04 noviembre 2010

Refugio de alta montaña

Se están casando los hijos, los hijos se están casando. A menudo uso el símil del refugio de alta montaña para referirme a la condición pasajera y circunstancial de sus realizaciones. Digo que muchas veces advenimos a ellas con el espejismo de que son la meta que anhelamos; sólo para descubrir que no hemos llegado a la cima del promontorio; sino tan sólo a un refugio de alta montaña que nos ha de servir para refrescarnos y tomar nuevos impulsos que nos llevarán a culminar el ascenso que nos satisfará con la plenitud de la conquista del punto más alto.

Conquista fugaz, transeúnte, momentánea, por lo demás; porque si algo hay de seguro, cuando uno ha conquistado la cumbre, es que ya tiene que pensar en el regreso, tiene que anticipar que ya tiene que ir bajando… Vista así, la cima no deja de tener su ironía, su moraleja y su paradoja. Una graduación, un triunfo profesional, el éxito en un negocio, un compromiso matrimonial; todos estos logros y acontecimientos, a los que damos tanta importancia, se caracterizan por la misma impronta: son un refugio de alta montaña, un recurso para llegar al cenit de nuestra humana aspiración, para saborear la plenitud de la victoria.

Si el disfrute de la cima es fugaz y vertiginoso; si por saborear la sensación de haber culminado el ascenso, hemos afrontado el riesgo y la incomodidad, sólo por vivir esos segundos de contemplación y sensación de asombro, donde a pesar de la felicidad, nos acompañan también el frío y los amenazantes vientos; qué podemos decir del refugio que ha quedado allá abajo, de ese abrigo temporal que fue el tranquilo paradero que quedó en las faldas de la montaña…

Es que el matrimonio no es en sí un objetivo, ni una meta, es ante todo un medio para prepararse para otra conquista; es un recurso para abrigarse, fortalecerse y prepararse para atacar el elusivo y difícil objetivo. Allí, en ese abrigado refugio, se hacen los planes finales para “atacar” la cumbre, se pergeñan las estrategias para escoger el eventual equipo, para decidir el más adecuado de los senderos, para planificar las tácticas para enfrentar al clima y para prever el mejor uso que se ha de dar a las cláusulas del tiempo… De ahí que resulta tan importante este refugio, aunque con mi anterior prefacio haya parecido que quiero disminuir su valor y trascendencia, y que quiero darle un carácter más humilde y modesto.

Esto de casarse y de subir a la montaña, nos lleva a la inevitable meditación personal de “para qué subimos”, de qué sentido tienen la intención y el esfuerzo. Vivimos para subir o subimos para vivir? Sea cualquiera que sea la respuesta, la renovada pregunta es: para qué vivimos? Para qué nos empeñamos en subir a la montaña? Por qué lo hacemos? No estoy seguro que nadie tenga la respuesta a esta confusa inquisición existencial. Vivimos para buscar la felicidad? Quizás, para tratar de hacer mas fácil la vida de los demás? Para – si somos creyentes – cooperar con el plan de Dios? Yo personalmente no lo sé; pero si sé una cosa: la vida es hermosa y, aunque no tuviera sentido, vale la pena seguirle buscando un motivo. Esa sola búsqueda, hace ya que tenga sentido el no saberlo!

Cuando los hijos se va casando es imposible no rememorar las vivencias que se compartieron en su propia y respectiva infancia con cada uno de ellos. Entonces es inevitable hacer un paralelo: la ilusión y la incertidumbre que nosotros, a su tiempo, también tuvimos: nuestros inusitados planes, los exiguos presupuestos, nuestros renovados proyectos… Ahí es que me pregunto para qué o por qué se casa la gente (ya ni siquiera para qué vive la gente) y me respondo con la sencilla respuesta que les quise siempre dar a cada uno de ellos: “la gente se casa porque se quiere y porque se quiere casar”. Son dos indisolubles requisitos. Y es mejor no intentar subir ni siquiera al refugio si se ha de prescindir de uno de ellos…

Los hijos se están casando, se están casando los hijos… Nada representa y simboliza mejor la relación de filialidad y dependencia afectiva como un episodio que alguna vez viví con uno de ellos. Era él todavía un niño y fue a uno de esos campamentos de verano en que los chicos pasan por primera vez unas noches alejados de sus padres, con la rigurosidad y austeridad que se vive en esos rurales encuentros. Estábamos los padres impedidos de comunicarnos por esos tres o cuatro días con los chicos. La tarde misma de la clausura confundí la hora de recogida y no sólo que no pude asistir a la ceremonia de despedida, sino que sucedió lo más lamentable: me había atrasado en forma irremediable para poder compartir el valor afectivo de este tan especial reencuentro.

Manejé esa tarde como un demente, sintiéndome yo mismo como un huérfano, aceleré mi auto hasta los limites, los que tiene la ley y los que tiene el vértigo. No cesé de culparme y maldecirme, no podía absorber en mi sentido de paternidad, cómo es que había llegado tarde a ese primordial encuentro! Llegué tarde, una hora muy tarde! La ceremonia hacía mucho que ya había concluido y pocos eran los padres que quedaban todavía en los patios de la hacienda donde se había efectuado el campamento. Una sensación de haber fallado como padre era todo lo que embargaba mis propios y afligidos sentimientos…

Cuando llegué a la base de esa cuesta empedrada que daba acceso a la hacienda donde debía recogerlo, encontré que allá arriba, sentado en la yerba, junto a ese camino polvoriento, estaba esperando él, exhibiendo sus temores y expectativas. No llegué a coronar la cuesta, porque el venía ahora con los brazos abiertos y corría emocionado a mi encuentro! Tuve que parar el auto, bajarme y dejar que ese licor del sentimiento me embriagase con todo su poder. Ahí, yo también abrí mis brazos y corrí también a su cariñoso encuentro. Nos fundimos en un abrazo inolvidable que me hizo comprender que Dios había querido que llegase tarde, para que viviera en soledad la indescriptible sensación de esa maravilloso y paradojal momento…

Sí, los niños se están casando, se están casando los niños! Abro mis brazos para acariciar su recuerdo, para estrechar en mis brazos ese valor abstracto y escurridizo que es el tiempo…

Amsterdam, 5 de Noviembre de 2010
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1 comentario:

  1. Gracias por escribir. Espero con anhelo el refugio, y con aun mas emocion la vida despues. Por que escalamos a la cima? algunos tenemos diferentes motivos, pero la realidad es que al escalar mas alto, (si estamos subiendo una montana que vale la pena) el panorama se pone cada vez mas hermoso. Por siempre Dios sera mi razon para subir mas alto, aun cuando existan dias en los que me olvide esta verdadera razon. Gracias por escribir. - Agus

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