23 marzo 2012

Entre la gimnasia y la magnesia

A tan solo un año para que se produzcan nuevas elecciones presidenciales en el país, todo parecería indicar que la suerte estaría echada. En efecto, a menos que se produjera un suceso imprevisto y de tal envergadura que alterase de manera sustancial las preferencias del electorado, podría decirse que sería muy difícil –a estas alturas del proceso- que pudiese surgir un contendor con el carisma, la base de soporte y el mensaje que alimentaría la posibilidad de una alternativa distinta y con opciones de triunfo. Además, este tendría que enfrentarse con un estilo, que aunque puede ser considerado como negativo, se ha mostrado efectivo: el de alguien que nunca quiso dejar de presentarse como candidato.

Frente a este panorama tan claro y contundente, uno debe preguntarse si, vistas las posibilidades reales con esta óptica objetiva, son realmente necesarias las futuras elecciones. Por desgracia, el discurso que da tantos réditos y se insiste en emplear ha sido hasta aquí el de la división, el enfrentamiento y el menosprecio hacia el pensamiento diferente. Así, el mensaje que más ha calado ha sido el de la revancha y el del resentimiento. Por ello, sería justamente un proyecto que convocara a la reconciliación y a la unidad, el único que aportaría un nuevo estilo con opciones de triunfo y que ofrecería un mensaje que apuntaría a fortalecer los cimientos de una nacionalidad que quizás como nunca se ha visto debilitada.

Es probable que el fondo del problema se encuentre en la distorsión que existe con respecto al verdadero concepto de democracia. Hace pocos días el recelo del gobierno a que se desborde el espíritu de rechazo de la marcha que había sido convocada por las comunidades indígenas, propició el que se organizaran otras manifestaciones antagónicas que pudieron producir resultados trágicos y lamentables. La gran motivación de estas expresiones de respaldo al régimen giraba alrededor de una proclama de supuesta “defensa de la democracia”. Claro que de una democracia sui-generis, que no contemplaba como parte de su contradictoria concepción la disidencia, la revisión o el cuestionamiento.

Hay en esos eslogans de réplica algo de maniqueo y de mezquino. Pues, cuando se insiste en aquello de que “la patria ya es de todos”, parecería que la real interpretación que el estribillo sugiere sería más bien la de que “la patria es ya solo de nosotros”. Un “nosotros” sectario y exclusivista, que no quiere diálogos ni concertación, que insiste en un discurso que escinde y que se apoya en la insidia y la malicia, que vende y proclama medias verdades, en donde parece ya no importar la aspiración de país que pudieran también tener “los otros”…

Si quien lleva las de ganar insiste en seguir de eterno candidato, en explotar los desafectos, el subjetivismo y la emotividad; si no comprende que su estilo debe propender más bien hacia el sano equilibrio y la serenidad, habrá conseguido una nueva y –probablemente- merecida victoria electoral, pero habrá derrochado una maravillosa oportunidad para unificar al país y para conseguir que todos salgamos ganando. Será que más fácil sería “ver volar un burro”? Es todavía posible ejercer tal candor e ingenuidad? O será que debemos resignarnos a vivir en el irreflexivo régimen del odio, la intolerancia y la impertinencia?

Quito, 23 de marzo de 2012
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