26 noviembre 2010

Entre clavos y cubiletes

Esa tarde la molestia se convirtió ya en un dolor insoportable. Cuando dejé el hotel en Frankfurt para efectuar una de mis rutinarias caminatas, no me hubiera imaginado que solo dos cuadras después, me tendría que sentar en la vereda, al filo mismo de la calle. Tal era la naturaleza extraña de ese punzón intolerable. La sensación de uno como garfio clavado en la pantorrilla, me impedía de pronto movilizarme. Poco antes me habían diagnosticado múltiples hernias en los discos lumbares, asunto que vino a corroborar una presunción temprana cuando pocos años atrás me habían auscultado una escoliosis al renovar un seguro médico.

El problema, a más de insufrible, fue convirtiéndose poco a poco en permanente. Fue así como el traumatólogo que me trataba solicitó una resonancia magnética para poder evaluar con más exactitud el alcance de la deformación que producía esta molestosa dolencia. Para sorpresa de los facultativos, se encontró un cuerpo extraño adherido al nervio central que corre al interior de la columna vertebral. Se trataba de un preocupante tumor de casi dos centímetros de diámetro que el examen mencionado no podía determinar todavía su naturaleza o carácter.

Sin pérdida de tiempo fui remitido a un reputado médico neurocirujano, quien determinó, a su vez, la perentoria necesidad de operar la columna, con el objeto de remover este llamado Schwannoma. Se me informó que la operación no consistía en un proceso complejo, pero que podían presentarse ciertas complicaciones y consecuencias irreversibles, como la insensibilidad de los miembros inferiores e inclusive una probable paralización de las piernas, si el procedimiento llegaba a lastimar al nervio central. Sin embargo, la cirugía se realizó con enorme éxito, para alegría de la parcialidad, de la fiel fanaticada y de todo el resto de la parroquia. Lamentablemente, la operación, solo extrajo el tumor y no corrigió los discos que se habían herniado previamente…

Tuve una recuperación vertiginosa y admirable. Para mi satisfacción y sorpresa, al día siguiente podía ya caminar; una semana después estaba ya nadando y montando bicicleta; y dos semanas más tarde podía ya cumplir nuevamente, y con el satisfactorio beneplácito de la correspondiente contraparte, con mis más importantes obligaciones conyugales (lavar, planchar, cocinar, barrer y firmar cheques). Y, lo más importante: tan solo tres semanas después de la delicada intervención, era recomendado nuevamente para desempeñar mis suspendidas y extrañadas actividades profesionales. La alegría, sin embargo, fue de muy corta duración… Pronto volvieron los dolores en la pierna, producidos por la presión que ejercían los deformados discos lumbares en este inflamado nervio ciático!

Fue cuando descubrí que, a pesar de los tremendos malestares que empezaban ya a alterar mi estilo y calidad de vida, había ahora escasas posibilidades para que me intervinieran, o eventualmente reemplazaran, los discos afectados. Como consecuencia del corte que hicieron en tres vértebras, éstas ya no tenían la forma de un anillo, sino que más bien se semejaban a una herradura; y los médicos no estaban seguros si la mejor alternativa era operar, cuando la columna no ofrecía aún el sustento necesario para soportar un nuevo procedimiento, así de delicado. La función de soporte que producía la región lumbar ya no estaba provista por la estructura ósea; ahora el cuerpo se soportaba en los músculos laterales.

Esta incomodidad se fue agravando cuando fui advirtiendo que los dolores en la pierna se iban haciendo más intensos y agobiantes. Ningún tipo de medicamento o terapia lograba amainar los dolores y las molestias que me impedían una libre movilización. Esta sensación de tener un garfio incrustado en la pantorrilla, hacía imposible que pudiese caminar por un corto trecho; e inclusive impedía que me pudiese sostener parado más allá de un breve instante. El dolor se fue haciendo tan crónico que me hacía falta buscar un elemento de soporte; o un lugar para, rápido, poder sentarme. La fisioterapia no produjo los beneficios esperados; y la no anticipada decisión de suspender mis actividades empezó ya a considerarse.

Fue cuando alguien comentó algo relacionado con la medicina china alternativa. Fue como si me hubieran insinuado que visite a un shaman, que convoque a los espíritus o que optase por practicar quiromancias y brujerías. Solo el simple hecho de escuchar la posibilidad de acudir a un especialista que me introduzca una dosis inimaginable de punzantes agujitas, hacía que se rebele mi reacia naturaleza, más cercana al escepticismo que a la posibilidad de ponerme en las manos empíricas de un practicante. Pero… algo nuevo tenía que tratar! Además, nada tenía que perder! Fue así como de ateo, de golpe, me convertí en creyente; y renuncié desde muy temprano a la necedad de mi anterior apostasía.

Hoy mismo he regresado de mi sesión ocasional de acupuntura. Recostado en el camastro de un hospital general, he sentido una vez más todos esos alfileres que introducen con admirable pericia en las partes adoloridas y afectadas de mi cuerpo. Casi siempre me administran unos impulsos eléctricos que son los que caracterizan a este insólito e insistente martilleo. En casos ocasionales, una yerba parecida al tabaco es quemada también en la parte superior de la aguja. Se trata de una yerba de características curativas llamada “moxsa” o artemisia, que es una planta de tallo herbáceo, cuyas hojas transmiten el calor de la materia incendiada a los terminales nerviosos que requieren tratamiento. Más de una vez, he sentido la quemazón en la piel producida por la caída accidental de los rescoldos de la ardiente sustancia… Las diminutas y sensibles ampollas que he exhibido después me han servido de ocasional recuerdo y también, como no, de testimonio recurrente…

Terminada la sesión terapéutica, o esta tortura curativa, porque los pinchazos no siempre son inocuos ni indoloros, viene una fase que, para quien no está enterado ni familiarizado, se asemeja a un rito mágico y primitivo. El médico enciende una corta antorcha, cuya enorme lengua de fuego le da e él la extraña apariencia de un malabarista pirotécnico de esquina. Entonces acerca la llama a un cubilete de madera y lo adhiere a los puntos de dolor, creando un efecto de succión con el aire caliente. Una docena de encarnadas huellas denunciarán más tarde el vergonzante e inocultable predicamento del resignado paciente.

No me ha quedado más remedio que nadar entre estas dos aguas: las turbias del tormento y las claras del alivio… Me he puesto en manos de más de dos mil años de esta curiosa tortura, de esta incierta y formidable tradición empírica que me ha devuelto la sonrisa gratificante con que se expresa el alivio. Lo he conseguido gracias a las mágicas antorchas de su exótico malabarismo y al hechizo punzante de sus alfileres incisivos!

Shanghai, 26 de Noviembre de 2010
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario