01 abril 2012

Los crustáceos automovilistas

Usamos con frecuencia en Ecuador un adjetivo para significar que alguien es torpe y desmañado; que, en definitiva, es carente de destreza y de habilidad para manejar un vehículo. Entonces afirmamos que ese alguien es un “camarón” y lo hacemos por lo general para expresar que quien maneja es inexperto cuando efectúa una maniobra o que realiza su actividad dando muestras de impericia. Por esto -y sin que tampoco dispongamos de testimonios de que los crustáceos decápodos se caracterizan por su torpeza o falta de destreza para su acuática actividad- los ecuatorianos hemos inventado el mencionado adjetivo y hemos patentado un verbo afín, el de “camaronear”. De este modo, a veces convertimos en insulto lo que parecería ser solo un inocuo adjetivo…

En estos días parece que el municipio ha emprendido una campaña radial para exhortar a los conductores a utilizar estrategias de cuidado y de prevención de accidentes. Sugerencias como las de utilizar las guías direccionales, cuidar de la condición mecánica de los vehículos o encender adecuadamente las luces para conducir, parece que son parte de estos cortos de publicidad, que advierten a los manejadores, con un tono que caracteriza al habla del quiteño, que no seamos negligentes; o recomendando con su mensaje: “que no seamos camarones”.

Parece que, juzgando por lo que parece su intención, es bueno el objetivo de la campaña en referencia. Sin embargo, daría la impresión que la cuña publicitaria desfigura y distorsiona la real aplicación con que utilizamos en nuestra tierra la mencionada palabreja. Porque más bien se usa el término para referirse a quien es proclive a la impericia y no para castigar con ese remoquete a quien pone en riesgo, con su distracción e imprudencia, la seguridad ajena.

Es probable que todos, en calidad de aprendices de conductores, hayamos tenido una etapa caracterizada por cierta ausencia de habilidades mecánicas y de destreza; sin embargo, parecería que existen personas que a pesar del paso del tiempo y su continua exposición a las actividades de manejo, no parecen adquirir esa pericia básica; y sea por culpa de su débil coordinación psico-motora o por las deficiencias que experimentó su inicial entrenamiento, exhiben la ausencia de una desenvoltura que caracteriza a los demás conductores, que se distinguen por su habilidad, delicadeza y aptitud, y se apoyan en la técnica y en la experiencia.

Por el contrario, y a pesar de todo lo dicho, el exceso de pericia podría a veces convertirse también en algo tan perjudicial y peligroso como resulta la torpeza. Se convertiría en algo semejante a quienes gustan de conducir en las vías a una velocidad compatible con la que solo es apta para las bicicletas. La utilización de una velocidad lenta e inadecuada en los caminos de rápido desplazamiento, puede llegar a convertirse en una peligrosa barrera y en una amenaza tanto o más riesgosa que la presencia de los crustáceos al volante, que representan una posibilidad permanente de graves accidentes e impredecibles consecuencias.

Quito, primero de abril de 2012
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