09 septiembre 2025

Borges y el tango *

   * Escrito por Carlos E. Cué, el 29 de agosto de 2016. Reeditado para cumplir con el formato de este blog.

El tango no es triste, popular, ni arrabalero: no nació así. “El tango surge de la milonga, y es al principio valeroso y feliz. Y luego va languideciendo y entristeciéndose”. Lo cuenta alguien con la autoridad de haber nacido casi al mismo tiempo que el tango: Jorge Luis Borges. Por improbable que parezca, el escritor argentino, nacido hace 117 años y fallecido hace 30, aún tiene obra inédita. Y se acaba de publicar en España: El tango, cuatro conferencias (Lumen).

 

La génesis de la obra daría para un cuento: su especialidad. JLB impartió unas conferencias sobre el tango en 1965; son casi un tratado que mezcla erudición, sabiduría popular y humor, para hablar no solo de música sino de Buenos Aires, de Argentina, de la vida de los “guapos" (pendencieros) que protagonizan las letras tangueras. Todo ello se habría perdido si no fuera porque alguien lo grabó y 50 años después las cintas llegaron a Bernardo Atxaga, que las arregló y donó para que, luego de 16 años de escucharlas, se convirtieran en un libro.

 

Leyendo uno puede imaginar a un Borges burlón que se anima incluso a cantar con tono varonil para desacreditar a Gardel, a quien culpa de alterar el espíritu de esa música. “El tango no es triste, melancólico, nostálgico, ni llorón. El tango es alegre”, se desgañita. “Gardel tomó la letra del tango y la convirtió en una breve escena dramática, en la cual un hombre abandonado por una mujer se queja, o en la que se habla de la decadencia física de ella”. También rechaza la tesis de que lo hicieron llorón los inmigrantes italianos. “No puedo aceptar esa teoría racista de un tango pendenciero; porque era criollo y luego se entristeció en el barrio de La Boca”, dice.

 

“A Borges le gustaban los tangos de la guardia vieja, que había escuchado en su infancia, que no eran patéticos. Tenían letras alegres, pícaras. Él pensaba que Gardel lo había arruinado”, explica María Kodama, viuda del autor, que sigue custodiando su obra aunque desconocía la existencia de estas conferencias, hasta que Atxaga se las pasó a César Antonio Molina y este las compartió con ella para confirmar que eran auténticas. Kodama asegura que el escritor no escuchaba mucho tango pero que le fascinaba el origen de la música que marcó su infancia. Borges nació en 1899 y en sus conferencias coloca en 1880 la creación de esa nueva música.

 

Leer a Borges con ideas preconcebidas es peligroso. Lo más probable es que las desmienta y lleve al lector a sentirse un ignorante. Borges lo hará con sutileza y humor, pero con efectos devastadores. El tango no solo que no era triste: tampoco era popular. No surge en los barrios bajos, sino en los prostíbulos, donde había “compadritos”, de origen humilde, pero también “niños bien” buscando diversión. “Los primeros tangos se tocaban con piano, flauta y violín. Después se agregó el bandoneón, de origen alemán. Si el tango hubiera sido orillero, popular, el artilugio habría sido el que era instrumento popular por excelencia: la guitarra”, asegura.

 

Eso explica por qué al principio solo se lo bailaba entre hombres. “A comienzos de siglo, vi a parejas de hombres bailando el tango, digamos al carnicero, a un carrero, acaso con un clavel en la oreja, bailando el tango al compás del organito. Porque las mujeres conocían su raíz infame y no querían bailarlo”. El tango era algo oculto, clandestino. Hasta que llegó a París, la ciudad a la que siempre miró Buenos Aires. “Contrario a esa suerte de novela sentimental de los films, el pueblo no inventó el tango, no lo impuso a la gente bien. Ocurrió lo contrario: los niños bien, los patoteros, que eran gente de armas tomar, lo llevaron a París. Y cuando fue aprobado y adecentado, el Barrio Norte, digamos, lo impuso a Buenos Aires”, cuenta Borges.

 

Pero el tango solo es excusa para hablar de un país desaparecido y contar anécdotas que explican más que los libros de historia; de esa vida de los guapos que matan y mueren para mantener su fama de valientes, obligados a aceptar cualquier duelo; y de un país que crecía y asombraba al mundo. Es la melancolía de la oportunidad perdida que aún invade todo en Argentina. Es la condena del alma argentina, que vive lamentando lo que pudo haber sido y no fue, y confortándose con la idea de que está condenada a un éxito que nunca llega…

 

Borges habla de 1910, de la expansión del tango, y dice que Buenos Aires “era la capital de un país creciente, donde la pobreza era cuestión de solo una generación”. En 1965 ya se ve su nostalgia al hablar de “ese país que fuimos hasta hace poco”. 50 años después, la discusión es similar. Borges recomienda refugiarse en la música: “El tango nos da un pasado imaginario, sentimos que, de un modo mágico, hemos muerto peleando en una esquina del suburbio”.


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