08 diciembre 2010

La venganza del chinito

Y, hablando de revanchas, hablemos también de venganzas… Hablemos de un plato que se supone que es “el manjar de los dioses” (de aquellos dioses con debilidades y con vicios, que crearon los humanos en la antigüedad); un plato que, según cuentan, hay que servirse bien frío. Cuando medito sobre este tema, me es inevitable reflexionar en la llamada “venganza del chinito”. Qué mismo es esto de la tal venganza asiática? Se especializan en verdad los chinos en venganzas, ellos que se caracterizan por no comer jamás un plato en frío? De donde viene la expresión? Qué chinito se vengó de quién y por qué motivo? Y me pregunto esto, como buen latino que soy; que, como todo latino, llama de “chino” a todos los orientales, sean coreanos, mongoles o japoneses, con tal que tengan los ojos rasgados y les caractericen ciertos trazos en su expresión facial…

Tengo más de quince años de vivir en el Asia; y, aunque he convivido de cerca con estas razas de culturas milenarias, no he encontrado indicios de qué es lo que la literatura occidental intenta caracterizar con la manida venganza del hombre oriental. En la tierra se usa esto de “chino” como apodo para los que tienen facciones orientales y aun para los que presentan rasgos como el de los ojos pequeños, sin que esto identifique necesariamente al hombre chino con exclusividad. A veces decimos “chinito japonés”, sin advertir la contradicción del correspondiente juicio. Fue así, como este gracioso remoquete, identificó en mi mismísima casa a uno de mis propios hijos, a aquel signado por su curiosidad.

He conocido en mi vida AC (antes de conocer la China) a un número importante de vecinos, amigos y compañeros a los que tildábamos de “chinos”. A ninguno lo conocí como vengativo; todos eran gente generosa y de confiar; gente cálida y bondadosa; preocupada por procurar el pan y honrar sus compromisos. A uno de ellos lo conocí en mi trabajo; era un experto en el raro arte de “saber comprar”, y tenía sobre todo un corazón montubio enorme que heredaron también sus hijos. No quisiera decir su nombre, “la luz del entendimiento me hace ser muy comedido”, como el poeta lo dijo. Solo quisiera recordar una frase muy suya que resumía su humana sabiduría: “El que pesa por quintales, no se fija en medias libras”. Sus premuras invitaban a la ternura. Sus previsiones por el futuro de su familia, le hacían a menudo olvidar su presente personal. Un hombre así, no era chino aunque lo parecía; y… con la bondad con que se anunciaba, cómo podía haber sido vengativo? En su alma bondadosa no cabía el término “vengar”!

Hay una novela que se ha convertido con el tiempo en uno de mis referentes preferidos. Es ella el paradigma mismo de la venganza, se trata de El Conde de Montecristo; es la historia contada por el genial Alejandro Dumas; es la épica aventura de ese hombre traicionado y convertido en prisionero, encarnada por Edmond Dantés. Pocas obras se constituyen en elogio y escabel de la venganza como este maravilloso libro del escritor francés. Dicen que no era él mismo el que escribía sus historias; esto ya a nadie importa; y la verdad, con respecto a este cuestionamiento, solo la sabía él.

Por mi parte, no siempre estuve convencido que fuera dulce la venganza; esto lo confirmé cuando un día cayó en mis manos una nota que, desde entonces, siempre me inspiró por su filosofía y profundidad. La leí alguna vez en un de esos salones de “chat”; es preferible que la transcriba en su integridad para eludir la impúdica tentación de quererla plagiar. Decía así: “La venganza es el juego en el que cae el débil que no puede apartar de sí su rencor. El fuerte sigue su vida y se olvida de la ofensa, ya que no pierde ni un minuto en pensar en ella. El vengativo se siente ofendido día tras día. Y así el ofensor gana ese juego. Y cuando el débil al fin se venga, comprende que no es mejor que su ofensor. Y que solo ha perdido el tiempo y malgastado sus sentimientos y su vida”…

A veces caigo yo mismo en la tentación de ensayar una imaginaria venganza. Se debe a mi inveterada condición de poseer ese auto diagnosticado síndrome obsesivo-compulsivo. Sí, yo sé que es uno de mis mayores defectos. Es parte de mis manías y de mis pruritos. Estoy obsesionado con el orden y trato de acarrear a los demás en mis empeños compulsivos. En la China he aprendido a ignorar los ruidos indiscretos al comer y aun los sonoros escupitajos; he llegado a pasar por alto la invasión de los espacios que creo que son de mi exclusividad. Pero… hay algo a lo que no termino por acostumbrarme: se trata de que, en vuelo, mis colegas chinos no cambien las sábanas de la litera que luego tengo que utilizar. Se escudan en el argumento que habían cubierto con una frazada las mentadas prendas; y que con esto, ya no hacía falta que las tengan que cambiar! Pasan los días, varios días, luego de aquellos vuelos que compartieron conmigo, cuando ellos tenían que cambiar por frescas las usadas sábanas; llego yo inclusive a dejarlas marcadas; pero, las sábanas siguen ajadas y sin que nadie las haya querido cambiar!

Ya me cansé! Me he sentido impotente para persuadirles con los recursos de mi razonamiento; y he pensado que solo me queda la alternativa de una venganza china, en la que se supone que son ellos los que tienen la especialidad. Hasta que ayer ya fue “la cresta”, como dirían los amigos chilenos; ayer que había planeado dar rienda suelta a todo el furor de mi venganza, estábamos en cabina y un cierto compañero se sacó los zapatos y las medias en pleno vuelo… Había un rancio y parmesano olor en el ambiente; mientras yo seguía pensando en por qué se tuvo que vengar el destino así conmigo; y en cómo le hago para, yo también, poderme vengar!

He soñado tantas veces en convertirme en un reciclado Conde de Montecristo, pero he decidido finalmente dejar de pensar en la justicia y en la venganza; y he optado, más bien, por pensar en los valores del perdón y de la piedad…

Amsterdam, 8 de Diciembre de 2010
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1 comentario:

  1. Tal vez se refiera a lo justa por merecida e inesperada venganza que por fin ha llegado, para tantos y tantos emigrantes chinos que vivieron en régimen de semiesclavitud en la época del far west

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