28 marzo 2010

Entre ángeles y dragones

Me cuenta mi amigo Hernán, compañero de colegio y de destierro, que está leyendo en estos días “El otro sexo del dragón”, un libro de probable carácter feminista que se refiere a la influencia de la mujer, en la sociedad y la cultura chinas; así como a la importancia de su participación en la literatura de esta civilización milenaria. Pero… existen los dragones realmente? Y, si ellos existen, tienen realmente sexo? Y aquí se me ocurre una digresión adicional: esto de “tener sexo”, es verbo o tan sólo sustantivo? Porque para tener sexo (verbo), parece que es primero necesario tener un órgano sexual (sexo como sustantivo).

Es centenaria la preocupación de los humanos por una discusión que, a través de los siglos, fue teniendo una connotación peyorativa; lo que un tiempo se dió por llamar como “discusión bizantina”. Me refiero al inescrutable y misterioso sexo de los ángeles. Ya Mario Benedetti se refirió alguna vez a dicho sexo (aquí como verbo y no como sustantivo) e hizo una descripción muy interesante de cómo ejercerían su sensualidad estos espíritus angélicos; de cómo se relacionarían “ángeles y ángelas”. Propuso entonces que no lo harían en idéntica forma que lo hacemos los humanos; y que consumarían su exaltación física en forma diferente. El insinuó, que lo harían con un intercambio inmaterial y platónico de términos que se oponen y complementan (yo digo selva, tu dices desierto; yo digo tierra, tu dices cielo; yo digo paz, tu dices vértigo). Propuso así, la sublimación de la fuerza sensual de la palabra; con un invisible intercambio que utilizaría la lengua y los oídos. Un raro erotismo ejecutado con los sentidos. En otras palabras: un sexo prescindiendo del sexo!

He visto en museos e iglesias una variada infinidad de angelitos. Sobre todo, los llamados serafines y querubines; unos representan el ardor del fuego y otros la plenitud del conocimiento. Todos exhiben un rostro sonrosado, saturado de infantil ingenuidad y de incontenible dulzura, acoplado a un pecho incompleto y atrofiado del que surgen dos bracitos rosados y carnosos. Son infaltables, en su representación, unas no muy desarrolladas alitas, que les sirven para volar y para cubrir con pudor sus cuerpecitos; porque sin alitas simplemente no pueden existir los angelitos. No hay en el mundo iglesia que se respete que no exhiba estos rubicundos niños-pajaritos. Pero de su sexo (sustantivo), pues nada! Nadita de nada! Se me ocurre que tienen terror de hacer el amor los angelitos. Propongo que para eso mismo es que tienen tantas primorosas alitas; para echarse a volar y desaparecerse! Por eso es que dan tanta ternura estos celestiales angelitos!

Creo que en nada más se parecen los dragones a estos angelitos; en que no sabemos a ciencia cierta si es que tienen sexo definido. En lo demás, casi podría decirse que son seres mitológicos con características antagónicas; o, por lo menos, nada similares. Los ángeles combinan lo que los humanos parece que más buscamos: una imagen de salud, libertad y bienestar (ya alguien dijo que lo que nos identifica a los hombres con los dioses, no es el lado divino que tenemos los mortales, sino el lado humano que tendrían los dioses). Los dragones, por su parte, parecerían combinar en la complejidad de su figura, las principales formas animales que los mortales ciertamente más tememos: las serpientes, las aves de rapiña y los felinos grandes y salvajes. Si a esto le sumamos unas llamaradas de fuego que surgen de las fauces agresivas que ostentan los dragones, ya tenemos entonces una bestia digna de espanto portentoso. Y, ante tanto colmillo, tanta escama y tanta garra amenazadora; ante tanta furia desbordante en ese coleteo apocalíptico… Pues, a quién le puede importar si tienen o no sexo los dragones! Al contrario, es de alegrarse de que no lo tengan. Como dicen en mi tierra: Bien hechito, por tener tan mal carácter, por ser tan iracundos y tan feroces!

Esta visión maléfica y negativa de los dragones, parece que solo la tenemos los occidentales. En Oriente, y particularmente en la China, el dragón es todavía un símbolo de fortuna y sabiduría, de fertilidad y energía. No estoy muy seguro cuán importante esto de la fertilidad resulta en estos días para una sociedad que ha establecido la regla general de procrear un hijo único; y cuya trasgresión es castigada con la mayor severidad. El dragón es un símbolo indispensable en los momentos de celebración social y en las festividades tradicionales chinas. El dragón es la representación de la fuerza de la naturaleza, la imagen misma de la religión y de la ética social, el símbolo cautivante e impulsador del orden en el subyugante y misterioso universo.

Que mismo entonces es el dragón? Fortuna y sabiduría; o espanto y ominoso maleficio? Es serpiente y demonio; o bestia amigable e inofensivo angelito? Yo intuyo que como parece no tener sexo, debe ser más bien algo cercano a un angelito! Es que, cómo puede tener sexo un lagarto caprichoso e inquieto que despide llamaradas de fuego por sus fauces? No, ya esta decidido: los dragones no tienen sexo; solo tienen una sinuosa, traviesa y serpenteante cola! No, no son ni femeninos, ni masculinos. No son tampoco del otro sexo!

Sí! No puede ser! No he leído todavía el famoso librito, que lee mi amigo Hernán; pero, a fe mía, que ha de referirse a otra cosa, con eso del “otro sexo del dragón”!

Shanghai, Marzo 29 de 2010.
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