15 junio 2012

Entre la tregua y el compromiso

Fui invitado en días pasados a la celebración del trigésimo aniversario de fundación de un conocido y prestigioso periódico nacional. Fue, dicho acto, una oportunidad para la renovación de ciertos propósitos, para la reafirmación de olvidadas declaraciones y, sobre todo, para propiciar el replanteamiento de urgentes prioridades que tienen que ver con fundamentales, aunque soslayados, convencimientos. La ocasión para homenajear los treinta años de vida del diario Hoy, fue una oportunidad para reflexionar en la necesidad que tenemos, como país, de buscar una tregua a la innecesaria confrontación y buscar mecanismos de dialogo para lograr que las controversias se conviertan en productivas.

Cumplir treinta años de vida significa también haber alcanzado una edad en que la razón y la experiencia deberían haber superado a la impetuosidad y al impulso destructor que muchas veces suelen caracterizar al arrebato. Las acciones que están signadas por la moderación y la prudencia, casi siempre son más duraderas, en sus resultados, que aquellas otras signadas por el furor y el frenesí. Esos treinta años coinciden también con los que definen la edad de nuestra joven y remozada democracia; que, luego de este período de tiempo, era de esperarse que hubiese logrado un importante grado de deseada y necesaria madurez.

Por desgracia los procesos de maduración democrática solo se consolidan cuando las instituciones, y los individuos que las representan, están dispuestos a hacer una lectura provechosa de las circunstancias y de los errores cometidos en el pasado; y, sobre todo, cuando tienen la aptitud de entender que la democracia no solo puede consistir en el gobierno de una mayoría, sino, ante todo, en un proceso en el que se incluyen y respetan las opiniones y preferencias de quienes discrepan; y en el que, a la vez, sus actores han de respetar las reglas del juego y han de inscribir su proyecto político en las disposiciones establecidas por la ley.

De otra forma, la oportunidad para conseguir que la democracia madure y se consolide se desperdicia; y en lugar de obtener un sistema político equilibrado, sensato y vigoroso, solo propendemos a un remedo espurio y distorsionado de la alternativa social que, como un ansiado ideal, hubiéramos querido obtener.

Va siendo hora de replantear una tregua al altercado y a la polémica inquinosa. Va siendo hora de hacer un renovado propósito por aportar con las mejores ideas para propiciar un bien intencionado clima de acuerdo y concertación. No puede avanzarse, ni como nación ni como pueblo, en la medida que no se haga este perentorio y loable reconocimiento: el de que deben apreciarse las iniciativas ajenas para buscar las mejores soluciones a los problemas que nos plantea el desarrollo. Es hora de parar la disputa, la animadversión y la ojeriza; y de preguntarnos entre todos, cómo hacer posible una nueva y más productiva forma de comunicación.

Es probable que, poco a poco, esté surgiendo este nuevo convencimiento. Sin embargo, es hora de implementar novedosos mecanismos de diálogo, para no desaprovechar estos nuevos aires de postergada tregua y de buena intención.

Quito, 15 de junio de 2012
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