04 noviembre 2010

Fin de fiesta

Puede decirse que he empezado mi cuenta regresiva. Y es que, si no se extiende el limite de edad para el ejercicio profesional de los pilotos en la República Popular China, este sería quizás mi último año en el Asia y este sería el último año que ejerzo como comandante de aerolínea. No descarto, sin embargo, la posibilidad de continuar “en línea de vuelo” por un corto tiempo adicional, si alguien considera que mi modesto bagaje de experiencia pudiera ser útil, para el desarrollo de las nuevas generaciones de pilotos que ya se están preparando para ser introducidas en ese horno incansable que es el del adiestramiento. Ya lo he dicho muchas veces: enseñar es una suerte de apostolado, una actitud de vida, una condición de servicio que no se puede eludir, a la que no se puede renunciar!

Hace treinta años, siendo un muchacho todavía, y también un recién estrenado comandante de aerolínea, mis bondadosos compañeros tuvieron la generosidad de encargarme la organización de un congreso iberoamericano de pilotos. Si bien es cierto que gran parte de los pasos preliminares ya se habían satisfecho; cayó en mi responsabilidad la siempre interesante y prometeica tarea de conseguir el respectivo financiamiento; y, más tarde, la de coordinar la ejecución misma del congreso y la realización exitosa de las actividades complementarias. La nuestra era en ese entonces una agrupación gremial de escasos recursos, con limitado aporte de la autoridad aeronáutica y de las aerolíneas; pero con un enorme deseo de dejar en alto el nombre del país y de llevar a cabo una convención que sirviera como guía y como ejemplo para futuras actividades parecidas.

El congreso nos dejó la satisfacción de la misión cumplida y el día mismo de la clausura del evento, se me pidió que dijera unas palabras de despedida. Allí, esa noche, en el marco estimulante e inspirador, de la Sala Capitular del convento de San Francisco, agradecí a quienes habían hecho posible el brillo de esta reunión anual; me referí a todos ellos como a “las alas transparentes que permitieron que esa mariposa, que fue nuestra organización, pudiera volar”; y opté por una breve apología del colectivo de pilotos en esa noche memorable.

“Estamos reunidos esta noche – expresé – para decir un canto de despedida; quisiera, sin embargo, que ese canto lo convirtamos nosotros en un himno de esperanza. En esa esperanza, yo reafirmo mi fe porque el piloto sea, y siga siendo, un obrero de la tranquilidad y de la vida; y un artesano, artesano de la seguridad y artesano de la propia esperanza”. Hoy encuentro entre mis olvidados cuadernos este mensaje apasionado y tengo la reconfortante satisfacción de reconocer que me he mantenido fiel a ese propósito filosófico y personalista. Y me refiero al personalismo con intención, pues este no es sino una forma de pensamiento y de filosofía humanista que destaca la disponibilidad frente a los hombres y frente a la colectividad, y que subraya el noble concepto del servicio.

A sólo un año de que “se termine la fiesta” es saludable hacer un balance, tanto en lo profesional, que a veces es accesorio y circunstancial, cuanto en lo que es sustantivo y primordial: lo que tiene que ver con lo humano, lo que define nuestra vida y nuestra transeúnte experiencia. Han sido, en mi caso, más de cuarenta años de vivencias y de nunca interrumpidos aprendizajes. Sí, y lo digo sin asomo de falsas modestias, porque el mío ha sido uno de esos oficios donde uno encuentra casi todos los días que no se había alcanzado a tener todavía todas las repuestas. En una profesión que linda con el riesgo permanente y que tiene que ver con el cuidado y protección de tantas vidas valiosas, hablar de seguridad no es sólo cumplir con un objetivo de excelencia, es ante todo un celo conceptual de protección de la vida y de sublimación de la existencia.

Han sido muchísimos años de estrictos y muy exigentes chequeos médicos, que a veces se han convertido en martirizantes; en ellos uno a veces siente como la profesión, y el mismo sustento familiar, penden de un frágil y delgado hilo. Con la paradoja de que ese hilo delicado llamado “salud” puede tener imperfecciones que estas evaluaciones pueden tener “la ventaja” de detectarlas a tiempo. Pero, va uno a estos exámenes semestrales, con la aprehensión e incertidumbre de sus resultados; a sabiendas que de perder de súbito la licencia para el desempeño profesional, el aviador queda de golpe sin la capacidad de seguir ejercitando esta maravillosa actividad, especie de lúdico entretenimiento en un lugar donde ni siquiera las aves y solamente los modernos aeronautas se atreven.

Ha habido también innumerables chequeos técnicos, para comprobar las aptitudes técnicas y la competencia. Han sido anticipados por una infinidad interminable, y a veces tortuosa, de muy rigurosos entrenamientos. Jamás el piloto se termina de acostumbrar a estas comprobaciones en donde nunca gana, pues el oficio de quien lo evalúa parece ser el de un verdugo que nunca puede estar satisfecho. Su invariable mensaje ha de ser siempre que uno todavía puede mejorar; porque, a sus ojos, es imposible que nos encuentre perfectos! Uno se baja del avión, o del simulador de vuelo, con la satisfacción de que ha asegurado seis nuevos meses de posteriores ingresos; sólo para confirmar que una nueva cuenta regresiva ha comenzado para un nuevo, ineludible e inaplazable chequeo. Y en seis meses más, una nueva evaluación volverá a nuestro encuentro!

Pronto va a llegar una etapa para recordar las vivencias, para meditar y para comentar las múltiples experiencias; con la pena de que esas experiencias, muy probablemente, ya no se las volverá a aplicar… Habrá momentos para recordar los sustos y las incidencias, los momentos de tensión y las experiencias. Si alguien dijo que la aviación eran “breves momentos de pánico, rodeados de largas horas de tedio”, creo que no logró identificar nuestra noble y egregia tarea. Han sido breves minutos de tensión, adornados de horas interminables de hacer un trabajo que nos ha regalado el incalculable beneficio de la íntima satisfacción; que nos ha brindado realizaciones; que nos enseñó que vivir por cerca de cuatro años en la vecindad del firmamento, a pesar de los ruidos y las vibraciones, de las emergencias, de las ausencias familiares y de todas esas malas noches, fue la más formidable y plena de las humanas experiencias!

Sí, la música está ya por cesar, y parece que ya está por terminar la fiesta!

Beijing, Noviembre 4 de 2010
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