20 mayo 2012

En la mitad del mundo…

Yo debo haber sido muy pequeño entonces; cuando descubrí, entre unos libros ilustrados de la olvidada colección Salgari, uno que había sido escrito por Julio Verne y que se titulaba “Viaje al centro de la tierra”. Ese libro, junto a un puñado más, pasaría a formar parte de lo que, en esos cándidos tiempos, yo habría dado en llamar “mi primera biblioteca”. Ahí estaban, entre otros, “La isla del tesoro” de Stevenson y un librito que, sin haber llegado nunca a ser famoso, habría en esos tiempos infantiles de cautivarme; se trataba de “Oro enterrado y anacondas”, una fascinante descripción que hacía Rolf Blomberg de su excursión a los Llanganates. Nunca hubiera imaginado que más tarde lo habría de llegar a conocer, como padre que fue de una de mis amigas entrañables...

Por esos mismos días, un tío medio explorador que teníamos, nos hizo tomar en San Blas un bus de transporte suburbano que habría de llevarnos a un pueblito avecinado a la “mitad del mundo” y que se llamaba San Antonio de Pichincha. Era esta una zona caracterizada por un paisaje árido y desolado, las montañas tenían la forma de volcanes y las canteras de ripio, que se encontraban por todas partes, daban la impresión de que alguien estuviera empeñado en forma demencial en horadar una ruta de exploración hacia las entrañas del mismo centro de la tierra.

Era San Antonio un caserío ínfimo, cuyo trazo no excedía una docena de calles. Un sendero angosto y polvoriento conducía a una piscina de agua helada, en donde a la gente parecía no importarle si tenía que exhibirse en ropa interior, o que alguien le reprendiera por la algarabía que creaba o por su total carencia de buenos modales…  El balneario estaba ubicado a la vera de un angosto riachuelo de caudal insignificante, ubicado en el fondo mismo de un profundo barranco. Podía decirse que aquel recóndito desfiladero daba acceso a una insondable y secreta entrada, a una de esas disimuladas cavernas que permitían aventurarse a esos parajes subterráneos que yo había imaginado en mis lecturas ocasionales.

Más tarde habría de descubrir que no solo Quito se encontraba en la mitad del mundo. O, si queremos ser más exactos y verídicos, que no solo nuestra ciudad se encontraba “hacia el sur” de una línea igualadora (eso quiere decir “ecuador”) que cruzaba la mitad de la esfera terrestre. En efecto, la línea ecuatorial cruza un gran número de países en varios continentes: en América atraviesa también Colombia y Brasil, y en el Ecuador pasa además sobre las Islas Galápagos. En el África pasa por sobre una serie importante de países -tantos como ocho-; y más hacia el oriente atraviesa Indonesia, en las islas de Sumatra y Borneo; y cruza, más hacia levante, sobre algunas islas del Pacífico occidental… Así que no solo nosotros estamos divididos por esa raya convencional que divide a la esfera terrestre!

Pero, por lo único que sí estamos divididos, y por la mitad, es porque estamos empeñados en ponerle el nombre de “Mitad del Mundo” al nuevo aeropuerto capitalino; como si esta coincidencia, la del paso de esa línea imaginaria, fuese en la realidad, un mérito de quienes son parte de una ubicación geográfica de la que se consideran favorecidos. Para colmo, ese eje perpendicular al plano de rotación terrestre, ni siquiera pasa sobre este aeródromo que está próximo a inaugurarse. Tababela se encuentra geográficamente en el hemisferio sur. La línea ecuatorial realmente pasa mucho más al norte, sobre la población serrana de Cayambe, y no se debe olvidar que el ecuador constituye en la realidad un enorme cinturón que se desplaza por una extensión de cuarenta mil kilómetros de largo.

El nuevo aeropuerto también está rodeado de profundos y tenebrosos abismos; y queda -por ahora- en términos de transportación, lejos, muy lejos de Quito. Lo que sí es cierto es que queda en la mitad de otros dos pueblos, a saber: Yaruquí y Checa…

Quito, mayo 20 de 2012
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