02 febrero 2012

De cronopios y expectativas

La sola mención del nombre hizo sonar una campana en la alejada torre de mi memoria. Recordaba haber escuchado y leído algo referente a cronopios en algún cuento o historia corta de Sábato o de Borges, de Cortázar o de Bioy Casares. Mas, no tuve suerte en la inicial indagación de su proveniencia o, vale decir, de su significado. Hoy mismo, y tan pronto como la he escrito en el ordenador, he recogido la roja advertencia de que se encuentra mal escrita o de que estaría mal utilizada: así que he temido tener que resignarme a la realidad de que sería una de esas palabrejas inexistentes que han pasado a formar parte del panteón de nonatos de las palabras no reconocidas o que no significan nada.

Pero mi curiosidad y perseverancia dieron por fin con el oscuro origen de mis inquietudes. Tratábase de un ensayo del argentino Julio Cortázar que habría leído hacia principios de los años setenta. El librito se titulaba “Historias de cronopios y de famas” y se refería a una clasificación arbitraria que hacía el autor acerca de las características que identificaban a los tres tipos de personalidad que él identificaba en los miembros de la sociedad. Para Cortázar los cronopios eran seres cándidos, idealistas y desorganizados; los cronopios serían criaturas poco convencionales y muy sensitivas, en contraste con los que el literato llamaba “famas”, quienes se caracterizarían como individuos rígidos, organizados y dados a juzgar a los demás y a aparecer como sentenciosos.

Luego de otras búsquedas adicionales me encontré con que Cronopio (así con mayúscula) era también un apellido bastante común e inclusive un nombre propio. Cronopio habría sido el nombre de un santo de la iglesia que había soportado el martirio en los primeros siglos. Sin embargo, cronopio, ya usado como sustantivo, se refiere a unos animalitos imaginarios, húmedos y de color verde, que por sí solos constituyen una curiosa alegoría. Según la enciclopedia, un cronopio es una especie de anotación o de dibujo hecho en el margen, una suerte de poema sin rima; algo así como sentirse jubilado, una realidad sin música, sin protagonismo y sin la promesa de la ilusión o la fantasía.

La palabra es un término inventado: no consta en el diccionario. Cortázar la habría empleado por primera vez hace ya casi sesenta años. Se le habría ocurrido al comentar un concierto ofrecido por el trompetista Louis “Satchmo” Armstrong, cuando el escritor argentino habría tenido un supuesto desvarío en el que su imaginación se habría poblado de unos diminutos globitos verdes que deambulaban alrededor del teatro.

He pensado en los cronopios al reconocer mi inusitada condición de expectativa frente a una incierta posibilidad de trabajo. Y he meditado en que, al igual que los cronopios de Cortázar, a lo mejor he caído en el candor de la credulidad y me he convertido de pronto en esos imaginarios animalitos verdes, en uno de esos húmedos globitos vagabundos, en un inocuo dibujito trazado en el margen, a la espera de una llamada que justifique mi idealismo desorganizado…

Quito, febrero 2 de 2012
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