01 mayo 2012

Derecho preferencial

He tenido la suerte, y porqué no decir también el privilegio, de trabajar por cerca de tres años –los, hasta aquí, últimos de mi actividad profesional- en un país de apariencia socialista que se está caracterizando por un desarrollo sorprendente y que ya se ha ubicado entre los más ricos del planeta. Cuando fui por primera vez a China, quince años atrás, no existía todavía el proceso económico e industrial que solo pudo ser aplicado gracias a las formidables y revolucionarias -esas sí- transformaciones que propiciaría aquel visionario dirigente pragmático que fuera Deng Xiao Ping.

Sería incomprensible el fenómeno oriental si no hubiera existido un segmento social que, aunque estuvo favorecido por ciertos privilegios, mantuvo siempre el ideal natural de la búsqueda del bienestar. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que en China jamás dejó de existir una clase que fue favorecida en medio de los rigores y las reformas del sistema socialista. Cuando Deng habría de impulsar sus novedosas reformas, especialmente relacionadas con la industrialización y la propiedad privada, ese sería el segmento que haría más fácil la implementación del nuevo sistema. Porque, afluentes e indigentes se encuentra en todas partes!

Cuando volví a trabajar, y esta vez a vivir en Shanghai, habría de encontrar que, claro, ya no se utilizaban ni se movilizaban en las calles tantas bicicletas como antes; ahora, se había modernizado y tecnificado la transportación pública; un amplio y enorme porcentaje de la población había tenido acceso a movilización propia y muchos de esos vehículos, considerados como los más finos y costosos del mundo occidental, se exhibían y promocionaban en lujosas salas de venta de muy exclusivos edificios. La infraestructura vial también había soportado un cambio radical y “revolucionario”; la cultura social, sin embargo, no estaba allí…

La sociedad se había acostumbrado, continuando con su aislamiento milenario, a que no existiesen vehículos pesados. Cuando las bicicletas empezaron a ser reemplazadas por otros medios de traslado más rápidos y convenientes, y la población pasó a acostumbrarse a los modernos medios de transporte masivo, la gente fue asumiendo una especie de regla de tránsito general: el derecho de vía para los más grandes y pesados. Así los autos otorgaban preferencia a buses y camiones; las motos y bicicletas a los automóviles; y los disciplinados peatones cedían el paso a todos los demás! Los automotores no paraban para respetar el cruce peatonal; eran los peatones los que no lo utilizaban si un vehículo estaba por pasar…

Reflexiono en estas curiosas actitudes comunitarias, y en el peso y el estigma de ciertas costumbres y hábitos sociales, en estos mismos días afectados por tantos nuevos accidentes camineros o por desgracias relacionadas con el transporte y la movilidad. Estoy persuadido que no se trata únicamente de la implementación de nuevos sistemas y recursos, de la elaboración de nuevas leyes y ordenanzas, de nuevos y más estrictos sistemas de control; sino, principalmente, de intensas e insistentes campañas con el cometido de disciplinar a la gente, para educarla e ir creando una nueva conciencia y una diferente mentalidad.

Es hora de que ciertos carriles sean utilizados por quienes van a una velocidad determinada; de que los vehículos pesados tengan un carril específico; de que los de transporte público no se detengan en cualquier parte; de que cierto tipo de camiones estén restringidos a ciertas horas nocturnas, y aun a ciertas vías, para poderse movilizar; de que las bicicletas tengan un carril preferencial. Claro que esto sería improductivo sin unas reglamentaciones adecuadas y, sobre todo, sin verdaderas cruzadas de control; pero, debemos empezar por promover los beneficios de estas iniciativas, es decir, por persuadir a conductores y usuarios. Debemos empezar por educar a la gente; debemos comenzar, en definitiva, por “civilizar”.

Quito, mayo primero de 2012
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