13 marzo 2012

Números fatídicos y viruelas

Corría el mes de marzo de 1527, llamado de Pachapucuy, mes en el que llueve a cántaros y que la lluvia obliga a que se empiece a barbechar el campo, porque ya está harta de agua la tierra. Esa lluviosa mañana, Tito Husi Hualpa reconoció con horror que la rara enfermedad de la que se había contagiado, al igual que gran parte de sus huestes, había empezado a hacerle mella. A sus altas fiebres, sus náuseas y los intensos malestares estomacales que le afectaban, se había sumado la aparición de esas horribles ampollas en la boca y la garganta. Pronto habría de comprobar que el rostro se le había empezado a cubrir de unas repugnantes fístulas. No cabía duda, este inca cuencano mejor conocido como Huayna Cápac, también se había contagiado de la misteriosa viruela!

El inca comprendió así que su lecho de dolor era realmente su lecho de muerte. Cuando quiso apresurar su voluntad con respecto al futuro del imperio, recibió con íntima consternación la terrible noticia de que su hijo primogénito, Ninan Cuyochi, quien había sido previamente designado como heredero, se encontraba también infectado por esta horrible plaga que parecía contagiar con solo mirar a las víctimas. Huayna Cápac, que no había tenido hijos varones con su esposa legítima, optó por apurar entonces la repartición del imperio entre dos de sus descendientes: Huáscar, el mayor y más corpulento, y Atahualpa el segundo de una larga lista de aspirantes y herederos, uno que había nacido en Caranqui y que se había caracterizado por sus gestos indómitos y por su espíritu guerrero.

Muertos soberano y sucesor, de una enfermedad que según las crónicas habría devastado gran parte de la población indígena en menos de una década, las dos flamantes facciones quedaron insatisfechas con el reparto testamentario. Luego de una serie cruenta de enfrentamientos, en uno de los cuales el inca quiteño fuera tomado prisionero, Atahualpa persiguió a su hermano hasta derrotarlo en las cercanías del Cuzco. La batalla, sin embargo, no habría arrojado resultados concluyentes y Huáscar, a pesar de su derrota, empezó a prepararse para recuperar su perdida hegemonía. Así, mientras Atahualpa celebraba su victoria en Cajamarca y disfrutaba de los baños de placer, tuvo noticia de la llegada de unos extraños barbudos a la costa norte del Tahuantinsuyo.

Pizarro llegó más tarde a Cajamarca atendiendo a la invitación del joven y altivo soberano. Eran ciento sesenta y cuatro hombres los que conformaban la valiente y temeraria comitiva… Hoy, casi quinientos años después, resulta imposible comprender cómo ese reducido número de ambiciosos soldados pudo poner en apuros a un ejército que contaba con más de sesenta mil hombres y que tenía importantes ventajas en cuanto a disposición y a estrategia. Es preciso recordar que los incas, a pesar de su poderío, carecieron de ciertos conocimientos básicos, como fueron los metales, la escritura, el arco arquitectónico y la rueda… Además, los españoles encontraron un imperio dividido, donde los aborígenes se sentían conquistados e invadidos por los incas y veían a estos castellanos como a sus nuevos redentores y por eso los trataban con admiración y simpatía…

Atahualpa, que fuera condenado a morir en la hoguera, y que recibiría la graciosa concesión de morir a garrote -una forma de estrangulamiento-, para así respetar sus ancestrales creencias, jamás se hubiera imaginado que ese guarismo de 164, el del número total de sus avariciosos captores, era una cifra fatídica para otra avanzada civilización asentada en un lugar alejado de la tierra. Efectivamente, el 164 para los chinos constituye una cifra de mal augurio, y ni siquiera se permiten pronunciarlo para evitar imprevisibles y nefastas consecuencias… I, liu, sii -que es como más o menos se pronuncia este número- es una cifra emparentada con la desgracia y la tragedia. De hecho, el cuatro (sii) es un dígito que por sí solo ya significa muerte. Nadie quisiera placas o números telefónicos terminados en ese dígito. En los edificios se prescinde de los pisos terminados en esa cifra.

La compañía japonesa de automóviles Subaru tuvo que suspender el nombre que había asignado a uno de sus más importantes vehículos, uno bautizado como Legacy, pues la sola pronunciación de dicho modelo, en los países que hablan el chino, produjo una disminución considerable en las ventas de ese importante producto, porque al usar su nombre para referirse al conocido automóvil, daba la impresión que estaba implicando una maldición solo comparable con el número de la bestia, el triple seis apocalíptico. Similar destino habría de experimentar la marca de vehículos Datsun, que para eludir similar implicación comercial habría de cambiar el nombre de sus vehículos por el más atractivo de Nissan…

Y… hoy mismo es martes trece. Otro travieso número, como para estar en alerta!

Quito, 13 de marzo de 2012
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