13 mayo 2012

Tentando al demonio…

Se imagina usted lector, qué sucedería si se decidiera cerrar un hospital, que funcione en un determinado edificio para, a renglón seguido, reabrirlo en un lugar distinto al día siguiente? Esto mismo, con sus debidas diferencias, es lo que los administradores del aeropuerto capitalino tienen previsto realizar en uno de los primeros días del próximo mes de octubre…

Utilizo con intención el ejemplo del hospital, pues si bien en éste se atienden enfermos y se realizan operaciones quirúrgicas, algo igual de delicado es lo que sucede en lo relacionado con la operación de aviones y aeropuertos. Claro que es bueno mencionar que existe una enorme diferencia: la de que, mientras en las casas de salud se pone en juego la vida de un solo ser humano a la vez, en las actividades aéreas se exponen a riesgo cientos de personas a un mismo tiempo.

Cuando hace catorce años se abrió el aeropuerto Chek Lap Kok de la ciudad de Hong Kong, para reemplazar al viejo de Kai Tak, se presentaron serios problemas técnicos desde el primer día de sus operaciones. Una serie de desperfectos, que tenían que ver con los aspectos relacionados con la tecnología de las flamantes instalaciones, crearon inesperados inconvenientes que mantuvieron al recién estrenado aeropuerto en una situación caótica y desordenada, que habría de prolongarse por casi seis meses. Demás está por recordar que la estructura, organización y tecnología del aeropuerto asiático, solo podían estar superadas por la experiencia operacional de su personal administrativo. Hong Kong había sido, a fin de cuentas, uno de los aeropuertos de mayor actividad en el mundo.

Similar fortuna -si fortuna pudiera llamarse a este tipo de desgracia- habría de correr el flamante Terminal 5 del aeropuerto Heathrow de la capital británica. Una serie de problemas con las computadoras, la falta de pruebas operacionales y el mal entrenamiento del personal del aeropuerto, produjo tantas dificultades que las autoridades se vieron obligadas a cancelar más de treinta vuelos diarios durante dos semanas consecutivas… Conste, asimismo, que este modernísimo terminal, inaugurado hace solo cuatro años, contaba -este sí- con lo más probado y avanzado de lo que se ha dado en llamar “state of the art” en tecnología.

Cómo es entonces que, con las limitaciones que son consustanciales a nuestra cultura y a nuestros métodos de organización, estamos persuadidos que en Quito, en solo veinticuatro horas todo va a marchar a la perfección y que vamos a estar completamente preparados para enfrentar y para solucionar todos los impensables e imprevistos problemas que se van a producir en este complejo tipo de transición. No será que cerrando el un aeropuerto y abriendo el otro al día siguiente, nos habremos expuesto innecesariamente a un guirigay de padre y señor nuestro, a un fenómeno absurdo y desordenado, que va a caracterizarse por el caos y la confusión, las dificultades imprevistas y la improvisación?

Me temo que los administradores de la concesionaria no han calculado la real dimensión de este complicado proceso; cambiar un aeropuerto hacia otro lugar distante, no es lo mismo que cambiarse de casa y transportar muebles y enseres a otro barrio de la ciudad. Las aerolíneas tienen una estructura y organización complejas, porque de por medio no solo se encuentra la eficiencia, sino algo que tiene que ver con el respeto a la vida de las personas: su propia seguridad. No puede, por lo mismo, procederse de forma tan apurada y atolondrada, sin que se realicen pruebas y simulacros, sin ensayos operacionales, para que las diferentes organizaciones vayan aprovechando de la experiencia de los pioneros, y vayan advirtiendo las particulares características, e inclusive las falencias, que por fuerza se presentan en estas obras monumentales, debido a su natural complejidad.

Esta es una razón adicional para que la transición a Tababela se vaya haciendo en forma escalonada; siguiendo un proceso, permitiendo que poco a poco los nuevos operadores -y particularmente el personal técnico aeronáutico- vayan descubriendo sus imperfecciones y vayan detectando con oportunidad los riesgos que sea preciso evitar. En aviación, los apuros solo conducen a accidentes e innecesarios contratiempos, a tragedias que mejor es prevenir que tener que lamentar.

No sea que por nuestra intransigencia, por querer hacer todo de golpe y de una sola vez, terminemos disparándonos nosotros mismos en nuestros propios pies; y así, auto-infligiéndonos esta herida, no haremos sino tentar al demonio y nos convertimos en el hazme reír del mundo de la transportación aérea, del turismo  y de la industria aeronáutica en general. Mejor hacerlo poco a poco, “rápido pero despacio”, con escrúpulo, detalle y meticulosidad. Sí, porque en aviación es mejor “hacer el trabajo rápido, sin importar el tiempo que eso nos vaya a tomar”…

Quito, 12 de mayo de 2012
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