15 febrero 2011

Año Nuevo del Conejo

Siento una cierta reticencia hacia las premoniciones que reclama la astrología. Hay en mí un espontáneo escepticismo que me impide aceptar que los humanos estemos divididos en grupos que obedezcan al año o mes de nuestro nacimiento. La cultura china respalda la creencia en determinados ciclos y profesa una respetuosa reverencia hacia esos símbolos protectores, que son los animales naturales o de orden mitológico, en los que basa su imaginativa astrología. Del mismo e idéntico modo, la cultura occidental utiliza su propio sistema para efectuar una discriminación caprichosa entre los individuos, de acuerdo con el signo del zodíaco en que se habría efectuado su respectivo nacimiento.

Los orientales utilizan un calendario lunar que está organizado con un sistema alternativo de doce o trece meses (igual al ciclo metónico); ellos sugieren que las personas estaríamos influenciadas por el año lunar en que venimos al mundo. Con esto, unos pertenecen al año del caballo; otros al del buey; o al del dragón, la rata o el conejo. De esta aleatoria y cronológica circunstancia dependería, en apariencia, que tengamos tal o cual fortuna; que exhibamos una determinada personalidad; que estemos expuestos a una auspiciosa o fatídica influencia para acceder al éxito; o, que la suerte nos sonría para un determinado romance o la realización de una negociación o empresa. Menos complejo, y quizás más comprensible, resultaría el sistema tropical que los astrólogos occidentales emplean para advertirnos y anticiparnos respecto a las variables del porvenir.

Hace pocos días se celebró en oriente el Año Nuevo del Conejo. Es poco lo que en occidente sabemos de tales manifestaciones, que no sea el hecho de apreciar a través de los medios, el derroche impresionante de los fuegos de artificio y su sorprendente celebración. Lo que no siempre se conoce es la total inactividad que esas culturas experimentan por toda una semana, cuando sus actores y personajes ceden al embrujo general del ocio y al del reencuentro familiar. Es cuando todos los negocios se cierran y toda actividad se suspende; las calles exhiben idéntica desolación a la que en las culturas occidentales se experimenta en Viernes Santo, cuando se conmemora la pasión de Jesús de Nazaret.

Creo que, en el fondo, esto de los ciclos no es un hecho extraordinario; solo obedece al interés de la humanidad por crear un ritmo recurrente de actividades, cuyo objeto y sabiduría no es otro que el de propiciar nuevos planes y replanteos; o la renovación de propósitos y empeños; en fin: alcanzar momentos de calma para hacer balances vitales y obtener el provechoso resultado que se logra con la tranquila meditación. Ese es justamente el valor benefactor de nuestra tendencia a respetar y dejarnos influenciar por la renovación de los ciclos de la cronología: darle al tiempo una estructura común que nos permita conciliar como individuos nuestros personales afanes en medio de una pacífica cláusula propiciada y auspiciada por la comunidad.

Es ya milenaria la obsesión del hombre por la periodicidad de los ciclos de la naturaleza. Los cambios del clima, el repetitivo comportamiento de los cultivos y las cosechas, entre otras manifestaciones, habrían ido creando probablemente el convencimiento de la influencia que ejercen el sol, la luna y los demás cuerpos celestiales. En definitiva, la presunción que dependeríamos del capricho de los astros que deambulan por la infinidad de los cielos. Así nació el calendario.

De otro lado, resulta fascinante el esfuerzo que ha hecho el hombre por ir consiguiendo un calendario único que sea preciso. Una de las mas grandes dificultades en este propósito parece haber sido la discrepancia entre los dos calendarios naturales: el lunar y el solar o tropical. Hubiera sido muy simple si los dos hubieran conciliado sus respectivos valores y si habría una relación de equivalencia que se pudiese observar con el paso del tiempo. Esta sincronía, por lástima, solo se produce en el lapso de tiempo que dura casi una generación completa. Y es que, el mes lunar tampoco se produce en un número exacto de días, durante los cuales la luna registra un ciclo completo de sus fases en el cielo.

Hay un muy interesante librito, llamado justamente “El Calendario”, en él se van relacionado todas las iniciativas y esfuerzos que se han realizado a través de la historia para conseguir un método preciso que sirva para medir el tiempo. Resulta interesante descubrir que nuestro calendario Gregoriano, no es sino el mismo calendario que habrían revisado los romanos hace dos mil años, cuando tomaron como referencia el calendario egipcio y redefinieron los años bisiestos. Ya los egipcios habían advertido que el año solar no se repetía luego de un número exacto de días; pero fueron los romanos quienes añadieron un día al mes de Febrero, en el bis-sexto día de las Calendas de Marzo, cada cuatro años.

Para colmo, la iglesia católica utilizaba hasta los tiempos del Papa Gregorio XIII, un calendario litúrgico, que como consecuencia de la imprecisión del calendario solar, se había ido desajustando en alrededor de diez días en los tiempos del mencionado pontífice. Así es como se resolvió crear nuevas consideraciones para la definición del año bisiesto; ahora solo serían considerados como tales los que fueran múltiplos de cuatro, siempre y cuando no lo sean de ciento, a menos que sean múltiples de cuatrocientos. Pero, lo más interesante fue la supresión, por decreto, de todos esos diez días en que se había desajustado el calendario; y por arte de magia, en 1582, a un cuatro de Octubre le siguió el día quince del mismo mes. Y todo esto, solo para que la celebración de la Pascua cayese en el Domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera…!

A pesar del esfuerzo matemático, el calendario astronómico actual tampoco es perfecto. Se prevé que volverá a desfasarse en un día cada treinta y tres siglos; con lo que, a futuro, va de hacer falta un nuevo Gregorio que haga desaparecer un día y, a lo mejor, redefina de nuevo la fórmula para calcular el año bisiesto…

Atlanta, Febrero 15 de 2011
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