31 mayo 2012

De la ceca a la meca

Meca fue en mi infancia una palabra proscrita. De hecho, no solo que no se nos permitía pronunciarla  a los pequeños, sino que era muy raro encontrarla en boca de nuestros mayores. Meca podía ser una mujer cuya vestimenta estaba aderezada con elementos impúdicos (viste como una meca, decían); meca era quien por sus deslices y devaneos había adquirido una sospechosa reputación. Se llamaba así a las meretrices, que disimulaban sus favores en el Ejido o en la 24 de Mayo; a las bailarinas de club nocturno y a quienes se ganaban la vida en los recoletos “cabarets”. Por ello, las mujeres discretas tenían que eludir el uso de atuendos sugestivos, para evitar que el remoquete les alcanzara alguna vez…

Pasado el tiempo, tuve que irme acostumbrando al nombre. Pero esta vez, ya precedido del artículo y adornado de mayúscula, como debía ser! Cuando fui a trabajar en el Asia, tuve que irme familiarizando con los viajes de peregrinaje que los musulmanes realizaban hacia la tierra de la casa de Saúd, para hacer su visita ritual a las mezquitas sagradas de La Meca y Medina. Fue en esos viajes a Jeddah (que en español es preferible escribir Yeda o Yedá), que tuve que irme habituando a la práctica de esos ceremoniosos peregrinajes, en los que los seguidores de Mahoma trataban de cumplir con una de las promesas de su fe.

Era entonces, y en pleno vuelo, que los peregrinos cambiaban en forma drástica su anterior indumentaria. De pronto un par de humildes trozos de bayeta blanca, exentos de dobladillo o de costura, pasaban a completar el pasaporte de su nueva vestimenta. Las mujeres se cubrían con una suerte de túnica simple y escondían su cabello con un sencillo velo que solo dejaba apreciar sus manos y su rostro. Los rezos entonces se convertían en comunitarios. Un ambiente de contrita actitud se esparcía por todo el avión; unos habían venido a cumplir con su visita a La Meca de, por lo menos, una vez en la vida -el “hadj”-; y, otros, habían acudido cumpliendo con el deseo de una visita ritual menor: el “umrah” o visita adicional.

Por esto, poco antes de iniciar el descenso hacia nuestro destino, y siguiendo la prescripción religiosa, los comandantes habíamos recibido instrucciones para efectuar un ritual anuncio: “Señores pasajeros, les saluda el comandante. En unos treinta minutos más iniciaremos nuestro descenso al aeropuerto “Rey Abdulaziz” de la ciudad de Jeddah. Al mismo tiempo, nos encontraremos a la cuadra lateral de la ciudad sagrada de La Meca; esta información les proporciono para que puedan realizar sus plegarias pertinentes. Disfruten de su peregrinaje; y, de nuevo, muchas gracias por haber escogido los servicios de nuestra aerolínea”.

Llegados a Jeddah, los visitantes eran atendidos por las autoridades, recibían un trato preferencial y eran acomodados en unos enormes campamentos al aire libre que estaban caracterizados por la generosa disposición de unas cubiertas blancas de perfil erizado; ellas simulaban unas puntiagudas tiendas o carpas. Allí eran alojados estos fieles seguidores del profeta Mahoma, en espera de ser transportados hacia su fervoroso recorrido de las mezquitas sagradas de Medina y La Meca. Allí habrían de dar sus siete giros -contra el sentido de las agujas del reloj- a la piedra negra de la Kaaba (el indispensable “tawaf”); debían cumplir los circuitos entre las colinas santas de Safa y Marwan; o la visita al pozo sagrado de Zamzam, en el que, de acuerdo con la creencia, Hagar -la concubina de Abraham- había encontrado la fuente milagrosa para dar de beber a su hijo Ismael.

Más tarde, habría de reconocer, también, que la mía se había convertido en una actividad que me había llevado “de la ceca a la meca”. Que eso de la “meca” no siempre era una palabra para decirla en voz baja o para tenerla que evitar; y que la “ceca” no era sino el troquel, o la máquina que sirve para acuñar monedas… Hoy, estoy a punto de volver hacia esa tierra de dunas sinuosas y áridas, en donde los musulmanes practican el fervor de su credo; donde ellos ejercitan sus estentóreas plegarias -isócronas y obligadas-; y donde ellos practican la solidaria caridad, ayunan en tiempo del Ramadán, y reciben a esos contritos visitantes de túnicas blancas y cabezas descubiertas que han venido para cumplir con el ritual de su visita, de por lo menos una vez en la vida, mientras viven aquí en la tierra…

Quito, 31 de mayo de 2011

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