06 junio 2012

Estigmas y sintagmas

En eso parece que se ha convertido la política hoy en día, en un mero juego de sintagmas, o de grupos manoseados de palabras; en un juego parecido a aquel del “páreme la mano”, o a ese otro en el cual quien resulta ganador es aquel que hace el primer descubrimiento y se anticipaba en anunciar “visto!”. De esta manera, a quien pudiera ser el representante más conspicuo de la corrupción, le bastaría con anticiparse a sus adversarios y con acusarlos de corruptos; o sea, en atacarlos primero… Curiosa estratagema esta, la de culpar a quienes pudiesen estar en condición de desnudar sus concupiscencias y revelar sus irregularidades e indiscreciones. Ni más ni menos que “el burro hablando de orejas”…

Por ello se acusa de mentiroso a quien pone en evidencia la mentira, de cínico a quien denuncia la desvergüenza y el impudor, de corrupto a quien exige cuentas claras para erradicar el robo y la corrupción. Por ello se endilga de inmorales a quienes ponen en evidencia la ausencia de valores éticos; se usa la mofa y la diatriba contra todo aquel que procura hacer ejercicio de su libertad de expresión. Porque discrepar o insinuar otros métodos y alternativas solo puede ser interpretado como actitud artera, propia de seres amargados y retrógrados. Disentir se convierte entonces en una perversa forma de execrable subversión.

Qué hace que opinar distinto se haya convertido en una forma de estigma, en una lacra que involucra al disidente como co-responsable de una anterior situación? En qué aporta esta remozada forma de maniqueísmo al bienestar general y a la unidad solidaria de la sociedad? Es evidente que la respuesta no puede satisfacer el más elemental de los razonamientos; porque lo único que se pretende es abusar del subjetivismo colectivo y, en esta pesca a río revuelto, propiciar el caos y la confusión. Esta es la naturaleza perniciosa del populismo: el irresponsable esfuerzo por desunir para aprovechar las ventajas del sistema y poder medrar.

De aquí el celo por hacer que una forma de pensamiento resulte la única y no solo la preponderante. Al tenor de la costumbre medieval, se propicia una forma excluyente de fundamentalismo; los nuevos Torquemada no solo nos exigen participar de su fe, lo que ahora quieren es desconocer y obliterar toda forma de individualidad. Ahora todos deben estar al servicio de esas vacías entelequias que ofertan su fabuloso contenido de supuesto bienestar. Por ello que todo aquel que no participa del nuevo credo, no es ya merecedor de compartir los beneficios que se otorga con gracia inquisitorial; y, como el disidente es considerado un monstruo corrupto y cínico, no solo que no debe tener derecho a un pensamiento propio, sino que debe ser excluido, como un paria despreciable, de la sociedad!

Es el reino de los ayatolas transplantados, de los inquisidores trasnochados que tienen una visión estrábica e inflexible de su ilusoria y utópica sociedad.

Quito, 6 de junio de 2012
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