal para saborear delicias de Italia o de la India, y para entretener y dar pábulo a la codicia…

 

La “escala”, o tiempo de pernocta en los diferentes destinos a los que volamos los aviadores (‘leyover’, se dice en inglés), nunca es tan extensa como quisiéramos. Como debo haberlo comentado, muchas veces solo consiste en el tiempo requerido para acomodar el respectivo ‘turn around’ o retorno desde la base de un nuevo vuelo, y para satisfacer el descanso de las tripulaciones (al menos 24 horas o el doble de lo volado, en vuelos intercontinentales). Esto se antoja determinante, pues cualquier excursión que se quiera efectuar dependerá no solo del tiempo disponible, sino del plan de descanso personal, siempre afectado por algo que a menudo provoca serios desarreglos: la adaptación a los ciclos circadianos (el insidioso cambio de hora).

 

Por lo mismo, cuando el tiempo no es factor, resulta agradable intentar recorridos algo más alejados: caminar hasta el Big Ben o la Abadía de Westminster, siempre a través de St. James Park y el Palacio de Buckingham, por ejemplo; o, quizá, cruzar Hyde Park hasta Oxford St., y avanzar luego hasta el Soho o Piccadilly Circus. O, con algo más de disponibilidad, tratar una escapada hacia occidente, en dirección a Cardiff, para visitar Oxford (sede de la famosa universidad), Bath (antigua ciudad romana) o las enigmáticas ruinas de Stonehenge.

 

En Heathrow, su aeropuerto, tuve que efectuar varias aproximaciones de baja visibilidad, debido a la neblina: los pilotos –con apoyo en su respectiva categoría– podemos bajar hasta un punto tal que si no vemos la pista –o sus marcas o luces–, debemos efectuar un Go-around (un sobrepaso). Esos mínimos pueden variar (los míos eran de 35 pies sobre la pista). Si se decide abortar (interrumpir) el aterrizaje en ese punto, el avión pierde todavía unos 50 pies (por la reacción progresiva de los motores y la gradual transición hacia la maniobra) y las ruedas, a pesar de todo, topan brevemente la pista... Los pasajeros pueden creer que el avión ha aterrizado, cuando, en realidad, ha vuelto a elevarse…


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01 abril 2025

De imprentas e improntas

En días pasados, cumpliendo con un propósito que traía postergado, fui a visitar a mi amigo Paco; él lidera –como copropietario que es– una de las empresas editoriales más inspiradoras y de más importante desarrollo que han surgido en el país. Creo, además, que no exagero ni me alejo de la realidad, si menciono que su planta utiliza tan avanzada tecnología que se ha convertido en una de las industrias más prestigiosas y reconocidas que hay en Suramérica. Es que hablar de Imprenta Mariscal es no solo mencionar un formidable logro empresarial; es, ante todo, reconocer un largo recorrido y un gran esfuerzo institucional que jamás abandonó su inspiración: la satisfacción del cliente a través de la búsqueda incesante de la excelencia.

Fundada hace 50 años en un pequeño local, ubicado junto al Chantilly en la Roca y Amazonas, hoy constituye un monstruo colosal. Localizada cerca de Pifo, e integrada por seis enormes galpones, cuenta con más de quinientos empleados. Tan ingente empeño empresarial solo ha sido posible gracias a la perseverancia y visión de su líder. Paco es un hombre sencillo, un ejemplo de discreción y nada altanera conducta; es lo que antes llamábamos “un caballero circunspecto”. Él es uno de los amigos más comedidos y cordiales, y –a la vez– uno de los anfitriones más hospitalarios que yo haya conocido. Con él es fácil coincidir en opiniones y sentimientos, su talante es una invitación al palique ameno y a la distendida confidencia.

 

Mientras charlo y disfruto de su reservada sensatez, se me hace difícil no rememorar mis escolares tardes de invierno, aquellas apuradas correrías a la Editorial Colón (el desaparecido negocio de su padre) tratando de encontrar un tipo de papel o cartulina difícil de conseguir cerca del lugar donde vivía; o quizá un compás, un canutero o una compleja regla de cálculo. Y no puedo, tampoco, dejar de recordar aquel conjunto arquitectónico, tan cercano a Madrid, donde él recibió parte de su formación, El Escorial, regentado por los agustinos: monasterio, palacio, basílica, colegio, panteón y biblioteca a la vez, no muy lejos del Valle de los Caídos

 

No escapa a mi reflexión, tampoco, que el nombre otorgado a esta empresa de tan interesante actividad, se debe a su inicial ubicación (cerca del primer Supermaxi), en el barrio construido por el Seguro Social (antes Caja del Seguro) con el nombre de “Mariscal Antonio José de Sucre”; y que –traviesa– la costumbre se ha encargado de abreviar, pues más bien se lo conoce solo por el rango del héroe de Ayacucho… A veces pregunto a mis amigos que por qué se llama así a La Mariscal y pocos saben el motivo. Similar condición ha pasado a caracterizar al sector hoy conocido como playón de La Marín: pocos conocen que en ese lugar estuvo una antigua quebrada (la de Manosalvas), cuyo relleno fue iniciativa del presidente del Ilustre Concejo Municipal: don Francisco Andrade Marín (hermano de Carlos, también alcalde de Quito). Hoy, esa estación de transporte funciona cerca de la plazoleta que cubrió la vieja quebrada…

 

Admiro el portentoso edificio y –respetando las proporciones– lo comparo con una moderna ensambladora de vehículos (y hasta con una fábrica de aviones, como las que alguna vez visité en Toulouse o Seattle). Es cuando Francisco Valdivieso me invita a efectuar un breve recorrido por sus sorprendentes instalaciones. “Debemos usar unas gorritas, como si fuéramos monjitas, me dice, para evitar que los productos sean afectados por los residuos capilares“; tan celoso es el proceso con el que se fabrican cajas, estuches y más recipientes, o con el que ahí se imprimen libros, revistas, material informativo y todo tipo de elemento relacionado con medios de publicidad, señalización o embalaje… Pondero aquel orden meticuloso, así como la moderna, sincronizada y automatizada actividad que observo por todas partes.

 

Volvemos entonces a sus acogedoras y panorámicas oficinas (sus talleres tienen ese panóptico concepto, ya que se puede observar toda la actividad desde esos enormes ventanales). Desde ese atalaya, se puede observar y controlar todo lo que pasa en las nítidas instalaciones. Luego, hablamos de lo humano y de lo divino, de nuestras mutuas desgracias familiares… de su proyecto de escribir y editar un libro que recoja la impresión de los autores que lo prefirieron para publicar sus propios textos, y de las experiencias y resultados de tales ediciones… “Sería nuestro legado”, dice, al tiempo que me alienta a continuar con mis escritos referentes a mis ya infrecuentes andanzas por el mundo, ya sea en este mismo blog o en otras publicaciones.

 

Es cuando Paco me retiene y me invita a almorzar, pero de pronto recuerda un compromiso antes adquirido … Optamos entonces por dejar para otro día nuevos temas e inquisiciones…


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