01 marzo 2012

Del perro del hortelano…

Hoy he reflexionado en la costumbre que tienen ciertas gentes de mezquinar a otros el disfrute de ciertas cosas o asuntos, a los que ellas mismas no pueden tener acceso o que tampoco están en condiciones de disfrutar. Hoy, en medio del atolladero en que a veces se convierte el tránsito, estuve a punto de virar hacia la izquierda en una intersección, cuando de pronto se adelantó a interceptarme un individuo que, con dicha absurda maniobra, tampoco podía obtener ningún tipo de ventaja con su inútil decisión. De golpe me ha venido al recuerdo la expresión castellana basada en una supuesta fábula de Esopo, aquella del “perro del hortelano, que no come las lechugas pero que tampoco las deja comer”…

En inglés existe también una expresión parecida: “dog in the manger”, que bien podría traducirse como “el perro en el pesebre” (los perros no comen heno, pero tampoco nos permiten comer), que implicaría idéntico sentido: el ánimo pequeño y escatimador, la carencia de la nobleza de espíritu, la actitud de evitar que otros se beneficien con algo de lo que nosotros mismos no nos podemos aprovechar. Recuerdo que esta incomprensible actitud yo encontraba con frecuencia en mi estadía en un país asiático, donde la persona que se disponía a abandonar un sitio de aparcamiento, demoraba con intención la faena inicial de su operación, con el inaudito propósito de que quien esperaba no se pudiese favorecer en forma inmediata por la acción de su inminente desalojo!

Hace ya cuatrocientos años Lope de Vega propuso una pequeña comedia palatina con el título del aforismo castellano; empero, la mezquindad parecería tener más larga data. En efecto, el empeño por escatimar a otros un beneficio que no nos trae rédito ni utilidad, parecería ser consustancial a la naturaleza humana; por lo menos, sería parte de la esencia de quienes son ajenos a aquellos nobles gestos que están emparentados con la generosidad de espíritu. Ellos preferirían identificarse con el cancerbero del celador de la huerta, que solo ahuyenta a los vecinos para que no aprovechen de los frutos a los que tampoco podría acceder.

Ha sido, revisando el anuncio de una presentación de la referida obra de Lope, realizada en el teatro de los Caños del Peral, hace exactamente doscientos años, que he advertido que la costumbre de jugar con agua y lanzándose huevos, harina, lodo y “otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes”, no es como suponemos una costumbre local, y ni siquiera americana. Efectivamente, en el Diario de Madrid, del sábado 27 de febrero de 1808, encuentro un “bando” con la insólita disposición real que contiene la referencia anotada; y además con la prohibición de que se “digan palabras obscenas, ni se hagan acciones indecentes” para lo cual no “podría alegarse ignorancia, en caso de contravención”…

Esta información la comparto a efecto y finalidad de no actuar como “el perro del hortelano”; y persuadido, como estoy, de que las inconveniencias que a diario se presentan en las bocacalles, bien podrían eliminarse y evitarse con solo trazar una zona marcada, la cual solamente se podría invadir si existiese espacio, por delante de dicha área, que permita el avance del vehículo que se dispone a adelantar. Caso contrario, quien hace uso del ejercicio de su propia mezquindad, solo se expone a que cualquier otro perro se le acerque y se le ponga a ladrar…


Quito, primero de marzo de 2012
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