04 julio 2025

En la despedida de Pablo Córdova

Horacio Walpole, literato y aristócrata inglés que vivió en el SS XVIII, habría escrito una frase que siempre me ha dado que pensar: “La vida no es más que una comedia para los que piensan; pero es una tragedia para los que sienten”. A Walpole se le atribuye haber inventado el término ‘serendipity’, voz inglesa cuyo sentido en nuestro idioma equivale, más o menos, al vocablo ‘casualidad’. Serendipity es cuando nos ocurre un feliz hallazgo cuando buscábamos algo distinto. Cristóbal Colón llegando a América cuando quería llegar a Asia pudiera ser un buen ejemplo… Walpole se habría basado en un cuento persa, el de Las tres princesas de Serendip.

Pero, yo tengo mis reservas… un día, mientras volaba la línea de pasajeros para la Singapore Airlines, me llamaron a casa a preguntarme si podía hacer un vuelo carguero a Colombo, la capital de Srí Lanka (qué casualidad: Colón y Colombo son voces parecidas)… Como muchos saben, Sri Lanka es una isla en forma de perla que antes era conocida como Ceylán. Pero, algo que pocos saben es que, esa isla, antes fue conocida con una infinidad de nombres… Hay quienes la conocían por Taprobana (Trapobana es como la llamó Cervantes en el Quijote); y, otros, la apellidaron de Serendip… un vocablo del sánscrito: quizá “La isla de la casualidad”.

 

He repetido esta última palabra con intención, pues hace un par de años Pablo me llamó un día a su casa para pasarme el borrador de un cuento que había escrito… El título se refería a una ciudad de Medio Oriente, y hablaba de episodios que ocurrían simultáneamente. Me dijo que quería dedicárselo a una de sus nietas. El cuento empezaba con un epígrafe; en él se repetía la definición del vocablo ‘coincidencia’, del modo que lo hace la Real Academia… No estoy seguro si quizá lo malentendí, pero recuerdo haberle hecho un par de observaciones. “Tal vez deberías elegir el significado de casualidad; no el de coincidencia”, le sugerí. “¡Pero si son lo mismo! ¿Cuál es la diferencia?”, con ese modo severo que él tenía, me respondió…

 

“No exactamente”, le repliqué. “Creo que en la coincidencia interviene la voluntad humana; no así en la casualidad. Esta, si no depende de la voluntad Divina, lo hace del capricho de una diosa que otros llaman Fortuna” (estamos hoy aquí reunidos por pura coincidencia; pero Pablo se ha ido ayer y no hace una semana, ni después de un mes, y por mera casualidad)…

 

Sea lo que sea, creo que allí surgió un breve desencuentro. Hoy, el recuerdo de ese episodio me lleva a una pequeña reflexión que la quiero compartir: a veces asignamos mucho tiempo y esfuerzo a nuestros conflictos y diferencias, a nuestros desencuentros; pero ello no vale la pena: ¡la vida es demasiado corta! Dicen que es como un relámpago o como un destello… Yo pienso que ni siquiera eso: tan solo es un suspiro entre dos eternidades; un concepto, este, que más de una vez hizo temblar los cimientos de mi propio Credo, los de mi propia Fe…

 

Pablo era un hombre pausado, era un hombre bueno. Era cordial, frugal y discreto… solía ir y volver de su trabajo, todos los días, sin utilizar transporte público. Era un hombre reflexivo, siempre iba a pié… Pero creo también que había algo en lo que nos parecíamos: quizá fuimos demasiado severos a la hora de juzgar a los demás… Antes de despedirme de Pablo, quisiera hacer un pequeño aunque reverente homenaje a una mujer extraordinaria: ella ha sido para nosotros un ejemplo de solidaridad y de paciencia, de perseverancia y resiliencia, de dulzura y de un amor que se avecinó a la santidad: ella es mi querida cuñada María Fernanda…

 

Pablo… estoy aquí para despedirme. A veces creo que pude haber sido un mejor amigo,  un mejor cuñado y un mejor vecino. Discúlpame si alguna vez te lastimé… Quisiera desearte un viaje tranquilo; como decimos los pilotos: que tengas buen cielo, buen viento y buena mar. Te agradezco por todo, querido amigo. Vete sosegado y tranquilo. Y que descanses en Paz…


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01 julio 2025

El aprendiz de brujo *

Escrito por Moisés Naím, para El País de España

Johann Wolfgang von Goethe, vivió entre 1749 y 1832, fue uno de los escritores alemanes más importantes. A los 48 años, publicó una balada, El aprendiz de brujo, que se convirtió en uno de sus textos más conocidos y cuya relevancia perdura hasta nuestros días. El protagonista es un aprendiz que aprovecha la ausencia de su maestro para experimentar con los sortilegios que le ha visto usar. Una de las tareas que más detesta es llenar un cubo con agua del pozo y llevarlo al taller, así que embruja a una escoba para que haga el trabajo por él. Craso error.

 

El suelo rápidamente se cubre de agua, y el aprendiz se da cuenta de que nada puede hacer la escoba porque no conoce toda la magia. Decide pararla cortándola en dos con un hacha, pero cada pedazo se convierte en otra escoba que continúa acarreando agua al taller, cada vez más rápido. La habitación comienza a inundarse aceleradamente. Cuando todo parece perdido, el viejo hechicero regresa y rompe el hechizo, recuperando la normalidad. La historia sirve de advertencia sobre los peligros de manejar el poder sin sabiduría. El aprendiz de brujo se ha convertido en una metáfora para ilustrar situaciones en las que actuar con la arrogancia de la ignorancia desata fuerzas inesperadas e incontrolables.

 

Donald Trump está viviendo esto directamente. No pasa semana sin que se vea obligado a ajustar o revertir algunas decisiones. Su política migratoria está generando un sinnúmero de consecuencias inesperadas. Lo mismo ocurre con sus intervenciones geopolíticas. “Voy a terminar con la guerra en Ucrania en 24 horas”, solía decir Trump. Así se refirió al conflicto entre Israel y Palestina y la guerra en Gaza. Lamentablemente, nada de aquello ha ocurrido.

 

También se ufanaba de su capacidad de negociar con ventaja con Xi Jinping o con Vladímir Putin. Pero hasta ahora ese presunto talento como negociador no le ha servido de mucho. “Xi Jinping es muy duro y es extremadamente difícil llegar a un acuerdo con él”, escribió en sus redes sociales. La supuesta amistad con Putin tampoco ha dado resultados, y Trump ha perdido la paciencia con el ruso: “Putin se volvió absolutamente loco”, escribió en Truth Social. Al igual que el aprendiz de brujo, está descubriendo que algunas decisiones que ha tomado adquieren vida propia y se arraigan. La inflación es buen ejemplo. “Voy a terminar con la inflación”, dijo; pero, sus decisiones han contribuido a exacerbar las expectativas.

 

La guerra comercial que desató Trump ejemplifica esta dinámica de aprendiz de brujo. Sus aranceles, supuestas herramientas mágicas para resolver complejos problemas comerciales, han generado consecuencias imprevistas que se multiplican como las escobas encantadas de Goethe. Cada nuevo arancel provoca represalias de otros países, creando una cascada de medidas que encarecen los productos para los consumidores estadounidenses. Como el aprendiz que cortó la escoba en dos solo para crear más escobas, Trump responde a estas represalias con más aranceles, alimentando así un caos en el comercio internacional. Los sectores agrícolas, manufactureros y de servicios experimentan disrupciones que van mucho más allá de lo que inicialmente anticipó cuando invocó estos “sortilegios” comerciales.

 

Pero nada ha resultado más frustrante para Trump que las actuaciones de jueces que han obstruido sus decisiones. Como el aprendiz que descubre que no conoce todos los hechizos, Trump tropieza repetidamente con un sistema judicial independiente que le impide actuar como él quisiera. Algunas órdenes ejecutivas sobre inmigración han sido obstaculizadas por tribunales federales, sus intento de alterar normas ambientales enfrenta decisiones adversas, y sus esfuerzos por concentrar el poder chocan con la separación de poderes. Cuando intenta “cortar la escoba” judicial con declaraciones airadas o amenazas, se encuentra con que el sistema legal responde con más impedimentos.

 

La metáfora del aprendiz de brujo recuerda una verdad fundamental sobre el poder: manejarlo sin experiencia, sin humildad y sin comprensión de sus complejidades, inevitablemente conduce a resultados dolorosos. Trump, como el personaje de Goethe, está descubriendo que en la política y en la economía no existen los atajos. La diferencia crucial es que, al contrario del cuento, no hay un maestro hechicero que espera para restaurar el orden cuando las crisis se salen de cauce. En la política real, las consecuencias de la inexperiencia y de la arrogancia pueden perdurar mucho más allá del mandato de quien las desató.


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