26 junio 2012

El tiranosaurio rey

No estoy seguro de qué es lo que él encuentra en ello de seductor y de fascinante; pero lo cierto es que hablar de dinosaurios es lo más entretenido en la vida de mi nieto. Se sienta frente a sus libritos de historietas, donde aparecen dibujados a todo color estos monstruos fabulosos, y empieza a narrarme las características y costumbres de estos lagartos horribles y legendarios. Tengo la secreta sospecha que él cree que todavía merodean por ahí, en llanuras alejadas y en pantanos descuidados. Y, menospreciando la creencia de que esos carnívoros merodearon hace muchos millones de años, me pregunta que quién creo yo, hoy por hoy, que es el más feroz y dominante, si el “tiranosaurio rex” o el pavoroso “triceratops”.

Yo no he sabido qué responderle en todos estos meses, sintiendo que su mano delicada se opone a que yo insista en pasar las páginas de sus infantiles textos, mientras no le ofrezca una respuesta que satisfaga su inocente curiosidad. Le advierto que esos seres ya no existen, que aquello del parque jurásico y de los mastodontes que merodean la tierra existe solo en la trama de ciertas películas y que es solo parte de la cultura popular; mas, cual si fuera él quien más sabe, y -en base a su tierno conocimiento- quien pudiera calificar mi ignorancia, sugiere que el más peligroso es el enorme tiranosaurio, porque su mismo nombre sugiere que se trata de un tirano convertido en rey, de un “lagarto tirano” que manda a todos los demás…

Me quedo absorto y confundido con su mezcla de ingenuidad y conocimiento. Me pongo a reflexionar en que talvez es él quien está mejor enterado; en que es él, y no yo, el que quizás tiene acceso a aquello tan subjetivo que llamamos “verdad”… Lo que para él importa es que el T-rex realmente existe, y ni siquiera le preocupa donde sería posible poderlo encontrar. Su existencia constituye una certeza que, para él, no se puede contrastar. Solo una duda parece confundirle y, en esa su cándida manera, me trata de consultar: “no estoy seguro si es un depredador alfa o solo un carroñero” -a manera de sospecha me confiesa- porque, “para qué habría de tener las patas delanteras tan cortas, si tendría necesidad de atacar a los demás?”

Entonces caigo en cuenta de la brutal analogía; percibo que en los pantanos y praderas, así como en las comunidades de nuestra vida, los dinosaurios todavía no se han extinguido. Sí, ahí están deambulando todavía, fungiendo a veces de depredadores; y otras, tratando de devorar los últimos resquicios con que se encuentran, hasta llegar al tuétano de sus víctimas. Así satisfacen su hambre, merodeando todos los rincones; así calman su sed insaciable, robando nuestra atención, husmeando en todo lugar, con cualquier motivo y a cualquier tiempo.

Ya no les importa si su presa está viva o está muerta, si les creen depredadores o si solo les creen carroñeros; tampoco, si su nombre es “tiranosaurius”, “fruncidus sonrisus” o “triceratops tiranuelus”. Lo único que parece interesarles es seguir infundiendo temor general y humillante miedo; ah, y que los demás sigan nomás creyendo en ellos; sobre todo, aquellos que están obligados a prestarles atención semana a semana, los que tienen que escuchar y aplaudir sus rugidos y dicterios. Lo que les importa es que les sigan creyendo los mismos cándidos e ilusos… Que siempre serán los mismos engañados, que siempre serán los mismos ingenuos!

Gatwick, 26 de junio de 2012
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