24 junio 2012

Estoy lejos, aunque sigo aquí…

Menos de veinticuatro horas después de haber dejado el Ecuador, y luego de transitar por cuatro diferentes aeropuertos internacionales, me encuentro ya en Gatwick - Inglaterra, dispuesto a iniciar una nueva -y probablemente postrera- etapa de mi carrera profesional: pronto estaré pilotando nuevamente mi extrañado Boeing 747-400. El viaje ha sido una fresca oportunidad para las reflexiones y para ciertas inevitables comparaciones. Es sorprendente advertir como la soledad puede invitarnos a la meditación y la distancia a la objetividad…

Cuando se deja el que fuera un edificio que estuvo durante los últimos veinticinco años sometido a frecuentes y continuas ampliaciones o reparaciones -el terminal de Quito-, todas sin sujetarse a un plan único y coherente, sino exigidas siempre por el desborde de las necesidades no planificadas y por el apuro de compensar lo que había dejado de hacerse, no puede sino apreciarse el resultado lamentable que van dejando el remiendo evidente y la improvisación. Resulta aleccionador el poder observar los resultados obtenidos cuando se anticipan las necesidades y se construye una infraestructura, como es la de todo aeropuerto, basándose en algo de lo que carecemos todavía: adecuada y oportuna planificación.

Pero hay algo más que sugieren estas comparaciones; porque hay que conceder que existen muchos terminales aéreos en el mundo que también han tenido que improvisar adecuaciones y ampliaciones para satisfacer su inesperada expansión y crecimiento. Lo importante es advertir que en otras latitudes se optó, en varios casos, por destruir y demoler lo inconveniente; y, ante todo, por no escatimar el uso de generosos espacios para proceder a las obras de renovación. Es por ello que el viajero observador no entiende cómo fue posible que en la propia tierra se haya dado curso a estas “obras de zurcido continuo” sin un sentido básico de prevención. Es imposible no preguntarse si las autoridades que propiciaron esas obras y los profesionales que las construyeron no viajaron al exterior alguna vez.

Pasar por Miami, donde el proceso inmigratorio siempre ha sido muy lento para el pasajero latino, es una oportunidad para meditar acerca del resultado de esas continuas ampliaciones en otros lugares. Allí, la incómoda espera se compensa más tarde con ese toque inconfundible de sabor tropical que uno encuentra en aquella tierra; y esa inconveniencia queda en el olvido cuando uno se sienta a disfrutar de un plato cubano de “ropa vieja” en esa siempre transitada cafetería conocida como “La carreta”. Medito que, al igual que Miami, Düsserldof también se encuentra en medio de la ciudad; y que, en estos sitios, nadie se queja, ni comenta de los supuestos riegos y peligros de la cercanía del aeropuerto local.

Encuentro, tanto en Düsserldof como en Stansted, unos terminales diseñados con generosidad de espacio y con múltiples pabellones; en ellos abunda toda suerte de servicio; allí existe una gran variedad de facilidades y, sobre todo, un sentido preponderante que apunta a la comodidad del usuario. Todo esto lleva mi atención al terminal que estamos próximos a inaugurar en Quito, y no puedo dejar de advertir, sin el ánimo de pronosticar, que va a nacer como un nuevo candidato a la ampliación continua y permanente, y ya caracterizado por esa carencia de espacios que identifica a todo aeródromo con carácter de regional.

Se me hace ineludible volver a repetirme la misma ociosa pregunta: será que en Ecuador, los personeros responsables de realizar estas obras, no tuvieron nunca oportunidad de observar cómo se las construye en otras latitudes? Será que jamás advirtieron los beneficios que brindan la generosidad en los espacios, la estructura coherente y el celo por apuntar hacia un propósito de comodidad?

Gatwick, 24 de junio de 2012
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