06 febrero 2012

Experiencia y experticia

Salgo de la ciudad hacia un campo deportivo un promedio de tres veces por semana. Se trata de un corto viaje que realizo en los primeros minutos de la mañana; aprovecho, por lo mismo, para escuchar diferentes programas radiales de opinión que se emiten a esas horas tempranas. No deja de sorprenderme el sinnúmero de “especialistas” que parecen hablar con autoridad de los más variados temas que tienen que ver con la colectividad –cada cual es más “pico de oro” que otro-; y no deja de admirarme el uso repetitivo que se da de palabras que parecen no solo haberse puesto de moda, sino que su utilización parecería ser requisito calificador e indispensable para respaldar su idoneidad y pericia.

Uno de esos manoseados términos es justamente uno que me temo consiste en un innecesario préstamo del inglés: la palabra “experticia”, con la que probablemente se quiere traducir especialidad, pericia o capacidad. He acudido al diccionario de la Real Academia y la única acepción que encuentro es un localismo venezolano que se utiliza para designar a una prueba pericial. Tal parecería que la verdadera especialidad de quienes parecen encargarse de dar su opinión respecto a los asuntos colectivos y públicos es ese como prurito de utilizar estos nuevos términos, sin el uso de los cuales parece que nadie más puede acceder a ese privativo círculo de quienes son propietarios de una jerga que parece más bien destinada a confundir que a explicar…

Tengo sin embargo la sospecha de que quienes usan la palabrita en referencia quieren combinar en un solo vocablo dos conceptos que podrían ser complementarios: experiencia y especialidad; pero me temo que muchas veces, quienes así se expresan, lo que han ido desarrollando es sobre todo una aguda e ingeniosa especialidad para utilizar esos rebuscados términos y expresarse de manera tan singular. Con ello, claro está, lo que logran es crear la apariencia de que dominan los temas de los que discuten; y, de paso, consiguen en cierto modo, a más de impresionarnos, restar importancia y aun descalificar a los demás.

Vivimos en un mundo donde, cada vez menos, parece necesario un respaldo académico o técnico para poder opinar. No descarto ni menosprecio la valiosa existencia de brillantes individuos esforzados y autodidactas; mas, poco a poco parece irse imponiendo como prioritaria la condición “especializada” de los gárrulos y embaucadores, de los encantadores de plazoleta, de los prestidigitadores de tramoya, que muchas veces no saben de lo que están hablando, pero claro: charlan y charlan, y hablan como cotorras porque lo único que realmente saben es que…“saben hablar”!

Para ello no se requiere ni experiencia ni pericia, solo ganas de engatusar…

Quito, 6 de febrero de 2012
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