04 febrero 2012

Alma de acero

Qué hacer, si eres un profesional prestigioso, favorecido por el éxito y la fortuna, y si de pronto eres diagnosticado con una rara e incurable enfermedad terminal y descubres que te quedan pocos años, y quizás tan solo pocos meses de vida? Esa era la sencilla trama de una serie de televisión que veíamos durante los años sesenta. Era la historia del abogado Paul Bryan quien, persuadido de su sino inevitable, iba demostrando, episodio tras episodio, que no tenía miedo a la muerte. Era un hombre que había descubierto que tenía casi todo, menos aquella falsa seguridad que a los demás nos entrega ese caudal tan esquivo en que suele convertirse el tiempo…

El título original de la serie había sido “Run for your life” que podría traducirse como “Sálvese quien pueda” o, literalmente: “Corre por tu vida”. Sin embargo, como suele suceder con frecuencia en la traducción de los títulos con que se bautizan las producciones fílmicas, se había escogido otro que garantizaría un mayor impacto y que, a la vez, expresaría una de las características que animaba al personaje, por lo que se habría optado por aquel de “Alma de acero”. Su protagonista era un hijo de inmigrantes italianos, cuyo nombre artístico era Ben Gazzara; sus rasgos y fisonomía creaban esa empatía que permitía al espectador identificarse con la mala fortuna y bondadosa predisposición del actor principal.

Eran aquellos los mismos tiempos de las primeras series televisadas; los tiempos de “Combate”, “Ladrón sin destino”, “Bonanza”, “Hawai 5-0”, “El fugitivo”, “Misión imposible”, “Valle de pasiones” o “Las calles de San Francisco”. Eran los tiempos en que nunca ganaban “los malos” y cuando era muy raro que las series y programas televisivos no nos entregaran un mensaje moral o la inevitable moraleja de sus inesperados epílogos. Era, en este mismo contexto, que aparecía el gesto magnánimo y sensible del abogado que se sabía desahuciado y que había dejado su trabajo para echar mano de sus destrezas y valor; y para, cual moderno Quijote, enfrentarse con los maliciosos y con los pérfidos; y resolver las desgracias inminentes y los irreconciliables entuertos.

Ese hombre a quien en el trámite de la serie habían advertido que tenía para gastarse solo unos pocos meses de vida, en la vida real –como cualquiera de nosotros- estaba también sujeto al sino inevitable que nos depara el destino. Porque, si hubo una lección moral que no supimos interpretar a tiempo, fue la de que todos –a corto o largo plazo- estamos sujetos a esa subestimada contingencia de la temporalidad de nuestro propio sino. Y que, en términos de lo absoluto: dos, veinte o cincuenta años representan lo mismo; y que, al final del camino, hemos de coincidir en que todo resulta relativo…

Hoy, cincuenta años después, mucho tiempo luego de que ya habíamos olvidado al personaje, ha fallecido también el protagonista. Ben Gazzara se ha despedido luego de haberse enfrentado a una larga y cruel enfermedad; él se ha ido a los ochenta y un años, recordándonos con su “Sálvese quien pueda” de lo inevitables que han de resultar nuestras propias despedidas…

Quito, febrero 4 de 2012
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