26 marzo 2010

“Que veinte años no es nada!” (bis)

Nota preliminar: Con nuestras reflexiones sucede a menudo lo mismo que con nuestros sueños; o, con más precisión, como con nuestros hijos, que uno los crea, pero nunca sabe que derrotero han de tomar… Esta nota empezó sólo como una disquisición semántica, como un circunloquio alrededor de la palabra “elevado”. Pero, no fue sino llegar a aquello de “veinte años no es nada”, que, de pronto y sin que yo mismo lo pueda impedir, se convirtió en un travieso juego con la letra del tango al que me refiero aquí. No sé! O será que… talvez ya ando “con la frente marchita”; en adición a que “las nieves del tiempo platearon mi sien”!
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“Volver” es quizás uno de los más populares y conocidos tangos de Gardel. Al no estar escrito con palabras pertenecientes al lunfardo porteño, se nos hace fácil entender su nostálgica letra. Sin embargo, como sucede con otras canciones, su mensaje es a veces oscuro e impreciso; y su intención poética no es muy simple de interpretarse. “Volver” procura exaltar el regreso a la tierra; y es a la vez, un lamento ante el paso raudo y fugaz del tiempo. A pesar de todo, “Volver” es un tango entendible, sobre todo para los que han vivido la nostalgia del recuerdo.

En mi caso, próximo ya a volver a “la patria de la infancia”, luego de casi veinte años de ausencia, no estoy muy seguro si una de sus frases musicales (“Y, aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor”) calza de alguna manera mi propia realidad con toda su integridad. Porque, aunque estoy persuadido que ya quiero el regreso; no estoy muy seguro de cuál mismo fue mi primer amor…

Todo esto me lleva a otra, muy diversa, reflexión. Y es que, cumplí hace poco treinta mil horas de vuelo como piloto; pero también celebré en silencio mis ya cuarenta años como aviador profesional (o sea, “veinte años no es nada”, aunque esta vez multiplicado por dos). Sí, estoy consciente que al estarlo divulgando, estaría cometiendo un acto carente de discreción; sería una actitud inelegante, exenta de humildad. Pero sucede que la noticia ya la dió a conocer a los cuatro vientos mi querida mujercita, lo cual me releva de culpa y me dá una beneficiosa absolución para lo que pudo haber sido este feo pecadillo de orgullo y de soberbia. Insisto: el publicitarlo yo mismo nunca fue realmente mi intención.

Y es que… treinta y cuarenta, pueden ser sólo guarismos, pueden ser sólo eso: únicamente números. Treinta y cuarenta son cifras insignificantes como las del tema sugestivo de una balada popular titulada “Cuarenta y veinte”. Porque es, justamente con su canción, que Gardel nos recuerda el correr vertiginoso que suele tener el tiempo. “Sentir, que es un soplo la vida, que veinte años no es nada”, parecería ser el renglón emblemático con el que el tango comienza; y no aquel de: “Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno”. Quizás por eso, cuando yo regreso a mirar el camino y el tiempo recorridos, sólo atino a responderme con el párrafo final de la misma canción: “Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que, pobladas de recuerdos, encadenen mi soñar…”

Treinta mil horas de vuelo y cuarenta años como aviador, sólo quieren decir que ya voy para viejo; y, lo más triste: que muy pronto tendré que dejar de ejercer esta actividad maravillosa y apasionante. No me quedará más; y no tendré sino que seguir canturreando el mismo tango, aunque sea para de ahí en adelante, “Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo, que lloro otra vez”…

Así lo debe haber interpretado uno de mis buenos amigos (de quién recién descubrí que posee el raro atributo de quedarse dormido por todas partes), cuando, en el probable propósito de estimularme, me hizo la contundente observación de que “entonces, yo era ya todo un elevado” (es decir, un “elevado profesional”)… Por eso, y para no tener que soportar “el burlón mirar de las estrellas…”, he preferido responderle. Ya que, estoy advertido, y justo por el mismo tango, que: “el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar”...

Y esto es lo que le respondo, respecto a mi humilde condición: El diccionario define “elevado” como algo “alto, sublime, que está a una altura superior”. Sabido es, también, que en nuestra tierra se utiliza el terminajo para referirse a la condición de abstraído o descuidado… Así es como se dice por ejemplo: le cogió el carro “por elevado”; o, “le cogieron” (a él mismo) también por idéntico descuido, y claro que esto último, aunque pudiese pasar a los “anales” de la historia, no puede tener, claro, nada realmente de “elevado”… Lo curioso en este último caso, es que, siguiendo las gramaticales formas de la siempre compleja conjugación castellana, “cogieron” es pretérito perfecto! Y uno, claro, se pregunta: como podría ser perfecto, algo así de vergonzoso, algo que ni siquiera pudiera considerarse como pretérito “anterior”?

De idéntica manera, la liturgia católica usa también este término para referirse a quienes por continuas manifestaciones de bondad o sublimidad en su condición humana, alcanzan el extraordinario privilegio de ser venerados por sus devotos semejantes en la posteridad, cuando son “elevados a los altares”.

Los "avionistas", como los llama otro de mis amigos; o los aviadores como los conoce el mundo, no son otros que aquellos magros individuos que caminan con apresuramiento por los terminales aéreos, casi siempre perseguidos por unos maletines provistos de ruedas diminutas. Adminículos (con perdón) que se han diseñado para disimular y aligerar el agobiante peso del sin número de artículos que sus esposas les obligan a adquirir en los más diversos supermercados y centros comerciales de todo el mundo (es que, claro, se casaron por puro “elevados”, y por lo mismo, quizás merecerían ser “elevados a los altares”).

Estos aviadores, que ostentan la condición de ejercitar la más nueva de las profesiones humanas, se emparentan con aquellas fulanas de la vida fácil, que tienen por actividad, en cambio, “la profesión más antigua del mundo”. En efecto: a aquellos, también les obligan a trabajar por las noches; utilizan unas lucecitas de color llamativo para identificar su lugar de trabajo; están obligados a someterse a chequeos médicos, dos veces por año; visten atuendos de colores conspicuos; nunca carecen de un proxeneta que se les lleve su bien ganado dinero (aquí nos referimos a los empresarios que los contratan, por si acaso); y encima de todo, dicen que lo que hacen… les encanta!

Así y todo (y de regreso a mi réplica, antes comentada), resulta que siempre es preferible haber estado “elevado” por más de treinta mil horas de vuelo, que “dormido” por un solo minuto de más, en este humilde Valle de Lágrimas. Efectivamente, la experiencia aeronáutica enseña que los aviones se caen a veces por no estar suficientemente “elevados”; razón por la que, a los aviadores no les van a sorprender dormidos nunca “ni cagando” (con perdón del expletivo).

Nos va quedando ya poco tiempo para seguirnos “elevando”. La verdad es que, después de otros pocos meses más en el Asia, habrá ya que pensar en volver (“Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno”). Pienso que, luego de otras pocas, y de seguro muy interesantes, horas de vuelo, vendrán ya muchas horas de nuevas actividades; y, sobre todo, de sabia y serena reflexión. Sólo así aceptaré mis nuevos e inéditos planes de vuelo con un espíritu de tranquila resignación. Así lo espero. Y ése será mi único escondido tesoro! Esa es mi única y secreta esperanza! Y ésa, mi más íntima ilusión!

… “Aunque el olvido que todo destruye, haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde, que es toda la fortuna de mi corazón” (bis).

Singapur, Marzo de 2010
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