26 abril 2012

El desamor

Es como una de esas viejas novias de las que uno ya no puede desprenderse. Una de la que uno se habría dejado cautivar por su aparente discreción, su incierta aristocracia, el empecinamiento de sus antojos y sus caprichos provincianos. Pero… uno se había ido a vivir con ella, a pesar de sus chismes, de sus extrañas mezquindades, de su conformismo, de su disimulada abyección. El embrujo que ejercían sus descuidadas joyas, la memoria de sus anteriores desplantes, la fama que le habían dejado sus olvidadas conquistas, quizás ayudaron a disimular su desapercibido desgaste, sus adiposidades, sus arrugas, su precoz envejecimiento, su díscolo carácter, su afrentosa novelería, su decadente pretensión…

Aun así, el mío fue un amor temprano, una pasión oscura e inexplicable, que me aturdió y que me quemó desde muy pronto -y que hoy descubro que me sedujo desde siempre-. Por eso, desde púber aprendí a justificar y a vivir con sus obsesiones, con su carencia de auto reflexión, con esa torpe manera de disimular y aun de alardear de sus defectos. Se fue haciendo entonces como una vieja que se jactaba de su pasado, a pesar de sus achaques, de la impronta de su precoz herrumbre, de las huellas de su lacerante arterioesclerosis, de su lamentable anacronismo.

Había sido para nosotros como una amante díscola y empecinada. No habíamos caído en cuenta de sus carencias, de sus disparates y de sus devaneos; ni tampoco reconocido el vértigo de su deterioro… Me pregunto si esto sucedió porque aún éramos niños o porque aún no habíamos tropezado con nuevos e inéditos amores; o porque aún no habíamos descubierto novedosas opciones y aquello tan fresco e intrigante de que el mundo era ancho y no siempre ajeno…

Vino entonces un lento e irreversible desengaño; sus sombras y sus vicios fueron acelerando nuestro desaliento y desilusión. Entonces, cada cotidiano encuentro fue convirtiéndose en nueva desesperanza; y se transformó en triste desencanto todo aquello que ayer había sido fuente de rara fascinación. Ahora la ágil ciudad de antaño se había convertido en lenta, congestionada y desesperante; en fuente de ánimos conflictivos, de desencuentros y de frustrante irritación.

Hoy, ella luce como postrada, embrutecida y paralizada; sus padrastros no atinan a pergeñar una respuesta y menos aún una solución; mientras tanto sus hijos se tambalean entre el agobio y el pesimismo; entre su loca angustia y la frialdad del desamor!

Quito, abril 26 de 2012
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