28 febrero 2012

Retacar y recular

No recuerdo si la frase es de Anatole France o de Oscar Wilde, pero debe haber sido una de las que escogí entre los primeros apuntes que subrayé. Decía que “el tonto hace más daño que el malvado, porque el perverso descansa a veces, en tanto que el necio jamás”. Fue en mis primeros meses como aviador que aprendí toda la filosofía práctica que se encerraba en esa expresión, cuando descubrí de la existencia de un término que representaba una maniobra que consistía en “volverse a ir” o “volverse a elevar”. Y es que cuando esa opción se escogía, se mencionaba que se había optado por “retacar”.

Años más tarde habría de descubrir que la palabra no tenía uno de los significados contenidos en el diccionario, ya que retacar era un término que debía usarse para expresar la acción de convertir algo en más compacto, de apretar el contenido de algo para que cupiera más cantidad, o simplemente el tocar dos veces la bola con el taco del billar. Por tanto, eso de “retacar” era solo un recurso utilizado en ese caprichoso argot o léxico que tienen los aviadores, para no tener que usar una expresión que, por larga, no conseguía encerrar el hecho imprevisto e intempestivo de la traumática “aproximación frustrada”, o la condición de tener que volverse a elevar.

Fue con el más inolvidable de mis instructores – uno al que incluso me propuse imitar su cadenciosa como parsimoniosa forma de caminar – que habría de aprender muy temprano que eso de volverse a elevar era no solo el recurso más profesional del que puede echar mano un piloto, sino que contenía el correcto paradigma aeronáutico de venir preparado para la “retacada” en cada aterrizaje, y solamente si todo cumplía con los parámetros adecuados, se debía optar por aterrizar. Y no lo que consistía justamente en lo contrario: venir preparado para aterrizar y si algo no se ajustaba a lo esperado, optar por abortar ese aterrizaje.

Sin embargo, en la aviación se puede retacar –irse a otra parte- pero no hay opción de desandar lo andado, de deshacer lo hecho, de volver hacia atrás, de poder “recular”. Ese es justamente el lujo de la vida personal y comunitaria: la posibilidad de excusarse, de pedir perdón, de poderse disculpar. Recular, decir que uno lo siente y reconocer que uno se ha equivocado es una maravillosa circunstancia que, a más de tener un alcance catártico, nos da la posibilidad de la redención; y, a más de redimirnos, nos abre las puertas para volver a empezar.

A veces recular solo consigue contrapuestos y contradictorios objetivos; y esto sucede cuando nuestro arrepentimiento no contiene una intención auténtica, cuando la falta de un propósito sincero lastima nuestra integridad y nos hace perder credibilidad. Pedir disculpas puede convertirse en la más simple y efectiva de las estrategias; pero, hacerlo solo para eludir indeseadas consecuencias o para satisfacer un oscuro designio, solo desemboca en los irreversibles resultados a los que conducen el empecinamiento y la necedad.

Quito, 28 de febrero de 2012
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario