25 diciembre 2010

Documentos en blanco

Estoy en la playa. Estoy en casa nueva! Siento esa extraña sensación de advertir lo novedoso. Es esa incierta percepción que a veces tiene la pertenencia. No la consistente en que la casa le pertenezca a uno; sino aquella de que sea uno el que le pertenezca a esta casa que, aunque se la sentiría como ajena, se la llama ya como “la casa nueva”… Y es que “la casa de uno”, es un sitio que se lo reconoce como propio, donde uno sabe cómo navegar y cómo ubicarse; sabe cómo hallar las cosas propias; todas esas insignificantes y simples cosas, que le ayudan a uno a encontrar los sencillos elementos que nos otorgan comodidad y conveniencia. Siento una rara sensación. Rozan mis hombros dos inciertos y contradictorios personajes: al uno le llaman “ilusión”, al otro lo definen como “inconveniencia”.

Es quizás el signo ineludible de las casas nuevas: el descubrimiento y la atención a los elementos que no funcionan bien todavía; o que insisten en no comportarse como uno ya lo quisiera. Llega la noche y, ausente ya ese ejército de obreros que vienen a brindar su especializada asistencia, la paz vuelve a acompañar con su calma; y a provocar nuevas advertencias y la renovación de los propósitos de corrección de pequeñas imperfecciones, que afectarán mañana con sus falencias.

Afuera, un rumor persistente se empecina con su irregular zumbido y se precipita con ciega obstinación contra los cristales. Se parece al ímpetu intransigente del viento. Suena como cuando la lluvia empieza y el azote de su oblicua insistencia parece ir probando, poco a poco, la resistencia de los ventanales. Son los escarabajos estacionales (*) que, atraídos por el resplandor de las lámparas, ejercitan su propincuidad y se van estrellando por millares. Es una multitud sorprendente de gruesos insectos que, cual plaga bíblica, van revoloteando su fastidio por todas partes. Nadie parece saber su nombre. No vienen con regularidad todos los años; mueren a las pocas horas de ensayar su curiosidad. Tienen una existencia fugaz y efímera; más aún que la que parecería marcar a toda existencia…

Es su transeúnte presencia, epílogo cruel y contradictorio de su proceso de perpetuidad y reproducción? Los lugareños no lo saben. No sucede el resto del año. Es una asombrosa curiosidad biológica que solo se advierte durante el solsticio de invierno, y siempre después de que se han presentado las lluvias estacionales. Más tarde… el necio y confuso revoloteo, de pronto cesa; el torpe zumbido se interrumpe y, cual improvisado campo de batalla, las superficies van exhibiendo las tortuosas huellas de este incomprensible rito funerario. No son unos pocos insectos. Tampoco son unas contadas decenas. Es una apocalíptica aparición; como confundida con el signo paradojal de su propia extinción. Los diminutos escarabajos, vivos y muertos, parecen encontrarse por todas partes!

Abajo, un pueblo olvidado, y herido de muerte por el escalpelo de la noche, luce sus últimas y tardías luces tutelares. Un incierto oleaje difumina sus alamares de espuma en la oscuridad de la playa. Desde mi elevado atalaya puedo observar el acuerdo de dos profundidades: la profusa tenebrosidad del mar y la agreste tiniebla de la montaña. En la noche ha madrugado el silencio. En la caverna de la nocturnidad se va gestando la mañana. Es una contraposición mágica: oscuridad y alborada; defunción de la ilusión y amanecer de la esperanza!

La vida es así. Y así es cada nueva jornada: un nuevo episodio sin título. Un nuevo documento en blanco, donde con traviesa ironía, el destino va escribiendo con los garabatos de lo inesperado, las nuevas páginas del mañana! Así pasa con los nuevos días, y así sucede también con las nuevas casas: flamantes moradas que albergan renovadas y secretas esperanzas… Libros con páginas abiertas carentes de palabras; a menudo cubiertos por adornadas carátulas. De qué imprevistos episodios serán sus paredes mudos testigos? De qué inesperados hechos habrán de dar testimonio sus áreas? Es mejor dejar la imaginación también en blanco, como si la nueva casa se tratase de otro anónimo documento, carente de párrafos impresos, ansioso de nuevas ideas que esperan su turno para ser expresadas…

Concluidas mis reflexiones, cierro el documento que he puesto en sus manos, lector amigo, lo guardo y me retiro; mientras los postreros y más rezagados moscardones se van estrellando contra los impávidos cristales. Otro nuevo documento, el de la vida misma, queda a la espera de nuevos hechos, de inéditos episodios, de secretas y renovadas esperanzas… Este abriga la fugaz expectativa de que el ciclo vital de los inquietos e incógnitos escarabajos, no sea advertencia de la frágil temporalidad que pueda tener la condición humana!

Resuelvo entonces archivar el escepticismo. Prefiero cobijarme con el sigilo de la noche. Cancelo el trabajo y lo dejo en limpio. Me pongo a esperar, a ver qué es lo que irá trazando en sus inciertos renglones, ese escritor antojadizo, que no deja de asombrarnos con la obscena pluma de sus caprichos y a quien llamamos, con ingenua familiaridad, “el mañana”…

Casablanca, Diciembre 20 de 2010

(*) Nota técnica: Se trata de los “catzos” costeños, pequeños escarabajos que, a diferencia de su similar interandino o “plusiotis argénteo”, no proliferan en las madrugadas de Octubre y Septiembre, sino en los anocheceres del solsticio de invierno, luego de abundantes lluvias producidas hacia fines de año. Viven como larva y gusano por cortos tres o cuatro meses. Y ya, en estado adulto, sobreviven solo por pocos días, persiguen la luz, y vuelan tan solo por pocas horas! Extraña inutilidad de la existencia de ciertas especies! Curiosidades que tiene la biología!
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