Aun así, el mío fue un amor temprano, una pasión oscura e inexplicable, que me aturdió y que me quemó desde muy pronto -y que hoy descubro que me sedujo desde siempre-. Por eso, desde púber aprendí a justificar y a vivir con sus obsesiones, con su carencia de auto reflexión, con esa torpe manera de disimular y aun de alardear de sus defectos. Se fue haciendo entonces como una vieja que se jactaba de su pasado, a pesar de sus achaques, de la impronta de su precoz herrumbre, de las huellas de su lacerante arterioesclerosis, de su lamentable anacronismo.
Había sido para nosotros como una amante díscola y empecinada. No habíamos caído en cuenta de sus carencias, de sus disparates y de sus devaneos; ni tampoco reconocido el vértigo de su deterioro… Me pregunto si esto sucedió porque aún éramos niños o porque aún no habíamos tropezado con nuevos e inéditos amores; o porque aún no habíamos descubierto novedosas opciones y aquello tan fresco e intrigante de que el mundo era ancho y no siempre ajeno…
Vino entonces un lento e irreversible desengaño; sus sombras y sus vicios fueron acelerando nuestro desaliento y desilusión. Entonces, cada cotidiano encuentro fue convirtiéndose en nueva desesperanza; y se transformó en triste desencanto todo aquello que ayer había sido fuente de rara fascinación. Ahora la ágil ciudad de antaño se había convertido en lenta, congestionada y desesperante; en fuente de ánimos conflictivos, de desencuentros y de frustrante irritación.
Hoy, ella luce como postrada, embrutecida y paralizada; sus padrastros no atinan a pergeñar una respuesta y menos aún una solución; mientras tanto sus hijos se tambalean entre el agobio y el pesimismo; entre su loca angustia y la frialdad del desamor!
Quito, abril 26 de 2012

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