19 noviembre 2010

Las siete maravillas del mundo

De niño sucumbí a la tentación de coleccionar álbumes de cromos. Es probable que mis primeros hurtos a la abuela; mis primeros “retiros bancarios” de la alcancía de mi hermana Lolita; mis prematuros prestamos quirografarios, obtenidos sin seguro de desgravamen y si la autorización de los desguarnecidos bolsillos de ese santo sin aureola y sin altar que es mi tío Luis Aníbal; y, sobre todo, la “inexplicable y misteriosa” desaparición de los soldaditos de plomo de mi hermano Luis Eduardo; hayan tenido que ver con ese afán inveterado que fui adquiriendo de completar con novelería la colección de esa variedad de razas, animales, monedas o curiosidades, que fue el atesoramiento de la renovada selección de estampitas de colores, que fueron los álbumes de cromos.

Venían tres cromos en un sobrecito que costaba cincuenta centavos de sucre; o sea la bicoca de cinco reales. La trampa de su comercialización consistía en que en las funditas venían muchos cromos repetidos y que habían unos pocos, los que invariablemente había que pegar en la última página, que no salían nunca, y que solo se los podía adquirir de unos revendedores que se apostaban en los portales de la Plaza de la Independencia o en otros rincones disimulados. Estos mercaderes barajaban un gran manojo de estas estampitas de colores; mientras uno, con avidez y con paciencia, iba repitiendo: ya tengo, ya tengo, ya tengo…

Así accedí a ese raro conocimiento de las llamadas “Siete maravillas del mundo”; una selección hecha por algún historiador de la antigüedad, probablemente Heródoto o Estrabón, en una época en que solo una de ellas daba testimonio todavía de su probable existencia en el pasado. Eran estructuras fabulosas, que, por enormes y sorprendentes, espoleaban el lomo siempre sensible de nuestra infantil imaginación. Ahí se presentaban: el Coloso de Rodas, el Faro de Alejandría, los jardines colgantes de Babilonia, el templo de Artemisa, el museo de Halicarnaso, la estatua de Zeus y la única que ha sobrevivido incólume, aunque no intacta, hasta nuestros días: la pirámide de Guiza, construida por el faraón Keops, hace unos cuatro mil quinientos años!

Poco hubiera imaginado en esos años de curiosidad y afán de atesorar tarjetas, que un día en el futuro habría de tener yo mismo la oportunidad de apreciar y deslumbrarme frente a una de estas maravillas. Fue cuando, gracias a mis vuelos internacionales, llegué una noche a El Cairo a cumplir con una corta estadía. El Cairo es una ciudad contradictoria, donde una nueva raza, la de los árabes, ha obliterado por completo la huella de la civilización anterior, la de los antiguos faraones. Todo adquiere el color cenizo de la arena del desierto en esta ciudad que es acariciada por el flujo incesante del segundo río mas largo de la tierra.

Se llega a las pirámides luego de un corto recorrido. Mas allá de la perfecta geometría de su milenaria construcción, y de la incomprensible técnica empleada para su edificación; llama la atención el lamentable estado de su estructura exterior. Todo parece indicar que la falta de control y de valorización por este tesoro de la historia, ha hecho que la desaprensión y la codicia humana hayan ido destruyendo su fachada externa. Además, todos los mercaderes del mundo se acercan a ofrecer sus innecesarios servicios hostigantes. Todo cuesta unas cuantas libras o unas cuantas piastras: ayuda para subirse al camello, ayuda para bajarse; otras veinte libras para estimular el paso del camello, otras veinte para ordenarle que pare. Uno termina por renovar el rito frente a los inolvidables cromos y responde a estos mercaderes: shocran (gracias), ya tengo, ya tengo!

En el ano 2007 una encuesta internacional recogió la preferencia mundial para escoger siete nuevas maravillas de la humanidad. La distinción es importante porque no contaron para esta selección las maravillas naturales. Para acceder al título, estas estructuras debían estar relacionadas con el esfuerzo y el ingenio de las civilizaciones de la humanidad. En ellas debía de estar plasmada la huella evidente de los esfuerzos colectivos del hombre. Así es como se escogieron: el Coliseo romano, la estatua de Cristo Redentor en Río de Janeiro, la Gran Muralla China, Macchu Pichu en el vecino Perú, la ciudadela de Petra en Jordania, el Taj Majal en la India y finalmente las pirámides de Chichén Itzá en México. Con esto, las siete maravillas se han convertido en ocho… y aquí va mi personal reseña:

La primera que tuve la suerte de conocer fue el Cristo de los brazos abiertos en el cerro carioca de El Corcovado. Fue durante un viaje impensado e imprevisto. Eran mis tiempos de flamante capitán en Ecuatoriana de Aviación, y una tarde dispusieron que viajase a Bogotá para que transportara al circo de Hanna Barbera a Río de Janeiro. Así llegué a esta ciudad sorprendente, así conocí Leblón y Copacabana, subí al cerro a conocer la formidable estructura, mientras descubría, a mi paso, también los conventillos que alojan la pobreza más abyecta e inenarrable de las favelas; y pude observar desde los altos del cerro del Cristo Redentor, ese otro monumento a la pasión y la ilusión humana que es el estadio del Maracaná, el más grande del mundo. La cabeza ladeada del Cristo, con aire de infinita benevolencia, contrasta con la dura frialdad que exhibe la piedra.

Pasados muchos años, en mis desplazamientos itinerantes por Europa, pude descubrir una de las ciudades más caóticas, sorprendentes y cautivantes de la tierra: Roma, la ciudad eterna. Allí es inevitable visitar San Pedro y las sorpresas del Vaticano; el Panteón, ese templo circular impresionante, el Foro y todos esos monumentos a la civilización que se han reducido a ruinas admirables; pero ante todo el incomparable Anfiteatro Flavio, más conocido como Coliseo, por la cercanía del monumento desaparecido al más nefasto y sanguinario de los emperadores romanos. Hay un aire de espectáculo y de muerte que todavía se respira en el formidable Coliseo. Estar ahí invita a una reverencia, no solo por su estructura, sino por el proceso de desarrollo de la civilización occidental. De pronto uno se siente espectador y actor de privilegio; siente la agonía del gladiador, la cruel emoción del populacho y el rugir atemorizante de los leones.

Más tarde, en uno de mis primeros viajes al más desordenado y contradictorio país de la tierra, fui a Nueva Dehli en la India. Tomé entonces un transporte, una oscura madrugada, que me llevó a Agra, la capital del antiguo imperio de los Mogules. Ahí, hace poco más de trecientos años un príncipe enamorado, Shah Jahan, había hecho construir un primoroso monumento funerario, un mausoleo para su inolvidable esposa Numatz Majal o Arjumandi, la princesa. Ahí se yergue el Taj Majal, uno de los monumentos más esplendorosos y de geometría más cautivante que pueda verse sobre la faz de la tierra. Sus paredes interiores están revestidas de piedras preciosas, aquí los arabescos y las cenefas de decoración consiguen un impacto visual que contrasta con el descuido y el desorden de la gente que uno encuentra en el camino; que contrasta también con una cultura donde el sistema de castas y la confianza en la reencarnación ha erosionado el afán de la gente por satisfacer sus propias promesas.

Puede sonar contradictorio e incomprensible, pero aunque paso casi todas las semanas sobre la Gran Muralla china, no he ido todavía a conocerla. Vuelo para Great Wall Airlines, o aerolínea de la Gran Muralla; y observo con frecuencia la serpenteante e interminable construcción desde arriba. La muralla es un cerco que fue construido durante casi veinte siglos para impedir las invasiones recurrentes de los mongoles. Me queda la parcial satisfacción de que mi familia íntima la conoce, y que muy pronto voy a tener oportunidad de recorrer una parte de los casi siete mil kilómetros de esta barrera sorprendente, que requirió para su construcción recursos y esfuerzos incalculables. Ah, los chinos y sus murallas!

A pesar de la cercanía y de las múltiples invitaciones de “mis cuñados peruanos favoritos”, no he tenido todavía la suerte de visitar el misterioso Machu Picchu; pero estoy persuadido que pronto, cuando vuelva al Ecuador, voy a intentar éste postergado viaje. Es difícil comprender como ésta exquisita y sorprendente ciudadela pudo haber estado escondida por cuatro siglos, incrustada en un cerro que le da relieve al conjunto de su huella, y que está ubicada en un punto tan estratégico en el acceso mismo de la selva. Machu Picchu pudo haber sido una fortaleza o un lugar de placer del Inca; pero guarda para mí la impronta de una civilización que aprendió a reconocer la reiteración de los equinoccios, de una civilización que la llevamos todavía en la sangre, muy a pesar de las mitas y las encomiendas; y del narcótico efecto que producen las no meditadas leyendas.

A Petra tampoco la he podido visitar; tengo el propósito de viajar a Jordania y conocer ésta sorprendente huella que dejaron los nabateos. En cuanto a Chichén Itzá, no estoy muy seguro si es más monumental y sorprendente que esa preciosa ciudadela que encontraron los españoles en el valle de México. Me refiero a las pirámides de Teotihuacan, símbolo mismo de las desaparecidas civilizaciones americanas y fuente de admiración de Hernán Cortez y de los primeros conquistadores de ese gran y fabuloso imperio.

Concluyo esta humilde reseña, porque nada más ajeno a mi intención que el soberbio e inelegante gesto del alarde y del aspaviento, comentando que he estado en todos los demás monumentos que quedaron como finalistas: el Acrópolis de Atenas, Angkor Wat en Cambodia, la iglesia-mezquita-museo de Hagia Sofía en la sorprendente Estambul, y las ruinas de Stonehenge hacia el occidente de Londres. En cuanto a la estatua de la Libertad, la caprichosa Opera de Sydney y la torre Eiffel, creo que representan un símbolo importante de diferentes ciudades que reflejan el espíritu mismo de la civilización moderna; pero intuyo que como construcciones carecen de la importancia histórica que han dejado las otras realizaciones.

Cómo maravillan las maravillosas maravillas del mundo! Y pensar que me queda aún tanto por viajar y por conocer…! Razón tienen en llamarles maravillas!

Amsterdam, 19 de Noviembre de 2010
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