26 febrero 2011

Eso de la sana envidia

Codiciar es un verbo que no se lo debe conjugar en primera persona; de hecho la explícita proscripción a codiciar se repite en los dos últimos mandamientos de la ley mosaica. No codiciarás la mujer de tu prójimo, dice el noveno. No codiciarás los bienes ajenos, anuncia el más postrero. Quizás es por esto que la envidia ha tomado un carácter vergonzante; la envidia es tan mal vista en la sociedad como lo son el servilismo, la traición o la hipocresía. Quizás por esto también es que cuando se quiere hablar de admiración hacia la fortuna o bienestar ajenos, se prefiere hablar no de emulación ni de admiración, sino de “una sana envidia”. Pero, cuán sana puede ser la sana envidia? Es en sí, una forma de conformismo? Interfiere o no, y de qué manera, en nuestra realización personal?

Hay en todo esto una cierta dicotomía; podría hablarse incluso de una condición paradojal. Mientras hay quienes expresan que proclamar la propia envidia es en sí una forma de sinceridad; hay quienes defienden que mientras persistamos en nuestro afán de compararnos con los otros, la felicidad ha de sernos siempre esquiva. Ya lo decía un poema que en mi juventud lo habían convertido en melodía: “siempre habrán personas más grandes y más pequeñas que tú”. Pero... es posible ser mejor y ser “más” si uno no se compara? Cómo podemos fijarnos metas y arquetipos si no apreciamos lo que podemos llegar a ser nosotros, si no nos comparamos con los demás? Pongo cuidado en no hablar de “tener” otras (más y mejores) cosas. Hablo solamente de “ser “ mejor, de ser alguien más!

Dice la tradición que siempre vemos más verde el pasto del jardín vecino; creo que esto nada tiene de malo. Está en la naturaleza humana la inconformidad. Es parte de nuestra condición la tendencia a ver las aparentes ventajas y beneficios ajenos; y es nuestra también aquella propensión de olvidar los privilegios que disponemos y que nos favorecen, sobre los que poseen nuestros “semejantes” (otra palabra en desuso…). Esta tendencia tiene su condición y contrapartida: a más de incordiarnos con el punzón de la inconformidad, no nos permite acceder a la dicha con la más sencilla de las recetas: aprender a ser feliz con lo que uno tiene, sin tener que compararse con los demás.

Muchas veces me encuentro con gente que no tengo duda que me aprecia y me quiere; y menciona esto de su sana envidia. Es irónico pero, casi siempre y en forma automática, noto enseguida que más bien soy yo el que descubre que ellos tienen algo que yo mismo les tengo que envidiar. Claro que no solo envidio la sinceridad sin desparpajo de su pronunciamiento (la misma que de por sí ya exhibe una maravillosa humildad), sino que compruebo que muchas veces yo preferiría hacer lo que ellos están haciendo; en suma que, tanto ellos como yo, no hemos aprendido a disfrutar de lo que tenemos, a ver el lado bueno de lo que hacemos, a ser felices con lo que nos es suficiente para vivir con felicidad.

Descubro entonces que puede existir una línea muy tenue entre la aspiración y el conformismo. Y es que no podríamos aspirar a la dicha mientras insistamos en vivir insatisfechos; pero, al mismo tiempo, no podríamos llegar a algo mejor si nos atrancamos en la ciénega de la conformidad. Pero… es la conformidad realmente un pantano? O es, más bien, el más callado secreto que tiene esa esquiva y lejana felicidad? La filosofía oriental está basada en este superior concepto: la convicción de que el esfuerzo por tener más solo lleva a la desdicha, que reducir nuestra aspiración y moderar nuestras expectativas, es el camino secreto y mágico que nos conduce a la satisfacción personal. En resumen, llegamos a lo mismo: a que es importante aprender a ser agradecidos con la vida y a ser felices con lo que tenemos; prescindiendo de lo que carecemos, de lo que tienen los demás…

A menudo se refieren a mi ocupación y actividad como “un trabajo de ensueño” (a dream job). Coincido con otros en la socarrona ironía que sí, que es un trabajo de ensueño porque uno se pasa soñando… es decir viéndole solo los defectos e inconvenientes, sin apreciar las virtudes y privilegios. Es fácil ver el lado negativo de las cosas; en mi profesión hay muchos aspectos inconvenientes: las ausencias de casa, los vuelos nocturnos cuando se está cansado, las inclemencias del tiempo, las interrupciones en los itinerarios, los caprichos en nuestras programaciones, la cicatería en nuestros pecuniarios reconocimientos… Pero, es probable, a la vez, que no apreciemos el valor preponderante de lo que hace a nuestro trabajo tan diferente. Tenemos, por lo menos, la curiosidad de averiguar porqué es que la aviación resulta tan atractiva y fascinante para los demás?

Quizás no hemos caído en cuenta que existen ventajas y desventajas, méritos y deméritos en todas las expresiones de la actividad humana. Dicho con sabiduría y simpleza: no existe un trabajo perfecto, no existe situación perfecta; y, el no saberlo advertir y reconocer a tiempo, solo nos dará más de un dolor de cabeza, propiciará nuestra permanente frustración y nos llevara siempre a querer eso tan inelegante de compararnos con los semejantes que no nos son semejantes! La frustración producida por la envidia suele ser siempre amputante. Corroe y destruye. Nada puede edificarse sobre cimientos corroídos. Mi corta y exigua experiencia como constructor me aconseja que el edificio, tarde o temprano, se ha de derrumbar!

A veces envidio la sinceridad de quienes dicen tenerme sana envidia; pero ellos no saben que les envidio, muchas veces, por su propia y no apreciada actividad…

Chicago, 26 de Febrero de 2011
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