28 febrero 2011

El extraño oficio del aviador

Hay quienes han empezado a verme con más frecuencia, porque ahora voy a mi tierra casi todos los meses. Se extrañan, sin embargo, que luego de verme con asiduidad por toda una semana; de pronto, como si estuviera en un negocio que precisara de un carácter clandestino, me desaparezco sin dejar huella, sin dar a nadie explicación por el lapso de varias semanas… Entonces, ceden a su propia curiosidad y me preguntan que qué es lo que hago, que a qué me dedico, que en qué es lo que ando trabajando. Les he ofrecido contar en este blog; porque, no siempre tienen claro en qué consiste eso que digo que hago… Esto, además de que, de por sí, ya les parece un tanto extraño el oficio que digo que tengo...

Estoy trabajando con una aerolínea llamada Great Wall Airlines, que está basada en Shanghai. Su nombre significa: Aerolínea de la Gran Muralla. Soy comandante de los Boeing 747-400 que posee esta compañía. Hasta este mes, la mitad de su capital pertenecía a Singapore International Airlines, la misma compañía para la que había volado como comandante por doce años, antes de incorporarme a esta empresa china. Great Wall se encuentra actualmente en proceso de consolidarse con otras dos empresas aéreas. Una de ellas es China Eastern; y cuando dicha consolidación resulte concluida, tanto en lo legal y económico, como también en lo operativo, la empresa pasará a llamarse China Cargo Airlines.

El año pasado se presentó la posibilidad de que regresara a trabajar con la SIA; sin embargo, me comprometí a seguir con Great Wall hasta la finalización de mi contrato, que vence en Noviembre del este año, con la condición de que se me permita, en forma preferente, hacer base en Estados Unidos. Esta opción me permite, de esta forma, movilizarme mensualmente por el lapso de diez días al Ecuador, que es mi base de residencia (es un sistema que en inglés se llama “commuting”). Claro que todavía debo volver a China en ciertas ocasiones, sobre todo cuando tengo que efectuar los entrenamientos y chequeos semestrales de simulador, o cuando tengo que cumplir con mis exámenes médicos.

Great Wall tiene por ahora solo tres aviones 747 y no creo que en total seamos más de cincuenta tripulantes. Volamos hacia Amsterdam ocho veces por semana, con un permiso operacional que exige utilizar el aeropuerto de Tianjín, una ciudad ubicada al sur de Beijing, donde está la base asiática de Airbus, el consorcio aeronáutico europeo. Además, la compañía opera tres vuelos semanales a los Estados Unidos. Como los vuelos hacen un triángulo entre Anchorage (Alaska), Atlanta y Chicago, se requiere de dos tripulaciones que estén basadas en forma permanente en los Estados Unidos. La primera recoge el vuelo en Anchorage, que es una estación de reabastecimiento, y lleva el avión para Atlanta y Chicago; mientras la segunda espera en esta última ciudad para pilotear el avión de regreso y entregarlo en Anchorage.

Esto hace que, mientras estoy basado en USA, haga mi vida entre dos hoteles: el Marriott de Chicago y el Sheraton de Anchorage, la más importante ciudad del estado de Alaska (“La última frontera”); estado éste que había sido comprado a Rusia en la segunda mitad del siglo diecinueve en la irrisoria cifra de siete millones doscientos mil dólares (equivalentes a unos ciento veinte de –nuestra- la era Correana). Los itinerarios no son siempre predecibles; esto es muy complejo y difícil de conseguirse cuando los aviones tienen que estibarse de manera que sustente un rédito conveniente, como es lo regular en las operaciones de carga. Dada la propia naturaleza de su especial logística, muchas veces se acarrean las demoras y retrasos; y vivimos como imitando a Marcel Proust, por aquello de “la búsqueda del tiempo perdido”…

Aquí no importa lo que en la operación con pasajeros resulta preponderante, como es el ofrecer itinerarios convenientes o servicios que resulten atractivos. La carga es como el correo: tiene que salir pronto y transportarse en el menor tiempo posible! Si el tiempo no sería un factor importante, sus propietarios bien harían en enviarla por barco o por tierra, de ser posible. Esto hace que se tenga que operar todo el tiempo y de manera eficiente. No importa la hora del día o de la noche; no importa si es Navidad, si cae Domingo, o es Año Nuevo. Hay que operar porque hay que operar! Se vuela: llueva, truene o relampaguee! Siempre se trata de carga importante y delicada; se opera al máximo de la capacidad de los aviones. En nuestro caso, se trata de despegues con cerca de cuatrocientas toneladas y de aterrizajes que llegan a los trecientos mil kilogramos!

Los meses de invierno resultan los más delicados. Son frecuentes las nevadas, las ventiscas y las tormentas. Son comunes los vientos cruzados que llegan a lindar con la capacidad de control “demostrada” por el avión que uno vuela. Es también frecuente operar hasta los mínimos meteorológicos de visibilidad que nuestra certificación permite. Más de una vez se tiene que (“tocafff”, como dicen por ahí) aterrizar en pistas completamente cubiertas por ese elemento que resulta tan lindo de ver en las postales navideñas, cual regalo de Papá Noel: la nieve… Y esto, para no tener que mencionar el frío que se mete en los huesos e invade todos los intersticios de la vida, sobre todo cuando el silbido empecinado del viento, hace que el frío se sienta mucho más frío que los reportados veinte o treinta grados centígrados bajo cero! Ahí, ni la ropa térmica impide sufrir por las inclemencias. Hay que hacer la inspección previa al vuelo, haga o no haga frío. Escapándose de romperse “la crisma” al resbalarse en el hielo de la plataforma congelada!

Este es un breve resumen de lo que hago. Y es también parte de la paradoja de la aviación: una actividad a la que le entregas la vida y que a veces se te va llevando la vida en el proceso…

Anchorage, Febrero 28 de 2011
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Los bemoles del progreso

Nos conocen en el hemisferio norte con un gerundio harto mentiroso. “Developing countries” les llaman a nuestros países; lo que en castellano, y en términos calificadores de progreso, quiere decir tan solo “en vías de desarrollo”. Gerundio mentiroso, digo, porque implica en sí mismo la automática postergación del desarrollo y no manifiesta lo que esconde el circunloquio: que no somos lo que pretendemos. Que somos países no-desarrollados o subdesarrollados y nunca entidades socio-políticas en vías de progreso real. Quizás el desarrollo empiece por aplastar esta falsa premisa que implica una viabilidad que nosotros mismos nos hemos encargado de auto-regalar. 

El bienestar no está en los caminos; es en sí una meta, un destino y una realidad. No se trata de declamar el poema de Machado o de repetir la canción de Serrat, no se trata de exhortarle al caminante que no hay camino, o que se hace camino al andar. Se trata de comprender cuál es el destino al que llegan los pueblos que pueden compartir esa sensación tan diferente que suele entregar el bienestar. Para poder seguir adelante hay que reconocer primero hacia donde se quiere ir, hacia donde se quiere llegar. El progreso no empieza por reconocer el camino, sino por imaginar primero el destino y la meta a donde queremos llegar! 

Hay palabras que nos han llegado del latín a travez del inlgés; esto no deja de ser curioso y sorprendente, porque muchas veces tenemos que traducirlas desde el idioma sajón, cuando tomarlas desde el idioma del Lazio hubiese sido lo más apropiado y natural. Esto sucede por ejemplo con la palabra “lobby” que significa vestíbulo, antecámara, pasillo o sala de espera; y que ha dado margen a nuevos verbos y adjetivos en ese idioma que la política y el trámite de influencias se han encargado de popularizar (lobbing, lobbyist). Es que “lobby” quiere decir también cabildo; por lo que resulta comprensible que tengamos que hablar de cabildeos y de la cuestionable acción de cabildear. Porque fue en esos lugares, las antesalas de las cortes o de los edificios oficiales latinos, donde se tramitaban las influencias en busca de los objetivos administrativos que se querían antiguamente lograr. 

Qué de malo tiene cabildear? Qué hay de torcido y de siniestro en esto de los cabildeos? Qué tienen que ver los que viven de su ejercicio con la condición de subdesarrollo de una cierta sociedad? Probablemente nada, en la medida que quienes suplican o interceden no tengan que acudir a la presión o al soborno para conseguir su finalidad. Cuando el mero hecho del trámite incluye presión psicológica y moral; o, lo que es más grave, el ofrecimiento o aceptación de una recompensa, la gestión deja de ser legítima y entra al campo de lo lesivo y de lo criminal. El trámite deja entonces de ser simple trámite y pasa a convertirse en trámite de influencias. La solicitud o intersección se convierte en delito penal. 

Pero… existe soborno y cabildeo mañoso solo en las sociedades alejadas de los beneficios del desarrollo? Desde luego que no; pero solo es en estas sociedades donde no existen los mecanismos de control para limitar el trato de influencias, donde se tiende a proteger a los culpables, donde existe una cultura social y política que no extirpa estas lacras que afectan a la comunidad. Así, la corrupción se convierte en un “modelo de desarrollo”, en moneda de uso corriente, en parte de un proceso obligatorio que en las sociedades atrasadas echa por los suelos las buenas intenciones de los dirigentes, y las ilusiones de los honestos ciudadanos que no ven la luz al final del túnel del subdesarrollo; y que, más bien, ven con enfermizo pesimismo la persistencia de la adversidad. 

Si el mencionado cabildeo se ha ido constituyendo en el elemento más voraz de la corrupción, la existencia de una actitud general que ofrece y solicita coimas, y otros pagos y compensaciones, parece que ha ido prostituyendo a todo el cuerpo de las sociedades alejadas del progreso. Ciertas burocracias se sienten en el derecho de abrirnos sus puertas para que con nuestro trabajo, capital y esfuerzo, accedamos a los esperados beneficios; pero antes insisten en averiguarnos cuáles, a cambio de su generosa aquiescencia, han de ser los beneficios que a sus miembros les han de abrir las puertas hacia su propio y goloso bienestar… 

Sospecho que las fuentes del desarrollo no están solo en ofrecer educación a la gente, en asumir los retos de la vivienda, de la salud, de la seguridad social. Creo que todos estos esfuerzos serán inútiles e impertinentes si no atacamos primero el problema gangrenoso de la deshonestidad. Allí está la más grave causa del subdesarrollo. Solo así es posible comprender la existencia de los ranchitos, las favelas y las villas miseria. No puede comprenderse cómo puede propenderse al desarrollo donde impera el reino de la “mordida”, donde es imposible acceder a un trámite utilizando los caminos rectos, sin caer en las redes morbosas del “sí se puede, pero primero cuánto me da?”. 

Se me hace difícil olvidar un episodio que viví alguna vez en un alejado país del sudeste asiático; fui interceptado por un patrullero que me acusó, sin motivo y sin ser cierto, que venía manejando con exceso de velocidad. El oficial no quiso aceptar ni mis razones, ni mis argumentos; pero tuvo la bondadosa gracia de ofrecerme dos opciones: ir a la corte a pagar directamente la multa, o ahorrarme el viaje y conseguir un importante descuento a cambio de mi generosidad… 

Chicago, 27 de Febrero de 2011


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26 febrero 2011

Eso de la sana envidia

Codiciar es un verbo que no se lo debe conjugar en primera persona; de hecho la explícita proscripción a codiciar se repite en los dos últimos mandamientos de la ley mosaica. No codiciarás la mujer de tu prójimo, dice el noveno. No codiciarás los bienes ajenos, anuncia el más postrero. Quizás es por esto que la envidia ha tomado un carácter vergonzante; la envidia es tan mal vista en la sociedad como lo son el servilismo, la traición o la hipocresía. Quizás por esto también es que cuando se quiere hablar de admiración hacia la fortuna o bienestar ajenos, se prefiere hablar no de emulación ni de admiración, sino de “una sana envidia”. Pero, cuán sana puede ser la sana envidia? Es en sí, una forma de conformismo? Interfiere o no, y de qué manera, en nuestra realización personal?

Hay en todo esto una cierta dicotomía; podría hablarse incluso de una condición paradojal. Mientras hay quienes expresan que proclamar la propia envidia es en sí una forma de sinceridad; hay quienes defienden que mientras persistamos en nuestro afán de compararnos con los otros, la felicidad ha de sernos siempre esquiva. Ya lo decía un poema que en mi juventud lo habían convertido en melodía: “siempre habrán personas más grandes y más pequeñas que tú”. Pero... es posible ser mejor y ser “más” si uno no se compara? Cómo podemos fijarnos metas y arquetipos si no apreciamos lo que podemos llegar a ser nosotros, si no nos comparamos con los demás? Pongo cuidado en no hablar de “tener” otras (más y mejores) cosas. Hablo solamente de “ser “ mejor, de ser alguien más!

Dice la tradición que siempre vemos más verde el pasto del jardín vecino; creo que esto nada tiene de malo. Está en la naturaleza humana la inconformidad. Es parte de nuestra condición la tendencia a ver las aparentes ventajas y beneficios ajenos; y es nuestra también aquella propensión de olvidar los privilegios que disponemos y que nos favorecen, sobre los que poseen nuestros “semejantes” (otra palabra en desuso…). Esta tendencia tiene su condición y contrapartida: a más de incordiarnos con el punzón de la inconformidad, no nos permite acceder a la dicha con la más sencilla de las recetas: aprender a ser feliz con lo que uno tiene, sin tener que compararse con los demás.

Muchas veces me encuentro con gente que no tengo duda que me aprecia y me quiere; y menciona esto de su sana envidia. Es irónico pero, casi siempre y en forma automática, noto enseguida que más bien soy yo el que descubre que ellos tienen algo que yo mismo les tengo que envidiar. Claro que no solo envidio la sinceridad sin desparpajo de su pronunciamiento (la misma que de por sí ya exhibe una maravillosa humildad), sino que compruebo que muchas veces yo preferiría hacer lo que ellos están haciendo; en suma que, tanto ellos como yo, no hemos aprendido a disfrutar de lo que tenemos, a ver el lado bueno de lo que hacemos, a ser felices con lo que nos es suficiente para vivir con felicidad.

Descubro entonces que puede existir una línea muy tenue entre la aspiración y el conformismo. Y es que no podríamos aspirar a la dicha mientras insistamos en vivir insatisfechos; pero, al mismo tiempo, no podríamos llegar a algo mejor si nos atrancamos en la ciénega de la conformidad. Pero… es la conformidad realmente un pantano? O es, más bien, el más callado secreto que tiene esa esquiva y lejana felicidad? La filosofía oriental está basada en este superior concepto: la convicción de que el esfuerzo por tener más solo lleva a la desdicha, que reducir nuestra aspiración y moderar nuestras expectativas, es el camino secreto y mágico que nos conduce a la satisfacción personal. En resumen, llegamos a lo mismo: a que es importante aprender a ser agradecidos con la vida y a ser felices con lo que tenemos; prescindiendo de lo que carecemos, de lo que tienen los demás…

A menudo se refieren a mi ocupación y actividad como “un trabajo de ensueño” (a dream job). Coincido con otros en la socarrona ironía que sí, que es un trabajo de ensueño porque uno se pasa soñando… es decir viéndole solo los defectos e inconvenientes, sin apreciar las virtudes y privilegios. Es fácil ver el lado negativo de las cosas; en mi profesión hay muchos aspectos inconvenientes: las ausencias de casa, los vuelos nocturnos cuando se está cansado, las inclemencias del tiempo, las interrupciones en los itinerarios, los caprichos en nuestras programaciones, la cicatería en nuestros pecuniarios reconocimientos… Pero, es probable, a la vez, que no apreciemos el valor preponderante de lo que hace a nuestro trabajo tan diferente. Tenemos, por lo menos, la curiosidad de averiguar porqué es que la aviación resulta tan atractiva y fascinante para los demás?

Quizás no hemos caído en cuenta que existen ventajas y desventajas, méritos y deméritos en todas las expresiones de la actividad humana. Dicho con sabiduría y simpleza: no existe un trabajo perfecto, no existe situación perfecta; y, el no saberlo advertir y reconocer a tiempo, solo nos dará más de un dolor de cabeza, propiciará nuestra permanente frustración y nos llevara siempre a querer eso tan inelegante de compararnos con los semejantes que no nos son semejantes! La frustración producida por la envidia suele ser siempre amputante. Corroe y destruye. Nada puede edificarse sobre cimientos corroídos. Mi corta y exigua experiencia como constructor me aconseja que el edificio, tarde o temprano, se ha de derrumbar!

A veces envidio la sinceridad de quienes dicen tenerme sana envidia; pero ellos no saben que les envidio, muchas veces, por su propia y no apreciada actividad…

Chicago, 26 de Febrero de 2011
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25 febrero 2011

Another day in paradise

Ha escuchado alguna vez esa canción de Phil Collins, querido lector amigo? Sí, sí, ésa misma. Ésa, cuya versión instrumental la tocan Richard Clayderman o James Last; ésa misma que la cantan, en parecidas versiones, Brandy o el mismísimo Rod Stewart. Habrá notado que no se trata de una canción romántica; aunque, claro, es tan contagiante su ritmo y tan pegajosa su repetitiva melodía, que nos parecería que lo fuera… Mas (mas sin embargo, como dirían en México): no, no es una canción que habla, como casi todas, del amor, del reencuentro afectivo, del regreso de la amada o de la inminente felicidad… 

“Otro día en el paraíso” es, más bien, una canción de contenido social, un reclamo a la comunidad, una proclama en la búsqueda de la humana sensibilidad. En fin, es un recuerdo de que eso de “la fortuna de tener fortuna”, no siempre es nuestro mérito, no siempre es mérito propio. Porque no tener que pasar frío o hambre, o no tener que preguntar dónde podemos ir a dormir, no siempre es algo que nos merecemos, aunque solo atinemos a escudarnos en la otra muletilla de que todo eso, “tampoco es nuestra culpa”… Pienso que lo que importa de esas cosas de la vida, no es la abyección de la realidad de la condición humana; lo que realmente importa es lo que estemos dispuestos a hacer para poder ayudar a los demás! 

Si no hacemos nada, podemos creer que, claro, no ha pasado nada (vaya, qué cómodo consuelo!); pero, si optamos por hacer algo, podemos crear, o hacer más fácil, la felicidad o, por lo menos, la comodidad ajena: habremos hecho algo por hacer más fácil la vida del prójimo (palabra antigua que va entrando en desuso); y por hacer más llevadera la vida de los demás. Entonces habremos regalado un día en el paraíso para aquellos que sufren; y habremos ganado también un día en el paraíso, si es que creemos en recompensas que no son terrenas; o, lo que es más valido e importante: habremos ganado el paraíso de un día que regala la personal satisfacción de haber podido ser útil, la sensación gratificante de haber ayudado a mitigar las tribulaciones de alguien más. 

Es éste un llamado a la solidaridad humana? Talvez. Es una invitación a arreglar los problemas del mundo, con solo ofrecer una ocasional limosna? No, jamás! Es que, los problemas del mundo no se circunscriben a la chica con ampollas en los pies, que no tiene qué comer, ni dónde ir a dormir, y que pide ayuda al tipo que finge no mirarla y que silva al cruzar la calle… El drama del mundo no está en que hay problemas angustiosos e insolubles, o en que hay todas esas sórdidas desigualdades. La verdadera tragedia está en que hemos ido aceptando, en que nos fuimos acostumbrado a pensar, que esas son realidades ajenas, que no son de nuestra incumbencia, porque solo son circunstancias de los otros, que solo afectan a los demás! El problema está en que, al no querer dejarnos influenciar por la tragedia ajena, optamos, sin embargo, por vivir como que nada pasara, como si se tratase de algo normal, de “otro día más en el paraíso terrenal”!

Con la cantaleta de que “la caridad empieza en casa”, no hemos querido ni siquiera salir de casa; no se nos ha ocurrido sacar afuera nuestras propias narices para pensar en los demás. Esto, sin contar con que muchas veces tampoco es necesario salir de casa para ayudar a quienes necesitan y están más cerca, como nuestros propios empleados, y como todos aquellos que son testigos, con frecuencia, de nuestra no siempre merecida comodidad. No, no se trata de que resolvamos con dinero los problemas que no son nuestros; a veces, una voz de estímulo, afecto o esperanza puede lograr mucho, mucho más! 

Sí, es para pensarlo dos veces: puede ser otro día, para usted y para mí, en el paraíso terrenal! 

La gran tragedia del mundo no está en la gente descalza que sufre por sus ampollas en los pies; el drama de la humanidad está, más bien, en las ampollas que no se exhiben, pero que lastiman la conciencia de esa entelequia incierta que mal llamamos “humanidad”. Porque la humanidad se ha deshumanizado. Y nuestras sociedades han pasado a creer que cumplen su deber, con entregar su voto “democrático” a un nuevo gritón que sin ideas, y eventualmente, sin buenas intenciones, promete a los cuatro vientos que conoce los problemas, que tiene el secreto y la fórmula mágica para su resolución y que en un santiamén, todo lo va a arreglar! Sí, la persistencia de la miseria no es solo responsabilidad de quienes hacen la política. Es culpa también de la ausencia de un compromiso general para participar en la solución de esos problemas. Es culpa de que, a nuestro espíritu avaricioso, se suma una grave ausencia de sentido solidario y de comunidad… 

El problema con el mensaje de algunas canciones está en que nos resulta tan hermosa su melodía, que nos contentamos muchas veces con el tarareo y que descuidamos su provocación. Se nos hace tan agradable el ritmo que no le ponemos atención a su verdadera intención. La música no siempre intenta agradar solo a nuestros oídos; busca también invitarnos a una necesaria y activa reflexión! Nada tan hermoso como cuando el tarareo da paso a la meditación! Sí, es para pensarlo dos veces: puede ser otro día, para usted y para mí, en el paraíso terrenal! 

 Chicago, 25 de Febrero de 2011


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22 febrero 2011

Y se llamaba José Aymacaña

A veces descubro que las palabras tienen un distinto significado; tras una breve búsqueda para satisfacer mi curiosidad, a menudo encuentro que el uso o la indirecta implicación fue otorgándoles una equivalencia distinta, apartada de su raíz etimológica; y muchas veces del valor mismo de su original intención. Este es quizás uno de los beneficios que ofrece la lectura: la posibilidad de encontrar, sin proponérnoslo, el término que engloba al concepto original; la palabra que traduce la inicial proposición. Así descubro, por ejemplo, que apocalipsis no quiere decir cataclismo o desastre, sino: revelación. Y esto, en sí mismo, no deja de ser una epifanía; o sea, también, una enriquecedora y grata revelación…

Asimismo, hay palabras que nos dicen cosas, que nos traen recuerdos, que definen nuestras experiencias; pero que, por sí solas, carecen de un intrínseco significado. Esto me pasa, por ejemplo, con los nombres del presente título; que más que nombres propios tienen que ver con un rótulo que alguna vez encontramos, con uno de mis hijos, en el inquieto mercado de un transitado pueblo de la serranía. Es éste un pequeño pueblito, donde existe una Virgen a quien no he cumplido una promesa; en fin, una Virgen cuya estatua se atribuye al escultor toledano Diego de Robles, al igual que las de aquellas otras que se encuentran en Guápulo y en El Cisne. Me refiero al pueblito de El Quinche, caracterizado por su celeste y emblemática iglesia, en donde todos los días se congrega la gente sufrida y humilde, para entregar a su patrona sus angustias y problemas; y encargarle a esa dulce madre su rápido arreglo y solución…

Y no fue por devoción o por afán de romería que fuimos con Felipe al Quinche esa mañana; fuimos a recoger un pequeño lechón que nos había ofrecido un amigo, como regalo para su primera comunión. Pasamos por el mercado, para adquirir un costal que nos sirviera para transportar al cerdito, del cual solo sabíamos que su pedigrí no era de ordinaria condición. Fue ahí que vimos el nombre escrito con letras azules en un latón blanco de tol repujado. “José Aymacaña” decía la placa, anunciando así el nombre del orgulloso propietario de aquel puesto de legumbres, en la plaza de comercio de la pintoresca población.

Nos gustó el nombre desde el principio; o lo que es más probable: al nombre le gustamos nosotros! Tenían esas dos palabras una riqueza natural y propia; denunciaban, con solo pronunciarlas, su naturaleza indígena y su carpintera devoción. Así es como bautizamos al chancho antes de conocerlo. Nos gustó el apelativo por sencillo y diferente. Ahora, a un animal con importado abolengo, le habíamos conseguido un humilde nombre autóctono para resaltar su porcina condición. Pusimos entonces al nombre dentro del saco de yute y nos fuimos a buscar el chanchito, a recoger con entusiasmo la prometida adquisición!

No se trataba de un lechón cualquiera; era una de las más nuevas y robustas crías que había proporcionado una reciente y costosa importación. Felipe no dudó al escoger su animalito; se le había acercado el chanchito sin recelo cuando llegamos a recogerlo y, con dicho gesto, él no demoró en tomar su decisión. No recuerdo ni la raza, ni el tamaño, ni el color del marranito; pero, a partir de ese singular momento, Felipe pasó a tomar muy en serio su flamante relación. Lo que él no sabía es que no nos lo llevábamos de esa finca como mascota: lo llevábamos a casa como víctima propiciatoria. Iba a convertirse en exquisito hornado en la víspera misma de su primera comunión!

Así es como nacen y crecen los afectos; y éste se enriqueció con el transcurso de esa sola semana. El cerdito pasó a ser el centro de las atenciones del muchacho; y ya no importaban los estragos y destrozos que a cada rato causaba el huésped en las flores del jardín. De pronto, empezó a sentirse que en casa, se desaparecían los alimentos preparados en la cocina, se esfumaban los víveres de la alacena; y era que, entre rapaz y chanchito, se había ido produciendo una mutua simpatía; y “la alimentación del José”, había pasado a ser para mi hijo, su más importante y misionera obligación… Era que el animalito, que nos habían obsequiado para ser algún día faenado, había adquirido carta de ciudadanía en la patria generosa de una infantil ilusión!

Entonces llegó el día anterior al de la esperada celebración. Dicen que nadie muere la víspera; pero, en este caso, ése era el presupuesto, ése era el destino que ya estaba trazado para que se convirtiese en lechoncito horneado aquella ingenua adquisición. Estaba escrito que sería sacrificado en la víspera; y así fue como un ayudante fue contratado para encargarse de la cruenta operación. Lo que nadie había imaginado es que entre José y Felipe se había ido forjando una cierta dependencia que, con juguetona ironía, venía a alterar toda previsión…

Tengo desde ese día una deuda con los sentimientos de mi hijo, quien nunca comprendió, porqué nunca le explicaron que habrían de inmolar a su mascota, un triste día de fin de semana, solo para satisfacer una dominguera invitación!

Chicago, 21 de Febrero de 2011
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19 febrero 2011

De cuervos e ingratitudes

No se porqué será: siempre que hablo de la zorra termino acordándome del cuervo! No sé porqué, si la verdad sea dicha, no existe relación ni analogía… Quizás sea que me acuerde de las fábulas de Esopo o de La Fontaine, que alguna vez escuché en la escuela; o quizás sea el influjo subliminal de todas esas historietas que, a manera de “trailers” se nos entregaba en el prólogo de esas “vermouth” de domingo que, con el ardid del “dos con un boleto” nos atrajeron para justificar la diversión más preponderante del fin de semana, por esos mismos tiempos. O, alternativamente, pienso yo, sería la repetición de esos dibujos animados que fueron el plato fuerte de nuestros primeros goces televisivos, en los días en que el televisor adornaba la sala de nuestras casas…
Lo cierto es que, de pronto, se me ha dado también por hablar de cuervos… Sobre todo porque, al averiguar cuál es la diferencia que en inglés existe entre “crow” y “raven”, me he topado con dos grandes realidades: que el último es realmente todo un cuervo y que el primero es solo un cuervito; y, lo que es más importante, que en mi tierra no sabemos lo que realmente es un verdadero cuervo. La verdad es que hablamos y hablamos de cuervos, pero nunca los hemos visto y, por lo mismo, jamás hemos tenido real oportunidad de conocerlos. La última vez que estuve en Pichincha alguien vio un pequeño mirlo y me dijo, a pesar de su amarillo pico, que lo que habíamos visto era realmente un cuervo!
Asimismo, un día, paseando por Lisboa, unos amigos españoles me hicieron caer en cuenta que las palomas habían empezado a degenerar su especie; me decían que comen ahora tanto alimento preparado, que han empezado a evolucionar en una especie cercana más bien a las gallinas. Y ése es, más o menos, el tamaño que estamos persuadidos que les caracteriza a los cuervos: el mismo de las palomas; con la sola diferencia y circunstancia que los cuervitos que conocemos, o que alguna vez hemos visto, no escapan a esa inveterada y obtusa costumbre de revolotear la basura, hurgar y rebuscar en los paquetes de desperdicios, en busca constante de cualquier forma material que pudiese tener algún sabor o alimento.
Pero no, los cuervos no son pajarracos pequeños. Quienes hemos tenido la oportunidad de conocer otros barrios ajenos, sabemos que son unas aves enormes; de negro plumaje como la pizarra; que –es curioso- andan casi siempre en parejas. Con sus hirsutas plumas, dan la torpe apariencia de ser gallinas desarregladas; aunque con un pico muy grande, demoledor y enérgico. Exudan una agresiva sagacidad. Nada tienen que ver, con ellos, los pajaritos avispados que hemos visto en las tiras cómicas, que nos enseñaron en la tele, o que nos entregaron las fábulas y los cuentos. Nunca había visto yo cuervos más ominosos y grandes, y en apariencia tan amenazantes, como los que he descubierto en Alaska, por ejemplo. Comparados con estas agoreras gallinas negras, resultan como inofensivos gorrioncitos los que nos entregaban aquellos cuentos!
También he visto unos cuervos enormes, pero un tanto más domesticados; viven en otras latitudes, los vi por vez primera en Australia; parecen menos ofensivos y visten un uniforme similar al del Newcastle United de Inglaterra; los llaman “magpies” o urracas. Parece que se han sustraído el uniforme de los pingüinos; pero, se trata solo de otra clase de cuervo. Sugiero que no han de ser ni estas urracas, ni los inocuos cuervitos, los que han dado pábulo a una de las advertencias más clásicas de nuestro idioma, aquella que enuncia: “Cría cuervos y te sacaran los ojos!”. Ésta, respecto a la eventual ingratitud, viene a constituirse en muy grave admonición y en muy severa advertencia.
Es que, cuando los cuervos se comportan como verdaderos cuervos, no escatiman residuo ni piltrafa, cualquiera sea el grado de descomposición de su presa. Su sistema digestivo no hace discrimen entre frutos frescos e inmundos restos de carroña negra. Ellos no están con remilgos. Solo es en las fábulas que los cuervos ceden al adulo y descuidan de su presa! Por algo, el significado que encuentro en el diccionario, hace más justicia a su tamaño y los define con más certeza: “Pájaro carnívoro, mayor que la paloma, de plumaje negro con visos pavonados, pico cónico, grueso y más largo que la cabeza, tarsos fuertes, alas de un metro de envergadura, con las mayores remeras en medio, y cola de contorno redondeado”. No, no se trata de un mirlito grande; y no le hace falta ni astucia ni inteligencia, para que por su talante se lo eluda, se lo respete y se lo tema!
Al mencionar la sentencia anterior, aquella de “la cría de cuervos”, he caído en cuenta que los humanos cedemos con frecuencia al agravio de la ingratitud. No caemos en cuenta que cuando fermentamos rencores y resentimientos, no cedemos paso en nuestros corazones, al espacio que requieren frescos, nuevos y generosos sentimientos. Los orientales tienen una costumbre maravillosa cada año nuevo lunar: reordenan, revisan y clasifican todos los bártulos y adefesios que contienen sus veladores, armarios y cajones; se desprenden de todo aquello que ya no usan; aun todo aquello que habían conservado “por si acaso” pudieran necesitar en el futuro. Están persuadidos que solo obtendrán objetos más afortunados y valiosos, si reservan esos desperdiciados espacios, ocupados con cosas inservibles, para flamantes, mejores y más atractivos objetos. Es su sabia y secular manera de dar la bienvenida a la fortuna…
Sospecho que con las relaciones y sentimientos podría suceder algo similar: que habría que dejar espacio para poder acoger nuevos y más nobles sentimientos!
Anchorage, 19 de Febrero de 2011

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17 febrero 2011

La zorra en el corral (fábula)

Érase una vez una zorra sabida, coquetona y sagaz. Había insistido e insistido; hasta que al fin consiguió su malévolo y ansiado propósito: que le dejaran entrar en el corral. Una tarde había pasado por allí y había alcanzado a escuchar un quejido desesperado: “Los pollitos dicen pío, pío, pío, cuando tienen hambre cuando tienen frío”. Desde entonces, había usado todos los recursos de embuste de los que disponía. Dijo que no trataría de aprovecharse de los pollos y de las gallinas como antes ya lo habían hecho, tantas y tantas otras zorras; que su ilusión era organizar el corral para que las gallinitas obtuvieran todos los días su alimento y vivieran felices; que les ayudaría a protegerse contra otros malévolos y aviesos animales que afuera acechaban o ya se habían infiltrado en el corral.

Cuando la zorra descubrió el tranquilo gallinero, empezó por persuadir a unas cuantas gallinitas ambiciosas y a unos cuantos “pollíticos” ingenuos; les había prometido que con su presencia cambiarían los asuntos del corral; que ya no sucedería como antes, cuando otros gallitos inescrupulosos y vanidosos habían creado discrímenes entre las ciento cuarenta aves que había en el gallinero. Les convenció que con la elaboración de unas nuevas y más claras reglas, el paraíso iba a ser menos apetecible y feliz que ese plantel terrenal; que todas las gallinas empezarían a poner, de golpe, más grandes y hermosos huevos. Era una promesa inédita. El corral del kilómetro veintiuno iba a experimentar un revolucionario y revolucionador experimento. “El corral ya es de todos”, proclamaban los pollitos, sin disimular su ansiosa esperanza, sin esconder su alegría y postergado ideal!

Charló y charló tanto la zorra hasta que, entonces y de repente, la dejaron entrar. Los pollitos vieron como un buen día, llegó la zorra con otros zorros y zorritos astutos y vivaces. Ellos habían aprendido el mismo discurso y decían que venían a poner orden en el huerto, para preocuparse del bienestar de todos y regalar una nueva forma de felicidad. Los advenedizos dijeron que había que cambiar las normas, que había que hacer un nuevo reglamento, porque así se conseguiría, como por arte de magia, la inevitable felicidad general. Las gallinas y los pollitos se creyeron; y ya estaban felices, solo de escuchar la promesa que les hacían: que les darían acceso a la dicha y al progreso incontenible del corral.

Pasaron los días y la zorra empezó a manifestarse prepotente; le molestaba que algún gallito opinara diferente; lo perseguía por los corredores de la granja , le ponía zancadillas y le acosaba con la ayuda de la mayoría de los pollitos que, habiendo recibido tanto adulo y ofrecimiento, estaban convencidos de la dicha sin límites que se avecinaba al destino del corral. Poco a poco la zorra empezó a enseñar las uñas y los dientes; y con uno u otro motivo dejaba que sus amigos se comieran los huevos frescos; y aun que se dispusieran de los pocos bebederos que antes se habían construido en el corral. Las aves empezaron a sentirse como “gallinas en corral ajeno”. Una especie de confusa condición se empezó a sentir en la granja, cuando las gallinas y los pollitos fueron descubriendo que no podían opinar en forma diferente y que no podían pasar, como lo habían hecho siempre, a otros diferentes bebederos que había en distintos rincones del corral.

Fue cuando la zorra empezó a manifestar sus escondidas tendencias; ya no le gustaba que nadie le señalara sus errores o que le hiciera reclamos; se hizo cada vez más intolerante, se burlaba de los gallos y de las gallinas; les ponía apodos y les decía que si usaban un comedero, ya no podían pasarse a ningún otro; que el corredor donde había mejor afrecho era solo para sus amigos, los que habían venido antes para salvar y rescatar al gallinero. Un descontento sordo pero creciente se fue apoderando de los pollitos. El malestar llegó a exacerbarse cuando los pollos advirtieron que la zorra quería seguir cambiando las reglas que ella mismo había escrito por su cuenta, para así crear el caos en el lugar.

Un día la zorra se alocó; propuso que no todos los pollitos podrían comer su propio maíz y afrecho, que solo ella tenía derecho a decirles qué era lo mejor para su tranquilidad y sustento. Les dijo que iba a efectuar una encuesta para que resolvieran si estaba bien que solo ella podría saltarse por encima de las cercas que separaban los corredores; y aun desbaratarlas, para eliminar así a los gallos revoltosos que iban manifestando su intranquilo malestar. Entonces, los pollos se fueron haciendo escépticos y suspicaces; sobre todo cuando descubrieron, al leer el folleto en que estaba escrita la artificiosa encuesta, que, les iban a prohibir que asistieran a las corridas de hormigas culonas y aun a las ocasionales peleas boxísticas que estaban permitidas entre ellos. No, no es posible, murmuraron. Qué se ha creído la zorra atolondrada y vivaracha!

Entonces, rápidamente, los gallos, las gallinas y los pollitos se organizaron. Todo empezó como un oscuro e incierto rumor, notitas con clave se pasaban entre ellos, se escribían mensajes en las plumas caídas, se alteraba el canto matutino con letras y melodías que escondían un recado secreto. Así, un buen día, las aves del corral salieron de sus bebederos, se juntaron para defenderse e hicieron retumbar la granja con sus cantos de combate: “Los pollos unidos, jamás serán vencidos!”; “Adelante, adelante, adelante Gallinidad; que en el tiempo y el espacio tu nombre sonará. Gallinidad, Gallinidad Central!”; “ Y el gallo no se ahueva, carajo!”. “Gallo pelón, revolución!” Y así, sugestivas proclamas por ese estilo…

Armados entonces de valor, los pollos se decidieron a ir a reclamarle a la zorra; estaban dispuestos a enfrentarse con ella y a expulsarla del gallinero. Tal fue la emoción ese día que, envalentonados por la inusitada solidaridad de las otras gallináceas, redescubrieron sus valores gregarios y su avasalladora fuerza; y al enfrentarse a la despótica y veleidosa zorra se decidieron a desconocer su espuria autoridad. Convencidos otra vez de sus derechos, en forma ciega y al unísono, optaron por perseguirla; se pusieron a picotearle a la falsa profetiza y también a la corte de sus camaradas abusivos. Una estela de sangre se regó de pronto por el corral. Entonces, la granja izó los estandartes de la fiesta. Habían recuperado los pollos su esquiva libertad! Ahí el himno de las aves se convirtió en potente y atronador. Cual un rugido telúrico se lo escuchaba por todas partes: Los pollos unidos jamás serán vencidos! Los pollos unidos jamás serán vencidos!

Y colorín, colorado, que este cuento se ha acabado…

Chicago, 17 de Febrero de 2011
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15 febrero 2011

Año Nuevo del Conejo

Siento una cierta reticencia hacia las premoniciones que reclama la astrología. Hay en mí un espontáneo escepticismo que me impide aceptar que los humanos estemos divididos en grupos que obedezcan al año o mes de nuestro nacimiento. La cultura china respalda la creencia en determinados ciclos y profesa una respetuosa reverencia hacia esos símbolos protectores, que son los animales naturales o de orden mitológico, en los que basa su imaginativa astrología. Del mismo e idéntico modo, la cultura occidental utiliza su propio sistema para efectuar una discriminación caprichosa entre los individuos, de acuerdo con el signo del zodíaco en que se habría efectuado su respectivo nacimiento.

Los orientales utilizan un calendario lunar que está organizado con un sistema alternativo de doce o trece meses (igual al ciclo metónico); ellos sugieren que las personas estaríamos influenciadas por el año lunar en que venimos al mundo. Con esto, unos pertenecen al año del caballo; otros al del buey; o al del dragón, la rata o el conejo. De esta aleatoria y cronológica circunstancia dependería, en apariencia, que tengamos tal o cual fortuna; que exhibamos una determinada personalidad; que estemos expuestos a una auspiciosa o fatídica influencia para acceder al éxito; o, que la suerte nos sonría para un determinado romance o la realización de una negociación o empresa. Menos complejo, y quizás más comprensible, resultaría el sistema tropical que los astrólogos occidentales emplean para advertirnos y anticiparnos respecto a las variables del porvenir.

Hace pocos días se celebró en oriente el Año Nuevo del Conejo. Es poco lo que en occidente sabemos de tales manifestaciones, que no sea el hecho de apreciar a través de los medios, el derroche impresionante de los fuegos de artificio y su sorprendente celebración. Lo que no siempre se conoce es la total inactividad que esas culturas experimentan por toda una semana, cuando sus actores y personajes ceden al embrujo general del ocio y al del reencuentro familiar. Es cuando todos los negocios se cierran y toda actividad se suspende; las calles exhiben idéntica desolación a la que en las culturas occidentales se experimenta en Viernes Santo, cuando se conmemora la pasión de Jesús de Nazaret.

Creo que, en el fondo, esto de los ciclos no es un hecho extraordinario; solo obedece al interés de la humanidad por crear un ritmo recurrente de actividades, cuyo objeto y sabiduría no es otro que el de propiciar nuevos planes y replanteos; o la renovación de propósitos y empeños; en fin: alcanzar momentos de calma para hacer balances vitales y obtener el provechoso resultado que se logra con la tranquila meditación. Ese es justamente el valor benefactor de nuestra tendencia a respetar y dejarnos influenciar por la renovación de los ciclos de la cronología: darle al tiempo una estructura común que nos permita conciliar como individuos nuestros personales afanes en medio de una pacífica cláusula propiciada y auspiciada por la comunidad.

Es ya milenaria la obsesión del hombre por la periodicidad de los ciclos de la naturaleza. Los cambios del clima, el repetitivo comportamiento de los cultivos y las cosechas, entre otras manifestaciones, habrían ido creando probablemente el convencimiento de la influencia que ejercen el sol, la luna y los demás cuerpos celestiales. En definitiva, la presunción que dependeríamos del capricho de los astros que deambulan por la infinidad de los cielos. Así nació el calendario.

De otro lado, resulta fascinante el esfuerzo que ha hecho el hombre por ir consiguiendo un calendario único que sea preciso. Una de las mas grandes dificultades en este propósito parece haber sido la discrepancia entre los dos calendarios naturales: el lunar y el solar o tropical. Hubiera sido muy simple si los dos hubieran conciliado sus respectivos valores y si habría una relación de equivalencia que se pudiese observar con el paso del tiempo. Esta sincronía, por lástima, solo se produce en el lapso de tiempo que dura casi una generación completa. Y es que, el mes lunar tampoco se produce en un número exacto de días, durante los cuales la luna registra un ciclo completo de sus fases en el cielo.

Hay un muy interesante librito, llamado justamente “El Calendario”, en él se van relacionado todas las iniciativas y esfuerzos que se han realizado a través de la historia para conseguir un método preciso que sirva para medir el tiempo. Resulta interesante descubrir que nuestro calendario Gregoriano, no es sino el mismo calendario que habrían revisado los romanos hace dos mil años, cuando tomaron como referencia el calendario egipcio y redefinieron los años bisiestos. Ya los egipcios habían advertido que el año solar no se repetía luego de un número exacto de días; pero fueron los romanos quienes añadieron un día al mes de Febrero, en el bis-sexto día de las Calendas de Marzo, cada cuatro años.

Para colmo, la iglesia católica utilizaba hasta los tiempos del Papa Gregorio XIII, un calendario litúrgico, que como consecuencia de la imprecisión del calendario solar, se había ido desajustando en alrededor de diez días en los tiempos del mencionado pontífice. Así es como se resolvió crear nuevas consideraciones para la definición del año bisiesto; ahora solo serían considerados como tales los que fueran múltiplos de cuatro, siempre y cuando no lo sean de ciento, a menos que sean múltiples de cuatrocientos. Pero, lo más interesante fue la supresión, por decreto, de todos esos diez días en que se había desajustado el calendario; y por arte de magia, en 1582, a un cuatro de Octubre le siguió el día quince del mismo mes. Y todo esto, solo para que la celebración de la Pascua cayese en el Domingo siguiente al plenilunio posterior al equinoccio de primavera…!

A pesar del esfuerzo matemático, el calendario astronómico actual tampoco es perfecto. Se prevé que volverá a desfasarse en un día cada treinta y tres siglos; con lo que, a futuro, va de hacer falta un nuevo Gregorio que haga desaparecer un día y, a lo mejor, redefina de nuevo la fórmula para calcular el año bisiesto…

Atlanta, Febrero 15 de 2011
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03 febrero 2011

Elogio de la ceguera

Hay algo de extraño en los ciegos; ellos forman una especie de secreta cofradía. Es como si conformaran un clandestino círculo que comparte un indescifrable lenguaje, al que los demás no tenemos acceso. Han ido como desarrollando una subrepticia y sorprendente facultad que parecería desafiar las capacidades sensoriales; y aun superar la facultad de ver, que los videntes poseemos… Es como si usaran en secreto otros sentidos, con ventaja sobre los que estamos en capacidad de percibir las imágenes; y a eso suman un sorprendente sentido de orientación que desafía al que los demás humanos tenemos.

Además, con ellos nos enfrentamos a una especie de obscena desventaja; y quizás por ello nos envuelva ese extraño pudor cuando queremos verles a los ojos. Es como si intuyeran o sospecharan que no es del todo verdad lo que les estamos diciendo… Detrás de esa nube blanquecina e impersonal que oculta sus pupilas, nos parecería que esconden la real intención de una mirada que no siempre sabemos interpretar, para poder dialogar y comunicarnos con propiedad con ellos. Ahí queda entonces, como colgada, esa suerte de sonrisa furtiva y permanente que en cambio exhiben; sonrisa que nunca logramos descifrar si se trata de una actitud de burla o es talvez un conmiserativo gesto…

Pienso en la condición y circunstancia de los ciegos mientras escucho “Milonga de Manuel Flores” de Troilo, compuesta con la letra de un poema de Jorge Luis Borges. En el verso dice el escritor argentino, con cierto desparpajo, que “morir es moneda corriente”, y que “morirse es una costumbre que suele tener la gente”; continúa con la sentencia de que detrás de la muerte vendrá el olvido, porque como ya lo dijo el sabio, “morir es haber nacido”…

La muerte, los espejos, los laberintos, la memoria, los sueños, la divinidad, los artilugios de la fantasía, fueron algunos de los elementos siempre presentes en ese universo paralelo, que se empeñó en retratar con sus ficciones este insigne escritor ciego, que fuera Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. Sí, así, con todos sus nombres y apellidos completos, para poder subrayar la sublimidad de este explorador de universos escondidos y para tratar de cancelar la mezquindad con que el mundo de la literatura le quiso tratar en su tiempo y por tanto tiempo!

Borges empezó a quedarse ciego cuando no había llegado aún al medio siglo de vida. Desde entonces, se habría visto obligado a recurrir a la asistencia de otros para poder seguir escribiendo. No sé qué es lo que sienta un escritor cuando se va quedando ciego. Solo trato de imaginarme! Debe ser muy doloroso sentirse un “hacedor de ficciones” y tener que enfrentarse a la limitación de saberse ciego!

Nadie podría negar ya la trascendencia de este ciego genial, visionario de tantos mundos diversos. Una de las más grandes injusticias del reconocimiento que le debemos, fue justamente la incomprensible renuencia de la Academia Sueca para otorgarle el premio Nobel. Jorge Luis Borges estará siempre por encima de ese galardón. Dicha negativa solo restará crédito a la entidad escandinava y, más bien, otorgará callada reverencia al escritor quizá más influyente que ha tenido nuestra lengua, después Cervantes.

Escuché en días pasados un sesgado comentario acerca del gran escritor. Alguien reconocía su formidable mérito literario, pero implicaba que, en cambio, no fue un buen ciudadano. Me pregunto: por qué? Quizás por sus ideas políticas? Borges había cometido el error de aceptar un premio de la dictadura chilena y también hacía pública su postura de repulsión hacia el presidente Perón y el justicialismo. Qué podía esperar el oficialismo de un escritor que había dedicado su vida a la biblioteca municipal de Buenos Aires y que había sido “ascendido” con sarcasmo burlón a una humilde posición en un mercado de alimentos? Borges no merecía tan miserable sátira; su nombre ilustre pronto habría de conquistar, con su erudito estilo, la admiración y la fama del mundo sin fronteras de la literatura!

Borges no había tenido una educación formal; sus primeros estudios los habría efectuado en casa donde tuvo la oportunidad de acceder, con fascinación y asombro, al contenido de la privilegiada biblioteca de su padre. Se dice que confesaba que ése había sido el evento más importante de su vida. Tanto le habrían cautivado esos textos, cuadernos y manuales, cual tesoros para ser perseguidos y descubiertos, que es fácil imaginarse que leyó y releyó hasta quedarse literalmente ciego. Con su prosa iría estructurando un nuevo estilo, en el que sumó a sus experiencias, los elementos de la imaginación y la filosofía. Por eso no se quedó en el costumbrismo o en el relato provinciano. Su cosmopolita estilo estaba destinado a trascender las barreras del idioma. Quizás es por eso que algunos de sus ensayos y cuentos, muchas veces nos darían la impresión de ser traducciones de obras compuestas originariamente en lenguas distintas.

Tal parecería que la ceguera va cerrando ciertas puertas; pero va revelando a la vez otros insospechados postigos: los que se van abriendo a la imaginación y al descubrimiento de uno mismo. Es difícil entender cómo alguien pudo tomar notas, escribir, corregir y revisar sus cotidianos escritos, si carecía del más importante de los sentidos. Tarea colosal, tortuosa, reservada a Prometeo! Por ello, solo trato de imaginar cómo pudo alguien habernos entregado tan variada y luminosa ficción, si desde el temprano equinoccio de su vida estuvo expuesto a los laberintos y fantasmas de su invidente destino…

Atlanta, 2 de Febrero de 2011
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