07 marzo 2012

Seguidor@s (con perdón)

Es sorprendente como los “ismos” parecerían hermanarse a tal punto que daría la impresión que se trataría más bien de un acuerdo que viene con la moda. Hoy por hoy, daría la impresión que cierta gente se siente parte de las vanguardias de los usos con solo obedecer a los dictados de formas de interpretación social -por otra parte legítimas- como pueden ser el feminismo, el indigenismo o el socialismo. Defender esas posturas se convertiría, para quienes así lo juzgan, en demostraciones de enjundia intelectual y de obligatorio buen gusto estético.

No, no es que esa gente no esté en su derecho; lo que pasa es que quien lo hace, solo por seguir una moda o por sucumbir a la opinión de los demás, no se ha dado tiempo para meditar en el respaldo de sus argumentos. Esto, claro, aunque se manifestaría como un signo de los tiempos, se trataría más bien de un fenómeno que se ha dado siempre a través de los siglos y en todas partes. Lo que sucede es que hoy el hecho se amplifica como efecto del influjo de los medios de comunicación, de la universalización de la informática y de la globalización de nuevos criterios socio-culturales. No puede descartarse tampoco la tendencia de los segmentos sociales de dejarse cautivar por lo que se pone en boga…

Una de estas innecesarias manifestaciones es la incorporación de modismos lingüísticos. Entre ellos el que más parece haberse enquistado es aquel redundante despropósito de la duplicación de genero. Hoy la gente se dirige a una audiencia, o hace una exposición, con la doble referencia a los: ciudadanos y ciudadanas, abogados y abogadas, arrendatarios y arrendatarias… contraviniendo así la norma y haciendo caso omiso de que en nuestro idioma no existe un requisito para efectuar este tipo de insulsa discriminación, porque la generalización ya está sobrentendida cuando solo se menciona el género único; a menos, desde luego, que la oposición de géneros fuese un factor relevante en el contexto de la oración.

Lo que parece suceder es que se tiende a confundir la utilización de un recurso lingüístico con un propósito de carácter sexista, como si la omisión del género conllevaría una intención cargada de discriminación. No alcanzo a interpretar en qué consistiría el perjuicio irrogado al colectivo femenino si en lugar de referirnos a los actores de una determinada efemérides dijéramos -por ejemplo- “los héroes” de tal gesta, y no “los héroes y las heroínas”. Se me antoja que la innecesaria duplicidad solo consigue un lastre pesado y recargado; no de otra forma se entiende que muchos habrían cedido al impulso de utilizar el signo de la medida de peso -@- para atender a los superfluos caprichos de esa novedad.

Esto no quiere decir que deba obstaculizarse la encomiable aspiración de la mujer por aportar, cada vez más, a tareas y funciones de las que hace poco se encontraba excluida; sin dejar de considerarse que por un factor, si se quiere, tradicionalista la sociedad había asignado ciertos oficios como preferentes para un género específico; muestras al canto son las relacionadas con el acicalamiento personal, el diseño de interiores o las actividades culinarias; sin embargo, poco a poco todas las actividades humanas han pasado a incorporar a personas de ambos sexos en expresión evidente de un proyecto de integración y promoción.

En todo esto no encuentro reivindicación de ninguna especie, tan solo un empeño rebuscado y, sobre todo, un redundante disparate gramatical!

Quito, 7 de marzo de 2012
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