24 mayo 2012

Pojke, un perrito consentido

Woof, woof! Esta si que es una vida de a perro. Bueno, ni tanto; la verdad es que no hay para qué quejarse! Ni la nuestra ha sido una vida “de a perro”, ni tampoco nos pudiéramos quejar de haber carecido de un “perro que nos ladre”… Pero, es que existen por ahí, unos perritos que están tratados de tal manera, que ya nos quisiéramos nosotros un poquito de ese tratamiento. Y nada tendría de ofensivo!

En mi caso personal, puedo dar testimonio de que en casa tuvimos casi siempre la alegre y solidaria compañía de unas pocas como diminutas mascotas. Eran, más bien, animalitos sin vistosos apellidos, sin rimbombante prosapia; ellos carecían del llamado pedigrí; fueron ejemplares que un buen día asomaron en casa por acción generosa de algún alma caritativa, o porque alguien se encontró con un ejemplar famélico en el zaguán de la casa de la abuela y luego se tomó la molestia de adoptarlo y protegerlo; lo hizo sustrayendo, más tarde, algo de los platos de los demás para completar una furtiva y perruna “escudilla” de comida.

Y así fue como llegaron, y ya se quedaron para corretear en casa, la Pelusa, la Estrellita y un tal Yanko (o Janko, con nombre de personaje de radionovela). No eran feos, pero las malas lenguas -probable versión antigua de la actual “prensa corrupta”- habían diseminado la información de su abominable estigma; el de que, esos ordinarios y poco distinguidos ejemplares, no representaban a una raza caracterizada por su linaje; sino que, siendo lo que la alta sociedad llamaba como “perros runas”, no solo que carecían de un certificado que respalde su inscripción, sino que eran de tan bastarda ralea, y de raza tan mezclada, que no había para qué ponerse a escarbar si poseían alcurnia, casta o abolengo.

Todos fueron animalitos blancos y encrespados, siempre pequeños de tamaño e inquietos en extremo. Supongo que sus nombres han de haber surgido luego de continuas discusiones y de prolongados e insistentes referéndums. Talvez desde entonces ya denunciábamos nuestra inveterada falta de imaginación, ya que casi siempre insistíamos en la inútil ocurrencia de repetir, a la manera de los Césares, unos apelativos que quizás habríamos vislumbrado que eran apropiados para nombrar a aquel ejemplar al que venían a reemplazar: uno al que la fámula de ocasión -servicial, piadosa y obediente- había prometido enterrar en el recoleto barrio donde creíamos que existía, a manera de camposanto, un espacio diferente…

Los primos, mientras tanto, criaban unos feroces e insobornables mastines que se disponían a destrozar a dentelladas al más temerario, arriesgado y dispuesto de sus vecinos. Casi siempre bautizaron a esas fieras de Lobo o de Tarzán, o con algún nombre amedrentador que sonaba parecido. Sospecho que no siempre los alimentaron con cristiana regularidad, solo para conseguir esa alegría que a ellos les proporcionaba el observar las demenciales persecuciones a que nos sometían esos, sus sanguinarios cancerberos favoritos. Los otros primos, sin embargo, los que vivían más allá, eran dueños de un animalito callejero y desgarbado, de raza indefinida y descolorido pelaje; le conocían como Cholo, con lo que inútil hubiese sido ocultar su condición de menguada calidad y su modesto origen peregrino.

Pasado el tiempo, cuando ya formé mi propio hogar, habrían de llegar la Mey y esos otros dos que obedecieron al mismo nombre de Frisco (uno era un Chow y el otro un albino Samoyedo que se convirtió en el compañero de mis hijos); luego habrían de aparecer la fiel Chuleta y una tal Sabrina. Más tarde, otra perra llamada Blanch habría de convertirse en un efímero y travieso ejemplar, cuyos ímpetus nerviosos y efusivos, habrían pronto de terminar en el triste destino de un arrollamiento repentino. Ese habría de ser el más postrero de los intentos que hicimos por apaciguar a aquel brioso como impulsivo animal. Por ello fue que, más tarde, habríamos de transigir ante el mimo regalón con que a una horrible mascota solían malcriar, sin asomo de pudor, nuestros más cercanos amigos!

Y es que existe por ahí, un perrito deslucido y feo en particular; sus dueños lo llaman “Pojke” (se pronuncia Poique y quiere decir “chico” en escandinavo). Este tiene, además de su escaso atractivo, la injusta fortuna de ser un espécimen adulado y consentido. Mis amigos lo creen lindo; mas, el pobre tiene una atroz facha de trapeador de pisos! Una mancha en la mitad de su faz es lo que tiene por hocico; y detrás de sus ensortijadas greñas esconde unos ojos de parsimonioso mirar que parecen eludir toda suerte de compromiso. Ese perro ni siquiera sabe ladrar; porque ya se ha dado cuenta que no le hace falta! Para qué va a ladrar, si ya ha caído en la cuenta de que lo tienen malcriado y consentido! Woof, woof!

Boston, 23 de mayo de 2012
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario