25 diciembre 2010

Soplando en el viento

Era el último día de aquel feriado; el último día también de un húmedo carnaval de hace cuarenta años. Éramos cuatro jóvenes que, en la búsqueda de compartir una diferente aventura, habíamos coincidido en realizar un corto paseo a una de las playas más cercanas, para disfrutar del mar y de sus encantos. Ninguno de nosotros llegaba todavía a los veinte años; yo ya ejercía una profesión, tenía un ingreso fijo y poseía una pequeña “pick up” abierta, con dos asientos delanteros y un abreviado espacio en la parte posterior, donde podíamos “acomodar” a dos de los otros compañeros, así como a las vituallas y a los equipajes necesarios.

La prevista incomodidad en la transportación habría de constituir la menor de las inconveniencias en esa excursión a la que habíamos accedido con un cierto espíritu aventurero y espartano. Habríamos de prescindir de acomodación hotelera y aceptar las limitaciones; tendríamos que armar y utilizar un par de pequeñas tiendas; y, acomodarnos a las inciertas posibilidades. Era una forma de pasar unos pocos días de vacación, sustentados por un presupuesto frugal y limitado. Dos de los protagonistas respondían al nombre de Iván; no recuerdo como le hacíamos para evitar que ambos respondieran a idéntico llamado.

Hoy, tantos años después, no recordaríamos aquel lejano paseo, si no fuese por un percance que convirtió el final del viaje en una circunstancia desafortunada y cómica, que se agravó por la costumbre tradicional de mojar al prójimo en los días anteriores al miércoles de ceniza; día en que, se recuerda con una cruz de carbón marcada en la frente, la advertencia de que somos polvo, venimos del polvo y en polvo nos convertiremos. Aquello, lo de recordar las incidencias del fin de viaje, se me hace posible, a pesar de las incomodidades del improvisado alojamiento; de las limitaciones para satisfacer las urgencias biológicas; y de la persistente conjura de los zancudos que quizás en las carpas se infiltraron…

Y es que, cuando regresábamos, luego de disfrutar de esos días de sol y de playa; mientras iniciábamos la subida de Tata-tambo, un camión de transporte, impulsó una piedrecilla que impactó contra el parabrisas de nuestro vehículo. En forma automática, el vidrio protector se desintegró, atomizándose en una infinidad de diminutos y granulados pedazos. No nos quedó más alternativa que proseguir con el resto del viaje sin la protección correspondiente. Para mala fortuna, luego de poco, la lluvia empezó a castigar con un baño profuso y despiadado…

Al llegar a los barrios del sur de Quito, la gente despedía al último día de carnaval con un despliegue de mangueras, bombas de agua y profusos “lavacarazos”. Los vecinos daban rienda suelta a ese curioso desfogue, que parecía eliminar las diferencias sociales, con un loco derroche de agua que se arrojaba por todo lado. Hombres y mujeres corrían con una gran variedad de improvisados recipientes por todas partes, acosando y persiguiendo a todo aquel que se atreviera a transitar por las calles, para atacarlo con más agua, estuviese o no mojado.

Un extranjero, ajeno a esta rara costumbre, habría pensado que el mundo se había puesto de pronto loco, o que la gente de improviso se había desquiciado. Frente a nuestro predicamento precario, los carnavaleros no nos concedieron piedad ni tregua, ni tuvieron ningún tipo de recato. Lloviznaba con insistencia; y, no contentos con comprobar que estábamos empapados, no encontraban nada más adecuado y divertido que darnos su bienvenida a punta de baldazos!

Pasó el tiempo. Los dos Iván crecieron en edad, se graduaron y se casaron. Más tarde, se destacaron en sus respectivas actividades. El uno siguió economía y llegó pronto a Ministro de Estado; el otro optó por la psiquiatría y se convirtió en editorialista de un importante y prestigioso diario. El tercer miembro de aquella excursión, se convirtió en prestigioso constructor y llegó a ser un exitoso empresario. Ese bermejo protagonista es mi propio y “cumbiambero” hermano.

El psiquiatra del cuento, optó por expresar sus ocasionales desacuerdos con un gobierno que dice representar a todos, pero que responde con intolerancia a los que expresan su desafecto a un régimen que ha decidido autocalificarse de revolucionario. Él ha terminado identificado como uno de los “miembros de la prensa corrupta”, así los tilda con animoso desdén el controversial mandatario… Pero, eso de pensar diferente ha sido realmente su único y sacrílego pecado!

Hace pocos días, Iván nos recordó la famosa canción de Bob Dylan conocida como “Soplando en el viento”. Al revisar su traducción, he caído en cuenta que la intención original de la melodía podría tener dos distintos significados. Cuando decimos que la respuesta “está flotando en el viento”, parecería decir que la situación es clara y que lo que sabemos está por todas partes. Pero hay otra posibilidad, y es que intentaría decir que la respuesta a las inquietudes de la canción, sería como “soplar contra el viento”, similar a lo que se recoge en otros dichos que enuncian la situación de lastimarse uno mismo, de dispararse en el propio pie o de escupir contra el cielo. Entonces, la respuesta mi amigo, sería como soplar contra el viento. La respuesta sería como soplar contra el viento!

Transcribo la traducción revisada de la canción:

Soplando en el viento (Soplándole al viento?)
(Blowin’ in the wind) por Bob Dylan

Cuántos caminos debe recorrer un hombre

Antes de que lo consideréis un hombre?

Cuántos mares debe surcar una paloma blanca

Antes de que ella se duerma en la arena?

Sí, cuántas veces deben volar las balas del cañón

Antes de que sean prohibidas para siempre?

La respuesta mi amigo, está soplando en el viento

La respuesta está soplando en el viento.



Sí, cuántos años puede existir una montaña

Antes de que sea arrastrada hacia el mar?

Sí, cuántos años pueden algunas personas existir

Antes de que se les otorgue la libertad?

Sí, cuántas veces puede un hombre volver la cabeza

Fingiendo simplemente no mirar?

La respuesta mi amigo, está soplando en el viento

La respuesta está soplando en el viento.



Sí, cuántas veces debe un hombre mirar hacia arriba

Antes de que pueda contemplar el firmamento?

Sí, cuántos oídos ha de tener un hombre

Antes de que pueda escuchar el llanto de la gente?

Sí, cuántas muertes serán necesarias hasta que él sepa

Que demasiada gente ya ha muerto?

La respuesta mi amigo, está soplando en el viento

La respuesta está soplando en el viento!

Cuál fue la verdadera intención de Bob Dylan? Creo que (aquí sí), la respuesta mi amigo, está soplando en el viento. La respuesta está soplando en el viento…!

No siempre es bueno soplar “contra el viento”: se corre el riesgo de terminar otra vez mojado, aun mucho tiempo después de que hubieran ya transcurrido largas cuatro décadas…! No siempre podemos tener todas las respuestas, lo importante es saber qué quieren las preguntas, con su oscuro y escondido significado…

Casablanca, 17 de Diciembre de 2010
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