03 febrero 2011

Elogio de la ceguera

Hay algo de extraño en los ciegos; ellos forman una especie de secreta cofradía. Es como si conformaran un clandestino círculo que comparte un indescifrable lenguaje, al que los demás no tenemos acceso. Han ido como desarrollando una subrepticia y sorprendente facultad que parecería desafiar las capacidades sensoriales; y aun superar la facultad de ver, que los videntes poseemos… Es como si usaran en secreto otros sentidos, con ventaja sobre los que estamos en capacidad de percibir las imágenes; y a eso suman un sorprendente sentido de orientación que desafía al que los demás humanos tenemos.

Además, con ellos nos enfrentamos a una especie de obscena desventaja; y quizás por ello nos envuelva ese extraño pudor cuando queremos verles a los ojos. Es como si intuyeran o sospecharan que no es del todo verdad lo que les estamos diciendo… Detrás de esa nube blanquecina e impersonal que oculta sus pupilas, nos parecería que esconden la real intención de una mirada que no siempre sabemos interpretar, para poder dialogar y comunicarnos con propiedad con ellos. Ahí queda entonces, como colgada, esa suerte de sonrisa furtiva y permanente que en cambio exhiben; sonrisa que nunca logramos descifrar si se trata de una actitud de burla o es talvez un conmiserativo gesto…

Pienso en la condición y circunstancia de los ciegos mientras escucho “Milonga de Manuel Flores” de Troilo, compuesta con la letra de un poema de Jorge Luis Borges. En el verso dice el escritor argentino, con cierto desparpajo, que “morir es moneda corriente”, y que “morirse es una costumbre que suele tener la gente”; continúa con la sentencia de que detrás de la muerte vendrá el olvido, porque como ya lo dijo el sabio, “morir es haber nacido”…

La muerte, los espejos, los laberintos, la memoria, los sueños, la divinidad, los artilugios de la fantasía, fueron algunos de los elementos siempre presentes en ese universo paralelo, que se empeñó en retratar con sus ficciones este insigne escritor ciego, que fuera Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. Sí, así, con todos sus nombres y apellidos completos, para poder subrayar la sublimidad de este explorador de universos escondidos y para tratar de cancelar la mezquindad con que el mundo de la literatura le quiso tratar en su tiempo y por tanto tiempo!

Borges empezó a quedarse ciego cuando no había llegado aún al medio siglo de vida. Desde entonces, se habría visto obligado a recurrir a la asistencia de otros para poder seguir escribiendo. No sé qué es lo que sienta un escritor cuando se va quedando ciego. Solo trato de imaginarme! Debe ser muy doloroso sentirse un “hacedor de ficciones” y tener que enfrentarse a la limitación de saberse ciego!

Nadie podría negar ya la trascendencia de este ciego genial, visionario de tantos mundos diversos. Una de las más grandes injusticias del reconocimiento que le debemos, fue justamente la incomprensible renuencia de la Academia Sueca para otorgarle el premio Nobel. Jorge Luis Borges estará siempre por encima de ese galardón. Dicha negativa solo restará crédito a la entidad escandinava y, más bien, otorgará callada reverencia al escritor quizá más influyente que ha tenido nuestra lengua, después Cervantes.

Escuché en días pasados un sesgado comentario acerca del gran escritor. Alguien reconocía su formidable mérito literario, pero implicaba que, en cambio, no fue un buen ciudadano. Me pregunto: por qué? Quizás por sus ideas políticas? Borges había cometido el error de aceptar un premio de la dictadura chilena y también hacía pública su postura de repulsión hacia el presidente Perón y el justicialismo. Qué podía esperar el oficialismo de un escritor que había dedicado su vida a la biblioteca municipal de Buenos Aires y que había sido “ascendido” con sarcasmo burlón a una humilde posición en un mercado de alimentos? Borges no merecía tan miserable sátira; su nombre ilustre pronto habría de conquistar, con su erudito estilo, la admiración y la fama del mundo sin fronteras de la literatura!

Borges no había tenido una educación formal; sus primeros estudios los habría efectuado en casa donde tuvo la oportunidad de acceder, con fascinación y asombro, al contenido de la privilegiada biblioteca de su padre. Se dice que confesaba que ése había sido el evento más importante de su vida. Tanto le habrían cautivado esos textos, cuadernos y manuales, cual tesoros para ser perseguidos y descubiertos, que es fácil imaginarse que leyó y releyó hasta quedarse literalmente ciego. Con su prosa iría estructurando un nuevo estilo, en el que sumó a sus experiencias, los elementos de la imaginación y la filosofía. Por eso no se quedó en el costumbrismo o en el relato provinciano. Su cosmopolita estilo estaba destinado a trascender las barreras del idioma. Quizás es por eso que algunos de sus ensayos y cuentos, muchas veces nos darían la impresión de ser traducciones de obras compuestas originariamente en lenguas distintas.

Tal parecería que la ceguera va cerrando ciertas puertas; pero va revelando a la vez otros insospechados postigos: los que se van abriendo a la imaginación y al descubrimiento de uno mismo. Es difícil entender cómo alguien pudo tomar notas, escribir, corregir y revisar sus cotidianos escritos, si carecía del más importante de los sentidos. Tarea colosal, tortuosa, reservada a Prometeo! Por ello, solo trato de imaginar cómo pudo alguien habernos entregado tan variada y luminosa ficción, si desde el temprano equinoccio de su vida estuvo expuesto a los laberintos y fantasmas de su invidente destino…

Atlanta, 2 de Febrero de 2011
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