12 abril 2012

Una historia de vaqueros

Es inaudito, sorprendente e insólito, lo que puede suceder como consecuencia de una opción que se escoge, de una acción por la que se opta sin que, en apariencia, pudiese existir el riesgo de una consecuencia que tendría más tarde que tener que lamentarse. Me pregunto si la vida no es sino esa suerte de jardín donde toda acción, o preferencia por la que se opte, nos lleva por obligación a un incierto y caprichoso desenlace. Sí, la vida sería como un jardín de invisibles o escondidas encrucijadas; lo que alguien ya llamó “el jardín donde los senderos se bifurcan”.

Solo ayer he regresado de unas cortas vacaciones en la playa; y sabido es que hace pocos días se incrementó el octanaje de la gasolina que se expende para el consumo de los vehículos. De pronto, muchos automotores que se han provisto de combustible han sufrido serias alteraciones en su comportamiento e incluso graves desperfectos por culpa de la ausencia de mecanismos adecuados para que la transición a los nuevos tipos de nafta se produzca sin inconvenientes.

Daría la impresión que la mezcla indiscriminada en las cisternas de acopio de dos tipos diferentes de combustible, habría causado importantes deterioros en el normal desempeño de los motores. Sea por culpa de esta situación o por la siempre probable de que se hubiera contaminado con agua el combustible, lo evidente es que un número considerable de vehículos se han averiado, obligando a sus propietarios a detener sus automóviles y a buscar ayuda mecánica -frente a sus diversas circunstancias de desplazamiento-, en forma incómoda e imprevista.

Esto es justamente lo que hemos vivido en nuestro viaje de retorno desde el litoral. El efecto del combustible contaminado, ha obstruido los filtros y ha averiado las bombas de gasolina; y nos hemos visto obligados a transbordar a otro vehículo y a transportar el nuestro en una plataforma de remolque.

Mas, aquí es cuando ha surgido el antojo de la fortuna; y como estas situaciones nunca parecerían no andar de la mano de la ironía, el camión de remolque ha sido asaltado por una pandilla de delincuentes de caminos. Luego de efectuar unos pocos disparos, los malhechores han obligado al conductor a salirse de la vía, produciéndose así una colisión con un inmueble. Al percatarse de la real condición del vehículo, los asaltantes han desistido de su inicial propósito, pero el auto remolcado se ha averiado en el trámite del episodio.

Como todo en la vida, muy simple sería encontrar explicaciones o excusas en los vericuetos de la casualidad; sin embargo, tengo el presentimiento de que no se habían tomado medidas adecuadas para el proceso de cambio de combustibles para así evitar estos inconvenientes que han afectado a los usuarios.

En cuanto a lo segundo, a los peligros e incertidumbres que en la actualidad genera la inseguridad en todos los ordenes de nuestra sociedad… parecería que estos no han llegado todavía a crear una urgente conciencia y preocupación en las autoridades respectivas, pues no se trata de una “cuestión de percepción” y aunque lo parezca, no se trata tampoco de una historia de vaqueros. El celo por recuperar y reforzar los desaparecidos niveles de seguridad es hoy un urgente imperativo: es perentorio enfrentar esta absurda como lacerante realidad!

Quito, 12 de abril de 2012
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