02 junio 2012

Las promesas apócrifas

Es viernes por la tarde en un centro comercial. Un segmento indefinido de la población denuncia su extracción por su vestimenta; por su forma de caminar, su manera de agruparse o de apoyarse en sus acompañantes. Ahí está esa inercia que devela la ausencia de intención, esa parsimonia que no puede esconder la molicie que oblitera el afán mercantil por el que la gente acude a las tiendas…

Es una multitud. Hay mucha gente -ríos de gente-; es tal la algarabía y tal el aluvión, que se diría que pudiera tratarse de la salida masiva de un estadio, luego de un encuentro deportivo popular, o que ello tendría que ver con una festividad especial o con la aglomeración que solo ocasiona un día de feria. Lo que no está claro es si la gente vino a pasearse o a comprar, a matar un poco de su tiempo o a realizar alguna actividad comercial; si vino para cumplir con una necesidad en particular o si acudió al encuentro de satisfacer la búsqueda del bienestar, como consecuencia natural del “otro” ejercicio, aquel de la promesa.

Pero no, la gente no ha venido solo a mirar! La gente está aquí para gastar, para darse el gusto de adquirir artículos que no siempre está segura que necesita. Lo que quiere es gastar! Es su forma de desahogo para ocultar sus carencias… Hay algo de contradictorio en todo ese deambular, que obliga a preguntar: por qué es que las personas se inclinan a adquirir sin responsabilidad? Qué es lo que crea esa artificial sensación de bienestar, ese inconsciente deseo de adquirir… cuando su bolsillo no sustenta la erogación, cuando no cae en cuenta que se endeuda?

Entonces advertimos que la gente gasta no porque “tiene que” o porque puede gastar, lo hace solo porque lo que quiere es adquirir, sin que se haya demostrado a sí misma su real necesidad o exigencia… Se trata de la ilusión de poseer, del ingenuo ejercicio de la ficción, de la ausente reflexión en que gastar implica un pecuniario respaldo, o -si no- un aporte a la acumulación de una nueva deuda. Por ello que no deja de ser curiosa la psicología del comprador, de aquel que a sabiendas que no tiene y que no puede adquirir, compra de todas maneras. Porque, talvez, la satisfacción que le entrega el poseer, supere a la incomodidad o preocupación que le han de ocasionar sus nuevas e inéditas deudas.

Quizás sea que el bienestar, como la fortuna, puede ser también otra forma de ficción; una realidad fingida y fabulosa, una posibilidad supuesta y apócrifa, una condición irresponsable y subjetiva que no tiene que ver con su autenticidad sino, más bien, con la satisfacción del alarde o la exhibición de la apariencia. En ello parece haberse convertido el centro comercial; en una suerte de templo de la ostentación, un templo para derrochar la incierta posibilidad, para hacer nuevas plegarias que se han de satisfacer con frescas, ilusorias y quiméricas promesas…

Porque la gente no siempre quiere poseer; le satisface con que le ofrezcan...

Quito, junio 2 de 2012
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