Es siempre probable que esta vez hayan confundido la orden de mi capuchino descafeinado; y, aún más probable, que hayan vertido el contenido equivocado en el recipiente que a mí me habían asignado. Lo cierto es que debido a mi aguda sensibilidad con la cafeína, y como resultas del lamentable error, no he podido dormir bien y he soñado toda la santa noche. O, para decirlo con más propiedad, he tenido un sueño tan liviano que, al levantarme, he podido recordar con mucha claridad muchos de los adefesiosos y recurrentes sueños que tuve anoche! No siempre es bueno hablar de los sueños que nos inquietan; los psicólogos están persuadidos que reflejan nuestros traumas, angustias y temores…
Por mi parte, confieso que desde niño me acompañaron siempre repetidas e inquietantes imágenes nocturnas. Sin embargo, cuando converso con mi hijos o con mis amigos, puedo darme cuenta que nos producen inquietud los mismos guiones noctámbulos; la trama de las pesadillas parece que sería la misma; aunque, claro, solo cambien los actores. Quizás por ello hemos acordado no acudir al mismo psicólogo, solo con el objeto de poder acceder a un mayor numero de interpretaciones… Así, puede salirnos más costoso, pero tenemos también más opciones para escoger! Además… quién no ha soñado alguna vez con que le iban persiguiendo? O con que caminaba por la estrecha cornisa de un tejado? O con que se le venía encima la creciente de un río? O con que no podía bajar desde un sitio elevado? Apuesto que hasta los mismos psicólogos lo habrán probado!
Anoche soñé otra vez con un paseo de escuela, con uno de esos anuales paseos de grado. No hubo variantes en el repertorio, y en la trama también se pudo apreciar la inminente creciente del río aledaño; un rumor de aguas, escombros y maderos que se atropellaban era el rugido que se venía desde arriba del río como un amenazante y ominoso recado. Los protagonistas nos habríamos separado sin autorización del grupo principal y afrontábamos ahora esta precaria situación, sin tomar consideración de las precauciones a que habíamos estado obligados.
Así es como he recordado los inolvidables viajes rurales que constituyeron esos añorados paseos de escuela, cuando se vivieron tantas circunstancias y experiencias diferentes, que nos ayudaron a conocer mejor a los amigos y a los profesores; y que, expuestos a otros elementos, nos fueron enseñando también nuestros propios defectos y nuestras propias limitaciones. Ahí aprendimos a compartir y a reconocer el precio que hay que pagar por la curiosidad; el valor que tiene la previsión y la importancia de allanarse a unas reglas con respecto a situaciones con las que antes no nos habíamos familiarizado. Fueron, los paseos, ocasión para sentir una vivencia diferente; para disfrutar de la libertad que ofrece el espacio en la naturaleza, a pesar de la insistente perturbación de los insectos y de que no siempre tuvimos una clara oportunidad para nadar, porque “habíamos olvidado” un inexistente, e innecesario, atuendo para bañarnos…
Estos esperados periplos se efectuaban siempre dentro de los reducidos limites provinciales y nunca requerían de un viaje consistente en más de dos horas de duración. Siempre se trataba de acudir a los mismos conocidos balnearios: sean La Merced o Cunuyacu, o una quinta que poseían los hermanos en las cercanías de Conocoto. Parece que el único requisito era que tuvieran una piscina para bañarnos y suficiente espacio para corretear. En cuanto a los mosquitos, ellos no estaban presupuestados, pero venían de todas maneras y lo hacían sin necesidad de invitación. Estas excursiones fueron para mí, verdaderas y prematuras proclamas heroicas y libertarias; pero fueron los endiablados mosquitos los que me convirtieron siempre en uno de sus mas afectados “caídos en acción”!
No estoy seguro si había desarrollado una alergia o sensibilidad temprana; o quizás simplemente, que no supe controlar entonces la inquieta acción de mis uñas como respuesta a los estragos de la comezón. Lo más grave, sin embargo, no fueron las tormentosas picazones o las hinchazones que me deformaban las manos y la cara; sino la propensión que tenía a las fiebres que me llegaron a producir los responsables de estas incordiantes picaduras. Más de una vez recuerdo haber vuelto a casa a soportar los efectos combinados de mis reacciones alérgicas y de la imprevista insolación. Entonces, una rara fiebre de mí se apoderaba y lo que tenía no eran pesadillas, sino verdaderos delirios producidos por la altísima calentura que producía esta insoportable reacción.
En casa la novelería por la inminencia de estos paseos de grado, nos llevaba a efectuar una verdadera romería para visitar a tíos y parientes. Los padrinos casi siempre se hacían presentes con la financiación pecuniaria de la aventura compleja de esta riesgosa expedición. Era la oportunidad para pedir prestadas verdes mochilas y metálicas cantimploras, y para comprar los refrigerios que no eran dictados por las circunstancias de la excursión programada, sino por nuestro paladar goloso y por nuestra derrochante vocación.
La mañana misma del día esperado, un par de madres desconsoladas venían a despedir a sus sobre-protegidos huerfanitos. Recuerdo a uno en particular, que tenía un apellido cuya última silaba es impúdica e impublicable; y a otro cuyas dos primeras entrarían también en los anales de esta ingrata condición. Venían a despedirlos como que se fueran a un viaje interminable, como si se fueran a la guerra en la frontera, o como si fueran a recluirse en un inhóspito noviciado por un interminable período de desconocida duración. Cuánto involuntario daño produjeron esas madres a sus pequeños hijos; sin caer jamás en cuenta de lo contraproducentes e inconvenientes que resultaban esas excesivas muestras de su maternal protección. No saben que estos viajes les dieron a ellos la mágica oportunidad que requerían para acceder a nuestra experimentada orientación!
Nunca supe porqué los hermanos escogían siempre los Jueves para realizar estos tan esperados desplazamientos. Solo lo intuí más tarde; y es que luego del paseo, cedían siempre, aunque “a regañadientes”, al grito enardecido del populacho que insistente coreaba: “Ya se acaba el paseo y mañana vacación; ya se acaba el paseo y mañana vacación!” Y… vacación era lo que entonces ellos nos regalaban, "asueto" como ellos cándidamente lo llamaban; aunque eran realmente ellos mismos los que se auto-otorgaban una reconfortante y bien merecida vacación!
Estoy a pocos días de salir a tomar mis “últimas” vacaciones anuales. Me siento entonces como transportado a ese desvencijado transporte de escuela. Un murmullo tenue e impreciso va surgiendo en la parte trasera; es un eco sedicioso, como el rumor de un canto de conjura, como la impronta de una oscura conspiración. Poco a poco se va convirtiendo en el estruendo incontenible que provoca la creciente de ese río de los nocturnos sueños de mis recuerdos. Los conspiradores van repitiendo la singular estrofa de su himno de combate: “Ya se acaba el paseo y mañana vacación…!”
Shanghai, 1 de Diciembre de 2010
01 diciembre 2010
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