28 febrero 2011

Los bemoles del progreso

Nos conocen en el hemisferio norte con un gerundio harto mentiroso. “Developing countries” les llaman a nuestros países; lo que en castellano, y en términos calificadores de progreso, quiere decir tan solo “en vías de desarrollo”. Gerundio mentiroso, digo, porque implica en sí mismo la automática postergación del desarrollo y no manifiesta lo que esconde el circunloquio: que no somos lo que pretendemos. Que somos países no-desarrollados o subdesarrollados y nunca entidades socio-políticas en vías de progreso real. Quizás el desarrollo empiece por aplastar esta falsa premisa que implica una viabilidad que nosotros mismos nos hemos encargado de auto-regalar. 

El bienestar no está en los caminos; es en sí una meta, un destino y una realidad. No se trata de declamar el poema de Machado o de repetir la canción de Serrat, no se trata de exhortarle al caminante que no hay camino, o que se hace camino al andar. Se trata de comprender cuál es el destino al que llegan los pueblos que pueden compartir esa sensación tan diferente que suele entregar el bienestar. Para poder seguir adelante hay que reconocer primero hacia donde se quiere ir, hacia donde se quiere llegar. El progreso no empieza por reconocer el camino, sino por imaginar primero el destino y la meta a donde queremos llegar! 

Hay palabras que nos han llegado del latín a travez del inlgés; esto no deja de ser curioso y sorprendente, porque muchas veces tenemos que traducirlas desde el idioma sajón, cuando tomarlas desde el idioma del Lazio hubiese sido lo más apropiado y natural. Esto sucede por ejemplo con la palabra “lobby” que significa vestíbulo, antecámara, pasillo o sala de espera; y que ha dado margen a nuevos verbos y adjetivos en ese idioma que la política y el trámite de influencias se han encargado de popularizar (lobbing, lobbyist). Es que “lobby” quiere decir también cabildo; por lo que resulta comprensible que tengamos que hablar de cabildeos y de la cuestionable acción de cabildear. Porque fue en esos lugares, las antesalas de las cortes o de los edificios oficiales latinos, donde se tramitaban las influencias en busca de los objetivos administrativos que se querían antiguamente lograr. 

Qué de malo tiene cabildear? Qué hay de torcido y de siniestro en esto de los cabildeos? Qué tienen que ver los que viven de su ejercicio con la condición de subdesarrollo de una cierta sociedad? Probablemente nada, en la medida que quienes suplican o interceden no tengan que acudir a la presión o al soborno para conseguir su finalidad. Cuando el mero hecho del trámite incluye presión psicológica y moral; o, lo que es más grave, el ofrecimiento o aceptación de una recompensa, la gestión deja de ser legítima y entra al campo de lo lesivo y de lo criminal. El trámite deja entonces de ser simple trámite y pasa a convertirse en trámite de influencias. La solicitud o intersección se convierte en delito penal. 

Pero… existe soborno y cabildeo mañoso solo en las sociedades alejadas de los beneficios del desarrollo? Desde luego que no; pero solo es en estas sociedades donde no existen los mecanismos de control para limitar el trato de influencias, donde se tiende a proteger a los culpables, donde existe una cultura social y política que no extirpa estas lacras que afectan a la comunidad. Así, la corrupción se convierte en un “modelo de desarrollo”, en moneda de uso corriente, en parte de un proceso obligatorio que en las sociedades atrasadas echa por los suelos las buenas intenciones de los dirigentes, y las ilusiones de los honestos ciudadanos que no ven la luz al final del túnel del subdesarrollo; y que, más bien, ven con enfermizo pesimismo la persistencia de la adversidad. 

Si el mencionado cabildeo se ha ido constituyendo en el elemento más voraz de la corrupción, la existencia de una actitud general que ofrece y solicita coimas, y otros pagos y compensaciones, parece que ha ido prostituyendo a todo el cuerpo de las sociedades alejadas del progreso. Ciertas burocracias se sienten en el derecho de abrirnos sus puertas para que con nuestro trabajo, capital y esfuerzo, accedamos a los esperados beneficios; pero antes insisten en averiguarnos cuáles, a cambio de su generosa aquiescencia, han de ser los beneficios que a sus miembros les han de abrir las puertas hacia su propio y goloso bienestar… 

Sospecho que las fuentes del desarrollo no están solo en ofrecer educación a la gente, en asumir los retos de la vivienda, de la salud, de la seguridad social. Creo que todos estos esfuerzos serán inútiles e impertinentes si no atacamos primero el problema gangrenoso de la deshonestidad. Allí está la más grave causa del subdesarrollo. Solo así es posible comprender la existencia de los ranchitos, las favelas y las villas miseria. No puede comprenderse cómo puede propenderse al desarrollo donde impera el reino de la “mordida”, donde es imposible acceder a un trámite utilizando los caminos rectos, sin caer en las redes morbosas del “sí se puede, pero primero cuánto me da?”. 

Se me hace difícil olvidar un episodio que viví alguna vez en un alejado país del sudeste asiático; fui interceptado por un patrullero que me acusó, sin motivo y sin ser cierto, que venía manejando con exceso de velocidad. El oficial no quiso aceptar ni mis razones, ni mis argumentos; pero tuvo la bondadosa gracia de ofrecerme dos opciones: ir a la corte a pagar directamente la multa, o ahorrarme el viaje y conseguir un importante descuento a cambio de mi generosidad… 

Chicago, 27 de Febrero de 2011


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