30 marzo 2012

Desatando el nudo gordiano

Debo reconocer que me obstino en resistirme a la total ausencia de iniciativas municipales para buscar soluciones duraderas -aunque por fuerza estuvieren destinadas a ser solo temporales- para hacer frente a la más incómoda de las particularidades de nuestra urbe: el lento y tedioso tránsito vehicular. Un tema tan desatendido y absurdo, que corremos el riesgo de ser muy generosos al calificarlo de “tránsito”; pues de eso -de tránsito, circulación y movimiento-, no tiene nada. Cuando existe tal quietud, sería preferible hablar de estancamiento…

Para empezar, dada la ausencia evidente de nuevas iniciativas y la carencia de medidas para solventar lo que se ha convertido en la más irritante característica de una ciudad que hace pocas décadas se auto proclamó como “una ciudad para vivir”, el cabildo nos deja la impresión a los quiteños que no está preocupado por dar prioridad a estos tormentosos problemas y que, probablemente, ni siquiera tiene los mecanismos y la organización administrativa para enfrentar esa tediosa problemática vehicular y propender así a sus perentorias soluciones.

Como en toda actividad y disciplina, habría que empezar por realizar el reconocimiento de que el problema no es una expresión más de nuestro deseo de criticar, o de nuestro secular inconformismo, sino que es en la actualidad el mayor inconveniente que enfrentan los vecinos de la ciudad y que, por lo tanto, el problema existe. Satisfecha esta premisa, se deberían reconocer las causas que han contribuido a agravar las molestias que hemos ido experimentando. La primera es una verdad de Perogrullo: la ausencia de un sistema eficiente de transporte colectivo; y la segunda, el aumento indiscriminado de vehículos en la capital -en algunos casos para enfrentar las deficiencias del primer motivo-.

Es tangible e incuestionable que el llamado sistema de “pico y placa” -mal copiado de otras latitudes- no ha dado los esperados correctivos. Para empezar, el número de nuevos vehículos comercializados en el tiempo que la medida se ha puesto en práctica, ha triplicado el monto de los vehículos que han sido obligados a dejar de rodar por la disposición en referencia. Además, dada la contradictoria y generosa democratización del crédito comercial, muchos de los afectados por la medida han optado por la compra de un vehículo adicional. Es obvio que la restricción no puede ser eficiente si el veto se circunscribe a un solo día de la semana.

Sin embargo de lo expuesto, es siempre probable que puedan aportarse nuevas iniciativas e insinuarse novedosos correctivos. Si hemos de coincidir en que el propuesto sistema de transportación masiva -el metro- tomará por lo menos un lustro para su implementación definitiva (de hecho, hasta aquí ni siquiera se ha contratado su construcción todavía), algo debe hacerse para buscar paliativos, aunque no fueren definitivos. Por ello que aquí van unas pocas sugerencias:

Debería considerarse la existencia de automóviles con placas especiales; estos vehículos podrían rodar solamente por las noches y durante los fines de semana. A cambio se establecería un sistema de preferencias arancelarias o tributarias que estimularía a los propietarios a optar por este tipo de matriculación especial restringida.

Es notorio que desde la implementación del trolebús, y a pesar de la condición longitudinal de la urbe, las pocas vías de movilización norte-sur fueron copadas por dicho medio de transportación en forma precaria y exclusiva. Debería, por lo mismo, incrementarse el número de unidades del trolebús o aumentarse su frecuencia en forma sustantiva. Además, los buses de las líneas urbanas bien podrían ser autorizados para utilizar temporalmente los carriles reservados al trole, para optimizar su utilización y, a la vez, descongestionar las demás vías.

Es urgente llegar a un acuerdo temporal con las empresas, instituciones y la propia ciudadanía a efecto de propender a una extensión del horario de atención de ciertos servicios públicos (oficinas, instituciones, supermercados y centros comerciales), con el objeto de disminuir la congestión que se produce en ciertas horas del día. La flexibilidad en los horarios de atención ayudaría a que la gente pueda administrar mejor su tiempo disponible, aportando al desahogo del tránsito vehicular en las horas de mayor congestión durante el día.

Es también importante notar que los llamados “embudos” de congestión se producen en determinadas intersecciones y encrucijadas. El problema se amplifica porque tales áreas se encuentran obstaculizadas al producirse el cambio en la señal de los semáforos. Tales implementos deberían suspenderse en las horas más críticas y en su lugar debería destacarse a personal policial o a elementos entrenados en forma ad hoc para hacerse cargo del control del tránsito vehicular en esos puntos (estudiantes, scouts o voluntarios).

Como estas, pueden existir muchas otras opciones y posibilidades de solución. Por ahora, resulta lamentable que, a más de la falta de previsión y planificación, nos encontremos entrampados por culpa de la desidia, la dejadez, la negligencia y la ausencia de frescas y novedosas iniciativas.

Quito, 30 de marzo de 2012
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